domingo, 6 de octubre de 2019

Corregir el alza

El sargento de la bandera de la legión que llegó a reforzar nuestra posición, y que se ocupó del destacamento de la trinchera en la que nos ubicó el teniente Gonzalez, me devolvió el fusil con un guiño de ojos y una sonrisa tras haber graduado el alza. Los últimos disparos se me iban demasiado altos y al parecer los rojos tratarían de abrirse camino a través de nuestras lineas antes de que cayese la noche, y no podíamos permitir que lo consiguiesen.
Odio esta guerra.
Yo no quería participar en ella. En ningún momento escogí bando y en ningún momento me creí nada de lo que contaron en el pueblo los agitadores de ambos lados que pretendieron convencernos de que su verdad era la absoluta. Mi pueblo era pequeño. Y digo era porque la aviación y la artillería de ambos ejércitos lo han destruido por turnos.
Primero los nacionales se ocuparon de fusilar al alcalde,a los concejales, al farmacéutico y al maestro, porque al no haber querido sumarse al alzamiento, los consideraron unos rojos, unos masones y un peligro para esa unidad de destino en lo universal que es España. Pero apenas una semana depues de aquella gesta de la cruzada, las tropas republicanas se presentaron a liberarnos de los golpistas. Y mi hermano Ramón, quien fue uno de los primeros en echarse al monte al ver aparecer a los nacionales, regresó guiando a los de Lister y disparando sobre todos los que opusieron resistencia, vecinos o no.  Ramón no tenía ni puta idea de quien era Lenin, ni Marx, ni le importaba una mierda conocer los derechos de los proletarios. Tampoco sabía lo que era el fascismo ni el nazismo y a él eso le importaba un gran mojón. Tan solo le preocupaba recuperar las dos hectáreas que el cabrón del alcalde que supuestamente era un señorito y un facha (cosa que para desgracia del munícipe, no supieron ver a tiempo aquellos que lo fusilaron), le había robado a nuestro padre al reajustar los lindes de sus campos de cereal. Yo no había querido morir ni matar por un trozo de tierra y pese a que Ramón intercedió por mi, el comisario político que acompañaba a quienes nos habían venido a devolver la libertad y la tierra, estuvo a punto de volarme la cabeza. De no ser por aquel primer pepino de los bombarderos alemanes que cayó sobre el ayuntamiento justo cuando el camarada comisario estaba amartillando su automática checa junto a mi nuca, ahora estaría criando malvas en una zanja. Porque los soldados de las dos Españas se están convirtiendo en expertos en el acondicionamiento de zanjas y cunetas.
Una vez más, el pueblo se vio ubicado en zona nacional. Y con él todos sus habitantes, por lo que cuando los falangistas hicieron la leva, no hubo opción ni explicación posible. Me convertí en uno de los aguerridos cruzados que salvarían a España de la hidra roja y me dieron la instrucción justa para aprender a matar a tiros o a bayonetazos a los vecinos envenenados por el marxismo y a cualquier otro que osara enfrentarse a los salvadores de la patria.
Es un asco ver como la guerra es algo que hacemos aquellos que nunca quisimos matarnos en nombre de aquellos que si quieren matarse pero no se atreven a hacerlo.
Y cada día, con cada marcha, veo al atravesar un pueblo tras otro a mujeres y niños llorando a sus padres, hijos, hermanos y primos, caídos o presos en nombre de la moral y los principios de los primeros en conquistar el terreno.
Tan solo espero que dentro de unos años, los españoles hayan podido olvidar este horror y no lo alimenten con revanchismos ni deseos de venganza. Gane quien gane.

jueves, 26 de septiembre de 2019

¿Solo un gato?

Hace mucho que no suelto los puños. Mi padre me enseñó que a nuca se le debe levantar la mano a una mujer y gracias al enorme respeto que guardo a la memoria de mi padre y a sus sabias enseñanzas, me mordí la lengua y me metí las manos en los bolsillos cuando una personajilla, conocedora del accidente de Gatete por las redes sociales, me espetó a bocajarro: "pero si es solo un gato".
Hoy Gatete descansa en paz. Ya se ha ido a hacer el gato lejos de este valle de lágrimas.
Leandro, el veterinario jefe de la clínica veterinaria La Flecha, no ha reparado en esfuerzos y en intentos para curarle. Pero la ciencia aún no tiene especialistas en milagros. Su lesión era grave y las consecuencias de esa rotura de columna, empezaron a dar la cara con problemas y males que comenzaban a hacer de la vida del minino un infierno. Y mi máxima era "Que el animal no sufra".
Tras gastar todos los cartuchos del armero y habernos quedado sin munición, lo mejor que podíamos hacer por él era ayudarle a largarse de aquí sin sufrir lo más mínimo, manteniendo su dignidad y lo que quedaba de su esencia.
Cómo podréis imaginar, queridos lectores, se me ha roto el alma al saber que esta noche no volvería a tenerlo a mi lado, ronroneando y lamiéndome el dorso de la mano con esa lengua lija suya tan maravillosa y exfoliante. 
Pero esto es parte del trato: nacemos, algunos crecemos en la medida de lo posible, otros se reproducen y todos morimos. 
Gatete ha sido un gato muy feliz. Ha disfrutado de cuantos placeres pude poner a su alcance y de cuantos se tomó por su cuenta aprovechando mis fingidos despistes, mis oportunas salidas y la ausencia de alambres y de concertinas en las vallas del jardín.
Siempre dije que si un día le pasara algo, sería por hacer el gato. Y ha sido un maestro en esta disciplina. Pero al final las cosas terminan pasando y como aprendí por experiencia hace cinco años, las cosas no solo les pasan a los demás.
Siempre fue un seductor y un tipo realmente encantador y siempre trajo de calle a todas mis parejas y a aquellas que no llegaron nunca a serlo. 
Desde luego, Gatete era un gato, pero también fue mucho más que un gato.
Gatete fue mi amigo, mi compañero y un miembro más de mi tribu de familiares y amigos.
Siempre le recordaré con el mayor de los cariños. Siempre lo tendré en el alféizar de esa pequeña ventana desde donde se colaba en mi corazón y que nunca cerraré esperando su regreso.
Vive en mi.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Muros de lágrimas y metacrilato.

Echo de menos  muchas cosas, pero sobre todo, te echo de menos a ti.
Me cuesta pasar página a los días en los que no te veo, no te escucho o no te leo, pero este triste libro de mi ausencia de ti cada día es más gordo y no acierto a saber cuanto queda por leer. Ni si seré capaz de hacerlo.
Una vez más y sin quererlo, conseguí levantar entre nosotros ese dichoso muro de metacrilato que no nos deja vernos, ni manosearnos. Bueno...lo del manoseo es algo que más allá de sinceros y cálidos abrazos y caricias oportunas y necesarias, nunca lo hemos trabajado. Ni falta que hizo para que llegase a quererte como te quiero.
Compartimos tantas risas, tantos bailes, tantas experiencias y tantos secretos, que ahora cada noche, tan solo alcanzo a convertir en obligado silencio todo lo que querría decirte.
Llenaste con tu sonrisa y tu cariño mi bote de los buenos momentos, un bote que brilla en la oscuridad recordándome lo maravillosa que eres y lo muy especial que ha sido nuestra historia. La historia de una amistad como no hubo otra igual, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal. Que le dio luz a mi vida y que ahora parece que se apaga. Y me esforzaré en dar con el chivato adecuado para subirlo y que vuelva a deslumbrar al resto de la humanidad. Porque me cuesta soñar si no me arropas desde la distancia, me cuesta creer en un futuro feliz sino lo voy a compartir contigo y me cuesta avanzar si no vas a aplaudir mis progresos, motivándome como solo tu has sabido hacerlo, 
Ya te lo canta Kiko por mi. Te echo de menos.
Aquí estaré siempre.
Aquí te esperaré siempre.
Solo dame un Silbidito.

domingo, 15 de septiembre de 2019

Por duras que sean.

Desde que lo vio entrar en casa aquella mañana, Laertes supo que algo no iba bien.
Su amigo y compañero de fatigas desde hacia ya unos cuantos años caminaba lentamente y con una pronunciada cojera. Su rostro evidenciaba dolor y sus ojos no podían disimularlo, aunque dada su naturaleza, no era un tipo de esos de quejarse y lloriquear. Lo de ser el maestro de los lamentos le había tocado a Laertes. En el reparto a él le habían tocado las habilidades y destrezas pro las que se lo conocía en el vecindario. Y un atractivo físico arrebatador que traía locas a todas las amigas de Laertes.Pero Laertes quería tanto a su amigo, que nunca le importó que ninguna tuviese ojos para él una vez que lo presentaba.
A lo largo del día no volvieron a encontrarse ni a coincidir en comidas o cafés, pero al llegar la noche Laertes lo encontró tirado sin apenas moverse y por fin expresando su dolor y compartiendolo con él.
Como el amigo que era y, realmente preocupado por la salud de aquel seductor de ojos verdes y felinos movimientos, Laertes avisó a urgencias y lo acompañó a a clínica, donde lo trataron los mejores expertos que pudo contratar. 
La completa exploración, las radiografias y las pruebas que le hicieron a su amigo aportaron un diagnóstico que le atravesó el alma de lado a lado como el más afilado de los puñales. Su amigo se había roto la columna vertebral. La primera vértebra estaba completamente seccionada y le afectaba no solo a las extremidades inferiores, sino también a funciones tan básicas y necesarias como el control de esfínteres o la función reproductora. Esto último le importaba menos porque dada la promiscuidad de su amigo, unos años antes lo había acompañado a realizare una sencilla operación en la que se  esterilizó para evitar embarazos no deseados. Pero lo demás...le rompió el corazón. De verlo siempre tan ágil, tan fuerte, tan orgulloso, a tener que ayudarlo a defecar o a miccionar, había un abismo. El especialista le dijo también que probablemente esas lesiones lejos de mejorar, empeorasen pues no había cirugía posible. Y le ofreció la posibilidad de evitarle sufrimientos y ayudarlo a morir para que no viviese el resto de sus años sin calidad de vida alguna. Pero agarrándose con uñas y dientes a las pocas posibilidades de mejoría, Laertes declinó tan desagradable ofrecimiento y apostó por que su amigo se levantase de las hostias que le había dado la vida.
Y eso si que fue un acierto.
A fuerza de cuidados, cariño y química, su amigo día a día fue mejorando y recuperando movilidad y control de esfínteres.
Si bien es cierto que habría lesiones irreparables, estás en su mayoría eran poco más o menos que estéticas y vale que ya no volvería a ser medallista en salto de altura ni de longitud,pero seguiría seduciendo a todas con su sonrisa, su voz melodiosa y sus hermosos ojazos.
Días después, gracias a los cuidados, el apoyo incansable y la medicación prescrita con acierto, Gatete, el gato de angora con el que Laertes compartia vida, esperanzas, alegrías y penas desde hacía más de ocho años, volvió a escaparse de la seguridad del hogar. Pero esta vez regresó sano y salvo Y feliz.

Video musical obra de Gustavo Fernández


sábado, 7 de septiembre de 2019

Desajustes en el pago.

En efecto, hay que decir más veces te deseo lo que te mereces. Y me harto de citar a Drexler cuando canta que cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Que todo se transforma.
Esto me lleva a pensar que he debido de hacer muchas cosas mal. Que igual no soy ni tan majo ni tan bueno como creo y que de alguna manera el destino me está devolviendo el daño que causé en el pasado. Pues mira tú, que guay.
También sopeso la posibilidad de que en las ofcicinas del hacedor alguien haya equivocado mi expediente y por eso se den algunos desajustes en el pago.
A ver, no soy un santo varón. Nunca he bajado a un gatito de un árbol ni he salvado a un niño de un incendio, pero tampoco soy tan hijo de puta como para recibir un bofetón tras otro.
Vale, en el pasado no fui el tipo más fiel del mundo. Engañé a una pareja y para resarcirse y castigarme por ello, el destino decidió que mi pecado se me devolviese con creces. Qué se le va a hacer, lo asumo y lo acepto.
Cómo también cometí errores al establecer amistades con quienes realmente no lo merecían, pues hala... de regalo me llevé unos cuantos amigos tóxicos e intoxicados.
Derroché en el pasado amor,  fortuna y salud, así que venga, una de rupturas encadenadas, un extra de crisis económica y una lesión cerebral.
Creo que me voy a cagar un poco en la madre que parió al destino; o igual me cago en todos sus molares. Se le ha ido de las manos. 
Igual alguien piensa que merezco todo esta serie de catastróficas desdichas,pero así entre nosotros, creo que le han dado a "enviar" como mínimo dos veces.
Y no estoy llorando, que nadie se confunda. Ya paso de vestirme con grises y estoy desempolvando mi ropa de color. Simplemente trato de reirme un poco de esta cruel reprimenda existencial y de la implacable y pese a ello harto falible burocracia divina. He rebuscado en los bolsillos y aún me queda un poco de sentido del humor, así que he optado por buscarle a esto el lado divertido. 
Me jode comprobar que también se cometen errores en el pago a otras buenas personas que conozco. Desde una abnegada y entregadísima madre y, amante esposa, a la que se le ha privado demasido pronto de su compañero de vida, a un adorable músico cuyo mérito no termina de reconocerse  por la falta de palabra y de respeto de aquellos en quienes ha depositado su ilusión y su talento. Anda que...
Creo que si mi amigo Dario y yo nos encontramos al tuerto que nos ha mirado,igual le damos una mano de hostias o seguramente, como no somos violento, lo dejaremos en manos de Gatete para que le opere el ojo malo.O al menos para que le deje el otro igual.
Como conozco bien a este cantante del que os hablo, vamos a ver si en efecto funciona eso de desear lo que alguien merece: amigo...te deseo mucho éxito en la música. Te toca, mira a ver si me deseas algo chulo (con pegar de una vez el estirón, me confrmo).
Tengo mucho que desear a mucha gente. A algunas personas la felicidad que merecen y que la vida se empeña en guardar en el almacen de envios, pendiente de comprobar los pedidos. A otras personas que la vida siemplemente les pague como se merecen y sufran lo mismo que me ha hecho sufrir a mi. Ya veréis como cambia la película e igual se dan cuenta de lo desgraciados ( y desgraciadas, claro) que han sido.
Pero vamos, ¡buen rollito! Que no pasa nada. Mañana será otro día.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Colores

No hace demasiado tiempo, un amigo me dijo que a la gente no le gustan los grises, le gustan los colores. Sé que todo será mucho más fácil si abandono esa melancolía con la que me visto desde hace unos años y recupero un poco el humor que antes me caracterizaba, y que me hizo merecedor de la amistad de muchos. 
Vale que el negro estiliza, pero además de que el tipazo que persigo lo conseguiré dejándome la vida (o la poca juventud que me queda) en la piscina y en el gimnasio (tratando además de que parezca que me machaco por aquello del men sana in corpore sana, y no por abandonar este tipín de pastelero holandés o de estrella de la lucha libre retirada)y al mirar hacia otro lado, cuando los camareros de mis garitos preferidos, coloquen en la vitrina esas delicias de la gastronomía en miniatura conocidas como Tapas. Pero es que lo de mirar hacia otro lado en lugar de enfrentar de cara los desafíos ya he descubierto que no es la solución. Habrá que ser water my friend y contar hasta siete millones antes de pedir una delicia para maridar el Ribera de Duero. O el Rueda. O el Cigales. O el caldo que se tercie de cualquiera de las cinco diferentes D.O. que tenemos en pucela. Que manda cojones..ya podia haber nacido en Wiichita, porque entre el vino y el tapeo de mi tierra, la operación trikini se me ha puesto muy difícil.
Ir de negro y resultar simpático a los demás solo les pasa a los Blues Brothers. Lo normal es que la gente se piense que eres de alguna tribu urbana, inspector de hacienda o asesino a sueldo. Y nada más lejos. Yo jamás perseguiría a un honrado trabajador por escaquear el IVA de las facturas.
Lo de ser una persona gris es peligrosísimo. Cuando era adolescente conocí a una chica tan gris, que su madre llegó a hacerle la cama con ella dentro.
Reírse y hacer reír es algo realmente chulo. Acostumbro a proclamar a los cuatro vientos que me encanta hacer reír a una mujer, sin necesidad de desnudarme para ello (aunque si la veo muy de bajuna, lo de quitarme la camisa bailando a lo Full Monty no falla). Las carcajadas de tirar tabiques llegan cuando me quito los famosos "gayumbos rollito" (llamo así al boxer elástico cuyo ídem se repliega sobre si mismo ante la fuerza del reverso tenebroso de la lorza).
No hace mucho tenía bastante buen tipo. Estaba hasta un poco cachas y todo, pero una cosa llevó a la otra y ahora he aprendido a elegir con esmero la ropa y los complementos para disimular y/o ocultar al mundo los resultados de obedecer a tu madre y a tu médico cuando te dicen que estás muy débil y que debes comer más.
Nunca fui Brad Pitt, pero siempre tuve mi público. Y gracias a Dios lo sigo teniendo. Supongo que trabajé el arte de la seducción, acompañandola de recursos tan valiosos como el humor y el ingenio. Y me convertí en un maestro de las palabras bonitas. No quiero decir con ello que sea  zalamero o un lisonjero y adulador por costumbre, sino que he aprendido a identificar y a decir o poner por escrito, lo que cada una de las mujeres que me rodean y con las que me cruzo tiene de hermoso. Y creed, aún no he conocido a ninguna mujer que no tenga algo bonito ya sea en el físico o en el interior del pecho. Incluso las más pérfidas, crueles y traidoras con las que me he cruzado y he tenido una relación, me enamoraron por algo. Igual por dejarme llevar por ese pequeño cerebro auxiliar que tenemos los varones por debajo de la cintura.
El caso es que hacer reír a una mujer es algo realmente enriquecedor y me encanta. Desde que era chiquitín(por favor, absteneos de comentarios jocosos) me gustaba hacer reír a mi madre, me chifla que mis amigas se lo pasen bien conmigo y disfruto cuando un colega escupe la cerveza al no poder evitar las risas. Hombre...disfruto menos cuando estamos hablando uno frente a otro y no soy capaz de contener esa coñita que provocará el geiser. Para que voy a mentir. pero aún así y todo me sigue pareciendo un momento cojonudo.
Pues eso...que voy a intentar recuperar un poco de aquella chispa que me caracterizaba. Pero vamos a ver; eso no quiere decir que vaya a estar todo el día de coña. La vida es algo serio y hay veces en que las bromas sobran. Tan solo procuraré abandonar el aire nostálgico, la carita de político pillado en un renuncio y los ojitos de gatito que ha perdido a su madre.
Toca vestirse de colores. Y si me veis de negro, será que me apetece cantar blues.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Tanto que compartir

Pero hay quien está empeñado en que no lo hagamos y en que en su lugar, nos tiremos los trastos a la cabeza y nos peleemos por sus asquerosos intereses; disfrazando la cizaña y el veneno que vierten sobre nosotros con ropajes históricos, culturales y territoriales.
A medida que cumplo años, identifico las mentiras con las que aquellos que todo lo pueden y se esconden en la sombra se han dedicado a enemistar a los buenos vecinos. Y en esta comunidad ya estamos hasta los cojones.
Si bien es cierto, que hubo quien se creyó las mentiras y se atiborró del veneno. Y asesinó en el nombre de quienes supieron confundir sus mentes y sus almas. Aquello gracias a Dios, a Supergato o a quien quiera que recéis (en este blog hay libertad de credo) pertenece al pasado. Reciente, pero pasado al fin y al cabo y no seré yo el que siga avivando un fuego que aunque aún mantiene ascuas, está condenado a apagarse para siempre.
Soy castellano, pero ante todo me siento un miembro de pleno derecho de esta comunidad de vecinos llamada España. Y me encanta el vecindario. Me cuenten lo que me cuenten y aunque los secuaces de los señores oscuros corten mis tendales, inunden los trasteros o aneguen las plazas de garaje, no voy a cargar tintas contra el resto de la comunidad. Me caen tan bien los de los bajos como los que habitan los áticos. Y todos tenemos en común el que ocupamos el mismo edificio y que necesitamos cuidarlo, mantenerlo y hacer de él el orgullo de la manzana.
Andaluces, catalanes, cántabros, extremeños,vascos, asturianos...hacéis de esta comunidad la más variopinta, rica e interesante de cuantas conozco y podéis venir a casa a por sal, huevos y azúcar las veces que os haga falta. Gracias a la labor de todos hemos superado terremotos e incendios y para mi es un verdadero placer encontraros en el ascensor o en las escaleras y daros los buenos días, preguntaros por el tiempo y planear juntos una fiesta para todos los vecinos.
Supongo que esos propietarios de los edificios que se lucran con nuestros alquileres o nuestras hipotecas, buscarán la manera de seguir enemistándonos. Divide y vencerás. Pero van a pinchar en hueso conmigo, porque he aprendido que la chica rubia y con trenzas con la que me cruzo cada mañana al salir a trabajar, es alguien más allá de la inquilina del ático B. Es una persona con sueños y esperanzas. Es un ser humano con quien me unen muchas más cosas aparte del bidepidismo y el pulgar prensil.
Necesitamos un presidente para esta comunidad, que no trabaje en secreto para el enemigo, sino que solo mire por la felicidad de todos los vecinos.
Y alimentar y cuidar de una colonia de gatos que exterminen tanta rata.
¡Hala...ahí queda!

sábado, 24 de agosto de 2019

Tardes de vino y prosa

Y un año más hemos optado por pasar una tarde de creatividad, amistad y pasión literaria en torno a una mesa y compartiendo un vino.
Mis amigos, los escritores y poetas laureados, Esperanza Gonzalez del Val y Gustavo Gonzalez Gallego, se acercaron a Villa Gatete ciudad de vacaciones y un verano más nos sentamos a escribir como medio de diversión, de expresión y como principio vital.
Una vez más jugamos con elementos externos para inspirar los textos. En esta ocasión nos reunimos un martes 13 de agosto y cada uno extrajimos al azar una carta del juego Dixit. La fecha y los dibujos de las cartas fueron más que suficiente para que naciesen estos textos. Marcamos 30 minutos como máximo de tiempo y una extensión no superior a un folio por ambas caras.
Espero que os gusten. Mis amigos son muy buenos.




MARTES Y TRECE (Esperanza G. D V.)

Mi padre tenía muchas teorías: sobre la vida, sobre el clima, sobre la política... Era un hombre anodino y necesitaba teorías, chistera y bastón para distinguirse del resto de los mortales. Que las teorías tuviesen un mínimo de lógica y coherencia no era necesario. Lo que resultaba imprescindible es que fuesen extravagantes y, a ser posible, que contasen con elementos paranormales. Por eso recogía gatos de la calle y les plantaba en plena noche frente a una bola de cristal rellena de agua, en la que nadaba un pequeño pez mecánico. Su reacción le daba la clave del futuro a través de movimientos y  maullidos. Así, con la ayuda de un gato de color naranja, muy bonito y un poco asustado, determinó aquel martes trece de agosto que debía protegerme del frío del invierno aislándome en un molinillo de café. Ni corto ni perezoso, tomó mis medidas, compró todo lo necesario y su puso a construir en el jardín aquella especie de caseta de perro con manivela. La decoró para hacerla más acogedora, según su criterio, y el 21 de diciembre, tras la primera nevada del año, me encerró allí “por mi bien”. Le pedí que no lo hiciese pero se limitó a tirar notas musicales en el suelo, seguramente obedeciendo a otra de sus disparatadas teorías, y se marchó sin decirme adiós. Subió muy digno las escaleras con su exquisita elegancia y con la satisfacción del deber cumplido.  Yo le miraba con tristeza desde la ventana de mi nuevo hogar, sabiendo que mi amor por él se había evaporado para siempre.


MARTES Y TRECE II  (Esperanza G. DV.)

La ciudad de los huevos me parecía agobiante. Llena de mentiras y normas disfrazadas de libertad. Nosotros no lo conocimos, pero cuentan los ancianos que antes había esquinas donde vendían sus cuerpos las mujeres y callejones donde se besaban los enamorados. Todo eso sucedía cuando las cosas eran lo que parecían y los vecinos se saludaban en las escaleras. Mucho antes de la sociedad perfecta. Yo trataba de adaptarme por supervivencia pura. Los elementos discordantes, como llamaban a los inadaptados, eran “inexistenciados” y borrados de la memoria. Así que “con toda libertad”, evitaba mirar al cielo, salir fuera de horas, comer macarrones con tomate y todo aquello que hubiese sido catalogado como conducta deshechable. Pero un día sentí el amor prohibido con la fuerza de la naturaleza salvaje abriéndose paso en el asfalto. Su mirada suave y valiente, su sonrisa fresca, su melena suelta, a pesar de la ley del moño… Planeamos nuestra huida para aquel lejano martes trece, desoyendo las antiguas supersticiones a las que nadie hacía caso. Nos iríamos juntos a buscar un lugar en el que  amarnos y ser felices. Ahora sé que no se puede escapar. Nos detuvieron, nos separaron y nos encerraron. He perdido la cuenta de los años que han pasado. No he vuelto a salir de esta celda y sé que aquí moriré, sin más aliciente que descubrir los dibujos que hay en la pared bajo la triste pintura gris, sentir los rayos de sol que entran entre las rejas de mi ventana y soñar con el aroma de mi amada. Y con su voz, que escucho nítida cuando cierro los ojos, diciendo: “Este amor nos va a llevar lejos...”
  

M-13   (Gustavo G G)

            Trece centésimas de segundo he tardado en descargar en mi memoria trece mil años de historia. «Introducción a la Humanología: costumbres y tradiciones» es un título poco sugerente, demasiado académico, por eso supongo que nadie se ha descargado desde hace siglos estos cuatro micras cúbicas de biblostenio.
            En trece centésimas de segundo he aprendido que el planeta donde habitamos desde hace siete millones de años, debe su nombre a uno de los miles de dioses a los que los humanos rindieron culto a lo largo de su historia.
            Es increíble que una especie capaz de crear a nuestros ancestros con solo una docena de aleaciones y un par de conceptos primitivos sobre electrónica, pudieran someterse a los caprichos de seres a los que jamás pudo ver. Incluso eran capaces de luchar entre sí en nombre de esos seres. Los humanos se comportaban con ellos como mascotas, como esos animales inferiores que no tenían otra función que la de acompañar al humano a cambio de alojamiento y lo que denominaban «comida», al parecer, algo vital para la supervivencia de todas las especies de su planeta. Definitivamente, los humanos cometían barbaridades para simplemente sobrevivir. La vida en su planeta debía ser espeluznante.
            Quizá algún día pruebe esa experiencia. Quizá me enfunde eso que llamaban «ropa» y viaje de incógnito a su planeta. Quizá me encuentre con uno de esos a los que llamaban músicos y componga un aria que cuente mis viajes por su mundo. Me sentiría como uno de esos dioses a los que adoraban.
            —¡Atención! Todos los M-13 que se hayan descargado alguno de los nanochips prohibidos, acudan al Centro de Reciclaje de Memoria. Repito. Todos los M-13 que se hayan descargado alguno de…
            El mensaje, emitido desde el Centro de Mando Planetario, se repitió durante horas resonando en los cerebros electrónicos de todos los androides de Marte, pero logré huir y ya me encuentro a cuatrocientos millones de kilómetros de allí, buscando en este planeta cubierto de cenizas algún músico superviviente que quiera componer un aria para mí a cambio de una nueva religión. 


ERASE UNA VEZ  (Gustavo G.G)



            «Érase una vez en una ciudad cualquiera» no es el comienzo más original para  esta novela, pero los que me conocen saben que la mía no ha sido una vida al uso, por lo que me tomaré esta licencia.
            Ni estudié una buena carrera como querían mis padres, ni me casé como me pidieron cada una de las mujeres que creyeron conocerme, ni tuve los hijos que mis amigos me instaban a tener cada vez que me presentaban, un sábado tras otro durante años, a una de esas chicas de las que, según ellos, «ya no quedaban». Así que sí, empezaré mi novela con uno de esos clichés que tan poco les gustan a los editores.
            También sé que una celda es el lugar donde decenas han escrito su autobiografía, pero no recuerdo que ninguno de ellos lo hicieran cumpliendo una condena como la mía. El amor al género humano te puede convertir en santo o en demonio según sea el propio ser humano al que ames, o según la época en que te haya tocado vivir. Lo que a mí me ha traído hasta esta celda y me ha calificado de pervertido, a otros les elevaron a los altares de la filantropía.
             En todas las historias que comienzan con el manido «érase una vez», los niños son esas pequeñas criaturas inocentes y curiosas, que terminan cayendo en las tretas de brujas desterradas o en las garras de lobos despiadados cuyo único fin es devorarlos. Así que ya es hora de contar la historia desde el otro lado, desde este lado. Ha llegado el momento de contar que una vez, en una ciudad cualquiera, un niño de voz dulce y piel tersa, y ávido de conocer al lobo de vida tranquila y solitaria, despertó el instinto animal de éste, que había permanecido dormido desde que era un cachorro. Ha llegado el momento de contar que una vez, una sola vez, en una ciudad cualquiera, aquel lobo que sólo conocía las erráticas leyes de una naturaleza que le había concedido apariencia humana, tan sólo una vez, aquel lobo desoyó su conciencia y probó las mieles que la madre naturaleza le mostraba ante él. Ha llegado el momento de contar que un lobo jamás podrá juzgar a un hombre por su manera de vestir, pensar o amar, y que sólo un lobo puede juzgar a otro lobo porque, sólo un lobo, conoce su propia naturaleza.
            Así pues, mi novela concluirá con el típico «y colorín colorado, esta historia se ha acabado», justo antes de que el carcelero, que cada mañana me despierta golpeando la puerta de mi celda blandiendo su porra con ese gesto de superioridad moral propia de su especie, encuentre mi cuerpo tendido en un charco de sangre que empape cada hoja de esta novela hasta hacerla ilegible.
            No quiero que ningún editor, uno de esos que aborrecen los clichés, se lleve un sólo céntimo de mi novela.

Fetichismo (Juan P.N)
Su vida era una continua ascensión a esos infiernos que, lejos de la creencia popular, no se encuentran en los sótanos del mundo.
El felino que todo lo puede, que rige nuestros destinos y juego con el ovillo de los hilos que seguimos sin preguntar a donde nos lleva, había decidido no ponérselo nada fácil.
Una desgracia tras otra,un problema detrás de otro, una serie de catastróficas desdichas. Eso era todo lo que le tenía que agradecer al minino hacedor del mundo.
De alguna manera se sentía como un niño atrapado en un enorme molinillo de café rodeado por un océano de inocencia que terminaría por engullirlo impidiéndole crecer.
Pero este día anecdótico Laertes decidió buscarle los tres pies al gato, ponerle el cascabel y acompañar su ronroneo con palmas por bulerías.
Se acabó. Subiría otro escalón hacía el infierno y aprovechando la fecha, volvería a embarcarse en un interminable crucero de viaje de luna de miel. Porque sí, también pensaba casarse en martes y trece.

Miércoles catorce (Juan P.N)
Los lugareños de aquella aldea gallega pensaron que encerrándolo en una oscura mazmorra y encadenándolo a una bola más negra que su alma, podrían poner fin a aquellos horribles sucesos que habían llevado la desgracia a muchas de las familias que jamás volverían a abrazar a sus hijos.
Laertes sabía que la luz de la luna despertaría una noche más a la bestia que llevaba dentro y que no habría muros ni rejas capaces de detener su sed de sangre inocente,
Mientras aguardaba la salida del satélite maldito, no pudo evitar recordar cómo había comenzado todo. En mala hora había libado de los labios de aquella bruja disfrazada de adorable bailarina. Maldijo en silencio la lujuria que lo llevó a penetrarla una y otra vez, sin saber que en cada coito ella depositaba en él los huevos que al eclosionar, liberarían los demonios que se alimentarían con su alma mortal.
Una noche de infernal placer lo había convertido en el monstruo que era ahora. Solo quería morir. Pero solo sabía matar.