jueves, 30 de abril de 2020

Pedir perdón

Porque pedir perdón es algo que siempre debe ser sincero. No sirve de otra forma. No limpia de otra forma. 
Hay que entender que pedir perdón, cuando nace del deseo real de ser perdonado, es algo que tiene que haberse alimentado del arrepentimiento y del propósito de enmienda. Sino no tiene sentido.
Y no vale que te perdonen porque sí, por no quemar más naves, por no hacer más grande esa bola de nieve que comenzó a rodar ladera abajo con la primera metedura de pata, y que fue creciendo en su camino al arrastrar multitud de errores.  El perdón tiene que derretir el hielo, tiene que disolver la nieve, tiene que conseguir que se convierta en el agua que riegue los buenos propósitos y haga brotar ese nuevo ser desinfectado de confusiones, de daño y de corruptas buenas intenciones.
Porque sí. Porque a veces las mejores intenciones se corrompen sin darnos cuenta y ese germen, que pudre lo que creías un hermoso regalo para las personas que quieres, se alimenta de los fallos que cometes al dejarte llevar por la ilusión y al no detenerte a pensar las consecuencias del presente ya podrido.
Y duele.
Duele mucho reflexionar y comprender que te has vuelto a equivocar. Que no querías hacer daño, pero lo has vuelto a hacer. Que tu cariño hacia aquellos que quieres se distorsionó y se transformó en otro motivo más para continuar en el bucle de la disculpa.
Y estás ya cansado de vivir excusándote sin aprender de los errores. Estás agotado de saber que tensas tanto la cuerda que en cualquier momento se terminará rompiendo. Y no quieres que se rompa.
Así que una vez más y deseando abrasarte con ese  fuego en el pecho que cauterizará la herida, agacharás la cabeza arrepentido, enterrarás las escusas en el jardín y tratando de que no te tiemble la voz, volverás a pedir perdón.

domingo, 26 de abril de 2020

¿Puedes oírme?

Papá ¿Puedes oírme? ¿Puedes verme?¿Puedes encontrarme a través de las sombras de las noche?
Esta canción de la banda sonora de la película Yentl, magistralmente interpretada por la cantante y actriz Barbra Straisand, siempre me emocionó. Y hora más que nunca.
Debe de ser algo normal entre los seres humanos. Cuando nos asustamos, cuando estamos confusos, cuando tenemos miedo, recurrimos a nuestros padres. Igual que cuando nos aflige una pena muy grande o nos atormenta un dolor insoportable, entre suspiros y sollozos e intentando contener las lágrimas llamamos a nuestras madres. Todos hemos visto imágenes de soldados abatidos en diferentes conflictos a lo largo del planeta que, empapados en sangre, llamaban a sus madres desde el suelo.
Hace más de cuarenta días que permanezco en casa junto a mi madre y dos de mis hermanos. Hace más de cuarenta días que trato de estar a la altura de lo que mi padre nos enseñó y hace más de cuarenta días que trató de cuidar a los míos como mi padre cuidó de mi hasta el mismo día de su muerte, Pero no voy a osar compararme. Él fue siempre un hombre inteligente, fuerte, resolutivo, justo y seguro de si mismo y yo, a veces me pregunto si a pesar de mis cuarenta y cinco primaveras, mi larga colección de historias de amor y mi afición por exponerme al dolor más intenso que es el de la traición de las personas que amas, soy ya un hombre.
Intento aportar tranquilidad, seguridad, armonía, cariño y buen humor durante este confinamiento. Intento mantener la llama de la antorcha que recogí de las manos de mi padre cuando el destino decidió que ya era hora de hacer el relevo y rezo pidiendo que se me ayude a ayudar,que se me de el acierto, la inteligencia y la fortaleza para hacerlo. Pero a veces tengo miedo.A veces dudo y creo que jamás seré la sombra de lo que mi padre fue y a veces,de pie junto al árbol del jardín de casa donde se enterraron parte de sus cenizas, le pido que me asesore y me aconseje, como hizo en el pasado aunque en muchas ocasiones fui un hijo torpe y egoísta, que antepuse mi bienestar y mis caprichos al espíritu de sacrificio y al esfuerzo por el bien común y por el bien familiar que mi padre trató de inculcarme.
Y a veces puedo escucharle hablarme sin palabras. A veces siento que en la distancia me reconforta y vuelve a abrazarme y a perdonar mis muchos errores.
Intentaré que llegues a sentirte orgulloso de mi.
Volveremos a vernos, papá. pero aún no. Aún no.
Fuerza y honor. 

domingo, 19 de abril de 2020

Barbecho

Nada puede crecer ya en mis labios si no los riegas, si no siembras besos, si no cultivas cariño.
Mi boca está yerma y abandonada. Hace más de un mes que la pusimos en barbecho y aunque la abonas cada día con llamadas telefónicas, wasaps y videoconferencias, va a ser muy difícil que la cosecha de amor vuelva a llenar nuestros silos.
Trato de imaginarte a mi lado y al abrir un vino siempre saco dos copas. Al acabar la botella solo tengo que fregar una de ellas. Y me duele tanto devolver la tuya inmaculada a la vitrina que me estoy planteando seriamente dejar de beber. También voy a dejar de bailar. Arrastro los pies a ritmo de tango y las baldosas echan de menos tus zapatos de tacón. Yo echo mucho de menos poner mi mano en tu espalda y sentir tus muslos milongueros resbalando contra los míos.
Como dice la canción, "me manché de tango". Lo cierto es que me he puesto perdido al escuchar a Gardel sin tomar las debidas precauciones. 
Cada noche regalo un abrazó al vació que dejó tu cuerpo en mi cama. Cada noche apago la luz furioso porque no siento tu aliento en mi nuca. Cada noche deseo que salga el sol lo antes posible y así habrá pasado otra noche de soledad y nostalgia. Al despertarme la luz me recordará que ya queda un día menos para volver a acariciarte y la esperanza será la semilla que esparcir en mis labios.
Cómo decirte que te echo  de menos. Cómo escribirte que imagino reencuentros sin mascarillas y sin guantes, sin ropa y sin tabúes, infectándonos la piel con caricias eternas.
La distancia social nos curará de virus y enemigos microscópicos, pero echará a perder los hermosos campos de amantes que embellecen el paisaje de mi tierra.
Y aún así y todo, resistiré.

sábado, 11 de abril de 2020

Calma

Laertes decide aprovechar el confinamiento.
En el pasado él ya vivió confinado en una prisión birmana durante exactamente dos años y un día. Aquello si que fue realmente duro. Uno de sus primeros trabajos terminó reventándole en la cara y cuando el juez birmano golpeó con su mazo al dictar sentencia, el golpe no solo se escuchó en toda la sala. Retumbó fuerte en el interior de su pecho. Aunque al haber fallecido el único testigo del crimen, solo pudieron condenarlo por tenencia ilícita de armas y asociación criminal, se juró a si mismo que nunca volvería a cometer un error y que en caso de cometerlo, no se dejaría atrapar con vida.
Pero ha llovido mucho desde entonces y el atrevimiento y las prisas propias de los primeros trabajos dejaron paso a la reflexión, a la prudencia y a un meticuloso diseño de los detalles de cada plan.
En aquella sucia celda de dos metros cuadrados que debía compartir con un eunuco malayo al que enseñó modales a golpes  diez minutos después de que el carcelero cerrase la puerta tras él, aprendió a optimizar el tiempo, a no volverse loco, a mantener la forma física y a charlar con sus demonios.
Por eso ahora este obligado confinamiento en su chalé de una urbanización casi desconocida, poco habitada  y muy alejada del  núcleo urbano, le resulta más un periodo vacacional que otra cosa. Tiene la despensa bien aprovisionada, tabaco de sobra, jardín y ganas de que el caos en el que se encuentra la práctica totalidad del planeta sea el estímulo que necesita para ajustar cuentas y terminar de una vez por todas con un par de cabos sueltos del pasado que aunque no pueden perjudicarlo ya de ninguna forma, está deseando ejecutar, más que nada, por darse el gusto y quitarse la espinita.
Quédate en casa, le dicen a todas horas y por todos los medios, y él no será quien desobedezca a la OMS.
Cada tarde a las ocho en punto sale al jardín puntualmente a aplaudir a los sanitarios y a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Al margen de su trabajo, Laertes cumple estrictamente con las normas exigidas para vivir en sociedad y es un ciudadano ejemplar y modélico. Hasta que se demuestre lo contrario.
En estos días de confinamiento la gente ha decidido permitir que afloren todos los buenos sentimientos frenados por la vorágine de una vida moderna que no concede apenas tiempo para pensar en uno mismo. Como para pensar en los demás. Ahora todos se echan de menos, todos se mandan wasaps, abrazos virtuales y libres de contagios, canciones, vídeos de niños que quieren salir a la calle y  planean reencuentros maravillosos, Pero él no. Él tiene muy claro a quien quiere abrazar. Y a quien quiere matar,
Laertes ha aprendido a vivir sin acelerarse. Ya pasó por ello, ya aprendió que si no frenas tú, te frenará la vida de la forma que sea; con un infarto, un accidente, una crisis de ansiedad en el mejor de los casos o una espantosa enfermedad degenerativa en el peor. A él ya lo frenaron con un certero disparo con agujero de entrada en el pectoral izquierdo y agujero de salida por la espalda que rozó peligrosamente su médula espinal y que de haberla alcanzado, lo hubiese dejado tetraplégico de por vida. Tras varias operaciones en la intimidad de una clínica privada regentada por una familia de la camorra napolitana y una larga y costosa recuperación en un hotel de Capri perteneciente a los mismos mafiosos, Laertes puede decir que volvió a nacer.
Ahora, que sabe mantener el pie lejos del acelerador vital y que disfruta de la soledad, del tiempo y de todo lo que una mente cultivada puede sacar de él cuando sobra; pasa los días leyendo, haciendo ejercicio en el gimnasio que se instaló en la habitación junto al garaje y diseñando los dos asesinatos por los que cobrará en una moneda que no cotiza en bolsa pero vale más al cambio que el bitcoin: tranquilidad de espíritu. En realidad no los considera asesinatos, sino la demorada ejecución de la sentencia de dos condenados a muerte por el tribunal existencial, al haber cometido unos delitos tan graves que ni el mejor abogado celestial podría conseguir su absolución.
Tiene a los dos objetivos perfectamente localizados desde que ya hace unos años comenzó a controlar todos sus movimientos. Sabe donde viven, donde trabajan, lo que acostumbran a comer, cuando follan y si alguno de ellos ha fingido el orgasmo o no. Ella suele fingir...siempre fue una embustera. Él sin embargo se corre a gusto sabedor de que ese coño que lo aloja dos o tres veces por semana no le pertenece y, cada vez que alcanza el zenit, sigue felicitándose por haber sido capaz de robárselo a su dueño original como tantas otras cosas que le quitó, entre ellas la inocencia.
Las circunstancias se lo han puesto muy fácil, quizás demasiado. 
Lunes 13 de abril, diez en punto de la noche. Laertes escoge una Walther P8 con silenciador, comprueba que el cargador está completo de munición de 9 mm con la punta hueca y elije un DNI falso cuyo nombre es idéntico al que figura en un carné sanitario donde consta su especialidad como médico neumólogo. En caso de que algún control rutinario lo haga parar para comprobar si se está moviendo justificadamente, no tendrá ningún problema.
Conduce hasta el barrio obrero de Valladolid donde los objetivos han fijado su residencia. Una vez aparca el coche lo más cerca del portal donde va a realizar el trabajo que por primera vez más que trabajo es ocio, se coloca una mascarilla FPP2 y unos guantes de cirujano y sonriendo, se prepara emocionalmente para ello. Va a disfrutar y no quiere que el placer lo confunda y le lleve a cometer algún error. 
Hace falta que no se abandone a la emoción del momento. Calma. Mucha calma.
Con suma facilidad fuerza la puerta de acceso al edificio. Sube los dos pisos por las escaleras y al llegar a la puerta de un piso pequeño, barato y sin encanto alguno, tarda aproximadamente cinco segundos en abrir la cerradura sin hacer el menor ruido. 
Los encuentra cenando en la cocina. En ese momento ella se está llevando a la boca el tenedor con algo parecido a tortilla francesa, pero no tiene tiempo para saborearlo. El silenciador de la automática ahoga el estruendo de las dos detonaciones que la destrozan el rostro. Una bala entra por la boca rompiéndole los dientes y saliendo por la nuca, la otra le atraviesa el ojo izquierdo esparciendo por la pared azulejada sangre, huesos y trocitos de cerebro.
Con él se deleita un poquito, pero lo justo para no dejarse llevar en exceso. De un culatazo le rompe la boca impidiéndole gritar y haciéndole caer al suelo de rodillas con las manos tratando de detener la hemorragia y sollozando sin poder llorar como le gustaría. Le apoya el cañón en la frente y antes de apretar el gatillo se levanta la mascarilla con la mano izquierda para que pueda saber de donde vienen los tiros(nunca mejor dicho). La víctima lo mira con sorpresa y podría decirse que con incredulidad. Está claro que no puede creerlo capaz de aquello. Y no le falta razón. El Laertes del pasado, aquel al que habían destrozado la vida, hubiera sido incapaz de esto. Pero la vida da muchas vueltas y si no te agarras bien, sales volando en una curva. O el destino se coloca a tu lado y te dispara a través de la ventanilla.
Una hora después, Laertes termina de darse una ducha reponedora. Se tumba en la cama desnudo y feliz, pone la canción de Drexler "Todo se transforma" en el estéreo del dormitorio y enciende un pitillo con su mechero de gasolina. Plácido como un bebé, piensa: Hay  que ver,nada tan agradecido como el acostarse feliz, satisfecho y con el deber cumplido.



miércoles, 1 de abril de 2020

¿Resistiré?

Estoy convencido de que sí, lo haré. He podido con cosas peores y ahora no solo debo resistir, sino que debo colaborar en la medida de lo posible a que otros resistan.
Cuando pasé por lo que resulta que se llama una ECM (experiencia cercana a la muerte) mi visión de la vida  cambió por completo y a la labilidad resultante de mi lesión cerebral, se unió el cambio de percepción de la realidad y comprendí al fin la verdadera importancia de palabras como familia y amigo, que tendemos a incluir en el saco de las cosas que están ahí y que siempre van a estar. Pero no. Un día puede que no estén y la toma de conciencia de esta demoledora realidad en carne propia me  llevó a considerar las cosas de una forma muy diferente. Ahora veo que ese cambio de visión está llegando también a multitud de personas que sin haber sufrido un accidente de tráfico que los llevase a la UCI en estado de coma, se dan cuenta de que la muerte está ahí y que al estar confinados, se arrepienten de no haber dicho a familia y/o a amigos que los querían tantas veces como querrían haberlo hecho. Pero nunca es tarde.
Tenemos que resistir porque más allá del confinamiento, de la privación de libertad, de no poder acudir al trabajo con todo lo que eso conlleva, de no poder reunirte con pareja, amigos, familiares y de no poder disfrutar de los pequeños placeres de la vida, la vida en toda su plenitud nos está esperando si somos capaces de poner los medios, de resistir.
Incluso aquellos que se infecten y que sufran el  ingreso, no deben de tirar la toalla. Esto no es una sentencia de muerte. Más del 80% de los infectados salen adelante.
Será muy triste ver como  caen muchos vecinos, amigos, familiares, compañeros de trabajo, de estudios...pero rendirse nunca debe ser una opción. Resistir y plantar cara con las armas que tenemos a nuestro alcance es nuestra obligación y esas armas son quedarnos en casa, evitar picarescas y ardides para tratar de disfrutar de lo que ahora no nos está permitido y sobre todo evitar contagios por este tipo de imprudencias.
Tenemos que tener en cuenta que quienes más están sufriendo las consecuencias médicas de esta crisis son nuestros mayores. Ellos y el personal médico y las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que están en primera linea jugándosela por todos nosotros. Los mayores por descontado merecen toda nuestra atención y todo nuestro respeto, todo nuestro agradecimiento, nuestro cariño y nuestros cuidados y es una vergüenza que haya incluso quien haya promovido el abandono de los mayores a su suerte. Les debemos mucho, demasiado, y tenemos que hacer lo que esté en nuestra mano para que no sufran los estragos que está causando este puto bicho.
Médicos, enfermeros, auxiliares y personal sanitario en general,militares, policías, guardias civiles y todos los cuerpos armados demostraron valor,compromiso y sacrificio al acudir a la llamada y servir en primera linea. No basta con aplaudirlos a las ocho de la tarde, hay que ser solidarios con ellos y respetar el confinamiento  que es la única manera efectiva de echar un cable que tenemos para que vuelvan a casa sanos y salvos.
Esto pasará. Está siendo muy duro, muy triste, muy problemático. Y después de que pase la crisis sanitaria vendrá la crisis económica. Y también pasará por dura y difícil que se presente la economía. Podremos con ella y saldremos adelante. Porque somos un pueblo duro y acostumbrado a enfrentar condiciones adversas y a escribir con letras de oro en los anales de la historia el nombre de España.
Y por favor, no perdamos el humor. Yo pasé por circunstancias muy duras y muy difíciles. Por un ingreso hospitalario de más de mes y medio, por más de tres años de baja laboral, dedicando las jornadas a extenuantes sesiones de recuperación física y de no menos agotadoras terapias y tratamientos psicológicos, pero resistí. Conseguí recuperar la vida, el futuro y el humor. La vida siguió, pese a todo y sobre todo y durante estos años tan difíciles me golpeó con la perdida de seres muy queridos y muy importantes para mi. Pero también me regaló días muy felices con la llegada a mi historia de nuevos amigos, de una mujer maravillosa y de reconocimientos literarios, publicaciones y nuevas oportunidades en cuanto a lo profesional. 
Y es que esto es vivir, el dolor y la alegría son parte del trato y no siempre podemos alcanzar lo que nos proponemos, pero RENDIRSE NO ES UNA OPCIÓN.
Por eso hay que armarse de valor y de paciencia y resistir.
Y creerme, queridos lectores, llegará un día en el que al mirar hacia atrás, sonriamos al pensar que vivimos una pesadilla, pero conseguimos despertar.