domingo, 23 de abril de 2023

Mi turno


  Soy de los que piensan que las cosas nunca pasan porque sí, pasan porque tienen que pasar, nos vengan bien, nos vengan mal, pero suceden.

Y el pasado viernes me pasó algo realmente chulo que creo fue un poco la confirmación de que todo tiene un sentido.

Comí con una buena amiga y con su hija adolescente, Carla, una adorable y pizpireta jovencita a la que le gusta escribir, y que por lo que he podido intuir también utiliza la escritura como necesaria catarsis para sacarse fuera los demonios.

Después de disfrutar de la deliciosa e impresionante hamburguesa gourmet que presentará este año el Vayco al certamen provincial, en el que ya cosecharon premios en la anterior edición con una hamburguesa de quitar el sentido, pero no tan fabulosa aún como la de este año, nos entregamos al placer literario (por aquello de sumar placeres y hacer de la comida juntos algo espectacular).

Quise poner a prueba su creatividad y tras pedirle a Carla que sacara un folio de la mochila y que lo dividiese en dos (he aprendido que con los adolescentes hay que predicar con el ejemplo, y compartir los retos participando con ellos de lo propuesto para ayudarlos a vencer la vergüenza inicial y a expresarse con soltura), le propuse que escribiéramos un microrrelato en cinco minutos. Para ello pedimos a su madre que dijera tres palabras al azar que debían ser el motor de creatividad del texto y aparecer en él, y creo que conociéndome como me va conociendo, el inconsciente le hizo elegir las palabras azul, amor y corazón. 

Obviamente me solté con facilidad y en muy poco tiempo terminé mi texto, en el que una vez más evidencié mis traumas y mi necesidad de que me quieran bien, no de que me quieran y ya, pero para mi sorpresa al minuto de haber terminado yo Carla finalizó el suyo y cuando me lo dio a leer, supe que allí había un diamante en bruto. En unas pocas líneas, esta jovencita escribió un sorprendente relato que comenzaba en modo adolescente clásico, pero que poco a poco iba mutando para concluir con un acertadísimo giro de guion y un final inesperado y cruel, justificado por un amor desplazado.

He estudiado magisterio de música, pero más allá de las distintas prácticas en colegios españoles e italianos (terminé la carrera en Italia e hice allí las prácticas de fin de curso) de haber trabajado con una sobrina muy inteligente y muy sensible que comenzó a escribir un blog con 10 años y que ya ha ganado algún premio, y de las charlas/coloquio sobre la literatura que he compartido con miles de estudiantes de mi comunidad, al leer el micro de Carla supe que tenía que trabajar con ella y poner a su disposición lo aprendido en los años de distintos talleres literarios y facilitarle lo que me llevó a ganar muchos premios de escritura creativa, y aquello que hace que gracias a escribir no pierda la razón y no me termine arrojando a la vía al paso del expreso del norte.

Algo me dice que esta morenita de ojos expresivos y con una creatividad fuera de lo normal que ya ha comenzado a experimentar con el amor y sus mieles y condenas, puede llegar muy muy lejos en el terreno literario. Y si ella quiere me encantará ser partícipe de su más que asegurada evolución y de sus futuros reconocimientos.

Es mi turno y voy a ello. 

Aquellos que me conocen saben que soy católico (aunque soy un pecador de manual y en absoluto un beato), y en ese rato de introspección y terapia privada que llamamos oración, acostumbro a pedirle a mi Dios que se me ayude a ayudar como a mi se me ha ayudado. Y puede que aquí tenga la respuesta a mis oraciones.

El tiempo lo dirá.

 

miércoles, 19 de abril de 2023

Miedo a volar

 


Puede que simplemente todo se reduzca a eso. Él, que es tan aficionado a los juegos de palabras, cae en la cuenta del nuevo sentido que cobran esas que en si mismas y por si solas se arman de muy distintos significados.

Al convencerse de que por mucho que lo intente no conseguirá dormirse, primero extrae del bolso negro que lleva cruzado en bandolera el libro electrónico que lo acompaña allá donde vaya, y en el que almacena más de doscientos títulos de muy diversos géneros con los que llenar sus momentos vacíos, matar los ratos de espera o como hoy, desafiar al insomnio. Pero la habitual intensidad que desorganiza su mente, confunde su alma y sacude su corazón le impide concentrarse y enojado vuelve a guardarlo. Son las seis y cuarto de la mañana y hasta las siete y media no llegará al aeropuerto de Madrid, donde embarcará en un vuelo de Iberia con destino a Bruselas a las nueve menos veinte. Al llegar a la capital belga los recogerá el hijo de su editora y amiga, adorable compañera de fatigas existenciales  y maestra en la escritura y en la vida, con la que realiza esta escapada de su realidad cotidiana, de sus demonios disfrazados de inseguridades y de la colección de miedos que lo convierten en un tipo pequeñito, con la mirada azul y triste y un peculiar bigote bicolor. Desde allí cruzarán a la región holandesa de Zelanda donde pasarán unos días haciendo turismo y disfrutando de otros aires.

Es escritor, se sabe escritor, se siente escritor y como explica a menudo no es que le guste escribir, es que si no pudiera hacerlo sencillamente se moriría otra vez. Por eso tras guardar el Kindle en el bolso saca el smartphone, accede al blog en internet que utiliza bien como campo de pruebas para los personajes y las tramas de sus novelas, bien como lugar donde entregarse  al ritual de necesaria catarsis literaria, o bien como cuaderno de bitácora y diario de a bordo en el que desnudarse anímicamente y compartir sus diagnosticada sensibilidad extrema. Y comienza a escribir como acostumbra, mojando la pluma en el tintero del alma.

Al tratar de coger el sueño, y durante esos minutos a oscuras  mecido por el traqueteo del autobús en el que viaja, y confinado en el silencio que rodea su asiento, una vez más cerebro, alma y corazón se han entregado al aquelarre PAS y lo han terminado sacando de sus casillas.

Las vivencias de sus últimas relaciones sentimentales lo han asaltado golpeándolo con recuerdos de todo tipo, con fotogramas a todo color de los momentos más dulces, románticos y placenteros, y con los planos secuencia de las rupturas y los abandonos, cuajados de contrapicados y de fundidos en negro donde por un motivo o por otro siempre termina solo, fracasado, lloroso, derrotado y confundido. El desasosiego termina cuando se da cuenta de que después de muchos años confundido los hados le permitieron al menos descubrir que es eso del amor y le regalaron la oportunidad de que su corazón se entrelazase a otro hilvanando sus almas con un bendito hilo rojo.

Sumido en los pensamientos y como suele sucederle al abrir las compuertas del pecho y dejar que el torrente de emociones mane en forma de palabras, se entrega al desahogo emocional disfrazado de metáforas.

Escapando de los voraces escualos de angustia que infestan el océano de su realidad más inmediata nada braceando con fuerza y decisión hacia el horizonte y se deja llevar por la cálida corriente de la deseada relación que le aportará el cariño, la tranquilidad, la calma, el sosiego y la seguridad que necesita ahora.

Consigue ponerse a salvo en la playa de una ínsula desconocida para él hasta ese momento a la que bautiza como Maduralia, se tumba de espaldas  sobre la arena con la cabeza sobre los manos y dedica un instante a mirar el cielo, en el que no tarda en descubrir un avión. Seguramente ese sea el Airbus de la compañía española que lo llevará lejos de sus dudas más recientes y de los últimos disgustos. Pero solo de imaginarse a bordo, ocupando el asiento asignado a su billete se pone a temblar. Entonces sonríe y se receta un tratamiento de autocensura y de autocompasión en idénticas dosis, diluidas en unas gotas del oportuno perdón extraído de la raíz del árbol de la clemencia.

De ahí viene todo, de su miedo a volar.

Desde muy jovencito temió las alturas y por eso ha escapado siempre de todo lo que le obligara a crecer y a ver la realidad desde más arriba.

Su cobardía y su insensatez lo confundieron no hace demasiado tiempo y equivocó el camino entregándose a la velocidad, viviendo deprisa y olvidándose de frenar. Pero la vida lo frenó de la única manera que pudo, sacándolo del circuito. Tras una temporada en boxes el juez celestial permitió que la federación le extendiera un nuevo carnet de piloto y se le permitiese volver a la carrera. Ahora rueda más tranquilo, respetando las normas del campeonato y obedeciendo las señales.

El chofer del autobús anuncia por megafonía la inminente  parada en el intercambiador de Moncloa. Ya están en Madrid, ya queda menos para subir al avión, para dejar atrás sus miedos cotidianos y para entregarse a otros nuevos. Se entristece al darse cuenta de que  su vida, sus vidas, se han construido con miedos, con pérdidas y con fracasos. Pero eso se terminó. Ya está bien. No va a rendirse. No lo hizo nunca y no lo va  a hacer ahora. De pronto siente una inesperada bofetada de realidad y espabila dándose cuenta de que avanza, de que no va a resignarse a perder, de que no va a permitir un nuevo abandono, de que crece y sube, y en ese ascenso ya no teme llegar alto, ya no teme contemplar el mundo desde arriba, ya no le asustará haber superado las nubes que cubrían el sol de sus deseos. Y si es necesario y el destino caprichoso lo decide inmisericorde, ese sol derretirá la cera de sus alas y lo derribará estrellándolo contra una vida lejos de ELLA.

Una voz metálica y rotunda anuncia por el altavoz la llegada a la terminal cuatro del aeropuerto de Madrid donde lo espera el avión que lo someterá a una nueva prueba de valor y a una nueva pregunta. Y sonriendo al conocer la repuesta y al saberse al fin valiente, termina de escribir la entrada en el blog y decide darse una nueva
oportunidad, darle una nueva oportunidad a sus sueños, a la vida y a eso que antes confundió con cosas que nada tenían que ver con la verdadera esencia del sentimiento más intenso y más hermoso.

Adelante, a por el viaje, a por la vida, a por todo.






sábado, 15 de abril de 2023

Hasta el final


 Tuvo la inmensa fortuna de tenerla junto a él hasta el último minuto. Y se fue agradecido y sintiéndose realmente amado, comprendido y cuidado.

Zur fue un adorable gato rubio de bigote bicolor, que compartió vida con la mejor humana con la que el destino caprichoso y juguetón pudo emparejarlo. Y hasta que su pequeño corazoncito no pudo más recibió cada día el amor de la mujer con la sonrisa más bonita del universo conocido, y del que queda por conocer.

Hoy ella apenas puede sonreír, apenas puede respirar, apenas puede contener el llanto que no cesa. Hoy su alma ha sufrido una nueva pérdida, no por inesperada menos dolorosa, y hoy su pecho se ha llenado con el eco del último maullido que Zur le dedicó al sentir su mano acariciándole el lomo por última vez.

El día que vuelva a morirme, querría hacerlo así, sintiendo la mano de una persona de la calidad humana y del enorme corazón que definen a  mi amiga acariciándome el lomo, y diciéndome que me quiere, y pagaría a los hados lo que fuera necesario para que me concedieran el deseo.

Sé que ella está triste, que el mundo se le antoja un poquito más  frio y más gris desde que Zur se ha ido, pero también sé que entre todos los que la queremos intentaremos aportarle el calor y los colores necesarios para que supere el dolor de la despedida más dolorosa, y para que volvamos a disfrutar de ese increíble espectáculo que es verla sonreír.

Hace pocos años que mi adorado Gatete se fue a hacer el gato a un lugar mucho mejor, y estoy seguro de que allí habrá esperado a Zur y habrá ido a buscarle a la recepción para acompañarlo y servirle de guía, para enseñarle los mejores tejados celestiales y para llevarle a conocer a unas gatitas adorables que maúllan afinando en do mayor desde las estrellas. 

Mi amiga no se ha despedido de un animal de compañía, se ha despedido de un miembro de su familia. Y eso duele. Mucho. Y por eso hoy la abrazo en la distancia y le prometo que siempre estaré a su lado. Por lo menos hasta que el día que como a Zur, me falle el corazoncito y tenga que marcharme.



martes, 4 de abril de 2023

El camino del regreso


 El joven príncipe casi olvida guardar en el hatillo las ilusiones y la esperanza. Decide que pase lo que pase y le pese a quien le pese, siempre viajarán con él. No va a renunciar, no va a darse por vencido, un día sabrá encontrar el camino de regreso y el destino realizará los cambios oportunos en las cartas de navegación, y podrá entonces introducir las coordenadas adecuadas que le llevarán de nuevo hasta el lugar donde siempre quiso estar. No se permitirá perder el rumbo.

No quiere irse, pero debe hacerlo. La marcha le rompe el alma en dos, en tres, en diez...en un millón de pedazos, pero no permite que nadie, ni siquiera el zorro o el cordero, se percaten de que a trasluz es evidente el surco que han dejado las lágrimas en sus mejillas. 

Partir, como reza la sabiduría popular, es morir un poco, y al preparar el equipaje se ha sentido morir. Hoy sobre su asteroide no brillan ninguno de los soles que le calentaban el corazón. Hoy ni siquiera la luna ha decidido salir a caminar siguiendo sus pupilas. Hoy B 612 se le antoja yermo, vacío y gris, como su vida.

Puede que lo echen de menos los baobabs y los volcanes, puede que hagan una fiesta el día que intuyan su vuelta, puede que nunca se marche del todo, porque dejará junto a ellos lo más dulce de su esencia, sus metáforas más fecundas, las sombras de la catarsis de los textos escritos mojando la pluma en el tintero del alma, y el dibujo a carboncillo de la silueta de una serpiente engullendo un elefante.

El joven príncipe se ha visto obligado a crecer, y llora porque nunca quiso hacerlo, pero ha llegado el momento, y en su credo personal rendirse no es una opción, así que si tiene que crecer, dejará al niño que fue y será el adulto que esperan que sea. Puede que todo tenga un sentido. Hace ya un tiempo que aprendió que las cosas nunca pasan porque sí, que pasan porque tienen que pasar, aunque duelan, aunque marquen , aunque escuezan y calcinen sus entrañas, aunque le impidan dormir y suturen con un mágico hilo rojo las heridas que nunca supo ni pudo cerrar.

No se atreve a decirle adiós  a su rosa. Hay otras muchas rosas, pero solo ella le enseñó lo que significa amar, y le descubrió que lo esencial es invisible a los ojos. Por eso teme que aunque pretenda disimularlo, ella pueda ver que con la partida se está clavando un puñal de fracaso en las entrañas. Por eso no reúne el valor suficiente para la despedida.

Se sube los cuellos del gabán y se anuda un pañuelo azul profundo, como su mirada, alrededor de la garganta. Le da miedo dejarse llevar al apretar el nudo, y terminar con otra de las vidas que los hados le entregaron para que hiciera de ellas el aprendizaje necesario para curtirse en humanidad, limpiarse de impurezas y avanzar hacia aquella que siempre fue, que siempre será y que un día volverá a sonreírle con los ojos. Alguien le cantó una vez que el secreto estaba en reír cuando pudiera y en llorar cuando lo necesitase, pero no termina de entender como hacerlo sin abandonarse a lo peligroso de una intensidad en la emoción que sabe que muy pocos comprenden y que en el futuro podrá terminar con él.

Tiene frío, mucho frío, demasiado. Y ya no puede acudir en busca del calor necesario en esas píldoras de felicidad que le templaban el pecho, que lo ayudaban a resistir los envites de las circunstancias adversas, que lo mantenían en pie a pesar de todo. Para evitar la adicción le han retirado el tratamiento, y el síndrome de abstinencia le ha hecho emprender la marcha. Se ahoga en el asteroide que ayer era el lugar más hermoso del universo conocido, y del que queda por conocer. Viajará a otros mundos, a otros planetas, a otras realidades. Y buscará una existencia en la que todo tenga sentido y pueda ser feliz a su lado, por fin. Y cuando la encuentre recorrerá el camino de regreso y volverá a ser EL para poder ser con ELLA, junto a ELLA, para ELLA .

No piensa mirar atrás. No va a dejar que le devore la nada que está engullendo toda la fantasía. No se atreve a darse cuenta de que ya ha comenzado su viaje. Simplemente parte, huye, escapa, navega.