lunes, 24 de mayo de 2021

Darte mi amor


 Escuchar ayer en directo esta impresionante versión del tema de Blow, "To give you my love", interpretada por ellos mismos con la colaboración especial de Miguel Vaquero, quien aportó su voz y su talento para hacer de esta canción algo así de especial y potente, como no podía ser de otra forma, me llevó a escribir un relato. Espero que os guste.


Un romántico

El rubio asesino de bigote bicolor leyó en algún sitio que la luna, testigo mudo de millones de declaraciones de amor, se encuentra saturada de miradas perdidas y de besos que no llegaron a darse. Y tras superar su dolor, Laertes se ha propuesto no colaborar en la saturación del satélite con basura emocional.

Se siente vacío, siente que por el enorme agujero de su herido corazón, se escapan los restos de todo el amor que tenía para ofrecer, y va a contener la fuga. Se aplica una espesa pomada que tapona el orificio, en la que ha mezclado y emulsionado esperanza, ilusión, amor, cariño y futuro y, la extiende por la dolorida zona abierta.

Ha hecho muchas cosas mal, ha sido un verdadero desastre y se ha expuesto sobremanera al capricho de ese puto angelote ciego, al que no entiende porqué le dejan jugar con un arco y unas flechas. Pero ya está.

Durante toda su vida se ha entregado a ese peligroso juego de compartir con otra persona lo más hermoso que encontró en su camino, y siempre terminó perdiéndolo y esforzándose en buscar nuevos motivos para sonreír, para besar a la mujer adecuada y para dormir satisfecho al saber que su corazón no estaba solo, que alguien velaba por él y que en lo más oscuro de la noche, allí donde los monstruos se juegan sus despojos a la carta más alta, una mano amiga le transmitiría el consuelo adecuado y la paz que tanto necesita.

Hoy sabe que esa paz no vendrá de otra persona, por bonita y especial que piense que pueda ser. Esa paz y ese consuelo solo puede conseguirlos él por sus medios, como ha conseguido otras tantas cosas cuando todo parecía perdido y nadie apostó una moneda por él.

Y sin embargo siente que de nuevo, tiene mucho amor que dar. Y de nuevo quiere recibir amor, pase lo que pase y le pese a quien le pese.

Después de darse una reponedora ducha fría escoge la ropa de trabajo que lo permitirá pasar desapercibido en su nueva misión. Unos vaqueros oscuros, una camiseta negra de pico y una chaqueta de cuero del mismo color, bajo la que oculta la funda sobaquera en la que porta su Pietro Beretta de nueve milímetros, le dan cierto aspecto juvenil que complementa con unas cómodas y prácticas zapatillas de deporte también negras, aunque con bandas blancas para aportar un toque de color a su indumentaria, escogiendo como cinturón, en un alarde de buen gusto, un ceñidor blanco a juego con las bandas de las zapatillas. Comprueba que su arma tiene el cargador completo y una bala en la recámara, guarda otro cargador de repuesto en el bolsillo interior de la chaqueta, elige una mascarilla negra con unas simpáticas palabras bordadas en blanco para cumplir con los protocolos sanitarios de cara a la pandemia que hace ya más de un año se apoderó de la vida sobre la tierra, se aplica un poco de su colonia favorita en el cuello y en las muñecas y tras hacerse con las llaves del coche, se encamina al lugar adecuado donde  acabar con la vida de su objetivo.

Como es su costumbre, pone un disco en el equipo del vehículo para acompañar el trayecto y ayudarle a dar a su trabajo cierto toque de normalidad y, de repente, la canción To give you my love de los Blow, acompañados esta vez por Miguel Vaquero, otro talentoso cantante vallisoletano, se apodera del coche. Y de su cabeza.

Laertes es un asesino a sueldo, un profesional de la muerte, pero tiene mucho amor que dar y el amor y la muerte siempre se han repartido a partes iguales la razón de su existencia.

Hace tiempo que conoció a una persona muy especial a la que terminó perdiendo la pista, pero al reencontrarse de nuevo, ha descubierto que  esa mujer es quizás el ángel que necesita para realizar un verdadero intercambio de amor, de felicidad y de futuro.

Mientras dispara un único proyectil al corazón de su objetivo tras asegurarse de que como había calculado, estaban solos y alejados de cualquier mirada indiscreta, Laertes sigue pensando en ella. Puede que hoy la llame, que le diga que necesita verla, que tiene algo que regalarle. Y si consigue reunirse con ella le entregue lo que tan solo unos días antes pensó que jamás volvería a compartir con nadie. Su corazón.

Recoge el casquillo expulsado por el arma al realizar el disparo, se asegura de que el cuerpo que yace en el suelo desangrándose no tiene pulso y, por  si acaso, (cosas más raras se han visto) efectúa otro disparo en la cabeza que ratifica que ya está todo el pescado vendido y que en el más allá, en su próxima reencarnación o donde sea que termine el alma del difunto, se lo pensará dos veces antes de mezclarse con según qué gente y de comerciar con según que sustancias. 

Al regresar a la seguridad de su casa, Laertes vuelve a poner la misma canción que lo acompañó en su camino poco más de hora y media antes. Si es que en el fondo siempre ha sido un romántico.

Busca su número entre los contactos del teléfono y la llama.


jueves, 20 de mayo de 2021

Rodeado de libros




 La razón es muy peligrosa, aunque te ayude a entender las cosas y te explique claramente que nada pasa porque sí, sino porque tiene que pasar.

Agarrado a la razón exploras el devenir de los acontecimientos, identificas los errores y los triunfos y aprendes a asumir que cada acto tiene una consecuencia y que, al no poder viajar en el tiempo, rebobinar, o dar marcha atrás, el reconocer los fallos cometidos ayer, te servirá al menos para aprender de ellos, intentar corregirlos y si es posible y hay verdadero acto de contrición y propósito de enmienda, no volver a repetirlos.

Identificar con acierto los errores sea quizás la mejor de las formas de aprender de ellos y sobre todo de conocer las razones que te han llevado a cometerlos  y el porqué de cada motivo que te hizo errar. 

Supongo que todo esto es parte del asfalto que se pisa en el camino hacía la felicidad, ese asfalto pegajoso y negro que supuestamente nos facilitará el viaje, aunque harto y extenuado de poner un pie detrás de otro, a veces solo quieras buscar una sombra y detenerte a descansar. 

Errare humanum est y dejar de errar es la parte recta del sendero, aunque es fácil perderse o desviarse si no se pone la suficiente atención a las señales que nos indican las curvas peligrosas que nos llevan hasta él, las zonas de moral mal iluminada e incluso el peligro de desprendimiento emocional, de animales sueltos que están deseando devorarte y el de un paso a nivel sin barrera donde puedes resultar atropellado por las circunstancias más absurdas. 

Y cada vez que cometes un error, recibes el justo castigo existencial, a veces más leve, a veces más severo, pero siempre doloroso. El destino es un maestro muy exigente y no duda en corregir a los alumnos descarriados o poco aplicados. Aunque intentes aprender de los errores y te esfuerces en no volver a repetirlos, sabes que vas a sufrir al no haber hecho lo correcto. Y más allá de pagar con sangre, con miserias, con pérdidas o con abandonos, el menor de los sufrimientos es esa pena que te devora por dentro, que se te aloja en el interior del pecho y del cerebro, y que no se irá por mucho que quieras que se vaya, que te deje, que desaparezca. La tristeza duele porque cuando le abres la puerta tiende a pasar y a ponerse cómoda y es jodidamente difícil conseguir que se retire. Hay diversas formas de combatirla y de enfrentarla manteniendo la dignidad, pero todas ellas suponen esfuerzo, sacrificio, desgaste, lágrimas y noches sin dormir. Todas, incluso hacer uso de la razón para ponerle fin a su estancia y pedirle amable, pero seriamente que se vaya. Y mientras ves que se dispone a marcharse, aún te dolerá el alma y seguirás teniendo ganas de llorar, sin saber porqué.

Entonces hay que agarrarse a los restos de coraje que aún conserves y utilizar las últimas reservas de fuerza y honor, y plantarle cara a la vida decidido a superar cada escollo, a calentarte las manos en la hoguera del reproche y a pelear sin tregua hasta que consigas derribar al adversario o por lo menos que suene la campana y te permitan retirarte a tu rincón.

Estoy triste, sí. Pero estoy triste porque quiero ser feliz y cuanto más lo intento más difícil parece conseguirlo y más sé que me va a costar hacerlo. Y esta tristeza nace de haber utilizado la razón, de haber reconocido mis limitaciones y mi recurrente falta de acierto, y de haberme regalado momentos de bajón, de excesiva introspección y de luto.

Ahora toca pedirle a esta desagradable ocupa vestida de gris que se vaya por donde ha venido, que deje sitio a todo lo bueno que está por venir, a todo lo que quiero en mi vida  y a todo lo que voy a conseguir, porque cada dolor me hace más fuerte y cada error más sabio, cada castigo más libre, cada recompensa más inteligente y cada abrazo de uno de esos ángeles con los que los hados permiten que te cruces, más seguro de mi mismo.

Y siempre, siempre tendré la literatura como medicina, como tratamiento y como terapia y siempre, siempre, podré realizar la necesaria catarsis a través de los textos que brotan sin contención y que me permiten dejar salir todo lo que mana por dentro aumentando el caudal de los sentimientos hasta que peligra la presa que los contiene, y que de no abrir estas ocasionales esclusas terminaría por reventar, destruyéndolo todo.

Una vez más tengo muy claro que la literatura salva vidas y una vez más le agradezco a mis padres el haberme educado rodeado de libros, de lapiceros y de folios en blanco.


domingo, 16 de mayo de 2021

Vivir y permitir morir


 Laertes se siente mal.

El tiempo pasa y pesa, como la vida, y su vida comienza a ser una cuenta atrás demasiado rápida. Antes apenas pensaba en la muerte, pero la muerte, su muerte, se ha convertido en el recurrente pensamiento que le vuelve una y otra vez a la cabeza aunque trate de llenarla con mil y una cosas, con una novela tras otra, con multitud de películas, de canciones, de cualquier cosa que consiga distraerlo de ese negro pensamiento. Pero no es capaz. La continua introspección le atenaza el corazón por las noches y le impide conciliar el sueño y descansar. Descansar. Tan solo quiere descansar.

Tras echar un par de cubitos de hielo en el vaso, vuelve a llenarlo de whisky escoces y tras sostenerlo unos segundos frente a sus ojos, se lo lleva a los labios y lo apura de un solo trago. Intenta embotar su cerebro con el delicioso brebaje de malta para matar el veneno de la conciencia, pero no hay antídoto que pueda acabar con este mal que lo devora y lo desespera. El escocés resbala por su gaznate quemando las raíces del grito de auxilio que lucha por florecer, y calienta su estómago expandiendo esa  destilada y efímera sensación de confort por todo su cuerpo.

Apenas le queda un cuarto de litro en la botella de Cardhu gold reserve y cuando se sentó en la cama con la cabeza entre las manos estaba llena. Apenas le quedan sentimientos en el interior del pecho y cuando aparcó junto a la puerta de la casa de su última víctima, hace tan solo unos días, estaba lleno.

Fue algo rápido, discreto, efectivo y muy profesional. Abrió la puerta con una llave maestra, localizó a su víctima en su dormitorio y antes de que pudiera suplicar clemencia siquiera, le descerrajó dos balazos en la frente con su Walter PK con silenciador. Hasta ahí hubiera sido un trabajo más, un éxito más, unos cuantos ceros más en su cuenta bancaria, pero al escuchar un ruido a su espalda la cosa cambió por completo. Mierda. No contaba con que el marido de su víctima no se hubiera llevado al pequeño al colegio como cada mañana. El niño no debería haber estado en casa. No debería haber visto morir a su madre. No debería haberle visto la cara. Supo lo que como profesional debía hacer y antes de que el niño rompiera a llorar le apoyó el cañón en el pecho y cerrando los ojos apretó el gatillo. Murió en el acto. Y el alma de Laertes también. Acababa de saltarse una de sus reglas de oro, nada de menores. Esa norma, junto a la de solo eliminar a aquellas mujeres que se hubiera demostrado con pruebas reales  que habían participado a su vez en un crimen, eran las dos premisas que habían marcado su carrera. y que le habían permitido dormir y vivir con la culata llena de muescas.

Nunca se había visto en la tesitura de tener que eliminar a un niño, pero no le había quedado más remedio. Aquel pequeño lo habría identificado en una rueda de reconocimiento sin dudarlo. A los niños siempre les había llamado la atención su bigote bicolor, y aunque había pensado un millón de veces en afeitárselo, el poderoso ego que le hacía conservar esa seña de identidad como algo mucho más allá que un rasgo de distinción, siempre se había opuesto a ello. Y el niño había muerto. Su madre merecía morir. Aquella arpía ambiciosa había contratado a dos sicarios colombianos para acabar con los socios de su marido y que este obtuviera el pleno control de la empresa y las acciones familiares subieran como la espuma permitiendo pagar sus caprichos más absurdos, su deportivo descapotable, su yate de recreo con helipuerto y su residencia en la costa azul. Pero el niño tan solo tenía seis años y hoy debería haber estado en ese colegio elitista en el que lo matricularon sus padres, donde en el recreo jugaba al futbol con los hijos de los delanteros del Real Madrid. Y ya no volverá a jugar al futbol. Ni a nada.

Apuró el contenido de la botella bebiendo directamente de ella hasta que tragó solamente aire y al vaciarla la arrojó furioso contra la pared rompiéndola en mil pedazos.

Laertes es un asesino a sueldo. Eligió esa profesión como medio de vida al estar muy capacitado para ella y al haber demostrado que podía vivir y permitir morir sin el menor reparo. Pero siempre había jugado según sus propias reglas y eso le había llevado a construirse un código de honor en el que terminar con otras vidas estaba justificado, siempre y cuando sus víctimas fuesen escoria de la sociedad. Y hasta este trabajo lo habían sido todas.

Había estrangulado, apuñalado, disparado y envenenado a cerca de ochenta blancos en total. Y cada noche dormía como un niño pequeño. Un niño pequeño. La razón es muy irónica. Y produce monstruos.

El rubio asesino cogió la el revólver que guardaba en el cajón de la mesilla de noche. Un Astra del 38, el arma que utilizaban las fuerzas de seguridad del estado y que estaba completamente limpio y no dejaría pistas en caso de tener que utilizarlo. y se planteó usarlo. Contra él mismo.

Se dio cuenta de que esta era la segunda vez que había empuñado un arma con la idea de quitarse la vida. Y en ambas ocasiones se debía a que se le había roto el corazón. La primera vez fue por una mujer a la que había querido hasta la saciedad y no supo demostrárselo, perdiéndola sin remedio. Poco antes de volarse los sesos recibió la llamada de un ángel que lo salvó, y le permitió seguir existiendo, pero en esta ocasión no habría ángel capaz de salvarlo. Cinco días antes había perforado el corazón de un simpático querubín con los ojos llenos de lágrimas al ver a su madre muerta en la cama y al atravesarlo con una bala de nueve milímetros, impidiéndole desplegar sus alas y salir volando, Laertes se había convertido en lo que nunca quiso ser.

Sin pensarlo más abrió la boca e introdujo el cañón del revolver en ella, provocándose una arcada salvaje que a punto estuvo de hacer que vomitase por toda la cama el whisky de a cien euros la botella, pero pudo controlarla y amartilló el arma con el pulgar de su mano derecha.

En ese instante, justo antes de que terminase con todo, los Radio Head volvieron a cantar Creep  en el teléfono móvil que había abandonado junto a la almohada. Su felina curiosidad lo hizo girar la cabeza con el arma aún en la boca y lo que vio en la pantalla estuvo a punto de hacerle perder el conocimiento.

En efecto la vida pasa y pesa, pero a veces también sabe sorprender y compensarte de todo lo malo.

Tenía que llamarlo ahora, justo ahora. Se sacó el arma de la boca y descolgó tragando saliva. 

—Pensé que nunca volvería a saber de ti –dijo con un hilo de voz.

—Pues aquí me tienes –contestó la voz al otro lado del teléfono –y te necesito.

 

viernes, 14 de mayo de 2021

Dejármelas largas


 Hace ya unos cuantos años que llevé a escena en un par de ocasiones el espectáculo que diseñé y protagonicé junto al pianista internacional Oscar Lobete, en el que él revisaba las partituras y yo las letras de aquellas canciones que nos torturaban a lo largo de muchas noches sin dormir.

Yo, que he creído morir de amor millones de veces, tenía tendencia a querer cortarme las venas cada vez que se terminaba una historia de amor. Y ahora he aprendido a dejármelas largas, porque con el tiempo he descubierto que la vida, o el destino, o Supergato o quien sea el que dirija este show, te cruza a veces con la persona adecuada que te apoya, te ayuda, te inspira y te regala su tiempo, su cariño y su ternura, y como Mary Poppings, un día coge su paraguas y su bolsa de viaje y tiene que irse a ayudar a otras personas. Pero si has sabido estar a la altura de todo lo que te ha aportado, y has correspondido con la misma actitud y con los mismos sentimientos, siempre seguiréis juntos aunque ya no compartáis cama ni divertidos y placenteros roces. He aprendido que de una verdadera historia de amor se puede alcanzar una gran amistad y que de una gran amistad se puede llegar a disfrutar de una verdadera historia de amor. A veces compartes rellano con la persona adecuada y un día decidís subir juntos un escalón, para con el tiempo volver a bajarlo de la mano y compartir de nuevo conversación, cariño, apoyo y abrazos en el rellano.

Hace ya unos meses que una gran mujer y yo bajamos el escalón, y a fecha de hoy más allá de querer cortarme las venas o llorar por las esquinas, me siento feliz y con muchas ganas de vivir, porque la vida sigue y sé que aún nos unen muchas cosas, precisamente aquellas que no se desvirtúan con la falsa idea de posesión (pues nadie pertenece a nadie), con las peligrosas rutinas o con las incompatibilidades de proyectos de futuro.

Aquí os dejo el texto que escribí para acompañar a la revisada partitura de Oscar durante ese espectáculo. Cómo podréis ver, aun tenía mucho que aprender.

Frente a frente


Queda, que poco queda de nuestro amor.
Como hemos consentido esto, apenas queda nada.
Solo el silencio en la noche fría y larga en la noche que no acaba, en la noche que me destroza el alma y me viste de fría oscuridad y me cala los huesos con lágrimas dulces y espesas.
Frente a frente bajamos la mirada, pues ya no queda nada de que hablar, pero te juro que hay tanto que quisiera decirte…y no me atrevo.
Queda Algo más que las ganas de llorar al ver que nuestro amor se aleja, pero ten un gesto amable, uno de esos tan tuyos, de los de antes, de los que me hacían la vida soportable.
A cambio prometo ayudarte a buscar lo que quede, que siempre que se ha amado como nos hemos amado nosotros, queda algo, te lo aseguro.
Quedará algo de ternura, la justa para la locura de un beso, aunque sea a la fuerza, por Dios…haz el esfuerzo.
No vuelvas a decir que solo quedan las ganas de llorar, no quiero oírlo, no quiero oír como te rindes a la pena.
Te quiero, y me quieres, lo sé.
No te vayas.

martes, 11 de mayo de 2021

¿Bailas?


 Me he hartado de parafrasear al genial Norman Mailer diciendo y escribiendo una y otra vez que "los tipos duros no bailan". Y me he hartado de esperar en la barra, y de sujetar las consumiciones mientras mis parejas y mis amigas bailaban y daban rienda suelta a su necesidad de expresar la libertad y la alegría por medio de rítmicos movimientos en las pistas de baile, o en cualquier rincón de una discoteca, una sala, un bar musical o incluso en el salón de casa.

Siempre he amado la música. Toco diferentes instrumentos (aunque no sea un virtuoso de ninguno) tengo ritmo (entre los instrumentos que toco se encuentran distintos instrumentos de percusión) canto, y en verdad se me van solos los pies cuando escucho una melodía, pero algo me lleva a contenerme y ha impedido siempre lanzarme a la pista de baile, y solo lo he hecho en ocasiones contadas, bien por haberme dopado con unos cuantos vinos o con un buen whisky de malta, o bien por haberme dejado arrastrar por las caderas adecuadas.

Y esta es otra de esas cosas que quiero mejorar en mi vida. Voy a aprender a renunciar a esa estúpida vergüenza (o timidez) que me lleva a pensar que todos los ojos del local estarán fijos en mis movimientos y a esa absurda idea de que si me muestro al son de la música como alguien natural, alegre y divertido, seré el objetivo de aquellos que creerán identificar en mi un blanco fácil para las burlas o las provocaciones.

El baile es algo atávico y desde que el ser humano comenzó a enseñorearse del planeta, las danzas eran parte importante de todos los rituales. Nuestros ancestros bailaban invocando a la lluvia, a la fertilidad, a la abundancia, e incluso al valor y a la destreza al cargar contra sus enemigos o al defender al clan.

Es curioso el que nosotros mismos castremos muchas posibilidades de disfrutar y nos privemos de ellas voluntariamente, sujetándonos a estúpidas escusas y a justificaciones banales. Pero solo hay que ver las sonrisas y observar los rostros de aquellos que bailan y permiten que la música se adueñe de sus movimientos.

Y por descontado debo aprender a eliminar todas las connotaciones machistas que me impiden dejarme llevar por la música. Bailar no es cosa de chicas y de afeminados, es cosa de personas sin perjuicios y con ganas de disfrutar, Y quiero unirme a ese club.

Puede que al principio me cueste abandonar ciertas rutinas, pues soy un animal de costumbres y ya comienzo a peinar canas, por lo que permitirme ciertas licencias no será demasiado fácil al principio, pero sé que una vez rompa con las poses de tiempos más limitados, todo fluirá.

Bueno, pues eso...que hoy solo quiero bailar. Y quizás un día llegar a ser la mejor pareja de baile para aquella que de forma felina (cual pantera de la selva o lince de la montaña) no puede contenerse al escuchar una canción y, con elegancia, elasticidad y una enorme sonrisa, regale sus movimientos más hermosos.


viernes, 7 de mayo de 2021

Cosas que pasan


 Hoy os dejo aquí el relato con el que gané el premio del certamen literario Literatura Exprés en el año 2017, celebrado en la Casa Museo de José Zorrilla de Valladolid. Acudes al lugar indicado por la organización del certamen armado de un bolígrafo y tu DNI, te entregan un número, pasas a una sala con otros escritores y la organización escoge un tema  para el relato que debe servirte como motor de creatividad. Te dan unos folios en blanco con el sello de la institución, y te dicen el tiempo con el que cuentas para escribir el relato. Te permiten utilizar un diccionario y un libro de sinónimos que generosamente dejan en la sala para su consulta y, si así lo deseas, puedes servirte un café o un zumo cortesía del certamen.

Aquella noche, en apenas una hora (siempre me levanto mucho antes de que termine el plazo para la entrega) salió esto, y parece que al jurado le resultó cuando menos interesante. 

Espero que a vosotros también.


Relato Nº 26  (No le puse título ni lo firmé, tan solo el número de participación)


26: [SIN TÍTULO]

Desde el mismo instante en que se acercaron a mí, intuí que aquella noche tan sólo sería otra de las peores noches de mi vida.

Las dos amigas eran francamente bonitas (hermosas, podría afirmarse). Como canta la zarzuela: “una morena y una rubia, hijas de…” No del pueblo de Madrid, precisamente. Más bien hijas predilectas del infierno más espantoso. Dos besos de rigor para comenzar (uno por mejilla) y la primera ronda de cubatas, maridados con unos demenciales chupitos de queimada gallega. Habían comenzado el aquelarre como mandan los cánones. Jugaron sus cartas con destreza, con maestría de tahúr. Cinco minutos después de aquellos primeros besos inocentes, castos, puros y respetuosos, la lengua del diablo rubio exploraba la profundidad de mi boca, mientras la mano derecha de la morena acariciaba mi entrepierna. No soy precisamente un timorato y aquello despertó de inmediato en mí un ansia desmedida por acabar el gin-tónic e invitarlas a acompañarme a casa para dar rienda suelta a los instintos más salvajes. Lo tenían todo calculado. Habían acertado al elegir su presa. Mi mirada turbia y lujuriosa se lo puso demasiado fácil. La muchacha rubia abandonó mi boca y se enfrentó al camarero con audacia, haciendo caso omiso del gesto con el que aquel hercúleo barman le pidió paciencia.

La joven morena aprovechó la ausencia de su amiga para lamer mi labio inferior y para succionar el lóbulo de mi oreja izquierda, mientras sus manos expertas me sometieron a un completo reconocimiento físico. Esto, o algo parecido, lo había soñado yo a los quince años. Pero con un final diferente y mucho más placentero.

La rubia regresó con la segunda ronda de cubatas y, cuando la morena me liberó de su beso de ron con coca-cola, me bebí el gin-tónic de dos tragos.

Me apetecía fumar. No veía el momento de encender un cigarrillo. Pero tenía un serio problema. Los ceñidos pantalones “pitillo” que me había puesto aquella noche evidenciaban de manera casi grosera el grado de calor que alcanzaba mi entrepierna. Desde la esquina de la barra donde nos encontrábamos hasta la salida más cercana, había por lo menos cuarenta metros repletos de gente bebiendo y manteniendo esas absurdas conversaciones de bar musical en las que el mensaje se pierde entre los graves de los altavoces repartidos por todo el establecimiento. Sólo de imaginarme abriéndome paso entre aquella multitud, con una erección de campeonato, noté cómo el mono de nicotina desaparecía rápidamente. No era una mala forma de dejar de fumar.

Entonces, la rubia propuso que las acompañase a la habitación del hotel donde pasaban el fin de semana.

Aquel hotel debía de estar distribuido en círculos, como el infierno de Dante. Pero accedí de inmediato y utilicé el trasero de la morena como parapeto tras el que ocultar la demostración carnal del deseo más feroz.

Conseguimos llegar a la salida sin problemas y aún tuve tiempo de despedirme con un guiño de los seguratas del local, a quienes conocía por ser un cliente asiduo. Uno de aquellos gorilas uniformados no pudo evitar comentar en voz alta lo mal repartido

que está el mundo. Los demás le rieron la gracia aportando sentencias de gusto menos refinado.

Al doblar la primera esquina, la noche vallisoletana nos regaló una de esas nieblas espesas y demoledoras nacidas del Pisuerga. Las dos se abrazaron a mí con fuerza. Yo me sentía como una especie de superhéroe. “Súper-gilipollas” o “Capitán iluso”.

De entre las sombras aparecieron tres seres amenazadores y con muy aviesas intenciones. De no ser por sus enormes pectorales y sus cabezas rapadas de guerreros teutones, podría haberlos confundido con los jorobados que acosaban a “Maciste” en una de aquellas películas de los años ochenta.

El primer puñetazo lo recibí en el pecho y me cortó la respiración en el acto. La morena se hizo rápidamente con mi Iphone y con las llaves del coche. Después le dijo a la rubia en qué bolsillo del pantalón llevaba la cartera y el demonio disfrazado de Marilyn me despojó de ella antes de que uno de aquellos matones me propinase un rodillazo en la entrepierna, que deshizo lo poco que quedaba de aquella gloriosa erección.

Como soy un tipo tan cobarde como lujurioso, accedí de inmediato a darles las claves de mis tarjetas de crédito. Antes de abandonarme en el suelo con el orgullo tan maltrecho como el magullado cuerpo, me regalaron una potente patada en la cabeza y lo siguiente que recuerdo, es que como dice el libro sagrado, la luz se hizo.

Desperté en una cama del Hospital Clínico Universitario, entubado, sondado y con una vía en el antebrazo derecho, a través de la que me administraban calmantes.

De todo se aprende y creo que nunca volveré a cometer el error de considerar que un tipo de metro setenta y setenta y cinco kilos, con el mismo atractivo que “Copito de nieve”, el gorila albino, pueda ser objeto del deseo de dos bellezas como aquellas que hicieron de mí el más estúpido de los mortales.


martes, 4 de mayo de 2021

Sigue el rastro y ven


 Decide comenzar a caminar, pone un pie delante del otro y camina. Y sonríe.

Si tiene que caminar quinientas millas o incluso quinientas más para  alejarse definitivamente de la tristeza, lo hará gustoso, Entonces se da cuenta de que cuando llegue al lugar donde quiere estar el resto de su vida, lo hará solo, y eso si que no. La esperará en la puerta y no lo cruzará sin ella. Quiere que ella recorra el mismo camino, renuncie a la desgracia y al sufrimiento y se instale junto a él allí donde podrán ser completamente felices, allí donde los ángeles sobrevuelan constantemente rostros sonrientes y se detienen a compartir abrazos sinceros y besos sin pretensiones. A beber ambrosía en cálices de oro y a soplar juguetones los enormes dientes de león.

Es una lástima que no puedan hacer este viaje juntos, pero él se ha asegurado de que ella no se pierda y encuentre el camino más recto, más cómodo y menos peligroso. La quiere junto a él, porque ya se ha terminado de convencer de que el pasado es pasado y nunca volverá a convertirse en presente. Durante un tiempo estuvo muy confundido y creyó que en base a ese pasado podría construir un futuro prometedor, pero las circunstancias le abrieron los ojos y le llevaron a asumir la realidad. Ahora camina solo y no necesita bastones. Solo quiere llegar y esperar a aquella que ha de venir también, escapando de un pasado amargo y de un presente demoledor.

Le hubiera gustado mucho recorrer de su mano este trayecto, pero los hados no se lo permiten y para llegar al destino que ambos han elegido, deben viajar solos y ligeros de equipaje, dejando atrás miserias, penas y problemas que de nada les servirán allí donde quieren llegar, allí donde merecen llegar, allí donde la vida no duele y cada amanecer es una promesa de felicidad.

Mientras camina va dejando un rastro de miguitas rojas que destacan sobre el verde intenso de la hierba del sendero. Cada poco se detiene a dejar un puñado y a comprobar que ningún animal se las va comiendo y que la suave brisa que lo refresca en la marcha, no las dispersa ni las aleja del camino.

El viaje es largo y se asusta al darse cuenta de que apenas podrá obtener más migas de ese corazón destrozado que ha desmenuzado para indicarle el camino dejando un rastro de fragmentos de ese necesario músculo que tuvo que extirparse pues se estaba pudriendo y comenzaba a infectarle el alma.

Levanta la vista y descubre que en la cima de una colina cercana, se encuentra el arcoíris que como un brillante  atrapa sueños parece  proteger el descanso de aquellos que han decidido instalarse en el que saben es un lugar mejor.

Ya no quedan miguitas. Su destrozado corazón dio de sí lo que podía dar de sí , pero fue suficiente. A lo lejos, se acerca ella, altiva y despojada de todo lo que la retenía, sonriente y hermosa.

Está creciendo un nuevo corazón dentro de su pecho, y verla acercarse hacia él ayuda a que se desarrolle el músculo que remplazará a aquel que machacó durante tantos años de confusiones y fracasos y, cuyas minúsculas porciones diseminadas a lo largo del camino, han servido para conducirla hasta él.

sábado, 1 de mayo de 2021

El que avisa no es traidor


 Laertes se toma su tiempo antes de levantarse de la cama y dejar allí a la muchacha que entre copa y copa, desoyó todas sus advertencias y terminó por apagar la luz y prender las velas. Y entregarse en cuerpo y alma.

Bajo el abundante chorro de agua fría que le regala la ducha del hotel, el asesino de bigote bicolor hace un rápido recuento de las sensaciones, los sentimientos, los errores y los orgasmos despilfarrados en las últimas horas. Por primera vez en muchos años, no ha sido profesional y se ha jugado la detención e incluso la muerte, porque si algo tiene más que claro es que no lo cogerán con vida. Pero...apoyado contra la pared y ofreciendo la nuca al gélido caudal, se pregunta una y otra vez si realmente está vivo. No termina de encontrar la respuesta a esa pregunta que lo angustia y lo tortura.

Laertes se sintió morir el día en el que ella decidió abandonarlo y seguir su vida lejos de él. Es curioso como un tipo que hace de la muerte una profesión en la que sin duda es uno de los trabajadores mejor cualificados de España, no es capaz de desprenderse del apego, de la ilusión y de la esperanza que encontró en aquella rubia que le regaló las miradas más hermosas, los abrazos más sinceros y los sentimientos más nobles. Pero no supo cuidarla y un día remató el amor, herido de muerte al ser alcanzado por distintas balas perdidas. Ironías del destino, al principió lo consideró deformación profesional y gajes del oficio. Ahora sabe que no estuvo a la altura y que todo terminó al no haber creído en su capacidad de amar, de emerger del pozo donde ella lo encontró y de convertirse en una persona normal, con proyectos de futuro junto a su pareja y sueños por cumplir a su lado. Laertes es un tipo valiente, podría decirse que incluso peligroso y duro, pero el amor lo desarmó por completo y si algo odia Laertes, es acudir desarmado a las citas peligrosas. 

Tras secarse vigorosamente con una de las toallas con el sello del hotel impreso, el rubio asesino vuelve al dormitorio y rescata de los bolsillos de la chupa de cuero que anoche arrojó sobre un sillón, el paquete de cigarrillos y su mechero de gasolina. ¿Qué va a ser de él? Se pregunta mientras aspira con fuerza la primera y reponedora calada. La atractiva joven que le regaló una increíble noche de placer y la certeza de que desde que ella se fue, él es un hombre vacío, se da la vuelta emitiendo una especie de ronroneo que evidencia que aún permanece en brazos de Morfeo. Al girarse, la sábana se ha deslizado y ha dejado al aire uno de sus pechos, turgente, no demasiado grande, de un tamaño perfecto, hermoso, delicioso. Anoche su boca dio buena cuenta de ellos y de todo lo que en ella pudiera ser lamido y disfrutado. La parte más animal de Laertes lo lleva a disfrutar oralmente de cada mujer con la que termina en la cama y bebe de ellas cuantos sabores puedan entregarle. Como un gato montés juega con su ropa interior antes de desnudarlas por completo y comienza por saborearlas a través del tejido, los encajes y las transparencias de las prendas íntimas. Después del aperitivo, se entrega goloso a disfrutar del plato más suculento.

Lo cierto es que es una chica muy bonita, pero no puede dejar pruebas ni testigos y aunque le pese, tendrá que matarla. No puede ni debe arriesgarse a ser identificado en una rueda de reconocimiento si las cosas se torcieran y las fuerzas del orden consiguieran atraparlo con vida.

Antes de haber entrado en aquel bar de copas donde la conoció y surgió el flechazo por ambos lados, Laertes había eliminado a dos objetivos en un chalet de la lujosa urbanización que se encuentra a medio centenar de kilómetros de donde se haya  el local. Tenía que haber abandonado la provincia de Madrid y haber regresado a su casa, pero el recuerdo imborrable que su ex pareja le dejó grabado a fuego en el interior de su pecho le hizo cometer el error de buscar el remedio al dolor del alma en un local de moda, de esos que aparecen en las revistas de cotilleos y donde los camareros ataviados como visitantes de otros mundos, con zapatillas plateadas y aros en la nariz, preparan cocteles de nombres impronunciables y precios desorbitados. Y allí la encontró, llorando tras haber roto con su novio, según le explicó cuando Laertes le ofreció un trago, consuelo y un rayo de luz entre las tinieblas de la noche del desamor.

Una cosa llevó a la otra, el alcohol hizo su efecto y después de todo tipo de besos y caricias sanadoras, decidieron, pese a que él le insinuó que no era una buena idea, ocupar una habitación en un cercano hotel de cinco estrellas. 

El sexo y la pasión se adueñaron de las siguientes horas y Laertes disfrutó como hacía mucho que no disfrutaba, consiguió olvidarse por un tiempo de aquella que se llevó su corazón, y de los sesos de los dos narcotraficantes colombianos que la competencia le había encargado eliminar  desparramados por las paredes del salón del chalet tras haber recibido ambos certeros disparos en el cráneo.

Y eso mismo le iba a suministrar a aquella dulce muchacha. Lo sentía, de verdad, pero no sufriría lo más mínimo. la muerte la alcanzaría dormida y satisfecha.

Con un único disparo efectuado con su Walter Pk de 9 mm a la que aplicó un potente y efectivo silenciador, el asesino del corazón roto firmó su última muerte.

Limpió todas sus huellas y restos de ADN con ese efectivo desinfectante que es el fuego, tras haber desconectado los sistemas de alarma anti incendio y haber incendiado la habitación dejando el cadáver en un lecho que, a modo de pira funeraria, lo convirtió en cenizas.

Escapó por la ventana con facilidad y una vez al volante del vehículo robado que lo había permitido abandonar Madrid con cierta discreción, puso rumbo a su hogar. Apenas llevaba cien kilómetros recorridos cuando la sonrisa de su ex se adueñó de su mente, y aunque suene estúpido y poco creíble, Laertes no pudo evitar llorar.