sábado, 1 de mayo de 2021

El que avisa no es traidor


 Laertes se toma su tiempo antes de levantarse de la cama y dejar allí a la muchacha que entre copa y copa, desoyó todas sus advertencias y terminó por apagar la luz y prender las velas. Y entregarse en cuerpo y alma.

Bajo el abundante chorro de agua fría que le regala la ducha del hotel, el asesino de bigote bicolor hace un rápido recuento de las sensaciones, los sentimientos, los errores y los orgasmos despilfarrados en las últimas horas. Por primera vez en muchos años, no ha sido profesional y se ha jugado la detención e incluso la muerte, porque si algo tiene más que claro es que no lo cogerán con vida. Pero...apoyado contra la pared y ofreciendo la nuca al gélido caudal, se pregunta una y otra vez si realmente está vivo. No termina de encontrar la respuesta a esa pregunta que lo angustia y lo tortura.

Laertes se sintió morir el día en el que ella decidió abandonarlo y seguir su vida lejos de él. Es curioso como un tipo que hace de la muerte una profesión en la que sin duda es uno de los trabajadores mejor cualificados de España, no es capaz de desprenderse del apego, de la ilusión y de la esperanza que encontró en aquella rubia que le regaló las miradas más hermosas, los abrazos más sinceros y los sentimientos más nobles. Pero no supo cuidarla y un día remató el amor, herido de muerte al ser alcanzado por distintas balas perdidas. Ironías del destino, al principió lo consideró deformación profesional y gajes del oficio. Ahora sabe que no estuvo a la altura y que todo terminó al no haber creído en su capacidad de amar, de emerger del pozo donde ella lo encontró y de convertirse en una persona normal, con proyectos de futuro junto a su pareja y sueños por cumplir a su lado. Laertes es un tipo valiente, podría decirse que incluso peligroso y duro, pero el amor lo desarmó por completo y si algo odia Laertes, es acudir desarmado a las citas peligrosas. 

Tras secarse vigorosamente con una de las toallas con el sello del hotel impreso, el rubio asesino vuelve al dormitorio y rescata de los bolsillos de la chupa de cuero que anoche arrojó sobre un sillón, el paquete de cigarrillos y su mechero de gasolina. ¿Qué va a ser de él? Se pregunta mientras aspira con fuerza la primera y reponedora calada. La atractiva joven que le regaló una increíble noche de placer y la certeza de que desde que ella se fue, él es un hombre vacío, se da la vuelta emitiendo una especie de ronroneo que evidencia que aún permanece en brazos de Morfeo. Al girarse, la sábana se ha deslizado y ha dejado al aire uno de sus pechos, turgente, no demasiado grande, de un tamaño perfecto, hermoso, delicioso. Anoche su boca dio buena cuenta de ellos y de todo lo que en ella pudiera ser lamido y disfrutado. La parte más animal de Laertes lo lleva a disfrutar oralmente de cada mujer con la que termina en la cama y bebe de ellas cuantos sabores puedan entregarle. Como un gato montés juega con su ropa interior antes de desnudarlas por completo y comienza por saborearlas a través del tejido, los encajes y las transparencias de las prendas íntimas. Después del aperitivo, se entrega goloso a disfrutar del plato más suculento.

Lo cierto es que es una chica muy bonita, pero no puede dejar pruebas ni testigos y aunque le pese, tendrá que matarla. No puede ni debe arriesgarse a ser identificado en una rueda de reconocimiento si las cosas se torcieran y las fuerzas del orden consiguieran atraparlo con vida.

Antes de haber entrado en aquel bar de copas donde la conoció y surgió el flechazo por ambos lados, Laertes había eliminado a dos objetivos en un chalet de la lujosa urbanización que se encuentra a medio centenar de kilómetros de donde se haya  el local. Tenía que haber abandonado la provincia de Madrid y haber regresado a su casa, pero el recuerdo imborrable que su ex pareja le dejó grabado a fuego en el interior de su pecho le hizo cometer el error de buscar el remedio al dolor del alma en un local de moda, de esos que aparecen en las revistas de cotilleos y donde los camareros ataviados como visitantes de otros mundos, con zapatillas plateadas y aros en la nariz, preparan cocteles de nombres impronunciables y precios desorbitados. Y allí la encontró, llorando tras haber roto con su novio, según le explicó cuando Laertes le ofreció un trago, consuelo y un rayo de luz entre las tinieblas de la noche del desamor.

Una cosa llevó a la otra, el alcohol hizo su efecto y después de todo tipo de besos y caricias sanadoras, decidieron, pese a que él le insinuó que no era una buena idea, ocupar una habitación en un cercano hotel de cinco estrellas. 

El sexo y la pasión se adueñaron de las siguientes horas y Laertes disfrutó como hacía mucho que no disfrutaba, consiguió olvidarse por un tiempo de aquella que se llevó su corazón, y de los sesos de los dos narcotraficantes colombianos que la competencia le había encargado eliminar  desparramados por las paredes del salón del chalet tras haber recibido ambos certeros disparos en el cráneo.

Y eso mismo le iba a suministrar a aquella dulce muchacha. Lo sentía, de verdad, pero no sufriría lo más mínimo. la muerte la alcanzaría dormida y satisfecha.

Con un único disparo efectuado con su Walter Pk de 9 mm a la que aplicó un potente y efectivo silenciador, el asesino del corazón roto firmó su última muerte.

Limpió todas sus huellas y restos de ADN con ese efectivo desinfectante que es el fuego, tras haber desconectado los sistemas de alarma anti incendio y haber incendiado la habitación dejando el cadáver en un lecho que, a modo de pira funeraria, lo convirtió en cenizas.

Escapó por la ventana con facilidad y una vez al volante del vehículo robado que lo había permitido abandonar Madrid con cierta discreción, puso rumbo a su hogar. Apenas llevaba cien kilómetros recorridos cuando la sonrisa de su ex se adueñó de su mente, y aunque suene estúpido y poco creíble, Laertes no pudo evitar llorar.



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