Decide comenzar a caminar, pone un pie delante del otro y camina. Y sonríe.
Si tiene que caminar quinientas millas o incluso quinientas más para alejarse definitivamente de la tristeza, lo hará gustoso, Entonces se da cuenta de que cuando llegue al lugar donde quiere estar el resto de su vida, lo hará solo, y eso si que no. La esperará en la puerta y no lo cruzará sin ella. Quiere que ella recorra el mismo camino, renuncie a la desgracia y al sufrimiento y se instale junto a él allí donde podrán ser completamente felices, allí donde los ángeles sobrevuelan constantemente rostros sonrientes y se detienen a compartir abrazos sinceros y besos sin pretensiones. A beber ambrosía en cálices de oro y a soplar juguetones los enormes dientes de león.
Es una lástima que no puedan hacer este viaje juntos, pero él se ha asegurado de que ella no se pierda y encuentre el camino más recto, más cómodo y menos peligroso. La quiere junto a él, porque ya se ha terminado de convencer de que el pasado es pasado y nunca volverá a convertirse en presente. Durante un tiempo estuvo muy confundido y creyó que en base a ese pasado podría construir un futuro prometedor, pero las circunstancias le abrieron los ojos y le llevaron a asumir la realidad. Ahora camina solo y no necesita bastones. Solo quiere llegar y esperar a aquella que ha de venir también, escapando de un pasado amargo y de un presente demoledor.
Le hubiera gustado mucho recorrer de su mano este trayecto, pero los hados no se lo permiten y para llegar al destino que ambos han elegido, deben viajar solos y ligeros de equipaje, dejando atrás miserias, penas y problemas que de nada les servirán allí donde quieren llegar, allí donde merecen llegar, allí donde la vida no duele y cada amanecer es una promesa de felicidad.
Mientras camina va dejando un rastro de miguitas rojas que destacan sobre el verde intenso de la hierba del sendero. Cada poco se detiene a dejar un puñado y a comprobar que ningún animal se las va comiendo y que la suave brisa que lo refresca en la marcha, no las dispersa ni las aleja del camino.
El viaje es largo y se asusta al darse cuenta de que apenas podrá obtener más migas de ese corazón destrozado que ha desmenuzado para indicarle el camino dejando un rastro de fragmentos de ese necesario músculo que tuvo que extirparse pues se estaba pudriendo y comenzaba a infectarle el alma.
Levanta la vista y descubre que en la cima de una colina cercana, se encuentra el arcoíris que como un brillante atrapa sueños parece proteger el descanso de aquellos que han decidido instalarse en el que saben es un lugar mejor.
Ya no quedan miguitas. Su destrozado corazón dio de sí lo que podía dar de sí , pero fue suficiente. A lo lejos, se acerca ella, altiva y despojada de todo lo que la retenía, sonriente y hermosa.
Está creciendo un nuevo corazón dentro de su pecho, y verla acercarse hacia él ayuda a que se desarrolle el músculo que remplazará a aquel que machacó durante tantos años de confusiones y fracasos y, cuyas minúsculas porciones diseminadas a lo largo del camino, han servido para conducirla hasta él.
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