domingo, 15 de septiembre de 2019

Por duras que sean.

Desde que lo vio entrar en casa aquella mañana, Laertes supo que algo no iba bien.
Su amigo y compañero de fatigas desde hacia ya unos cuantos años caminaba lentamente y con una pronunciada cojera. Su rostro evidenciaba dolor y sus ojos no podían disimularlo, aunque dada su naturaleza, no era un tipo de esos de quejarse y lloriquear. Lo de ser el maestro de los lamentos le había tocado a Laertes. En el reparto a él le habían tocado las habilidades y destrezas pro las que se lo conocía en el vecindario. Y un atractivo físico arrebatador que traía locas a todas las amigas de Laertes.Pero Laertes quería tanto a su amigo, que nunca le importó que ninguna tuviese ojos para él una vez que lo presentaba.
A lo largo del día no volvieron a encontrarse ni a coincidir en comidas o cafés, pero al llegar la noche Laertes lo encontró tirado sin apenas moverse y por fin expresando su dolor y compartiendolo con él.
Como el amigo que era y, realmente preocupado por la salud de aquel seductor de ojos verdes y felinos movimientos, Laertes avisó a urgencias y lo acompañó a a clínica, donde lo trataron los mejores expertos que pudo contratar. 
La completa exploración, las radiografias y las pruebas que le hicieron a su amigo aportaron un diagnóstico que le atravesó el alma de lado a lado como el más afilado de los puñales. Su amigo se había roto la columna vertebral. La primera vértebra estaba completamente seccionada y le afectaba no solo a las extremidades inferiores, sino también a funciones tan básicas y necesarias como el control de esfínteres o la función reproductora. Esto último le importaba menos porque dada la promiscuidad de su amigo, unos años antes lo había acompañado a realizare una sencilla operación en la que se  esterilizó para evitar embarazos no deseados. Pero lo demás...le rompió el corazón. De verlo siempre tan ágil, tan fuerte, tan orgulloso, a tener que ayudarlo a defecar o a miccionar, había un abismo. El especialista le dijo también que probablemente esas lesiones lejos de mejorar, empeorasen pues no había cirugía posible. Y le ofreció la posibilidad de evitarle sufrimientos y ayudarlo a morir para que no viviese el resto de sus años sin calidad de vida alguna. Pero agarrándose con uñas y dientes a las pocas posibilidades de mejoría, Laertes declinó tan desagradable ofrecimiento y apostó por que su amigo se levantase de las hostias que le había dado la vida.
Y eso si que fue un acierto.
A fuerza de cuidados, cariño y química, su amigo día a día fue mejorando y recuperando movilidad y control de esfínteres.
Si bien es cierto que habría lesiones irreparables, estás en su mayoría eran poco más o menos que estéticas y vale que ya no volvería a ser medallista en salto de altura ni de longitud,pero seguiría seduciendo a todas con su sonrisa, su voz melodiosa y sus hermosos ojazos.
Días después, gracias a los cuidados, el apoyo incansable y la medicación prescrita con acierto, Gatete, el gato de angora con el que Laertes compartia vida, esperanzas, alegrías y penas desde hacía más de ocho años, volvió a escaparse de la seguridad del hogar. Pero esta vez regresó sano y salvo Y feliz.

Video musical obra de Gustavo Fernández


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