Relato no apto para menores de 18 años. El que avisa no es traidor.
Había algo especial en aquella aplicada y solícita alumna y el voluntarioso profesor que había renunciado a la seguridad y estabilidad de una plaza de profesor asociado en la universidad de Oviedo, para poder instalarse en aquella impresionantemente bella población costera durante los meses que la corporación municipal tuviera a bien invertir en formación para sus vecinos, era incapaz de desviar su mirada de la de la terriblemente magnética Diana.
Una tarde, al término de la sesión en el aula del local municipal que el Ayuntamiento había puesto a su disposición, el ujier que acudía a abrir y cerrar las puertas los encontró enfrascados en la traducción de un ejercicio sobre la fantasía y la magia. El resto de alumnos ya se había ido marchando y Diana le pidió que por favor, se lo corrigiera, pues regentaba una librería en el pueblo y había pensado dedicar una sección de literatura fantástica para las lecturas veraniegas y había hecho un pedido de libros en italiano que tenía que rentabilizar.
Debían abandonar el local, eran ordenes municipales y el profesor del curso de italiano no quiso desafiar la normativa por lo que aceptó la invitación de terminar la corrección en el hogar de Diana, quien habitaba una pequeña casa en los acantilados vecinos con las mejores vistas de la zona.
Apenas habían traducido y corregido media docena de líneas, cuando Iván no pudo contenerse al increíble magnetismo de Diana y se atrevió a besarla con timidez pero con arrojo.
Diana devolvió sus besos con más arrojo si cabe, tomándolo del cabello y atrayendo la boca del hipnotizado profesor hacia el amplio escote del veraniego vestido que cubría su cuerpo. Cuando comprobó que Iván comenzaba a saborear su piel, liberó la tela del cordón que la sujetaba y permitió que cayera al suelo dejando al descubierto sus pechos desnudos y una minúscula prenda de lencería de la que tardó apenas unos segundos en despojarse también.
Iván creía morir de excitación y al deslizarse por el cuerpo desnudo de su alumna buscando la fuente en la que beber el agua que había de apagar su sed, apenas logró controlar los latidos de su corazón que parecía que iba a estallar, como su miembro, listo para presentar batalla y para satisfacer a la más exigente amante.
La risueña asturiana le pidió que entrara en ella despacio, que quería prolongar aquel estasis cuanto tiempo permitiera su deseo, y él, solícito y obediente abandonó aquel sabroso néctar para abrirse hueco con delicadeza en su interior.
Entonces, al abrazarse a su cuerpo desnudo gimiendo de placer, descubrió que aquella risueña asturiana de piel blanca como la arena de las costas bañadas por el Cantábrico y ojos verdes como los prados de su tierra, no era una mujer normal.
De pronto, la habitación desapareció literalmente y en su lugar los amantes se encontraron retozando, gimiendo y regalándose cuanto placer podían darse en el interior de una cueva del acantilado que presidía las alturas de la zona. Era una cueva muy especial con un pequeño lago formado entre estalactitas y estalagmitas por las corrientes subterráneas e iluminado por las verdes líquenes fluorescentes que adheridos a la roca, dotaban al lugar de una fantástica belleza.
—¿Qué ha sucedido?—preguntó el profesor de italiano al cerciorarse de que no estaba soñando—Diana, ¿Qué está pasando? ¿Quién eres?
Diana se apartó de Iván desplegó sus pequeñas alas y comenzó a revolotear sobre él, sonriendo desnuda y terriblemente hermosa.
—Soy un hada de los acantilados, Iván, y te he elegido a ti, para recargarme de humanidad y poder así seguir habitando entre vosotros sin llamar la atención. Tú intuiste mi verdadera naturaleza. Me di cuenta de ello el primer día de clase —dijo Diana descendiendo y arrodillándose frente a él— Tu sabes bien que lo esencial es invisible a los ojos, y por eso pudiste verme con el corazón. Y ahora —dijo comenzando a besar y a deleitarse con la tremenda erección del asombrado y excitado profesor—te voy a enseñar de donde viene eso de los polvos de hadas. Luego —concluyó con seriedad—volveremos a tu realidad en la playa junto a los locales municipales, terminaremos la botella de sidra que comenzamos al fin de la clase y no recordarás nada.
Iván cerró los ojos al borde del desmayo más por el inmenso placer que los labios y la lengua de Diana le estaban regalando que por lo asombroso de la situación, y se dejó hacer.
Año tras año Iván regresa a Asturias donde sus alumnos y en especial la librera del municipio, lo esperan con ganas de aprender, de disfrutar y de saber.