Hoy escribo utilizando el dictado de Word.
La verdad es que la herramienta es muy útil, pero
tengo un hándicap considerable puesto que no sé pronunciar la r, y muchas de
las palabras se convierten en términos sin sentido,
En cualquier caso, ya me conocéis y sabéis que necesito
escribir para sentirme vivo. Escribir no es una afición ni un hobby es una
necesidad vital.
El pasado sábado me rompí el brazo derecho por dos
sitios y estoy escayolado, y aunque fumo, como, bebo y juegos al ping pong con la
mano izquierda, escribo con la derecha y a fecha de hoy, escayolado hasta el codo
escribir me resulta más que difícil.
Duele, pero la química es maravillosa y entre
antiinflamatorios y analgésicos la vida es más llevadera.
Más allá de lo aparatoso del golpe y de lo humillante de la
caída, sufrí una salvaje bofetada en la dignidad, cuando la doctora que redactó
el parte de urgencias escribió en él y cito literalmente, “varón de 49 años que
cae desde su propia altura”. Comienza a escocer que digan mi edad, pero podía
haber explicado que a veces caer desde 1 m 65 centímetros puede ser mortal de
necesidad, porque con mi tamaño suena jocoso. Y yo que creía que todos los gatos caen de pie, puede que por
silogismo no sea un gato, y mira que me jode.
La verdad es que he salido de cosas mucho peores y esto, más
allá de la humillación, de los dolores, y lo ridículo de la caída, no es más que
un incordio y es cuestión de paciencia, pero ya estoy un poquito harto.
Vuelta al luto, back to Black. Vuelta a las radiografías, a
las exploraciones, a las anestesias, a los calmantes, a las salas de espera, y
a lo tedioso de pasar meses convaleciente.
Y yo me pregunto, ¿encima tengo que estar agradecido? Y lo
cojonudo es que sí, por qué no me di en la cabeza, y con la lesión cerebral que
me produjo el accidente de ahora hace diez años, un golpe en la cabeza puede
ser mortal o cuando menos muy grave.
Así que nada, a ejercer de ambidiestro, a practicar cuanto pueda,
a no desesperarme escribiendo con el dictado y a no venirme a bajo. Y a darle
gracias a Dios, a supergato, a los hados o a quien sea que corta el bacalao, por
no haber sufrido un daño mayor.
Paso de caer en victimismos, en derrotismos o en depresiones
innecesarias, hoy al fin le encuentro sentido al progreso y puedo hacer de él
un compañero de viaje. Por si acaso me pondré el cinturón y trataré de que
no sea un viaje peligroso.