Mi primera vez no ha tenido nada que ver en absoluto
con lo que me habían contado los colegas, ni con lo que había visto en las pelis y en las revistas.
Nadie me dijo que cuando llegara el orgasmo sentiría
como mi cuerpo estallaba por dentro y que el inmenso placer de fragmentación me
dejaría fuera de combate.
Cuando Carolina me hubo confirmado que vendría a cenar
a casa, mi cerebro proyectó miles de imágenes de lo más eróticas en los que
ambos retozábamos desnudos, devorándonos el uno al otro.
Mis padres se han ido a pasar el fin de semana a la
finca de unos amigos de Cáceres. Haber aprobado la selectividad con una nota
que me permitirá matricularme en medicina y, terminar trabajando en la clínica
del abuelo, sumado
a que pronto cumpliré dieciocho años, han sido las mejores credenciales para
conseguir que no me mandasen a aburrirme a casa de mis primos como hacen
siempre que se van fuera. Se acabó lo de jugar al cinquillo un sábado por la
noche. Tengo otras prioridades durante las ausencias de mis padres.
Sé que ahora se llevan los chicos que cocinan y que
controlan de maridajes de vinos y repostería fina, pero haberme pasado los
últimos años de mi vida estudiando como un cabrón para sacar la mejor medía en
bachillerato, no me ha dejado tiempo para perderlo en esas cosas. Al fin y al
cabo, yo debería seguir la tradición familiar y ser cirujano cardiovascular, no
cocinero en Master Chef.
Carolina llegó puntual a las nueve y media, justo diez
minutos después de que el repartidor del restaurante japonés más famoso de la
ciudad hubiera traído el pedido que me costó un ojo de la cara y parte del
otro. O lo que viene siendo la propina que me dio la abuela cuando publicaron
las notas.
Puse la mesa en la terraza con velitas y esas pijadas y
mientras servía el sushi le di al play
en el equipo del salón donde sonó el cd de Sinatra que tanto le gusta a papá.
Una botella de verdejo de Rueda y otra de Moet Chandon de las que guardan para
las ocasiones especiales bien frías y servidas en las copas adecuadas,
terminaron de hacer el resto. A los postres y
si conseguía controlar el medio pedo que me había agarrado con el vino y el
champagne, todo parecía indicar que conseguiría mi objetivo.
No sabía si Carolina era virgen dada su educación en
el colegio del Opus donde estudiaba desde primaria, pero también iba a empezar
la carrera, y
por
lo que tenía entendido las
de Derecho del CEU suelen ser muy estrechas. Lo que si estaba claro es que
toleraba el vino mejor que yo. Que saque tenía la jodía.
La forma de
besarme en cuanto pasamos dentro al terminar de cenar me reafirmó en la idea de
que este era el día.
Mientras nos besamos me armé de valor y le introduje
la mano por dentro de la camisa y, aunque le rompí dos botones con las ansias,
pude notar como sus pezones se habían endurecido y
al acariciarlos, lo que me resultó muy sencillo puesto que no llevaba
sujetador, Carolina me arrastro hasta el sofá más cercano sobre el que me
derribó con la maestría de una judoca olímpica. Sexo débil dicen, no conocen a
Carolina.
Al percatarse de mi erección, lejos de dejar de
besarme o de separarse de mí, sencillamente me desabrochó los pantalones y en
menos de diez segundos su mano se cerró con decisión en torno a mi miembro y
comenzó a masturbarme muy despacio. Aproveché la coyuntura para despojarle de
la camisa y para quitarme la camiseta y antes de que me diera cuenta, ella ya
me había terminado de desnudar y se había quitado la falda y las bragas. Para
mí era sencillamente preciosa. Carolina no tiene uno de esos cuerpos de actriz italiana en los
que las curvas te invitan a borrar de tu mente cualquier otra cosa que no sea
la perfección de sus pechos, la maravilla de sus caderas y el esplendor de su
trasero. Es una chica perfecta en su normalidad.
Debí haber hecho caso a mi padre cuando me habló de
apuntarme al gimnasio los fines de semana durante el curso, “Men sana in corpore sana” dice
siempre. Así no me hubiera sentido tan
patético al desnudarme. Pero el exceso de vino me ayudó a sentirme un Superman.
- —¿Tienes un preservativo? –me preguntó
Carolina en voz muy baja, como si le diese vergüenza– tendremos que tomar precauciones si vamos a
hacerlo.
Chica lista. Desde luego yo había contemplado esa
opción y tras recoger los pantalones extraje un condón del bolsillo trasero.
Según me han contado los colegas, lo de las gomas corta
el rollo bastante, pero a pesar del puntillo no tardé en ponérmela y antes de
lo que pensaba acepté la invitación que me hicieron sus piernas al abrirse como
las de una gimnasta rítmica y entré en ella disimulando mi falta de experiencia
y tratando de no quedar como un idiota. Aunque eso no lo terminé de lograr. Hasta la quinta no fue la vencida y solo entonces
conseguí penetrarla. En las pelis parece más fácil. No sé si gritó de dolor o
de placer, pero al escuchar su grito según la penetraba, agradecí sobre manera
el vivir en un chalet independiente con amplia parcela llena de árboles.
Se me abrazó con fuerza y acompañó los movimientos de
mis caderas con los de las suyas. Fue increíble. Allí estábamos los dos, como
si llevásemos haciéndolo toda la vida. Nosotros… que no habíamos pasado de
morrearnos y acariciarnos por encima de la ropa aprovechando la oscuridad de
los reservados de la discoteca.
De repente, un
estallido interior acompañó mi eyaculación. Me corrí como si quisiera vaciarme
por completo dentro de ella y al tiempo sentí como si una bomba de placer y
napalm abrasase todo mi ser. Aquello me dejo extasiado, casi desmayado, de
hecho, estuve a punto de perder el conocimiento mientras Carolina me besaba con
ternura y me acariciaba la espalda, diciéndome que ella también había
disfrutado mucho desde el principio.