lunes, 23 de agosto de 2021

Génesis (epílogo)


 Una vez fue liberada de las bridas que le impedían realizar cualquier movimiento, Adán no se lo pensó dos veces. El entrenamiento en diversas artes marciales, y en técnicas de lucha sin armas durante su formación como agente de la CIA había sido más que satisfactorio, y cuando creyó que Laertes se había confiado lo suficiente, le lanzó una patada a la entrepierna buscando derribarlo o hacerle doblarse de dolor durante al menos unos segundos. Pero subestimó a su contrincante.

—Te han entrenado bien, Adán –dijo Laertes mientras detenía el golpe y lo devolvía con fuerza y rapidez sin pestañear apenas–y siento tener que volver a inmovilizarte, pero no me dejas otra opción. Te aseguro –añade mientras coloca a adán grilletes en muñecas y tobillos– que no te haré ningún daño y que estás retenida aquí principalmente para evitar que interfieras en mis asuntos. Una vez termine con lo contratado te liberaré y te dejaré sana y salva en un lugar desde el que puedas ser recogida por Pinacho y su compañera. Entiendo tu actitud, pues también eres una profesional y no puedes desaprovechar cualquier oportunidad para liberarte y de paso quitarme de en medio, pero créeme, en esta ocasión yo no soy el enemigo a batir.

—Tienes unos modales exquisitos y en verdad eres un encanto, Laertes –ironiza Adán cuando recupera el aliento tras el golpe recibido en el plexo solar que la había dejado sin respiración –pero si la agencia te ha seleccionado como objetivo de mi misión, será por algo. No podemos permitir que ciudadanos americanos sufran el menor daño, ni que entorpezcas su negocios con empresarios españoles.

—Cariño –comienza Irónico Laertes –esos honrado empresarios, tanto los de tu país como los del mío, no son más que títeres manipulados por una sociedad internacional constituida por criminales al servicio de los poderosos intereses económicos  rusos, chinos e iranís.  Deja que te explique y te lo demuestre.

Laertes acerca su ordenador portátil hasta la mesa vecina al sofá donde ha instalado a su prisionera americana atada de pies y manos. En un pen drive que extrae de un compartimento secreto en el talón de su bota izquierda, almacena informes, video y pruebas irrefutables de lo que acaba de afirmar y Adán comprueba que en efecto, si la reunión de empresarios que ha venido a proteger llega a buen fin, las economías española y norteamericana lo lamentarán a largo plazo. Y mucho.

—¿Y porqué no has puesto toda esta información a disposición de tu gobierno?–pregunta inocente Adán.

—Eres tan bonita como ingenua, Adán –dice Laertes con dulzura–ni te imaginas hasta donde llegan los tentáculos de el monstruo de la avaricia. De momento ya han conseguido que se me señale como el objetivo de tu gobierno, confundiendo a la agencia para la que trabajas. Y te aseguro una cosa –dice inquietando a la agente estadounidense –si se te ocurre informar a tus superiores de algo de lo que has podido comprobar con las pruebas que te he mostrado, harán que tu muerte parezca un accidente. No lo dudes ni un segundo.

Adán y Laertes pasan un par de horas más comprobando el alcance del complot internacional que está a punto de firmarse en Valladolid e identificando las consecuencias de dejar en las manos equivocadas el control sobre el suministro petrolífero de España para comenzar y después progresivamente, siguiendo el maléfico plan del enemigo, el de toda la Unión europea.

—Tenemos que impedirlo y no podemos perder ni un segundo, Laertes.

—Algo me dice que este es el principio de una hermosa amistad –sonríe el asesino del bigote bicolor.

Laertes devuelve a Adán sus armas y la ayuda a disfrazarse para no ser reconocida y tras una concienzuda sesión de camuflaje en la que ambos cambian por completo su apariencia, se reparten los objetivos a eliminar y conducen hasta el hotel donde se alojan los asistentes a la convención.

En menos de diez minutos y sin hacer el menor ruido ni levantar sospechas, siembran de cadáveres las habitaciones del hotel. 

Misión cumplida.

Cuando regresan al piso franco de Laertes, este cede a Adán el turno para pegarse una ducha y quitarse el maquillaje y, los restos de sangre de sus víctimas, degolladas en silencio con la pericia de un matarife.

Adán se desnuda con la puerta del cuarto de baño abierta y Laertes que en un principio se aparta ruborizado para concederle la intimidad suficiente, esboza una sonrisa al apreciar la perfección de las formas de Adán.

 Adán sale de la ducha y se seca vigorosamente con la toalla que le pasa Laertes, Desnuda aún y sin rubor de ningún tipo, ayuda a Laertes a despojarse de la ropa para ducharse también. El asesino a sueldo con principios morales tiene un cuerpo sorprendente por lo musculado del cuadro superior y lo tatuado de su piel que oculta con la tinta de los tatuajes multitud de cicatrices.

—Adán, si no vas a abrir una de las botellas de vino que tengo en la cocina y a por un par de copas, no respondo de lo que pueda pasar aquí. Uno –termina sin disimular su excitación–no es precisamente de piedra.

Adán no le permite continuar y mientras le ayuda a despojarse de los pantalones y los ajustados boxers se entrega con decisión a besarle en la boca y a mostrarle de lo que podría ser capaz su lengua aplicada a cualquier parte más sensible de su cuerpo.

Laertes recoge el guante y se entrega al combate de besos y caricias. Toma en brazos a la eficaz y mortífera agente americana y la transporta hasta el dormitorio, donde la abandona con delicadeza sobre el lecho. Una vez allí ambos dan rienda suelta a su pasión y sin tabús ni prohibiciones de ningún tipo, se esfuerzan en ofrecerse el placer más absoluto. Un orgasmo tras otro Adán descubre que Laertes es igual de esforzado y de preciso en su trabajo como asesino a sueldo que como amante. No queda en su cuerpo un centímetro por ser besado y la lengua de Laertes le ha proporcionado el más intenso de los placeres. Ella responde con los mismos golpes y Laertes por primera vez en mucho tiempo, se abandona en manos de otra persona.

Un par de horas después, vestidos y en el salón del piso, Laertes abre una botella de Whisky escocés de malta y sirve dos vasos con hielo mientras enciende un cigarrillo y aspira el humo de la victoria.

—No me gusta el tabaco –dice Adán –terminará matándote.

—Si antes no me matas tu con tu movimiento de caderas –responde Laertes mientras echa el humo por la nariz. 

—Eres malo –bromea ella.

—No soy malo, te lo aseguro. Solamente un poco atrevido quizás –dice Laertes mientras comienza a desnudarla de nuevo.

—A nuestra edad tenemos que serlo.

Adán y Laertes olvidan el escocés con hielo en la mesa del salón y vuelven a amarse como adolescentes, esta vez  en el sofá, contra la pared, sobre la mesa del comedor y en todos y cada uno de los rincones del piso capaces de soportar el ímpetu de su deseo.

Pinacho y Nogueira mientras, preparan el informe que presentarán a sus superiores y en el que apuntan hacia lo  que ya no les deja lugar a dudas, Laertes y Adán trabajaban juntos desde el principio y llegaron a engañar a las fuerzas de seguridad españolas y estadounidenses, y han eliminado a todos los asistentes a la reunión empresarial internacional.

—¿De verdad crees que ya se conocían?–pregunta Nogueira aún recelosa con esa conclusión.

—Puede que sí, puede que no–contesta enigmático Pinacho–en cualquier caso lo que está claro es que si no se conocían ya, este ha sido el principio de una hermosa amistad.



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