Cuando fue reclutada por la agencia para formar parte del operativo que debía terminar con la vida del eficaz asesino a sueldo español, Adán aceptó sin dudarlo. Le apetecía cambiar de aires, darse un paseo por España y disfrutar de las excelencias de la gastronomía y el enoturismo del país que financió el descubrimiento y la conquista del continente americano.
El objetivo a eliminar era un tal Laertes, un profesional de la ejecución por encargo, con una dilatada experiencia militar dentro de los comandos de operaciones militares del ejército español y una presunta larga lista de trabajos realizados a la perfección.
Al llegar al aeropuerto de Madrid, bautizado con el nombre del ex presidente del gobierno español, Adolfo Suarez, la fueron a recoger dos policías del grupo de homicidios de la Policía Nacional de Valladolid, ciudad donde supuestamente residía el objetivo. El inspector Iván Pinacho y su compañera, la subinspectora Clara Nogueira, dedicaron las cerca de dos horas que duro el trayecto en coche hasta la capital del Pisuerga en ilustrarla sobre las andanzas y el modus operandi de aquel que según la embajada de EEUU y el Ministerio del Interior español habían escogido para cargar con la culpa de un turbio asunto que había terminado con la muerte en extrañas circunstancias de un acaudalado ciudadano americano poseedor de distintas refinerías de petróleo, que sospechosamente estaba financiando la operación mediante la que un misterioso y selecto grupo de influyentes empresarios vallisoletanos se harían con el control del petróleo que abastecería todas las estaciones de distribución de gasolina a lo largo y ancho del país.
Adán echo un vistazo a las fotos del tal Laertes. No estaba mal. Se conoce que es sus años mozos debió tener su éxito con las mujeres y lo que más le llamó la atención fue ver que compartía peculiaridad física con el simpático policía vallisoletano. Ambos tenían el bigote de dos colores, de un lado del labio rubio, y del otro de un blanco nuclear. Los españoles son gente curiosa, pero tanta casualidad resulta cuando menos sospechosa para una mujer como Adán, que lleva ya unos cuantos años trabajando en la sombra y desentrañando todo tipo de enredos.
Llegaron sin complicaciones con la puesta de sol al hotel donde la agente americana se alojaría como una turista llegada para disfrutar de los muchos encantos vallisoletanos, y tras pegarse una ducha y vestirse de forma cómoda y discreta, ocultando bajo la cazadora de piel su potente revolver de seis balas del 44, Adán se dirigió a La Solana, restaurante donde la esperaban los amables policías y donde disfrutaría de un buen vino de la Ribera del Duero y de un plato de exquisito jamón ibérico entre otras delicias nacionales.
Adán interpretó a la perfección su papel de guiri entusiasmada con España, y estrechó con fuerza la mano de Luismi, el propietario del restaurante y cocinero jefe del mismo. Luismi se sorprendió de la fuerza del apretón de manos de aquella turista que le presentaron Pinacho y Nogueira, pero lo devolvió como manda la cortesía, con firmeza y decisión.
Adán había jugado al basket en la liga universitaria de joven. No era particularmente alta, apenas metro sesenta y cinco, lo que la llevó a ocupar generalmente puestos de base o alero, pero durante los años becada para estudiar gracias a ser una buena jugadora, se esforzó en entrenar a diario la parte física, tan importante en las ligas americanas. Desarrolló una potente musculatura que reforzó y completó con entrenamientos específicos en los gimnasios de la agencia y su poderío corporal le había sido muy útil en situaciones complicadas e incluso adversas.
Antes de despedirlos, Luismi los agasajó con unos chupitos de orujo casero de naranja acompañado por rosquillas de anís. Mientras levantaban los vasos no se percataron del enigmático hombre vestido de negro que los observaba desde la esquina opuesta de la barra. Laertes sonrió al estudiar a la americana que bebía con Luismi, Nogueira y Pinacho. No estaba mal, ojalá no la hubiesen enviado para acabar con él.
Antes de que descubrieran su presencia dejó un billete de 10 euros sobre el mostrador para que la morena camarera cobrase su whisky con hielo y tras guardar las monedas que esta le devolvió, se despidió amablemente y abandono el local junto a la iglesia de Santa Maria de la Antigua, joya monumental de Valladolid.
Horas después, con la salida del sol, Adán comprobó su arma antes de abandonar la habitación para comenzar su tarea e introdujo en el interior de su bota derecha la funda del afilado cuchillo que manejaba con tanta destreza, que a fuerza de eliminar un objetivo tras otro con precisión cirujana, le había granjeado el apodo en la agencia de "la cortadora".
Continuará
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