viernes, 15 de mayo de 2020

Besos en el tintero


                                                                     
Puede que encontremos la belleza y puede que en realidad ahora es cuando todo empieza. Tengo que aprovechar los comienzos y procurar aprender del pasado para no cometer los mismos errores y profundizar en los aciertos, en los pocos que tuve. Tengo que estar prevenido para no volver a dejarme besos en el tintero como los que se pudrieron en el pasado por timidez, y por vergüenza mal entendida  no llegaron nunca a entregarse. Y sus destinatarios murieron. Aunque me pese y trate de explicarles que esos besos les pertenecen, aún tendré que esperar a que el destino fije la fecha para poder dárselos.
Ahora estamos pasando una época terrible en la que la humanidad recoge la cosecha de tempestades al haber sembrado vientos en todos los terrenos de cultivo.
El planeta ha decidido castigarnos por tanta insensatez y ha procedido a limpiarse un poco a costa de nuestro sufrimiento y de cientos de miles de muertes. La inmensa mayoría de los fallecidos han sido daños colaterales. El virus que nos ha regalado la naturaleza no es un virus selectivo, no está diseñado para exterminar culpables de la decadencia global, aunque todos lo somos un poco, directa o indirectamente.
Amparado en la resistencia, en la idea de que rendirme nunca es una opción y en mi afán de continuar aquí y de tratar de dejar huella, me agarro a la idea de que puede que esto sea un antes y un después, de que realmente se trate de un nuevo comienzo y de que entre otras muchas cosas, se me está dando una nueva oportunidad. Está claro que el hacedor me tiene cierta simpatía y prefiere que aprenda, que interiorice su mensaje y que aproveche las ocasiones.
Y voy a hacerlo.
Cada noche, en esos minutos que dedico a hablar con Dios, con los Dioses, con Supergato o con quien sea el que maneja esto, siempre hago la misma petición. Pido que se me ayude a ayudar y que se me ayude a convertirme en la persona que quisiera llegar a ser. Puede que de esta espantosa plaga que se nos ha enviado saque al menos una lección para que cuando todo pase y volvamos a vivir sin miedo a lo invisible, pueda crecer como persona.
He aprendido que demostrar tu amor por la gente que quieres no implica transmitir debilidad al hacerlo. Que quienes no sepan aprovechar lo que les ofrezco de entre lo mejor de mi y lo corrompan y desvirtúen sin valorar el regalo, son los únicos culpables de hacerlo. Pero también, fruto de este aprendizaje, he decidido que no voy a arriesgarme a que aquellos que lo merecen todo abandonen este valle de lágrimas sin llevarse con ellos la certeza de lo mucho que los quise. 
No sé si la humanidad se ha dado cuenta de que de este mal se puede desgranar una enseñanza vital. No sé si realmente el ser humano quiere aprender de lo vivido o si cuando encuentre el parche para tapar esta fuga, volverá a las andadas o incluso peor, por lo resabiado.
En cualquier caso yo tengo muy claro que hay muchas formas más efectivas de aplaudir a quienes han demostrado generosidad, inmensa solidaridad y valor sin límites, y esas formas efectivas nada tienen que ver con los balcones. 
La vida es la cara más hermosa de una moneda cuya cruz se fija en la cabecera de los túmulos. Y nos hemos empeñado en devaluarla.
Mis manos y mis labios, mis versos y mis textos, mi incansable lucha por ser feliz y por encontrar y disfrutar el amor están desde hoy a disposición de aquellos que lo necesiten.
Y decir esto no me hace mejor persona. Me posiciona como persona.




sábado, 9 de mayo de 2020

Camina junto a mí

No puedo negar su existencia. Tampoco puedo negar que lo someto a una terrible tensión continua, que lo hago vivir al límite y que trabaja las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
Supongo que mi ángel fue uno de los que alzó su flamígero acero contra Dios padre cuando Lucifer, picado por la envidia y con el ego henchido, se levantó contra quien le dio su ser. 
Imagino que en justo castigo por haberse unido a la rebelión y haberse alzado contra su poder, el creador lo condenó a ejercer de guardián de hombres como yo y, a lo largo de los siglos, ha ido protegiendo un insensato tras otro, un atrevido tras otro.
Muchos creen que soy un tipo afortunado, pero sinceramente creo que la fortuna poco tiene que ver con el que siga aquí. Más bien mi custodio está demostrando que ya ha redimido su culpa y está haciendo méritos para que se le perdonen sus fallos y se le reponga su dignidad a costa de dejarse el plumón de sus alas en protegerme, ayudarme y cuidar de mi cada vez que demuestro mi falta de cabeza, cada vez que olvido que soy mortal y cada vez que se me ocurre echarle otro pulso al destino . 
Estúpido de mí, no me he parado a pensar que no es mi brazo el que consigue vencer al del caprichoso hado, sino el de aquel al que se le asignó mi custodia.
Cuando nací, colocaron en la cuna una medalla del ángel custodio con mi nombre y mi fecha de nacimiento grabada en la parte de atrás.Al crecer, mi madre la engarzó en una cadenita de oro y desde los dieciséis años pende de mi cuello. Siempre la llevo conmigo. nunca me la quito y aunque muchos días comparte espacio con otros collares y otros colgantes, esta medalla es testigo de todo lo que sucede en mi día a día, de mis imprudencias de mi atrevimiento y de todos mis errores. Y él siempre está a la altura de la misión encomendada.
Es mi protector, puede que por imposición divina, pero sé que camina junto a mi y que aunque no pueda verlo, me acompaña en cada barra de bar, en cada reunión de trabajo y en cada cama que frecuento.
Puede que aprenda de mis continuas equivocaciones y llegue el momento en el que  consiga darle unos días libres. Puede que cuando el hacedor decida que ha llegado mi hora, lo retire del servicio activo y decidan entrenarme para ocupar su puesto, y sea yo el que reciba dos alitas de plumón blanco, una espada de llamas y un objetivo a proteger. No me parece un mal trabajo.
De momento solo puedo tratar de que mi ángel llegue a relajarse y estar agradecido. Por tanto. Por todo.


jueves, 30 de abril de 2020

Pedir perdón

Porque pedir perdón es algo que siempre debe ser sincero. No sirve de otra forma. No limpia de otra forma. 
Hay que entender que pedir perdón, cuando nace del deseo real de ser perdonado, es algo que tiene que haberse alimentado del arrepentimiento y del propósito de enmienda. Sino no tiene sentido.
Y no vale que te perdonen porque sí, por no quemar más naves, por no hacer más grande esa bola de nieve que comenzó a rodar ladera abajo con la primera metedura de pata, y que fue creciendo en su camino al arrastrar multitud de errores.  El perdón tiene que derretir el hielo, tiene que disolver la nieve, tiene que conseguir que se convierta en el agua que riegue los buenos propósitos y haga brotar ese nuevo ser desinfectado de confusiones, de daño y de corruptas buenas intenciones.
Porque sí. Porque a veces las mejores intenciones se corrompen sin darnos cuenta y ese germen, que pudre lo que creías un hermoso regalo para las personas que quieres, se alimenta de los fallos que cometes al dejarte llevar por la ilusión y al no detenerte a pensar las consecuencias del presente ya podrido.
Y duele.
Duele mucho reflexionar y comprender que te has vuelto a equivocar. Que no querías hacer daño, pero lo has vuelto a hacer. Que tu cariño hacia aquellos que quieres se distorsionó y se transformó en otro motivo más para continuar en el bucle de la disculpa.
Y estás ya cansado de vivir excusándote sin aprender de los errores. Estás agotado de saber que tensas tanto la cuerda que en cualquier momento se terminará rompiendo. Y no quieres que se rompa.
Así que una vez más y deseando abrasarte con ese  fuego en el pecho que cauterizará la herida, agacharás la cabeza arrepentido, enterrarás las escusas en el jardín y tratando de que no te tiemble la voz, volverás a pedir perdón.

domingo, 26 de abril de 2020

¿Puedes oírme?

Papá ¿Puedes oírme? ¿Puedes verme?¿Puedes encontrarme a través de las sombras de las noche?
Esta canción de la banda sonora de la película Yentl, magistralmente interpretada por la cantante y actriz Barbra Straisand, siempre me emocionó. Y hora más que nunca.
Debe de ser algo normal entre los seres humanos. Cuando nos asustamos, cuando estamos confusos, cuando tenemos miedo, recurrimos a nuestros padres. Igual que cuando nos aflige una pena muy grande o nos atormenta un dolor insoportable, entre suspiros y sollozos e intentando contener las lágrimas llamamos a nuestras madres. Todos hemos visto imágenes de soldados abatidos en diferentes conflictos a lo largo del planeta que, empapados en sangre, llamaban a sus madres desde el suelo.
Hace más de cuarenta días que permanezco en casa junto a mi madre y dos de mis hermanos. Hace más de cuarenta días que trato de estar a la altura de lo que mi padre nos enseñó y hace más de cuarenta días que trató de cuidar a los míos como mi padre cuidó de mi hasta el mismo día de su muerte, Pero no voy a osar compararme. Él fue siempre un hombre inteligente, fuerte, resolutivo, justo y seguro de si mismo y yo, a veces me pregunto si a pesar de mis cuarenta y cinco primaveras, mi larga colección de historias de amor y mi afición por exponerme al dolor más intenso que es el de la traición de las personas que amas, soy ya un hombre.
Intento aportar tranquilidad, seguridad, armonía, cariño y buen humor durante este confinamiento. Intento mantener la llama de la antorcha que recogí de las manos de mi padre cuando el destino decidió que ya era hora de hacer el relevo y rezo pidiendo que se me ayude a ayudar,que se me de el acierto, la inteligencia y la fortaleza para hacerlo. Pero a veces tengo miedo.A veces dudo y creo que jamás seré la sombra de lo que mi padre fue y a veces,de pie junto al árbol del jardín de casa donde se enterraron parte de sus cenizas, le pido que me asesore y me aconseje, como hizo en el pasado aunque en muchas ocasiones fui un hijo torpe y egoísta, que antepuse mi bienestar y mis caprichos al espíritu de sacrificio y al esfuerzo por el bien común y por el bien familiar que mi padre trató de inculcarme.
Y a veces puedo escucharle hablarme sin palabras. A veces siento que en la distancia me reconforta y vuelve a abrazarme y a perdonar mis muchos errores.
Intentaré que llegues a sentirte orgulloso de mi.
Volveremos a vernos, papá. pero aún no. Aún no.
Fuerza y honor. 

domingo, 19 de abril de 2020

Barbecho

Nada puede crecer ya en mis labios si no los riegas, si no siembras besos, si no cultivas cariño.
Mi boca está yerma y abandonada. Hace más de un mes que la pusimos en barbecho y aunque la abonas cada día con llamadas telefónicas, wasaps y videoconferencias, va a ser muy difícil que la cosecha de amor vuelva a llenar nuestros silos.
Trato de imaginarte a mi lado y al abrir un vino siempre saco dos copas. Al acabar la botella solo tengo que fregar una de ellas. Y me duele tanto devolver la tuya inmaculada a la vitrina que me estoy planteando seriamente dejar de beber. También voy a dejar de bailar. Arrastro los pies a ritmo de tango y las baldosas echan de menos tus zapatos de tacón. Yo echo mucho de menos poner mi mano en tu espalda y sentir tus muslos milongueros resbalando contra los míos.
Como dice la canción, "me manché de tango". Lo cierto es que me he puesto perdido al escuchar a Gardel sin tomar las debidas precauciones. 
Cada noche regalo un abrazó al vació que dejó tu cuerpo en mi cama. Cada noche apago la luz furioso porque no siento tu aliento en mi nuca. Cada noche deseo que salga el sol lo antes posible y así habrá pasado otra noche de soledad y nostalgia. Al despertarme la luz me recordará que ya queda un día menos para volver a acariciarte y la esperanza será la semilla que esparcir en mis labios.
Cómo decirte que te echo  de menos. Cómo escribirte que imagino reencuentros sin mascarillas y sin guantes, sin ropa y sin tabúes, infectándonos la piel con caricias eternas.
La distancia social nos curará de virus y enemigos microscópicos, pero echará a perder los hermosos campos de amantes que embellecen el paisaje de mi tierra.
Y aún así y todo, resistiré.

sábado, 11 de abril de 2020

Calma

Laertes decide aprovechar el confinamiento.
En el pasado él ya vivió confinado en una prisión birmana durante exactamente dos años y un día. Aquello si que fue realmente duro. Uno de sus primeros trabajos terminó reventándole en la cara y cuando el juez birmano golpeó con su mazo al dictar sentencia, el golpe no solo se escuchó en toda la sala. Retumbó fuerte en el interior de su pecho. Aunque al haber fallecido el único testigo del crimen, solo pudieron condenarlo por tenencia ilícita de armas y asociación criminal, se juró a si mismo que nunca volvería a cometer un error y que en caso de cometerlo, no se dejaría atrapar con vida.
Pero ha llovido mucho desde entonces y el atrevimiento y las prisas propias de los primeros trabajos dejaron paso a la reflexión, a la prudencia y a un meticuloso diseño de los detalles de cada plan.
En aquella sucia celda de dos metros cuadrados que debía compartir con un eunuco malayo al que enseñó modales a golpes  diez minutos después de que el carcelero cerrase la puerta tras él, aprendió a optimizar el tiempo, a no volverse loco, a mantener la forma física y a charlar con sus demonios.
Por eso ahora este obligado confinamiento en su chalé de una urbanización casi desconocida, poco habitada  y muy alejada del  núcleo urbano, le resulta más un periodo vacacional que otra cosa. Tiene la despensa bien aprovisionada, tabaco de sobra, jardín y ganas de que el caos en el que se encuentra la práctica totalidad del planeta sea el estímulo que necesita para ajustar cuentas y terminar de una vez por todas con un par de cabos sueltos del pasado que aunque no pueden perjudicarlo ya de ninguna forma, está deseando ejecutar, más que nada, por darse el gusto y quitarse la espinita.
Quédate en casa, le dicen a todas horas y por todos los medios, y él no será quien desobedezca a la OMS.
Cada tarde a las ocho en punto sale al jardín puntualmente a aplaudir a los sanitarios y a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. Al margen de su trabajo, Laertes cumple estrictamente con las normas exigidas para vivir en sociedad y es un ciudadano ejemplar y modélico. Hasta que se demuestre lo contrario.
En estos días de confinamiento la gente ha decidido permitir que afloren todos los buenos sentimientos frenados por la vorágine de una vida moderna que no concede apenas tiempo para pensar en uno mismo. Como para pensar en los demás. Ahora todos se echan de menos, todos se mandan wasaps, abrazos virtuales y libres de contagios, canciones, vídeos de niños que quieren salir a la calle y  planean reencuentros maravillosos, Pero él no. Él tiene muy claro a quien quiere abrazar. Y a quien quiere matar,
Laertes ha aprendido a vivir sin acelerarse. Ya pasó por ello, ya aprendió que si no frenas tú, te frenará la vida de la forma que sea; con un infarto, un accidente, una crisis de ansiedad en el mejor de los casos o una espantosa enfermedad degenerativa en el peor. A él ya lo frenaron con un certero disparo con agujero de entrada en el pectoral izquierdo y agujero de salida por la espalda que rozó peligrosamente su médula espinal y que de haberla alcanzado, lo hubiese dejado tetraplégico de por vida. Tras varias operaciones en la intimidad de una clínica privada regentada por una familia de la camorra napolitana y una larga y costosa recuperación en un hotel de Capri perteneciente a los mismos mafiosos, Laertes puede decir que volvió a nacer.
Ahora, que sabe mantener el pie lejos del acelerador vital y que disfruta de la soledad, del tiempo y de todo lo que una mente cultivada puede sacar de él cuando sobra; pasa los días leyendo, haciendo ejercicio en el gimnasio que se instaló en la habitación junto al garaje y diseñando los dos asesinatos por los que cobrará en una moneda que no cotiza en bolsa pero vale más al cambio que el bitcoin: tranquilidad de espíritu. En realidad no los considera asesinatos, sino la demorada ejecución de la sentencia de dos condenados a muerte por el tribunal existencial, al haber cometido unos delitos tan graves que ni el mejor abogado celestial podría conseguir su absolución.
Tiene a los dos objetivos perfectamente localizados desde que ya hace unos años comenzó a controlar todos sus movimientos. Sabe donde viven, donde trabajan, lo que acostumbran a comer, cuando follan y si alguno de ellos ha fingido el orgasmo o no. Ella suele fingir...siempre fue una embustera. Él sin embargo se corre a gusto sabedor de que ese coño que lo aloja dos o tres veces por semana no le pertenece y, cada vez que alcanza el zenit, sigue felicitándose por haber sido capaz de robárselo a su dueño original como tantas otras cosas que le quitó, entre ellas la inocencia.
Las circunstancias se lo han puesto muy fácil, quizás demasiado. 
Lunes 13 de abril, diez en punto de la noche. Laertes escoge una Walther P8 con silenciador, comprueba que el cargador está completo de munición de 9 mm con la punta hueca y elije un DNI falso cuyo nombre es idéntico al que figura en un carné sanitario donde consta su especialidad como médico neumólogo. En caso de que algún control rutinario lo haga parar para comprobar si se está moviendo justificadamente, no tendrá ningún problema.
Conduce hasta el barrio obrero de Valladolid donde los objetivos han fijado su residencia. Una vez aparca el coche lo más cerca del portal donde va a realizar el trabajo que por primera vez más que trabajo es ocio, se coloca una mascarilla FPP2 y unos guantes de cirujano y sonriendo, se prepara emocionalmente para ello. Va a disfrutar y no quiere que el placer lo confunda y le lleve a cometer algún error. 
Hace falta que no se abandone a la emoción del momento. Calma. Mucha calma.
Con suma facilidad fuerza la puerta de acceso al edificio. Sube los dos pisos por las escaleras y al llegar a la puerta de un piso pequeño, barato y sin encanto alguno, tarda aproximadamente cinco segundos en abrir la cerradura sin hacer el menor ruido. 
Los encuentra cenando en la cocina. En ese momento ella se está llevando a la boca el tenedor con algo parecido a tortilla francesa, pero no tiene tiempo para saborearlo. El silenciador de la automática ahoga el estruendo de las dos detonaciones que la destrozan el rostro. Una bala entra por la boca rompiéndole los dientes y saliendo por la nuca, la otra le atraviesa el ojo izquierdo esparciendo por la pared azulejada sangre, huesos y trocitos de cerebro.
Con él se deleita un poquito, pero lo justo para no dejarse llevar en exceso. De un culatazo le rompe la boca impidiéndole gritar y haciéndole caer al suelo de rodillas con las manos tratando de detener la hemorragia y sollozando sin poder llorar como le gustaría. Le apoya el cañón en la frente y antes de apretar el gatillo se levanta la mascarilla con la mano izquierda para que pueda saber de donde vienen los tiros(nunca mejor dicho). La víctima lo mira con sorpresa y podría decirse que con incredulidad. Está claro que no puede creerlo capaz de aquello. Y no le falta razón. El Laertes del pasado, aquel al que habían destrozado la vida, hubiera sido incapaz de esto. Pero la vida da muchas vueltas y si no te agarras bien, sales volando en una curva. O el destino se coloca a tu lado y te dispara a través de la ventanilla.
Una hora después, Laertes termina de darse una ducha reponedora. Se tumba en la cama desnudo y feliz, pone la canción de Drexler "Todo se transforma" en el estéreo del dormitorio y enciende un pitillo con su mechero de gasolina. Plácido como un bebé, piensa: Hay  que ver,nada tan agradecido como el acostarse feliz, satisfecho y con el deber cumplido.



miércoles, 1 de abril de 2020

¿Resistiré?

Estoy convencido de que sí, lo haré. He podido con cosas peores y ahora no solo debo resistir, sino que debo colaborar en la medida de lo posible a que otros resistan.
Cuando pasé por lo que resulta que se llama una ECM (experiencia cercana a la muerte) mi visión de la vida  cambió por completo y a la labilidad resultante de mi lesión cerebral, se unió el cambio de percepción de la realidad y comprendí al fin la verdadera importancia de palabras como familia y amigo, que tendemos a incluir en el saco de las cosas que están ahí y que siempre van a estar. Pero no. Un día puede que no estén y la toma de conciencia de esta demoledora realidad en carne propia me  llevó a considerar las cosas de una forma muy diferente. Ahora veo que ese cambio de visión está llegando también a multitud de personas que sin haber sufrido un accidente de tráfico que los llevase a la UCI en estado de coma, se dan cuenta de que la muerte está ahí y que al estar confinados, se arrepienten de no haber dicho a familia y/o a amigos que los querían tantas veces como querrían haberlo hecho. Pero nunca es tarde.
Tenemos que resistir porque más allá del confinamiento, de la privación de libertad, de no poder acudir al trabajo con todo lo que eso conlleva, de no poder reunirte con pareja, amigos, familiares y de no poder disfrutar de los pequeños placeres de la vida, la vida en toda su plenitud nos está esperando si somos capaces de poner los medios, de resistir.
Incluso aquellos que se infecten y que sufran el  ingreso, no deben de tirar la toalla. Esto no es una sentencia de muerte. Más del 80% de los infectados salen adelante.
Será muy triste ver como  caen muchos vecinos, amigos, familiares, compañeros de trabajo, de estudios...pero rendirse nunca debe ser una opción. Resistir y plantar cara con las armas que tenemos a nuestro alcance es nuestra obligación y esas armas son quedarnos en casa, evitar picarescas y ardides para tratar de disfrutar de lo que ahora no nos está permitido y sobre todo evitar contagios por este tipo de imprudencias.
Tenemos que tener en cuenta que quienes más están sufriendo las consecuencias médicas de esta crisis son nuestros mayores. Ellos y el personal médico y las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que están en primera linea jugándosela por todos nosotros. Los mayores por descontado merecen toda nuestra atención y todo nuestro respeto, todo nuestro agradecimiento, nuestro cariño y nuestros cuidados y es una vergüenza que haya incluso quien haya promovido el abandono de los mayores a su suerte. Les debemos mucho, demasiado, y tenemos que hacer lo que esté en nuestra mano para que no sufran los estragos que está causando este puto bicho.
Médicos, enfermeros, auxiliares y personal sanitario en general,militares, policías, guardias civiles y todos los cuerpos armados demostraron valor,compromiso y sacrificio al acudir a la llamada y servir en primera linea. No basta con aplaudirlos a las ocho de la tarde, hay que ser solidarios con ellos y respetar el confinamiento  que es la única manera efectiva de echar un cable que tenemos para que vuelvan a casa sanos y salvos.
Esto pasará. Está siendo muy duro, muy triste, muy problemático. Y después de que pase la crisis sanitaria vendrá la crisis económica. Y también pasará por dura y difícil que se presente la economía. Podremos con ella y saldremos adelante. Porque somos un pueblo duro y acostumbrado a enfrentar condiciones adversas y a escribir con letras de oro en los anales de la historia el nombre de España.
Y por favor, no perdamos el humor. Yo pasé por circunstancias muy duras y muy difíciles. Por un ingreso hospitalario de más de mes y medio, por más de tres años de baja laboral, dedicando las jornadas a extenuantes sesiones de recuperación física y de no menos agotadoras terapias y tratamientos psicológicos, pero resistí. Conseguí recuperar la vida, el futuro y el humor. La vida siguió, pese a todo y sobre todo y durante estos años tan difíciles me golpeó con la perdida de seres muy queridos y muy importantes para mi. Pero también me regaló días muy felices con la llegada a mi historia de nuevos amigos, de una mujer maravillosa y de reconocimientos literarios, publicaciones y nuevas oportunidades en cuanto a lo profesional. 
Y es que esto es vivir, el dolor y la alegría son parte del trato y no siempre podemos alcanzar lo que nos proponemos, pero RENDIRSE NO ES UNA OPCIÓN.
Por eso hay que armarse de valor y de paciencia y resistir.
Y creerme, queridos lectores, llegará un día en el que al mirar hacia atrás, sonriamos al pensar que vivimos una pesadilla, pero conseguimos despertar.

sábado, 21 de marzo de 2020

Desde un balcón

Nunca me habría imaginado que la vida podría medirse en  besos y abrazos esparcidos por el suelo de un balcón.
No creí que nada pudiera separarnos, que nada pudiera alejarme de ti. Pero la nada llegó en forma de confinamiento y el miedo se hizo virus y habitó entre nosotros.
No podemos tocarnos, no podemos sentirnos, no podemos olernos, no podemos besarnos. Y ahora cada segundo que paso separado de ti lo dedico a recordar lo feliz que me has hecho y lo muchísimo que mi vida mejoró cuando llegaste a mi lado. Y volveré a besarte, a olerte, a sentirte, a tocarte y a hacerte el amor. Mi esperanza, mi futuro y mis sueños se llaman como tú y se dibujan calcando tu silueta de una de esas fotos en las que abrazados disfrutábamos de los placeres cotidianos. Placeres sencillos como compartir un vino, visitar un museo, disfrutar de una cena entre amigos o caminar por las calles de una ciudad vecina. Todo eso que ahora se nos antoja una temeridad , un imposible, un desafío o incluso un exceso.
La noche cayó sobre el planeta, el tiempo se detuvo y todas las estaciones se llamaron pandemia.
Angustiado, enojado y molesto maldije al ser humano. Maldije su egoísmo, su avaricia y su falta de valores. Maldije a la sombra que se oculta tras la enfermedad y yo, que siempre he sido un tipo optimista, me desperté cada día poniéndome en lo peor e imaginando la extinción de mi especie.
Aprendí a disimular al escribirte, fingía las sonrisas que lucía en cada foto que te enviaba por wasap y entrenaba el tono de voz adecuado para evitar que no adivinases siquiera mi ánimo decaído. Porque te echaba tanto de menos que cada bocado me sabía a lágrimas y cada trago de agua, cada sorbo, al vinagre más amargo.
Pero entonces alguien soñó hágase la luz, y la luz se hizo.
Las personas descubrieron que la obligada distancia los acercaba cada día más a los suyos. Y a si mismos. Que las nuevas barreras no eran sino la llave para abrir el cofre del tesoro donde ya no había diamantes, esmeraldas ni lingotes de oro, sino algo mucho más valioso, amor, solidaridad y empatia.
Todo comenzó con el ejemplo de los valientes que arriesgando sus vidas decidieron frenar el caos. Y aplaudimos su coraje. Al principio en solitario, pero después aprendimos a hacerlo saliendo a ventanas y balcones. Compartimos el cariño venciendo el vértigo y el frío. Al escuchar la avalancha de aplausos en honor a esos valientes, descubrí que desde un balcón tú también aplaudías con ilusión y con rabia, con fuerza. Con fuerza para que esos aplausos llegaran hasta mi convertidos en los besos y en los abrazos que un día nos daríamos. La gente asomada a balcones y ventanas descubrió el rostro de la masa, comprendió que tras el nombre de vecino y conciudadano, se ocultaban personas que también tenían miedo, que también echaban de menos a los suyos y que también se sentían orgullosos de los que no temieron y entablaron combate con el adversario más feroz. 
Y llegó la música. Al principio las gargantas entonaron una misma canción y los aplausos se convirtieron en rítmicas palmadas. Luego llegó un improvisado discyóquey que nos puso a bailar desde la terraza de su casa y poco después, un artista de la comunidad chupó la lengüeta del saxo y comenzó a insuflar aire de vida a las notas de cada melodía convirtiéndolas en cantos a la vida y en la certeza de que volveremos a abrazarnos. Y volvimos a celebrar los días señalados, a cantarnos cumpleaños feliz y a besar a nuestros padres los afortunados que aún pueden tenerlos junto a ellos y echarlos de menos en su día los que los que ya no podremos abrazarlos en esta vida.
Y nos empezamos a preocupar por nuestros niños y por nuestros mayores.
Y volvimos a ser humanos de nuevo.
Ahora sigo imaginando nuestro reencuentro pero ya no lo hago desde el dolor y la angustia, sino desde la felicidad de saber que esto ha sido un regalo, una oportunidad y un bien necesario.
Cada día de aislamiento que concluye es un día más que tendremos que regalarnos cuando todo esto pase. Porque pasará, mi amor. Recuerda, todo termina llegando, incluso lo bueno.

lunes, 9 de marzo de 2020

Infectados

Se veía venir.
Como reza la sabiduría popular, "es mejor prevenir que curar" y conocedor de lo espantoso de la condición humana y del peligro de la desesperación y la histeria de una masa descontrolada, no dudó en aprovisionarse de víveres de todo tipo, para que llegado el caso del forzado aislamiento y de una obligada y prolongada cuarentena, la situación no le cogiera desprovisto y pudiera abastecer y garantizar la supervivencia a su familia y a la mujer con quien compartía inquietudes y miedos,
El coronavirus, Covid 19, un virus que asomó la cabecita por primera vez en una pequeña provincia china hace menos de tres meses, había batido todos los récords epidemológicos y se había propagado por los cinco continentes a una velocidad de vértigo. Al principio parecía tan solo una gripe más, la sucesora de la Gripe Aviar, la Gripe A  y otras enfermedades controladas en las últimas dos décadas. Los síntomas eran muy similares a las erradicadas gripes que en su momento también asustaron a la población mundial, que conocedora de la mortandad provocada a principios del siglo XX por la injustamente bautizada "Gripe Española", estableció una serie de protocolos de contención que trató de imponer con el Covid 19, pero con desigual fortuna y un demostrado fracaso. 
Durante el origen de la epidemia más del 80% de los infectados salían adelante y parecían superar el virus, falleciendo solo aquellos adultos con problemas médicos anteriores al contagio, pero para horror de la población mundial el virus evolucionó y mutó en el más espantoso mal al que la humanidad se había enfrentado nunca. De unos síntomas y un diagnóstico que se asemejaba bastante al de una gripe o una neumonitis, el diminuto virus infectó la sangre y los órganos de los seres humanos contagiados generando en ellos alteraciones físicas y psicológicas graves que prácticamente los convirtieron en monstruos demoníacos sin raciocinio, moral, ni escrúpulos. Los informativos comenzaron a hablar de casos de antropofagia y de horribles crímenes más propios de enfermos de rabia o de las más salvajes psicopatías.
El subinspector Pinacho, coronó con cristales y clavos la alta verja que rodeaba el chalet donde vivía y preparó un acertado blindaje casero para las puertas y ventanas de seguridad que protegían su hogar desde que se instaló en él , convirtiendo su vivienda en una suerte de bunker inexpugnable.
Sólo llamó a su madre y a sus hermanos cuando al haber hecho inventario, observó satisfecho que además de docenas de paquetes de arroz, legumbres y pasta, contaba con multitud de conservas, paquetes de pan de molde, embutido, carne y otros alimentos  envasados al vacío, un gran número de cajas de leche, y una gran cantidad de fruta y verdura. Además del olivo de gran producción que cada año inundaba de aceitunas el césped del jardín principal y  del granado que tanto gustaba a su padre y que tantas y tantas granadas dio el último verano, en el jardín trasero, junto a la piscina, manzanos, perales y ciruelos le habían abastecido en el pasado de fruta  suficiente. Las dos piscinas estaban llenas de agua y en caso de necesidad extrema, hervida podría estar lista para el consumo y suponiendo que se cortase la electricidad, las chimeneas del salón y el dormitorio principal, y el horno de leña instalado en la bodega le darían un estupendo servicio para calentarse, cocinar y hervir el agua.
La familia respondió en seguida a su llamada y llegó cargada de pertrechos,víveres, ropa y medicamentos de todo tipo y Bebo, su cuñado, militar de profesión, diligentemente había traído con él una Start  reglamentaria de 9mm y un colt 45 automático con el que se hizo a la vuelta de una misión internacional pocos años atrás. Iván repartió por diversos armarios en los tres pisos de la casa las cajas de munición de esos calibres y las del 38 de su fiable revolver Astra, revolver que sumó a su también reglamentaria Start de 9mm, idéntica a la de su cuñado. Las cuatro armas y la abundante munición aportaron tranquilidad a ambos profesionales de la seguridad y excelentes tiradores que no dudaron en instruir a los jóvenes hijos de sus dos hermanas para que llegado el caso pudiesen colaborar en defender eficazmente el perímetro.
La novia de Iván se instaló  con ellos en la improvisada fortaleza, agradeciendo la hospitalidad de la unida familia con la aportación de multitud de víveres y de medicamentos de todo tipo.  El sable de oficial del ejercito español, heredado de su padre por Iván, cobraría una dimensión especial en estos momentos difíciles. 
Se establecieron turnos de guardia que tanto hombres como mujeres realizaban desde la terraza del piso superior de la vivienda, donde podían controlar todo lo que sucedía a su alrededor en un radio superior a más de un kilómetro.
Según los cálculos del subinspector Pinacho, los 11 humanos y los tres perros confinados voluntariamente en el chalé ante las espantosas y preocupantes circunstancias mundiales, podrían resistir sobradamente durante mucho tiempo, el suficiente para que científicos, epidomólogos y expertos en virus y enfermedades de rápido contagio diesen con la vacuna necesaria o al menos con el medicamento con el que fumigar desde el aire a la población para eliminar la enfermedad y erradicar de una vez por todas esta nueva plaga con la que Dios había decidido probar o castigar a sus desagradecidas, egoístas y destructivas criaturas.

domingo, 8 de marzo de 2020

137

137 es mucho más que un número. Es la estadística de la vergüenza, de la ignominia. De lo mucho que aún tenemos que aprender y solucionar.
Cada día 137 mujeres mueren asesinadas en el mundo.
Estamos en el siglo XXI y pese a que ya hemos pisado la luna, desafiamos todas las leyes físicas y coronamos las cimas más altas y más peligrosas, aún seguimos escalando una montaña cuya cumbre se nos presenta todavía lejana y borrascosa. Pero llegará el día en el que una mujer plante la bandera de la igualdad, de la razón, de la justicia. Y entonces se despeñarán por sus laderas aquellos que no sepan ver que el futuro también se escribe en femenino. Caerán los que siguen pensando que nacieron con un extra de derechos y de libertades solo por tener entre las piernas un órgano al que se le conceden más funciones de aquellas para las que fue diseñado. Aunque muchos hombres piensen con el pene, el pene no es un cerebro. No es el órgano creado para el raciocinio. Hay que fomentar la educación sexual, hay que incidir mucho en esta parte de la biología y la morfología.
He escrito mucho sobre el amor. y el amor con mayúsculas, el AMOR de verdad, lo encontramos en primer lugar en la madre. Una madre está dispuesta a morir por sus crías, a renunciar a todo por ellas. Una madre es el sumun de la generosidad. Y no solo nos encontramos con estas virtudes en la especie humana. En todas las especies, las hembras llevan en el genoma la fuerza, el valor, la astucia y la generosidad con que garantizar y facilitar la vida de los frutos de sus entrañas.
Nosotros tenemos pene, si, pero carecemos de ese grado de perfección en el vínculo que nos une a nuestros hijos.
Mi padre ha sido mi faro. Mi luz y mi guía. Aunque han pasado ya más de cinco años desde que el farero tuvo que dejarnos, su luz aún brilla para mi guiando mis pasos. Pero puede que su más acertada elección, su mejor regalo y su más valioso legado fue mi madre.
De la unión de las dos mejores personas que he conocido nunca, nacieron mis hermanos y de estas cuatro bendiciones en mi vida, mis tres hermanas me han enseñado que las mujeres saben luchar por sus objetivos y son tan merecedoras o más que los hombres de alzarse con el triunfo.
Por eso, por los ejemplos que he tenido a mi lado, por el amor que he recibido siempre de las mujeres de mi entorno, por el que he sabido ganarme de la mujer compañera y pareja, no consigo entender que puede pasar por la cabeza de un hombre que mata a una mujer,
Errare humanun est, está claro. pero errar demasiado y negarse a aprender de los errores es algo que pocas veces puedo escribir en femenino. Soy un hombre y pese a ello no me supone ningún problema reconocer que como género estamos excesivamente limitados por la costumbre y la prepotencia de nuestros egos. Pero basta ya. Trabajemos juntos para que este número se reduzca a cero. Para que la muerte, que es algo real y a lo que tendremos que conceder acceso cuando nos toque, llegue solo por causas naturales o por accidentes de todo tipo, pero no por deseo salvaje, por celos, posesión. egoísmo, rencor y otras formas de nombrar a  la frustración.
Comienza la cuenta atrás. Tenemos que llegar hasta cero.