lunes, 9 de marzo de 2020

Infectados

Se veía venir.
Como reza la sabiduría popular, "es mejor prevenir que curar" y conocedor de lo espantoso de la condición humana y del peligro de la desesperación y la histeria de una masa descontrolada, no dudó en aprovisionarse de víveres de todo tipo, para que llegado el caso del forzado aislamiento y de una obligada y prolongada cuarentena, la situación no le cogiera desprovisto y pudiera abastecer y garantizar la supervivencia a su familia y a la mujer con quien compartía inquietudes y miedos,
El coronavirus, Covid 19, un virus que asomó la cabecita por primera vez en una pequeña provincia china hace menos de tres meses, había batido todos los récords epidemológicos y se había propagado por los cinco continentes a una velocidad de vértigo. Al principio parecía tan solo una gripe más, la sucesora de la Gripe Aviar, la Gripe A  y otras enfermedades controladas en las últimas dos décadas. Los síntomas eran muy similares a las erradicadas gripes que en su momento también asustaron a la población mundial, que conocedora de la mortandad provocada a principios del siglo XX por la injustamente bautizada "Gripe Española", estableció una serie de protocolos de contención que trató de imponer con el Covid 19, pero con desigual fortuna y un demostrado fracaso. 
Durante el origen de la epidemia más del 80% de los infectados salían adelante y parecían superar el virus, falleciendo solo aquellos adultos con problemas médicos anteriores al contagio, pero para horror de la población mundial el virus evolucionó y mutó en el más espantoso mal al que la humanidad se había enfrentado nunca. De unos síntomas y un diagnóstico que se asemejaba bastante al de una gripe o una neumonitis, el diminuto virus infectó la sangre y los órganos de los seres humanos contagiados generando en ellos alteraciones físicas y psicológicas graves que prácticamente los convirtieron en monstruos demoníacos sin raciocinio, moral, ni escrúpulos. Los informativos comenzaron a hablar de casos de antropofagia y de horribles crímenes más propios de enfermos de rabia o de las más salvajes psicopatías.
El subinspector Pinacho, coronó con cristales y clavos la alta verja que rodeaba el chalet donde vivía y preparó un acertado blindaje casero para las puertas y ventanas de seguridad que protegían su hogar desde que se instaló en él , convirtiendo su vivienda en una suerte de bunker inexpugnable.
Sólo llamó a su madre y a sus hermanos cuando al haber hecho inventario, observó satisfecho que además de docenas de paquetes de arroz, legumbres y pasta, contaba con multitud de conservas, paquetes de pan de molde, embutido, carne y otros alimentos  envasados al vacío, un gran número de cajas de leche, y una gran cantidad de fruta y verdura. Además del olivo de gran producción que cada año inundaba de aceitunas el césped del jardín principal y  del granado que tanto gustaba a su padre y que tantas y tantas granadas dio el último verano, en el jardín trasero, junto a la piscina, manzanos, perales y ciruelos le habían abastecido en el pasado de fruta  suficiente. Las dos piscinas estaban llenas de agua y en caso de necesidad extrema, hervida podría estar lista para el consumo y suponiendo que se cortase la electricidad, las chimeneas del salón y el dormitorio principal, y el horno de leña instalado en la bodega le darían un estupendo servicio para calentarse, cocinar y hervir el agua.
La familia respondió en seguida a su llamada y llegó cargada de pertrechos,víveres, ropa y medicamentos de todo tipo y Bebo, su cuñado, militar de profesión, diligentemente había traído con él una Start  reglamentaria de 9mm y un colt 45 automático con el que se hizo a la vuelta de una misión internacional pocos años atrás. Iván repartió por diversos armarios en los tres pisos de la casa las cajas de munición de esos calibres y las del 38 de su fiable revolver Astra, revolver que sumó a su también reglamentaria Start de 9mm, idéntica a la de su cuñado. Las cuatro armas y la abundante munición aportaron tranquilidad a ambos profesionales de la seguridad y excelentes tiradores que no dudaron en instruir a los jóvenes hijos de sus dos hermanas para que llegado el caso pudiesen colaborar en defender eficazmente el perímetro.
La novia de Iván se instaló  con ellos en la improvisada fortaleza, agradeciendo la hospitalidad de la unida familia con la aportación de multitud de víveres y de medicamentos de todo tipo.  El sable de oficial del ejercito español, heredado de su padre por Iván, cobraría una dimensión especial en estos momentos difíciles. 
Se establecieron turnos de guardia que tanto hombres como mujeres realizaban desde la terraza del piso superior de la vivienda, donde podían controlar todo lo que sucedía a su alrededor en un radio superior a más de un kilómetro.
Según los cálculos del subinspector Pinacho, los 11 humanos y los tres perros confinados voluntariamente en el chalé ante las espantosas y preocupantes circunstancias mundiales, podrían resistir sobradamente durante mucho tiempo, el suficiente para que científicos, epidomólogos y expertos en virus y enfermedades de rápido contagio diesen con la vacuna necesaria o al menos con el medicamento con el que fumigar desde el aire a la población para eliminar la enfermedad y erradicar de una vez por todas esta nueva plaga con la que Dios había decidido probar o castigar a sus desagradecidas, egoístas y destructivas criaturas.

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