sábado, 9 de mayo de 2020

Camina junto a mí

No puedo negar su existencia. Tampoco puedo negar que lo someto a una terrible tensión continua, que lo hago vivir al límite y que trabaja las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
Supongo que mi ángel fue uno de los que alzó su flamígero acero contra Dios padre cuando Lucifer, picado por la envidia y con el ego henchido, se levantó contra quien le dio su ser. 
Imagino que en justo castigo por haberse unido a la rebelión y haberse alzado contra su poder, el creador lo condenó a ejercer de guardián de hombres como yo y, a lo largo de los siglos, ha ido protegiendo un insensato tras otro, un atrevido tras otro.
Muchos creen que soy un tipo afortunado, pero sinceramente creo que la fortuna poco tiene que ver con el que siga aquí. Más bien mi custodio está demostrando que ya ha redimido su culpa y está haciendo méritos para que se le perdonen sus fallos y se le reponga su dignidad a costa de dejarse el plumón de sus alas en protegerme, ayudarme y cuidar de mi cada vez que demuestro mi falta de cabeza, cada vez que olvido que soy mortal y cada vez que se me ocurre echarle otro pulso al destino . 
Estúpido de mí, no me he parado a pensar que no es mi brazo el que consigue vencer al del caprichoso hado, sino el de aquel al que se le asignó mi custodia.
Cuando nací, colocaron en la cuna una medalla del ángel custodio con mi nombre y mi fecha de nacimiento grabada en la parte de atrás.Al crecer, mi madre la engarzó en una cadenita de oro y desde los dieciséis años pende de mi cuello. Siempre la llevo conmigo. nunca me la quito y aunque muchos días comparte espacio con otros collares y otros colgantes, esta medalla es testigo de todo lo que sucede en mi día a día, de mis imprudencias de mi atrevimiento y de todos mis errores. Y él siempre está a la altura de la misión encomendada.
Es mi protector, puede que por imposición divina, pero sé que camina junto a mi y que aunque no pueda verlo, me acompaña en cada barra de bar, en cada reunión de trabajo y en cada cama que frecuento.
Puede que aprenda de mis continuas equivocaciones y llegue el momento en el que  consiga darle unos días libres. Puede que cuando el hacedor decida que ha llegado mi hora, lo retire del servicio activo y decidan entrenarme para ocupar su puesto, y sea yo el que reciba dos alitas de plumón blanco, una espada de llamas y un objetivo a proteger. No me parece un mal trabajo.
De momento solo puedo tratar de que mi ángel llegue a relajarse y estar agradecido. Por tanto. Por todo.


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