viernes, 31 de enero de 2020

Temporada de setas

Se acerca el momento.
Esta novela que pronto verá la luz y llegará a lectores de toda España es mucho más que un libro.
La idea y la necesidad de escribir Temporada de setas nació hace más de cinco años, unos pocos meses después de darle plantón a la pálida señora cuando ya había coqueteado con ella y me llevaba de la mano a un lugar donde todos tendremos que instalarnos al llegar nuestra hora.
Uno de los primeros días en los que me animé a salir bastón en mano tras aquello, Juan, mi tocayo y propietario de uno de esos bares especiales y muy culturales que podemos encontrar en Valladolid, me arrojó un guante que recogí presto y decidido. Juan me preguntó qué sería capaz de hacer con la frase temporada de setas y qué me inspiraba ese concepto.
Yo acababa de salir de la lesión cerebral axonal difusa, lesión con una estadística demoledora: un noventa por ciento de muerte directa y muchos pacientes en estado vegetal entre ese diez por ciento superviviente. Al parecer y según me informaron los neurólogos del hospital donde pasé mas de mes y medio entre el estado comatoso, la UCI y la recuperación en planta, mi cerebro se había salvado gracias a leer tanto y a escribir tanto. Necesitaba escribir la novela que me había inspirado el reto de Juan. Y me puse a ello.
No tardé demasiado en tener un primer manuscrito donde di rienda suelta a las ideas que me abarrotaban la cabeza y de alguna forma aquel primer borrador era una catarsis de multitud de sentimientos que iban desde el miedo a la vida, el dolor ante al traición, el amor mal entendido y el deseo más feroz, mezclado y agitado en una batidora agujereada que perdía un poco de contenido y no terminaba de lograr la mezcla perfecta.
Aquel primer borrador lo revisé después con la directora de la editorial que publicó mi primer libro y que sabiamente me dijo que aún no estaba listo para ver la luz. Entonces, algo triste y desilusionado, lo dejé en barbecho y me dediqué a otros textos, otras metas y otras catarsis. Pero hace unos meses volví a sentir la necesidad de terminar lo empezado y le pedí ayuda a una estupenda amiga, también editora y además novelista premiada. Y junto a ella me senté a trabajar duro y a dedicarle a Temporada de setas el tiempo que le había escamoteado en un principio, donde más allá de como debía contar mi historia se impuso el contarla a cualquier precio. Y la novela tomó la forma adecuada, que es la que un valiente editor vallisoletano que apuesta por los autores locales ha decidido publicar bajo su sello.
Mi querida amiga la exitosa  escritora ovetense Eugenia rico, novelista con una gran andadura en los prados literarios y con un amplio y exquisito bagaje cultural, ha escrito el prólogo de esta mi primera novela. Eugenia, conocedora de mi historia, me envió el prólogo que os voy a dejar aquí en primicia.
He de reconocer que cada vez que lo leo  me emociono.

Desde que leí por primera vez a Juan Pizarro supe que era un verdadero escritor. Un gran escritor. Fui la presidenta de un jurado que descubrió su cuento después de leer miles, y en la entrega de premios le dije:  «tú tienes verdadero talento y el verdadero talento es responsabilidad». Como dice Rilke en las Cartas a un joven poeta, uno debe escribir tan sólo si cualquier otra posibilidad sería un suicidio. Bueno, Rilke lo expresa de otro modo, pero yo prefiero decirlo así. La literatura es ir en contra de una sociedad que nos invita a no pensar, a no detenernos, a seguir adelante, a no vivir nunca porque nunca pensamos en la muerte. A no amar nunca porque confundimos el amor con el placer. Leer y escribir es el oficio de no conformarse nunca, de cuestionarlo todo, de descubrirlo todo de nuevo. Y eso es lo que hace Juan Pizarro en la vida y en la novela. Una persona extraordinaria este Juan al que leí antes de conocer. Un escritor que dará mucho que hablar. Un escritor que hará el mundo mejor escribiendo. 
Eugenia Rico Enero, 2020

Eugenia es una mujer generosa de muy hábil pluma y de una ternura muy especial. Puede que no se haya dado cuenta aún de que con este texto sobre mí y sobre mi novela, ha conseguido lo que años de medicación no han terminado de lograr, ME HA DEVUELTO LA CONFIANZA EN MI MISMO.
Espero que logre estar a la altura de las espectativas generadas.
Esta novela es también un canto a la amistad y un homenaje a mis amigos, que con su hospitalidad, su inmenso cariño, sus vinos, sus bombones y su música, enriquecen el contenido de mi obra.
Prueba de ello es la canción que os dejo a continuación y que es parte de la BSO original  de Temporada de setas  una BSO integrada en un 95% por amigos músicos vallisoletanos.
Tengo además la inmensa fortuna de que todos estos amigos que integran la banda sonora de mi novela, han accedido a tocar durante la presentación de la misma en el LAVA (Laboratorio de las Artes de Valladolid). Os avisaré de la fecha de este evento tan especial.
Que ustedes la disfruten.

miércoles, 22 de enero de 2020

Solo por Miedo

"Una vida más tarde comprenderemos, que la vida perdimos, solo por miedo".
Laertes pensó que cuando lo canta María Salgado, resulta hasta bonito, pero que él no iba a permitir que se le escapase la vida solo por miedo. No. Pasara lo que pasara y le pesara a quien le pesara, iba a vivir todos y cada uno de los minutos que le concediera el destino.
El brazo del tocadiscos levanto la aguja y volvió a su lugar, y el aparato detuvo el giro del vinilo de la cantante toresana. 
Laertes ajustó el revolver en la funda tobillera y solo por precaución guardó en el interior del bolsillo del chaleco un tambor completo de balas del calibre treinta y ocho con la punta hueca. Nunca se sabe lo que puede pasar y aunque iba a ser un trabajo fácil, en ocasiones los hados son caprichosos. 
El plan de acción estaba más que estudiado y en las últimas semanas había aprovechado la afluencia de turistas en busca de sol y playa para recorrer a pie y ataviado con un pantalón corto, una simpática camiseta de Futurama y  chanclas a modo de uniforme de camuflaje, el trayecto desde el apartamento alquilado en el paseo marítimo hasta el chiringuito donde su víctima solía celebrar las entregas de mercancía. Apenas diez minutos entre la multitud y a paso de sufrido comprador en las rebajas lo separaban entre la tranquilidad del hogar vacacional y lo que los detectives de criminalística denominarían como escena del crimen.
El empresario ruso que le había encargado el trabajo había entregado ya diez mil euros en billetes de cincuenta y según lo acordado, una vez que Laertes hubiese eliminado a su competidor colombiano, recibiría treinta mil euros más en billetes sin marcar y de distinto importe.
Marbella se estaba convirtiendo en el patio de recreo de la mafia rusa y no iban a tolerar que colombianos, turcos o chinos les arrebatasen los clientes. Los niños bien que abarrotaban los bares y discotecas en Marbella, Puerto Banús, San Pedro de Alcántara y Estepona se dejaban en copas y farlopa de primerísima calidad el dinero horadamente ganado por sus padres en los bufetes, oficinas bancarias, estudios, clínicas y consultas donde trabajaban duro para ofrecer a sus familias una vida sin estrecheces. En esto se ha convertido el ocio de los cachorros de las clases privilegiadas; en noches de fiesta a todo trapo, whisky y ginebra de a cincuenta euros el cubata y rayas de cocaina sobre el vientre de modelos, compañeras de la facul, o buscavidas de rostro agraciado, pechos  de silicona y glúteos tan firmes como su voluntad de medrar en una vida difícil.
Había elegido la noche del martes porque siempre le habían gustado para actuar, dado que incluso en periodos vacacionales, la gente se cuidaba de alternar en exceso un martes pudiendo maquillar las borracheras los fines de semana o los jueves, los nuevos viernes.
Al llegar  al lugar elegido aguardó unos minutos hasta que vio aproximarse el descapotable del ostentoso y nada disimulado  narcotraficante colombiano y cuando lo estacionó en el parking privado para clientes VIP, se acercó con paso firme y decidido, extrajo el revolver de la funda del tobillo, lo apoyó sobre la rapada sien del objetivo y disparó dos veces.
Misión cumplida. La música house  que vomitaban los altavoces del chiringuito de moda amortiguó el estruendo de las detonaciones. Confirmó que como había previsto antes de ejecutar a su víctima nadie había podido verlo, emprendió una rápida retirada por la trasera del parking y antes de regresar a casa, entró en otro local de moda donde pidió un escocés con mucho hielo y cocacola light en copa de balón. Misión cumplida. 
Seguía viviendo y nunca dejaría de hacerlo solo por miedo. Sonriendo de medio lado como los marrajos de las costas andaluzas, tarareó la canción de María Salgado y se deleitó con el sabor del whisky con nombre de irreductible clan escocés. Una vez hubo apurado el combinado regresó al apartamento y se entregó al placer de la lectura de la última novela de Eugenia Rico. Laertes era un asesino de exquisito paladar y exigente cerebro. Había desarrollado con esmero su gusto por las buenas novelas y su afición por los destilados de malta.

sábado, 18 de enero de 2020

Paciencia

Esta es una virtud que me he visto obligado a desarrollar tras una serie de catastróficas desdichas encadenadas. Y ciertamente resulta muy enriquecedora.
Más allá del deseo y de las necesidades imperiosas que se rigen por el aquí y el ahora, he descubierto que al respirar, meditar, sopesar y darle tiempo a las decisiones todo es mucho más acertado.
Quizá es más difícil trabajar la paciencia cuando los resultados no dependen de uno mismo ni de sus actos, sino de que quien deba hacerlo, reaccione, y se ponga en marcha facilitando el buen devenir de los acontecimientos. O el malo, que a veces por mucha calma que le inyectes a las circunstancias, no se ponen de tu lado.
Llevo más de cinco años escuchando eso de "poquito a poco" y "espera, que lo que tenga que ser, será" y si bien es cierto que son dos consejos más que válidos, cuando eres una persona nerviosa, algo irreflexiva y muy pasional, se convierten en algo odioso.
He aprendido que todo termina llegando, incluso lo bueno, y que por mucho que creas que vas a desesperar o a volverte loco, si encuentras en tu interior el prado donde sentarte a respirar y a deleitarte con la paz, el sosiego crece y se convierte en tu aliado.
Sé que la impaciencia también es un síntoma de falta de madurez y que aunque pretenda justificarla con argumentos a mi favor, está demostrado que no es más certero el tirador más rápido, sino el que dedica unos segundos a elegir el blanco y a centrarlo en el punto de mira.
Vivimos en una sociedad en la que según los expertos en salud mental, el ochenta por ciento de la población adulta deberá recurrir a antidepresivos o ansiolíticos en algún momento de su vida. Donde las crisis del pánico derivado de la ansiedad se han convertido en un mal epidémico del siglo XXI
Y no pretendo dar consejitos a nadie ni hacer de esto un texto de auto ayuda. Me encanta un refrán que dice:"No me dé consejos, gracias, se equivocarme solo".
Hoy he dejado que brotase este texto al sentarme ante el teclado con la sana intención de escribir un relato sobre un asesino que llevado por las prisas, olvidaba el arma del crimen en la escena donde se desarrollaban los acontecimientos. Y una cosa me ha llevado a la otra.
Soy uno de esos escritores denominados "brújula" y hasta hace bien poco y pese a la continua insistencia de amigos, familiares, editores y lectores habituales, no acostumbraba a repasar mis textos. Ni mucho menos a leerlos en voz alta tras escribir el final.
Ahora me doy treguas, y cuando me consigo centrar en una de las miles de ideas que me abarrotan la cabeza insistiendo para que las de forma escrita, respiro y busco tiempo para que al hacerlo, nazca algo que merezca la pena. Puede que lo consiga o puede que no, pero al menos si fracaso en el intento, no será por haberme dejado llevar por las prisas. Lo mismo me sucede al hacer el amor. Las prisas solo me han llevado a cometer errores y a terminar mucho antes de lo deseado, con lo que eso conlleva.
Ahora los asesinos de mis textos matan lentamente, besan con dulzura y follan sin prisas. Aunque al final los terminen pillando y acaben pendiendo de una soga o con el cabello chamuscado en una incómoda silla enchufada a la red. Que se lo hubiesen pensado mejor antes de apretar el gatillo, hundir la hoja o acelerar a fondo. Y sino, siempre podré escribirlos atiborrándose de orfidales o de tranquimacines.

viernes, 10 de enero de 2020

Al cole


Antonio aprovecha que la profesora de dibujo escribe en el encerado, de espaldas a la clase, para mirar la hora en su reloj. Las 11.25. Una terrible angustia se apodera de él y por un instante piensa en diversas opciones para no tener que bajar al patio durante el recreo. Descarta el fingirse enfermo porque eso ya lo ha hecho varias veces este mes y no va a colar. Piensa en esconderse en los baños del pasillo de primero de la ESO, pero el bedel  ha descubierto que hay niños que se encierran allí a fumar y se pasa por los servicios de todas las plantas muy a menudo durante el recreo, buscando jóvenes adictos a tan nociva sustancia.
Ojalá su padre no hubiese ascendido en el trabajo y nunca lo hubiesen destinado a esa ciudad de mierda. Ojalá no hubiese insistido en que le acompañase su familia y no le hubiesen sacado del cole donde tenía a sus amigos de toda la vida y donde era feliz y no le hubiese matriculado en este colegio elitista donde sufría insultos y palizas a diario.
Al llegar a esta ciudad donde hace tanto frio en la calle como en el corazón de sus habitantes, Antonio supo que su vida cambiaría por completo. Echaba de menos su Santander natal, el mar y la gente amable. Allí nadie le había insultado nunca por ser pelirrojo y por tener pecas. Aquí lo llamaban Panocho desde el primer día y los mayores del patio habían cogido la costumbre de arrastrarle hasta una zona recóndita y segura del patio para unirle con rotulador las pecas del rostro como si estuviesen jugando a escapar del laberinto de sus mejillas, buscando la salida.  El primer día que se lo hicieron trató de defenderse y descubrió lo dolorosas que son las patadas en la entrepierna y los puñetazos en el estómago. Además, una de las chicas de segundo de la ESO, le escupió un gargajo enorme que le alcanzó de lleno en el cristal las gafas a la atura del ojo derecho. Al quejarse asqueado, un chico muy grande que siempre estaba con esa niña, le quitó las gafas, las tiró al suelo y las pisoteó delante de todos, diciendo que era la mejor manera de limpiarlas. Al llegar a casa con las gafas destrozadas, dijo que se le habían roto jugando al futbol y su padre lo castigó sin paga esa semana. Para que tuviese más cuidado la próxima vez. Asumió el castigo sin abrir la boca. Él no era un chivato.
Cómo no dijo nada a su tutora ni a ningún profesor, los mayores cogieron por costumbre torturarlo durante el recreo y cada vez que sonaba el timbre, el estómago le daba un vuelco. Era la hora de salir a la arena. De lunes a viernes el patio del colegio se convertía en un especial circo donde lo aguardaban las fieras más terribles.
Ya no sabía qué hacer. Desde luego no iba a delatar a nadie. En Santander aprendió que no hay nada más despreciable que un chivato. Él mismo había sido uno de los alumnos de cuarto de primaria que formó parte de la larga fila de collejas, por la que tuvo que pasar con las manos atadas a la espalda y la cabeza gacha, el compañero que se chivó al director de los nombres de los cuatro chicos que habían robado el balón de reglamento con las firmas de los jugadores del Racing que se guardaba en la sala de trofeos del hall de la entrada principal. A él no le harían uno de esos humillantes pasillos de castigo.
Últimamente le dolía un poco el pito al hacer pis. Tantas patadas y rodillazos comenzaban a dejar secuelas. Pero aguantaría el dolor.
Ha convencido a sus padres para que lo apunten en Kárate y así aprenderá a defenderse y sabrá hacerse respetar. Un día se llevó una navaja al colegio con la intención de esgrimirla ante los acosadores, pero tuvo miedo de cortar a alguien sin querer o de que incluso llegasen a quitársela y se la clavasen a él fingiendo un accidente. No llegó a sacarla del bolsillo trasero del pantalón. En unos meses sabrá dar patadas y puñetazos como los de las películas y todos lo dejarían en paz.
Suena el timbre. La profesora deja la tiza sobre la mesa y les da permiso para abandonar el aula. Todos los compañeros recogen los libros de dibujo, las láminas, los estilógrafos, los compases y los estuches y los guardan en las mochilas mientras hablan y bromean. Antonio recoge en silencio y trata de dar con una solución digna. Entonces se le ilumina la mente. Despliega el compás y finge tropezar y caer sobre él, clavándoselo en el cuello. En aquel accidente fingido, tiene la mala suerte de clavarse la punta en la vena yugular y se produce un enorme desgarro al tirar del compás para quitárselo. La sangre comienza a manar de forma abundante. La chica que se sienta a su lado ha visto todo y empieza a gritar: ¡El Panocho se ha rajado el cuello! Todas las miradas se centran en Antonio y la profesora de dibujo corre a realizarle un vendaje de urgencia con el pañuelo oscuro que siempre luce sobre su bata de trabajo. Entre varios compañeros lo llevan a la enfermería del colegio y le presionan sobre el corte en lo que llega el sanitario que se encontraba en la cafetería del centro. Al llegar y atender a Antonio, lo primero que hace es suturarle la herida con unos cuantos dolorosos puntos realizados sin anestesia. Al quitarle a Antonio la camisa empapada en sangre y ver los diversos moratones que cubren su torso desnudo, el sanitario lo somete a un disimulado interrogatorio sobre aquellas señales, pensando que pueda ser una víctima de la violencia doméstica. Al percatarse de las incongruencias en las repuestas, le pide que se quite los pantalones para revisar el resto de su cuerpo y buscar también con mucha discreción, signos de abusos sexuales. Los enormes cardenales alrededor del escroto y en las caras internas de los muslos, le llevan a llamar a dirección y a pedir que vengan a ver aquello.
Antonio se pone muy nervioso y sufre un ataque de ansiedad ante el cariz que ha tomado la situación. Pero él no es un chivato.
El director y la jefa de estudios observan horrorizados todas esas señales de brutales y persistentes malos tratos y al escuchar las incoherentes justificaciones de las marcas por parte del alumno pelirrojo y ante la imposibilidad de contactar telefónicamente con sus progenitores, consienten en que el sanitario le administre un fuerte ansiolítico y llaman a la policía.
Dos agentes de paisano, de la unidad de violencia de género, aparecen en la enfermería media hora después y se sientan junto a la camilla donde descansa el alumno cubierto por una sábana que retira el director, para mostrar aquel rosario de hematomas y heridas. Antonio llora desconsoladamente. No sabe que hacer. Él no es un chivato. Los policías y el personal del centro asocian aquel llanto desconsolado con la imposibilidad de denunciar a sus padres y el sanitario lo hace de oficio, en base a las pruebas resultantes de su examen.
Uno de los agentes que se personaron allí, informado del nombre y apellidos del alumno y de sus señas, pide por radio que se proceda a tomar declaración a sus padres en comisaría.
—¡No! —grita Antonio al escucharlo—mis padres jamás me pegarían. Ellos me quieren. Mi padre me quiere mucho.
—Claro que sí, bonito—dice uno de los policías—seguro que tu padre te quiere, pero eso que te hace no es la forma de demostrar cariño entre un padre y un hijo. Lo que te hace no está bien. No es culpa tuya y no tienes que avergonzarte de ello.
—Pero…Pero no…—gime Antonio sin saber que decir y algo aturdido por el calmante—. Se están confundiendo ustedes. Mi padre me quiere mucho.
—A ese le voy a querer yo un poco en la sala de interrogatorios—dice en voz baja uno de los agentes al otro, pensando que el niño no puede oírlo. Pero Antonio le ha oído y de forma excepcionalmente ágil y habilidosa, extrae el arma reglamentaria de la funda de la cadera que asoma bajo la chaqueta abierta del agente más cercano y los encañona mientras grita—Mi padre no me ha hecho nada. Como le toquéis un pelo, os mato. Os juro por Dios que os mato.
El director aprovecha que está en el ángulo muerto de Antonio y se abalanza sobre él para quitarle el arma. Al caer sobre el atemorizado y nervioso niño, este se asusta aún más y de forma inconsciente, aprieta el gatillo.
El sanitario no puede hacer nada para salvar la vida del director, alcanzado por una bala de nueve milímetros en pleno corazón.
Los titulares de la prensa no dejaron lugar a dudas: Víctima de acoso sexual en el hogar en pleno ataque de histeria mata por accidente al director de su colegio.

domingo, 29 de diciembre de 2019

La edad del alma

Creo que la mía sigue en plena adolescencia. Etimológicamente, adolescencia viene del latín adoleccere, que significa "carecer de". Aun adolezco de mucho. De demasiadas cosas. Y eso me lleva a seguir perdiendo, a cometer errores de los que me arrepentiré el resto de mis vidas y a sufrir hasta lo indecible. Pero trato de aprender y de adquirir los conocimientos que me faltan para vivir sin excusas.
Hace unos días, alguien a quien quise muchísimo y a quien sin duda sigo queriendo, porque a diferencia de muchos, no sé dejar de querer de un día para otro, me dijo que mi conducta era dramática, impulsiva, irreflexiva, indiscreta, inmadura y sobre todo incoherente.  Y no voy a mentir, me hizo mucho daño, pero no le falta razón. La sabiduría popular dice que quien bien te quiere te hará llorar. Pero ya estoy cansado de que me quieran así de bien. Ya estoy cansado de agachar la cabecita, de ponerme en el lugar de los demás, de transigir, de aceptar, de comprender y de empatizar. 
Trato de apoyar a la gente que quiero, de compartir lo que tengo y de pelear por lo que se me niega, pero de un tiempo a esta parte he gastado demasiada energía en recomponerme y enfrentar la prueba más dura que me puso el destino y ahora tengo el equilibrio justo para caminar sobre la peligrosa cuerda floja de la justificación. Y no pienso seguir justificándome. Ha llegado el momento de que los demás también se pongan en mi piel, de que traten de entenderme y de que no se empeñen en juzgarme a cada paso. Y si se niegan a hacerlo (obviamente están en su derecho, no es en absoluto obligatorio) pueden retirarse de mi camino y dejarme avanzar hacía ese yo que quisiera alcanzar, esa persona que me gustaría llegar a ser.
Me toca quererme un poco, me toca apostar por mi, luchar por mi y perdonarme  y olvidar. Me toca pasar página, esforzarme en aprender de mis errores y crecer como persona. Y eso es algo que debo intentar sin que nadie me diga cómo ni cuando. 
Agradezco de corazón el apoyo de quienes han querido ayudarme, de quienes no han dudado en sostenerme y de quienes se han empeñado en que saliera del pozo. Y nunca lo olvidaré.
Es de bien nacidos ser agradecidos y además de agradecerlo, trato de corresponder.
Se avecina un nuevo año y creo que si lo enfrento como quiero hacerlo, puede que este al fin, sea el mio. 
Tengo proyectos muy personales en curso y si no me rindo, se harán realidad dentro de poco. 
He hecho limpieza interior. Y exterior. He creado un pequeño círculo de amigos de verdad a los que ofrecer todo lo bueno que puede haber en mi. He encontrado una mujer que me aporta tanto, que por fin he entendido lo que llevan escribiendo generaciones de poetas. Y eso es  algo que va mucho más allá del amor construido con metáforas y otros recursos literarios.
Voy a dejar que mi alma crezca, porque parece que aún le sobra espacio en el interior de mi pecho y le queda grande.
Vamos a ver si un día puedo conseguir que sentir tanto y tan fuerte  no me duela. Ni le haga daño a nadie.
Vamos a por ello. A por la vida. A por todo.Pase lo que pase y le pese a quien le pese.
Y de verdad, aquellos que no queráis verlo, podéis iros. No voy a pediros que os quedéis si no queréis hacerlo, ni voy a echaros de menos cuando decidáis abandonarme.
Sed muy felices, eso sí. 

sábado, 21 de diciembre de 2019

Latigazos

Es cierto. No hay mayor dolor que el que te causan al golpearte con el látigo de la indiferencia. Al contrario que los látigos de cuero tradicionales este no te arranca la piel a tiras, pero si te desolla el alma. Duele mucho más y aunque trates de aguantar, y aprietes entre los dientes excusas y reproches, no puedes evitar que se te escape un grito con cada golpe. Y un montón de lágrimas que procuras disimular mirando hacia otra parte.
También es cierto que no hiere quien quiere, sino quien puede. Por eso cuando ataste mis manos con tu última sonrisa, me pusiste de rodillas y me despojaste de los ropajes de orgullo que cubrían mi pecho, supe que iba a ser un correctivo espantoso.
Estúpido de mi, creí que en el último momento conmutarías mi pena y simplemente me confinarías a un ostracismo doloroso también, pero más misericorde. Craso error. Al verte blandir el arma y restallarla contra el suelo haciendo un ruido espantoso que llegó a sobreponerse por encima del viento metal, me temblaron las piernas y yo, que nunca he sido un cobarde, solo quise que todo terminase cuanto antes.
Duró lo que tenía que durar y gracias a Dios, la música de la sala amortiguo mis lamentos, una mano amiga me acarició el cabello, limpió mis mejillas y me sostuvo en pie para no darte el gusto de ver como me desplomaba. Poco después, al caer la noche con su manto de pesadillas y de oscuros presentimientos, pude refugiarme junto a quien presenció impotente la tortura. Y abrazado a ella conseguí dormir.
Al despertar noté como al perder litros de cariño, mi corazón había estado a punto de desangrarse. En sueños vi como severa, dictabas sentencia haciendo caer sobre mi conciencia todo el peso de tu ley, tras ignorar mi alegato suplicatorio de clemencia. Sabes que no puedo declarar en mi contra, que me ampara una peculiar enmienda y que había hecho verdadero propósito de ídem acogiéndome a ella. Pero eso te importó lo justo. Rodeada de los miembros de  un jurado que ni siquiera se dignó a deliberar, me guiñaste un ojo antes de anunciar tu veredicto.
Una vez más maldije no haber terminado mis estudios de Derecho. De haberlo hecho puede que hubiese tenido más éxito al representarme a mi mismo. Pero esto es una máxima de la vida, acción-reacción, causa-efecto. Y no sé cuando terminaré de pagar las consecuencias de mis errores pasados.
En cualquier caso hoy, dolorido, afligido y maltrecho, solo puedo proclamar que te quise más que a nadie, que me arrepiento de todos y cada uno de esos delitos por los que me juzgaste, que me declaro culpable de ser tu amigo y que aunque me duela renunciar a ello, lo haré por imperativo legal.
Siempre tuyo,

Culpable.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Hacer las maletas

Hacer las maletas para salir de la rutina y escapar de la angustia no es fácil. Tienes que tener muy claro qué es lo que quieres llevarte , pero mucho más claro aún lo que no piensas llevar ni por equivocación.
En el momento en que bajas las maletas vacías que guardas sobre el armario, estás escribiendo una puta declaración de intenciones.
Ser feliz. Eso de ser feliz que parece tan jodidamente difícil, comienza por decidir quererte y por ponerte las pilas para hacerlo. Escapar de los miedos, de las personas tóxicas y de las responsabilidades que no te corresponden, generadas por aquellos que encontraron una tabla de salvación en tu falta de asertividad, es algo que solo conseguirás si aprendes a escribirte una carta de amor en la que te enamore cada palabra. Y te la envíes con franqueo urgente.
Una vez, la coach que junto a psicólogos y psiquiatras,me ayudó a superar una mala racha, me pidió que pusiese por escrito como me trataría si yo fuese mi pareja. Qué me diría, que me regalaría, dónde me llevaría, qué me perdonaría.
Y me encantó hacerlo. De hecho me lo pasé muy bien haciéndolo. Casi me convencí de inmediato con la primera carta. Lo cierto es que tengo una labia....
Me seduje con facilidad, pero al ser consciente de que era una técnica de autoayuda, un necesario tratamiento para mis males, asocié el flirteo a lo aséptico del diagnóstico y lo relegué al olvido.
Al poco de hacerlo me abandone por un amor más real, más compresible y menos terapéutico. 
Encontré a la persona que llevaba muchos años buscando y decidí comenzar el viaje amándola.
Y la quiero abrochándome el cinturón y poniendo recto el respaldo de mi asiento, tragando saliva y apretando los dientes,porque al acariciar su cuerpo desnudo este avión inicia la maniobra de despegue y abandona esa pista del aeropuerto que es la rutina de los días grises y vacíos de ella. 
Nada me ata a lo que ya he vivido. Nada me puede impedir dar la vuelta al mundo. Me quiero, la quiero y, ella, mi realidad más espiritual y yo hacemos el trio perfecto. Somos la tripulación perfecta para realizar este viaje. 
Supongo que cuando el Argos inició su singladura, Jasón sintió algo muy parecido a lo que siento yo al besarla. 
Que los dioses nos protejan. Que el camino nos sea propicio. Que el trayecto solo nos lleve hasta  mundo soñados, marcos incomparables y demás destinos nacidos de la belleza, el cariño y la necesidad de compartir el mejor y más feliz de los finales.
Puede que haya pagado un peaje demasiado caro en la autovía de la vida, pero volvería a hacerlo. Puede que los bandidos que en diferentes ocasiones asaltaron mi diligencia me robasen demasiadas porciones de alma, pero aún me queda suficiente para ponerla a sus pies.
Puede que el verdadero viaje lo haya realizado a través de mi yo inconsciente. Y sellasen mis credenciales de peregrino en todos y cada uno de los controles donde el destino más duro y exigente quiso que me detuviese y al hacerlo certificase el fin de cada etapa.
Quizá nací para ser el eterno mochilero.
Quizá. Pero dame la mano y vámonos a dar la vuelta al mundo.

lunes, 9 de diciembre de 2019

La lluvia también

Ayer experimenté algo nuevo.
Tras disfrutar del vermú con unos buenos amigos ydormir una necesaria siesta, mi chica y yo vimos También la lluvia, una película que Iciar Bollaín rodó en el 2010 y donde Luis Tosar, Karra Elejalde, Gael García Bernal, Raúl Arévalo y un estupendo elenco de actores, consiguen hacerte pensar además de ragalarte un trabajo excelente.
Yo ya la había visto el año que se estrenó, pero no sé bien porqué, algo me hizo seleccionar este título para compartir los 168 minutos de metraje con mi pareja.
Y desde que arrancó la acción en Bolivia, noté como comenzaban a desmoronarse los baluartes levantados sobre los sentimientos de supremacía inculcados por factores sociológicos y geográficos.
Siempre he estado muy orgulloso de las proezas de mis antepasados y me habría vuelto insoportable si en un retrato de Fracisco Pizarro, o del hermano que lo acompañó a las Américas y del que parece que proviene la rama de la familia que me ha legado su apellido, el artista hubiese reflejado un bigote bicolor y unos ojos azules de niño curioso y melancólico. 
Nunca reparé en lo que esa colonización había supuesto a los indígenas. Para mi, Quechuas, Yanomamis, Mapuches y demás pueblos siempre han formado parte de esos tipos en taparrabos que aprendieron a leer con los padres misioneros. Me considero una persona bastante leída y desde luego conozco la importancia de las culturas precolombinas y de las civilizaciones mayas y aztecas. Pero deberían estarnos agradecidos porque les llevamos la ciencia, el progreso y la palabra del Dios verdadero, salvando sus inmortales almas.
¿Necesitaban de nuestros servicios?
Nunca hubo una colonización incruenta en ninguna época de la historia ni en ningún lugar del mundo.
Desde que los neardentales pusieron en su sitio a los cromañones, toda colonización ha llegado a base de sangre, dolor y lágrimas. Y de violaciones, transmisión de venéreas y de todo tipo de enfermedades.
El periodista Manu Leguineche escribió un libro estupendo titulado Deux Volunt en el que con su natural ironía, nos habla del verdadero significado de las cruzadas y de todas las salvajadas cometidas en el nombre de Dios. De mi Dios, de un Dios que es todo amor y bindad. En También la lluvia se hace referencia a la salvación de las almas indígenas a cambio del oro pertinente  y de la desesperación de Bartolomé De las Casas y de Montesinos, verdaderos cristianos y adelantados a su tiempo que lucharon por los derechos humanos en las tierras conquistadas.
En absoluto reniego del arrojo y el coraje de Pizarro, Cortés, Magallanes y tantos y tantos valientes que en el nombre de su rey y de su Dios que es el mio, mataron y murieron a miles de kilómetros de casa. Quizá me avergüenzo un poco de esos reyes y esos representantes de Dios en la tierra, que fueron capaces de poner en la balanza almas, vidas y piezas de oro.
No lo sé, pero ayer algo cambio en mi y como si me hubiesen limpiado el objetivo con el que veo la vida, que sigue estando un poco sucio, vi todo mucho más claro y me emociones y empaticé con el honor de los indios que se resistieron al yugo de los conquistadores.
Lo más triste y lo que más me tocó la fibra, es la historia paralela a la conquista de las Américas que retrata Bollaín y en la que el pueblo boliviano se rebela y se echa a la calle para enfrentarse a quienes pretenden cobrarles un impuesto por el agua de lluvia. Y en realidad, eso tan solo me demuestra que la avaricia humana, la codicia de los poderosos y el abuso y la opresión, tan solo han mudado de ropajes y de armas. El mercado y el capital,que todo lo conquistan,siguen machacando a los que no pueden defenderse. 
No voy a cometer la estupidez que han cometido algunos en su ignorancia y no pienso disculparme porque los españoles de hace quinientos años llegasen al nuevo continente y ampliasen sus posesiones al hacerlo. Señores, esto es la historia del mundo. Si hay que disculparse por ello, exijo que toda la humanidad se disculpe entre sí por haber existido. Pero lo que si que voy a hacer es tratar a todos los seres humanos por igual, sin importarme su origen, credo o condición. 
He tenido la suerte de nacer en la España del siglo XX, en una familia acomodada, de contar con una educación y unas oportunidades que cientos de millones de personas no han tenido y lejos de sentirme culpable por ello, trataré de aportar en lo que pueda y de compartir lo cosechado. Y no voy a ser tan estúpido de juzgar a las generaciones del pasado con los valores, los medios, la información y las circunstancias del presente.
Ahora se trata de aprender de lo que ya no tiene vuelta atrás y de no repetir errores para poder caminar hacía adelante.

sábado, 7 de diciembre de 2019

No en una hora, más bien en un ahora.

Porque en efecto, todo termina llegando, incluso lo bueno.
Anoche volviendo de Zamora, mi chica y mis amigos me preguntaron si me pasaba algo. Volvía muy callado disfrutando del sonido del silencio, cosa a la que no los tengo acostumbrados. He encontrado una belleza especial en ese silencio. Silencio que antes me aterraba y que he llenado con todo tipo de sonidos. Con lamentos, con quejas, con adorables maullidos, con deliciosos gemidos, con himnos y con soflamas, con estruendosos te quiero e insoportables adióses, con canciones de borracho. Ruido. Mucho ruido.
Pero ayer y sin apenas darme cuenta, algo se rompió dentro de mi. Algo cambió en mi alma y sé que para siempre. Ayer evolucioné y comprendí muchas cosas.
Me debo esta nueva mutación, os debo esta evolución.
He sido muy pesado. Me he fustigado con tanto drama y le he dado un especial protagonismo a lo doloroso. Al hacerlo, os he empachado con mi estofado de miserias maridado con las más amargas lágrimas. He llorado lo mucho que he perdido sin detenerme a celebrar lo ganado, que también ha sido mucho.
Hace relativamente poco, al reencontrarme con mi amiga Vero a quien hacía años que no veía y, al desplegar mi arsenal de lamentos culpando de todo al destino y a la mala suerte, al insistir en mi deterioro físico, emocional y espiritual, Vero, clavando su pupila en mi pupila azul me dijo:" Juan, ¿sabes que no eres especial?. Vero es una mujer formidable y un alma noble, por lo que medité mucho sobre esa pregunta que no encerraba otra cosa que su afán por ayudarme a despertar.
Ayer comprendí que no lo soy.
Me he empeñado en hacer un mundo de un vulgar accidente de moto, una condena de la muerte de mis seres queridos y una tortura del adiós del gato que compartió su tiempo con el mio.
Escribí hasta lo insoportable sobre los amigos que me la jugaron, sobre las mujeres traidoras que me rompieron el corazón. y sobre las crueles que abusaron de mi y me fustigaron con sus malos tratos.
Me dejé los dedos en el teclado del ordenador escribiendo un relato tras otros en los que vomitaba mis frustraciones y mis miedos. He pasado noches enteras creando alter egos para intentar convenceros de que Peter Pan y Laertes son los únicos culpables cuando realmente son yo, hablan por mi diciendo lo que yo no me atrevo a a decir y aplicando una supuesta justicia sin consecuencias en la temida realidad. Pero la realidad es un mono con una cuchilla de afeitar dando saltos de una lado a otro de forma incontrolable.
He querido dibujar con palabras a la mujer ideal que me haría feliz. He soñado poemas y relatos confundiendo a Campanillas y a andaluzas pelirrojas para no aceptar que realmente la que me iba a hacer feliz no era ni un hada ni una princesa. Ha sido una mujer con todas las letras. Un ser de carne y hueso. Una montañesa friolera y adorable con una voz preciosa que se preocupa por mi cojera y que no quiere príncipes azules, super héroes, ni niños cabezotas e irresponsables que se niegan a crecer. Lo único que esta mujer quiere y necesita de mi, es a mi.
Ya está.
Como nos explicó ayer Estíbaliz, Zamora no se ganó en una hora. Fueron más de siete meses de asedio. Mi fortaleza ha caído tras un asedio de más de cinco años y esta mañana me he despertado con la sensación de que rendir mi pecho a las tropas acampadas fuera,en los campos de Marte, era la mejor de las opciones. porque no son el enemigo, porque han venido a liberar a los sentimientos reprimidos y confusos, a las emociones silenciadas y a ese grito que luchaba por abandonar la mazmorra rompiendo los barrotes de mis cuerdas vocales para que todos escuchaseis que pese a todo, pase lo que pase y le pese a quien le pese, incluso al miedo disfrazado de mi mismo, soy feliz. 
Gracias.
Gracias a todos los que habéis llegado para enriquecer mi vida, para corregir mis muchos fallos con amor y dedicación editorial, para ponerle BSO a mi día a día y para regalarme versos en arte mayor, a los que habéis permanecido a mi lado pese a todo, y a quienes sé que jamás me abandonaréis. 
Quienes habéis dado un paso al lado y habéis decidido hacer mutis por el foro, adiós. Sed muy felices, pero lejos de mi. Prometo no ir a buscaros.
Esta tercera temporada de mi serie promete.


domingo, 1 de diciembre de 2019

Mi niño

No soy padre. Nunca dejé mi semillita y nunca llegué a procrear. Ni en aquel breve periodo de mi vida en el que estuve casado con una mujer que podría haberme dado un hijo. Os aseguro que sé cómo se hace, lo he visto en películas.
Sin embargo, en uno de los momentos más tristes de mi vida, al poco de firmar el documento que me liberaba del sufrimiento de un matrimonio ficticio donde contra mis desos y destrozándome el alma pasé a ocupar el puesto de cornudo consentido, apareció él. 
Era muy pequeñito, apenas tenía tres meses. Llegó como regalo de cumpleaños dentro de una caja de vino de la Ribera del Duero, una de las denominaciones de origen que más me gustan. No podía salir nada malo de ahí.
Nos quisimos desde el minuto uno. Lo instalé en mi casa y comencé a trabajar eso de la educación, el cariño y el refuerzo positivo. Fue muy fácil sentirme un buen padre con Gatete. Fue leal, inteligente, obediente y muy cariñoso. Tan solo me falló en algunas cosas que pertenecían a su condición de felino y cada vez que lo hacía no podía evitar recordar las veces que yo fallé a mi padre y entonces entendí como debía sentirse con cada decepción. Y me arrepentí hasta la medula de no haber sabido estar a la altura de su amor y sus consejos.
Una de esas veces que me desobedeció desapareciendo toda una noche cual eterno adolescente, le costó la vida. Volvió a casa destrozado y al verle sufrir, comprendí también lo muchísimo que mi padre debió de sufrir al verme comatoso en la UCI por no haber hecho caso de lo que me enseñó desde chaval, que todo acto tiene consecuencias y que debemos conducirnos con prudencia, acierto y responsabilidad.
Al igual que hizo mi padre por mi, no reparé en gastos ni en esfuerzos para que la medicina y el amor de los suyos le devolviese el futuro que pretendía arrebatarle la pálida señora. Pero no fui capaz de conservarlo a mi lado. Tras muchos intentos de ofrecerle una vida digna y feliz, no me quedó más remedio que rendirme a las evidencias y al dolor que le provocaban las secuelas de sus graves lesiones.
No merecía una vida postrado en un sillón. No merecía orinar sangre, sufrir continuas infecciones internas, ni maullar de dolor a diario. No merecía permanecer a mi lado solo para que le pudiese acariciar una y otra vez, intentando compensar su sufrimiento. Y accedí a que un especialista le ayudase a dejarme sin pasar un mal rato.
Y le enterré en el jardín de mi casa, construyéndole el lecho eterno más hermoso que pude construirle. Y cada día, me acerco a darle un beso y a decirle que le quiero.
Muchas noches, como esta misma noche, viene hasta mi a través de los sueños y vuelve a jugar conmigo, a vacilarme y a enseñarme que más allá de la especie, el amor define a los individuos.
Te quiero mucho, mi niño. Y te echo mucho de menos.
Siento no haber sabido protegerte mejor, Gatete. Siento no haber estado a la altura. Siento seguir decepcionando a aquellos que quiero.