lunes, 6 de mayo de 2024

Nadie es perfecto, pero eso no es una disculpa

Lo siento mucho, pequeño.

Qué te voy a decir que no sepas, porque lo sufres en tus carnes. Nada salió bien, todo fue un desastre, todo se fue a la mierda. Y sí...no voy a intentar engañarte ni señalar otros culpables, la culpa siempre ha sido mía.

Puedo apoyarme en que las circunstancias se dieron la vuelta en muchas ocasiones y puedo tratar de que empatices conmigo y comprendas que me destrozaron las zancadillas, las traiciones, la crueldad innecesaria y las derrotas emocionales.

Puedo explicarte que soy como soy y que tengo la estúpida costumbre de creerme que las ilusiones son gigantes y no molinos, confiar en que todo terminará llegando y agarrarme a la tozuda pero débil esperanza que aun resiste en la trinchera, aterrada al ver caer a sus compañeras. Quiero ofrecerte el yo que te prometí y que mereces, pero vuelvo a quedarme solamente en las mejores intenciones. Y sé que eso no te basta.

Puedo apelar a tu clemencia y exigirte nuevas oportunidades, Puedo intentar convencerte con mil y un argumentos de que rendirme nunca será una opción, de que mientras me quede un soplo de vida me pondré en pie y volveré al combate, de que soy peleón y no acepto fácilmente la derrota, pero no eres gilipollas y sabes que todo eso te lo estoy diciendo con la boca pequeña porque hay días en los que lo  que de verdad me apetece es mandarlo todo a tomar por el culo y sentarme a la sombra de mis angustias para auto compadecerme y dejarme llevar por la nada. Llorar es terriblemente fácil y además a fecha de hoy, ya no es algo que deba ocultarte. 

Te necesito, pequeño. Sé que aún permaneces dentro de mi, que aún crees que seré capaz de reponerme una vez más y que volveré a rescatarte del ataque de esos monstruos que tanto miedo te dan.

Te he explicado muchas veces eso de que vivir consiste en identificar, afrontar y superar, pero ya no puedo hacerlo solo. Ahora necesito tu coraje, tu energía , tu inocencia y tus ganas de avanzar.

No te voy a contar más milongas, no te voy a prometer que serás feliz, porque mucho me temo que eso de la felicidad es algo que me va a costar demasiado conseguirte. De momento te he apañado sucedáneos disfrazados de te quiero adulterados por oscuros intereses y aviesas intenciones. Te he suministrado pequeñas dosis de maravillosos momentos en los que te convencí para creyeras en el éxito, en el amor, en la fama y en la gloria. Pero un fracaso tras otro comprendiste que no eran más que quimeras y ahora me pides que te ayude a pasar el mono, que tire por el inodoro el contenido de esas papelinas de peligroso y mortal futuro adulterado, y que renuncia a los embusteros chutes de mentiras, deseos y sueños.

No quiero fallarte, no quiero fallarme, pero cada vez lo veo más jodido. No soy perfecto y lo sabes, no conseguí ser el Juan que siempre quisiste llegar a ser, pero eso no es una disculpa. Solo puedo ser el Juan que he forjado a fuerza de decepciones, de tropiezos, de sorprendentes y cálidos besos y de necesarios abrazos. De encadenar palabras con ocasional acierto y de comprender que al decírtelo por escrito todo cobra un sentido diferente, Una vez nuestro padre dijo que escribir es fijar ideas en el alma, y que lo escrito queda, 

Y por eso te escribo hoy. Porque hoy te estoy pidiendo una última oportunidad y te prometo que hoy el que me des esa oportunidad será suficiente, porque conseguiré ser quien queremos ser o moriré en el intento y esta vez será para siempre, no solo un ratito.

Perdóname, pequeño. Ayúdame, pequeño. Dame fuerzas para alejarme de lo que me consume y me mata, de lo que me destroza el alma y te priva del futuro que soñaste. Échame una mano para hilvanar el hilo que ha de coser el corazón allá donde aún podamos lucir más cicatrices. Ayúdame a  apagar la mecha que tan estúpidamente encendí pensando que tendría tiempo para ponerme a salvo de la  explosión de la carga de decisiones  plásticas que volarían los puentes entre la mujer a la que soñé amar y nuestro maltrecho espíritu.

Permíteme seguir intentándolo. Tírame de las orejas. Dame una colleja, grítame y llámame imbécil. Hazme reaccionar.

Puede que merezca la pena. Vamos a verlo.

  


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