No soy padre. Nunca dejé mi semillita y nunca llegué a procrear. Ni en aquel breve periodo de mi vida en el que estuve casado con una mujer que podría haberme dado un hijo. Os aseguro que sé cómo se hace, lo he visto en películas.
Sin embargo, en uno de los momentos más tristes de mi vida, al poco de firmar el documento que me liberaba del sufrimiento de un matrimonio ficticio donde contra mis desos y destrozándome el alma pasé a ocupar el puesto de cornudo consentido, apareció él.
Era muy pequeñito, apenas tenía tres meses. Llegó como regalo de cumpleaños dentro de una caja de vino de la Ribera del Duero, una de las denominaciones de origen que más me gustan. No podía salir nada malo de ahí.
Nos quisimos desde el minuto uno. Lo instalé en mi casa y comencé a trabajar eso de la educación, el cariño y el refuerzo positivo. Fue muy fácil sentirme un buen padre con Gatete. Fue leal, inteligente, obediente y muy cariñoso. Tan solo me falló en algunas cosas que pertenecían a su condición de felino y cada vez que lo hacía no podía evitar recordar las veces que yo fallé a mi padre y entonces entendí como debía sentirse con cada decepción. Y me arrepentí hasta la medula de no haber sabido estar a la altura de su amor y sus consejos.
Una de esas veces que me desobedeció desapareciendo toda una noche cual eterno adolescente, le costó la vida. Volvió a casa destrozado y al verle sufrir, comprendí también lo muchísimo que mi padre debió de sufrir al verme comatoso en la UCI por no haber hecho caso de lo que me enseñó desde chaval, que todo acto tiene consecuencias y que debemos conducirnos con prudencia, acierto y responsabilidad.
Al igual que hizo mi padre por mi, no reparé en gastos ni en esfuerzos para que la medicina y el amor de los suyos le devolviese el futuro que pretendía arrebatarle la pálida señora. Pero no fui capaz de conservarlo a mi lado. Tras muchos intentos de ofrecerle una vida digna y feliz, no me quedó más remedio que rendirme a las evidencias y al dolor que le provocaban las secuelas de sus graves lesiones.
No merecía una vida postrado en un sillón. No merecía orinar sangre, sufrir continuas infecciones internas, ni maullar de dolor a diario. No merecía permanecer a mi lado solo para que le pudiese acariciar una y otra vez, intentando compensar su sufrimiento. Y accedí a que un especialista le ayudase a dejarme sin pasar un mal rato.
Y le enterré en el jardín de mi casa, construyéndole el lecho eterno más hermoso que pude construirle. Y cada día, me acerco a darle un beso y a decirle que le quiero.
Muchas noches, como esta misma noche, viene hasta mi a través de los sueños y vuelve a jugar conmigo, a vacilarme y a enseñarme que más allá de la especie, el amor define a los individuos.
Te quiero mucho, mi niño. Y te echo mucho de menos.
Siento no haber sabido protegerte mejor, Gatete. Siento no haber estado a la altura. Siento seguir decepcionando a aquellos que quiero.
2 comentarios:
"...su amor y sus consejos..."
Qué suerte la tuya, de un padre que te diera amor y consejos...
Parece una tontería, pero lo importante que es eso... Mucho.
Hay gente que no ha tenido esa experiencia.
Lo bueno hay que valorarlo y protegerlo siempre.
Bueno... pienso demasiado...
Cuídate,
Zeroide
Hola, Zeroide.
Me ha costado mucho valorar cosas que creía me pertenecían por derecho y aprender que sin lugar a dudad, he sido un tipo muy afortunado.
Sé que he tenido mucha suerte. Más allá de una infancia y una adolescencia plena y con todas las comodidades, tuve unos padres magníficos, cariñosos y generosos que se esmeraron en cuidarme y educarme. En verme crecer feliz. Eso es un lujo que ahora sé que no está al alcance de todos. Y lo valoro como el tesoro que encontré sin haber necesitado de un mapa.La sonrisa de mi madre y la equidad de mi padre marcaron las cordenadas exactas.
Pero como todos los piratas, dilapidé el hallazgo en ron y en mujeres y ahora siento mucho no haber conservado mucho de lo que había en el cofre. Y no. Por mucho que lo canten en las pelis de Disney, la del pirata no es la vida mejor.
Empiezo a despertar a la vida que mis padres soñaban para mi, no en lo material sino en lo espiritual, y eso me emociona.
Nunca se piensa o suficiente, Zeroide. Pensar es bueno, aunque a veces duela.
Un beso.
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