martes, 26 de noviembre de 2019

Infierno de fraudes 2


El café, tan negro como necesario, le sacó del sopor en el que acababa de caer al sentarse frente al ordenador con la sana intención de avanzar en su novela.
Pocas horas antes lo había dejado en que su alter ego iba a matar a la mujer que le había destrozado la vida. Y realmente lo había hecho. Aquella morena de seductoras caderas y desmedida afición por lo prohibido, le había machacado la autoestima unos cuantos capítulos atrás. 
El maltrato al que la mujer que inspiró ese personaje sometió al autor de a novela "Infierno de fraudes",lo llevó a la consulta de un especialista en salud mental que además de los consabidos ansiolíticos y antidepresivos, le diagnosticó unos eficaces antifóbicos para ayudarle a vencer el miedo a encontrarse con ella al doblar cualquier esquina. Es por eso que en su novela ese maligno súcubo escapado del más cruel de los avernos, debía morir. Es más...debía sufrir una muerte espantosa.
No era la primera vez que llevaba a cabo este tipo de catárquicos y literarios asesinatos en sus novelas. Utilizaba  a los alter egos construidos con lo que quedaba de su realidad pasada para que llevasen a cabo sus venganzas, y repartiesen justicia en negro sobre blanco. La justicia que él nunca podría tomarse en la vida real.
No le llevó más de cinco minutos describir a la perfección como Laertes vació el cargador entre el pecho, las piernas y los brazos del demonio que sedujo a su creador unos pocos años atrás. 
Fueron cuatro páginas muy intensas en las que al leerlas,  hasta se podía apreciar el olor a pólvora y a sangre fresca y, se podían escuchar los gritos de ella pidiendo clemencia, una clemencia que no concedió al hundirlo en ese pozo oscuro donde terminan las víctimas de malos tratos, que además, no se atreven a compartir su calvario porque la sociedad no termina de entender ni de aceptar que una mujer pueda maltratar a un hombre.  Hay quien sonríe cuando se comentan ese tipo de sucesos e insinúa la poca hombría de los maltratados y su falta de valor y de virilidad, llegando incluso a insinuar entre risas que de alguna manera lo merecían, "para compensar las estadísticas". 
En un alarde de sadismo, Laertes permitió que su alter ego literario se deleitase viendo como se desangraba la mujer , herida de muerte, y que le negase el muy misericorde y humano tiro de gracia entre los ojos.
Al termino de este capítulo en el que el asesino volvía a escapar de cualquier sospecha,dada su naturaleza afable y su condición de persona querida y socialmente aceptada, Laertes se levantó a servirse una copa de buen vino de la Ribera del Duero.
Le sentaba como una patada en la boca cuando estando en algún bar, un cliente se acercaba al mostrador y pedía al camarero, "pon un vino". Hostias...que estamos en Valladolid, la única provincia con cinco diferentes denominaciones de origen de vino; la provincia considerada por los expertos internacionales como mejor región vitivinícola del mundo.
Un vino...
Saboreó su Carmelo Rodero reserva servido en copa Borgoña y, encendió un cigarrillo con el viejo encendedor de gasolina.
El humo de la victoria. perfecto para maridar este caldo. 
Para mi ya estás muerta, hija de puta. Y sin tocarte un pelo ni abusar de mi fuerza. Ni  arruinarme el futuro con unos años en la trena, aunque en este país sigue saliendo demasiado barato asesinar a una mujer.
Apuró la copa hasta el fondo saboreando el regusto de los taninos pese a la astringencia que le provocaban resecándole los labios.
Cuando volvió a trabajar en el archivo de la novela, escribió: Capítulo 7, "El ave fénix" y se preparó para seguir aplicando la ley. Su ley.

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