martes, 26 de noviembre de 2019

Infierno de fraudes

Laertes se abrochó la cazadora hasta el cuello y comprobó en la imagen que le devolvió el espejo de pared de la habitación del hotel, que no se notaba en absoluto el bulto de la pequeña pistola automática con silenciador que portaba en una funda sobaquera bajo su brazo izquierdo. 
Alguien dijo una vez que el infierno es la imposibilidad de la razón, pero Laertes descubrió que en ese infierno se encontraba muy a gusto discutiendo con el único Dios verdadero lo incongruente y fraudulento de todos sus actos, sus sentimientos y sus palabras. Dios le perdonaba una vez tras otra, porque es todo bondad y misericordia. Pero él no era capaz de concederse el perdón. Ni lo quería.
Iba a matar a unos cuantos más. Iba a limpiar el mundo de escoria. Hoy le tocaba a la zorra que le destrozó la vida. Añadiría la miserable alma de esa belleza caduca y adicta al opio a la de aquel socio traidor que se apropió de todo lo suyo, a la de otra mujer que disfrazaba con adorables caíditas de ojos el engaño y la mentira y a la del canalla desequilibrado que fingió compartir las cuitas de un pasado reciente.
No le temblaría la mano al apretar el gatillo mirándola a los ojos. Puede que al encontrar el cuerpo,la sociedad vistiese este crimen como un nuevo caso de violencia de género. Y lo era, sin duda. Esa arpía había sido el ejemplo más claro del maltrato psicológico y emocional. Lo había atrapado con la seda de su tela hasta que Laertes apenás pudo moverse y entonces clavó en él los quelíceros y comenzó a sorver los jugos, vaciándolo casi por completo. Pero él consiguió desatarse y volver a levantar la cabeza. Y a empuñar un arma.
Laertes era un hombre bueno y eso le tocaba en exceso los cojones. Se repetía una y otra vez la frase que le llevó a comenzar su venganza: cuidado con lo que toleras, ya que estás enseñando como tratarte.
Respetaba a la mujer como respetaba al hombre y concedia por defecto el derecho a la igualdad.Por eso mismo se autoconvenció de que debía aplicar su ley en paritaria proporción y justificó los actos lavando su conciencia. Esto superaba las taras morales de la sociedad enferma en la que le había tocado vivir.
Arrancó la elegante motocicleta de fabricación británica y se dirigió hacia el lugar donde había quedado con ella, con la excusa de necesitar volver a verla porque la seguía amando irremediablemente. Era un tipo enamoradizo y todos lo sabian . Esa era su mayor debilidad.
Al terminar esta nueva página el escritor que había construido con sus traumas el personaje más oscuro y más luminoso a un tiempo encendió un cigarrillo, guardó los cambios en el archivo y apagó el ordenador.
Laertes pensó que debía cambiar el nombre a su alter ego. Era demasiado obvio todo. Y pensó también que debía comenzar a describirlo como un tipo alto, moreno y enjuto, de alegres y vivaces ojos negros. Así nadie lo reconocería.
Joder...era un genio del mal.

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