miércoles, 13 de noviembre de 2019

Sin perdón

Antes de colocar los dedos sobre las cuerdas en el primer acorde, soplé el polvo que acumulaba la vieja guitarra española recluida junto a la chimenea de la bodega. Esta es la guitarra que mi padre regaló a mi madre cuando aún eran novios.  Y siempre ha estado ahí. Como su amor inmortal.
Hace ya unos años que me hice con mis propios instrumentos. Compré a un amigo ya fallecido una guitarra electroacústica y una española meses antes de que le diagnosticasen el cancer de pulmón que se lo llevó con la música y con su sempiterna sonrisa a otra parte, y tras su muerte, hacen guardia formadas por antigüedad junto a mi barata guitarra eléctrica en la pared de la bodega, esperando unos dedos más hábiles y un corazón más roquero.
La mano derecha aún conserva cierta habilidad, pero la izquierda acusa en exceso las secuelas de la dichosa hemiplejía que me regaló el absurdo y evitable accidente de moto que cambió mi vida.
Al conseguir ejecutar con algo de dignidad el principio de la melodía del tema de Erik Clapton que siempre me puso la carne de gallina, comencé a cantar.
Mi amiga Pepa, compañera de la facultad de Educación musical donde coseché un fracaso más, obsequió de mi desidia, me enseñó a sacar la voz y a cantar de forma casi aceptable. Puede que al oírme destrozar este tema volviese a darme otra lección de cariño y paciencia, pero hace ya mucho que no cantamos juntos. En su lugar, en vez de su aguda y siempre afinada voz de soprano extremeña, otra voz se unió al estribillo poniéndome los pelos de punta. Era una voz blanca, de niño.
Al girarme esperando encontrar a alguno de mis sobrinos, lo que vi me dejó sin aliento. Frente a mi, iluminado por la tenue  luz de una pequeña lámpara que encendí para no tropezar con los muebles castellanos de poderosa madera y traicioneras esquinas, un niño rubio con el pelo cortado a tazón y los ojos azul plomo, de corta edad, más o menos de unos diez años y de expresión terriblemente familiar, se esforzaba en hacerme los coros una tercera por encima.
Cuando se percató de mi enmudecimiento y de mi asombro, sonrió tranquilizador y abandonó la canción para decirme
-No te asustes. Soy el Juan que fuiste y que te empeñas en olvidar. Soy el niño que dejaste morir para convertirte en el adolescente inseguro que necesitaba reforzar su autoestima infringiendo reglas, en el joven que decepcionó una vez tras otra a sus padres y que descubrió lo apasionante de sentirse enamorado y, jugó a Romeo en busca de una Julieta que se le resistió una y otra vez. Y en el hombre que se niega a aceptar las consecuencias de los errores del pasado.-todo esto me lo espetó con una enorme sonrisa en los labios y con el tono más dulce que encontró para acompañar los reproches-.He venido a prevenirte, porque aún estás a tiempo-añadió conciliador- tienes la oportunidad de perdonarte y de recibir mi perdón, de matar al Juan que eres y de crear el Juan que siempre has querido ser. Pasa página de una vez, cierra carpetas y olvida aquello que no consigues superar. Es tan solo pasado, como yo.
-Pero...pero si reniego de mi pasado, también lo haré de ti-dije yo con un hilito de voz apenas audible.
-No has entendido nada, Juan. No te pido que reniegues de lo bueno que siempre hubo en ti, tan solo que olvides tus errores, tus miedos, tus debilidades y tu falta de acierto. Que no te recrees en lo doloroso, que no alimentes el fuego del dolor que te causaron y que te causaste.Que me busques dentro de ti cuando vayas a tomar una decisión y te preguntes qué habrías querido hacer cuando aún eras puro. Cuando la vida no te había marcado todavía con el hierro al rojo de las lecciones necesarias. Cuando la traición de tu mujer y de tu amigo no eran más que una posibilidad entre tantas otras dentro de la aventura del matrimonio. Cuando no allanaste el camino al destino más doloroso. Cuando no sembraste con errores los campos de tu futuro. Búscame y cuando me encuentres, ayúdame a ayudarte. Permíteme guiarte y concédeme el permiso para discernir lo que quieres de lo que realmente deseas.  Entonces, y solo entonces, alcanzarás tu lugar y cumplirás tu misión, porque todos tenemos una y la nuestra no es nada fácil.
-Perdóname, Juan- supliqué emocionado - perdóname y ayúdame. Yo te perdono el no haber podido contener mis necesidad de ser valorado por los demás.  De ser  aceptado por todos. De destacar a toda costa.
-Te perdono, Juan.-concedió generoso el niño que fui-Vete a la cama. Mañana será un día importante. Será el primero de nuestra nueva vida. Descansa hoy.
Y diciendo esto me acarició la mejilla con el dorso de la mano y desapareció entre las sombras.
Yo volví a colocar la guitarra junto a la chimenea, encendí un cigarrillo y aspirando con fuerza, me lo fumé entero en apenas cinco caladas. Después me fui a la cama y tras apagar la luz de la mesilla, reflexioné sobre lo sucedido. Iba a empezar a vivir. Iba a empezar a hacer las cosas bien. Se lo debía a aquél niño. Me lo debía a mi.

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