sábado, 2 de noviembre de 2019

20 años

Se ajusta la cinta de la guitarra electroacústica para salir a escena y en voz muy baja tararea la letra  de una canción de Coque Malla, un artista al que nunca prestó atención y que nunca le convenció, pero que de un tiempo a esta parte se está convirtiendo en su cantante de cabecera, dado que parece haber escrito todas las canciones que ahora quiere y necesita escuchar.
El presentador de la gala benéfica donde recaudar fondos para la investigación de  una de esas enfermedades tan mortales como raras, en la que han programado su concierto en acústico, lo invita a pasar al escenario. 
Hoy está solo, sin su banda de mercenarios de la música, desprovisto de artificios y de la protección de otras guitarras y otras voces. Solo él, sus canciones, su voz, su guitarra y su corazón. Mientras pisa las tablas del escenario, se da cuenta de que ella hoy tampoco estará entre el público que abarrota la sala y maldice el foso de los 20 años de distancia que se levanta entre sus ojos y su piel. Un foso que solo se atreve a cruzar asido al puente construido con los recuerdos de un pasado feliz, de un amor verdadero que ha renacido cual fénix herido de muerte y con la argamasa de la ilusión que jamás llegó a perder.
Coloca el micro a su altura, los dedos en los trastes del primer acorde y la mirada en el infinito, allí donde imagina que ella lo espera con el corazón latiendo tan deprisa como el suyo.
El público aplaude enfervorizado pues hoy está cantando como nunca, llevando la voz al borde de lo que las cuerdas vocales son capaces de resistir y descubriéndole al mundo una nueva canción compuesta escasas horas antes de aparcar junto al teatro donde se desarrolla todo.
Esta nueva canción habla de ella, de él, del tiempo transcurrido junto a otros cuerpos en unos lechos vacíos de aquello que los ha resucitado de entre los caídos en la cruel guerra del tiempo.
No se ha visto en otra así. No quiere renunciar a un sueño, no quiere que ella deje de flotar y clama al cielo suplicando el equilibrio necesario para no caer en el abismo de la ausencia. Y se muere. Desespera. Quiere estar cerca de ella, pero cientos de kilómetros de responsabilidades adquiridas, de compromisos ineludibles y de cargas morales le impiden alcanzarla. Solo puede acariciarla a través de una canción y al cantarla, el público entiende que está escuchando el amor convertido en melodía.
Es curioso que su mayor triunfo, que el tema que lo coloca en todas las listas de ventas y que se emite en todas las emisoras de radio, sea el mismo que más le duele, que le rompe el alma y que lo llena de culpa.
Solo quiere flotar junto a ella. Solo quiere decirle que 20 años después, sigue siendo la jovencita preciosa de la que se enamoró.

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