domingo, 10 de noviembre de 2019

Mirando al mar

A veces la vida si concede nuevas oportunidades. Y ella supo aprovechar la suya tras haber vivido un infierno que estuvo a punto de consumirla.
El tiempo pasó inexorable ratificando que en efecto, cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da.
Al poco de haber conseguido librarse de las cadenas del odio y del desprecio y, al haber hecho pública su situación, un viejo amigo escritor que había sufrido en sus propias carnes la misma tortura que ella sufrió durante años, escribió un relato en el que su alter ego viajaba hasta el lugar donde la vida había decidido mostrar su peor cara y ejecutaba al monstruo que a base de mentiras y artimañas de todo tipo, había conseguido atraparla en sus redes. Le gustó aquel relato, pero de alguna manera se resistió a que aquel demonio muriese, aunque fuese literariamente. Ella sabía que aunque era lenta hasta la desesperación, existía la justicia poética y se ocuparía de castigarlo como merecía.
Y así fue.
Aquel íncubo que seducía a mujeres mucho más jóvenes que él y las atrapaba en sus telarañas construidas con el pegajoso hilo de la mentira, terminó cometiendo un tremendo error. Había intentado devorar a la presa equivocada. La hermosa mujer que junto a su hijo había caído en la tela de araña,tejida con maestría a su alrededor, consiguió zafarse cuando ya casi había perdido toda esperanza y descubrió al monstruo ante la justicia y la sociedad. 
Sentó a aquel peligroso y voraz insecto en el banquillo de los acusados y las leyes de los hombres cayeron sobre él como el más eficaz insecticida.
Gracias a la valiente actuación de la mujer maltratada y a su testimonio, desenmascararon al monstruo que ya , desprovisto de los camuflajes con los que se mimetizaba en la sociedad y atrapaba a sus presas, terminó de envejecer completamente amargado y fue recluido en un hospital psiquiátrico donde medicado y controlado, solo pudo esperar la muerte sin más compañía que el recuerdo de su vida de maldad y de las presas que devoró glotón y lujurioso.
Cada mañana, después de la dosis de la medicina prescrita por los especialistas y que los enfermeros de la institución le administraban por vía intravenosa tras colocarle las correas para evitar resistencia, lo sentaban en una vieja silla enmohecida y deteriorada como él a que pasara las horas mirando al mar.
Y así, presa del mayor de los hastíos pero libre de todo sentimiento de culpa pues el mal era su naturaleza, terminó sus días. Solo, vació y caduco. 
Por el contrario, al haber escapado de aquel monstruo y haber exorzizado su recuerdo, ella recupero la perdida lozanía robada con insultos, desprecios y humillaciones, la belleza marchitada por el veneno inoculado y, la alegría perdida al ver sufrir a su hijo. Recompuso su vida, volvió a encontrar el amor y fue feliz. 
Entonces y solo entonces, el amigo escritor que con la mejor de las intenciones había ejecutado en un relato a aquella bestia demoniaca, pudo escribir el epílogo de una historia de malos tratos basada en hechos reales.

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