Es curioso, pero la vida es un trayecto a recorrer y el viaje únicamente cobra sentido cuando aciertas con el sendero correcto y descubres que hay un camino que debes seguir si quieres realizarte como persona, y entregar lo mejor de ti para que tu existencia esté justificada.
El problema comienza cuando no sabes interpretar las señales ni los mapas, cuando te pierdes recorriendo tramos que te desvían de tu meta, y cuando te obcecas en prescindir de faros y brújulas, y eres tan arrogante que piensas que eres capaz de alcanzar el verdadero destino tu solito.
No existen los atajos para llegar a ser la persona que quieres llegar a ser, ni estacionamientos donde abandonar todo lo que te sobra y entorpece la marcha. Tampoco hay pistas de frenado habilitadas para que consigas reducir la velocidad cuando no sabes frenar de forma natural y te ves tan acelerado, que te la terminarás pegando si no escuchas los consejos de aquellos que te quieren y se preocupan por ti. Y podéis creerme, esas cosas pasan y a raíz de cierta catastrófica desdicha sufrida hace unos años, acostumbro a decirle a la gente que me importa, "frena, que si no frenas tú, te frenará la vida de la forma que sea, con un infarto, un accidente, una crisis mental...".
La vida me frenó, y la experiencia fue tan devastadora que mi camino parecía haber terminado y durante mucho tiempo supe que estaba realmente perdido, y asustado. Pero he encontrado el verdadero camino a seguir y en esta senda puedo guiar a otros y ayudarlos a alcanzar sus destinos.
El año pasado comencé a interactuar con estudiantes y a explicarles como la literatura es mucho más que ocio, entretenimiento y diversión, más que una interminable fuente de conocimientos y mucho más que un arte. Es además una formidable terapia para prevenir el deterioro cognitivo y para superar el daño cerebral adquirido, y desde la literatura pude explicarles como leer y escribir son las disciplinas perfectas de ese entrenamiento diario que necesita nuestro cerebro, el verdadero músculo que merece la pena mantener en la mejor forma posible.
El feddback recibido de mi interacción con los estudiantes fue tan increíble que he reconocido en esta relación el canino asfaltado bien pavimentado y sin baches por el que debo conducir mis pasos para alcanzar aquello que me hará feliz. Y voy a seguir las señales. El destino, que es el cartógrafo burlón pero exquisito que diseña mapas e indicadores, no deja de colocar luminosos letreros y desconcertantes neones para que a lo largo de la ruta pueda identificar otras muchas cosas igual de importantes en mi trayectoria vital, y también estoy aprendiendo a orientarme siguiendo estos oportunos avisos. Y a detenerme cuando debo hacerlo y disfrutar de esos merecidos descansos para el alma en los que puedo avituallar mi corazón con el necesario combustible de la emoción. Repostar en los labios adecuados y sentir que otras luces iluminan mi camino alumbrando las zonas más oscuras. es algo realmente hermoso y de agradecer, y aunque soy yo el que deberá enfrentarse a los obstáculos y superarlos por mis medios y con mi pericia y mi valor, siempre es un lujo haber encontrado quien te acompañe en el viaje y comparta la fatiga del camino.
Un nuevo yo despierta y AVANZO.
He encontrado el camino y no pienso abandonarlo. Sueño con que ella ocupará el puesto de copiloto y algún día viajará junto a mí. Pero de momento no voy a detenerme a esperar a nadie ni voy a mirar atrás. Si quiere hacerlo, sé que aquella que sostenga el otro extremo del hilo rojo que unirá nuestras almas podrá alcanzarme y subirá en marcha, sé que estará más que preparada para ello. Pero ahora yo me necesito más que a nadie y además hay muchos chavales a los que servir de guía o de coche escoba en caso de que se fatiguen o se pierdan.
Nos veremos junto al cartel que indica la entrada a la felicidad. Por fin me veo más que listo para este viaje.
Ni para disculparse si la disculpa es sincera y nace del corazón.
Estoy trabajando mucho la reconciliación con la persona más importante en mi vida, yo mismo.
A fuerza de cometer errores y de mirar para otro lado, había llegado a enfadarme conmigo y a descartar la opción de perdonarme, por eso necesitaba tanto la aceptación de terceras personas y por eso pensaba que solo llegaría a ser feliz si otra persona me quería. Y he sido tan gilipollas que he supeditado al paso de otros el avance en mi camino. Y me dolía no avanzar, pero no entendía por qué por mucho que quisiera poner un pie delante del otro era incapaz de moverme. Y por fin lo he entendido. No me movía porque esas arenas movedizas que son los reproches y los miedos me tenían atrapado y no he sido capaz de levantar los pies hasta que no he buscado dentro de mí la forma de salir de esa trampa mortal en la que sin darme cuenta ya me estaba ahogando.
No quería reconocer mis fallos, no me atrevía a darme la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva, y de aprender de un pasado doloroso y confuso, pero que tenía mucho que enseñarme. Y ahora he reunido el valor suficiente para escucharme, para pedirme perdón y lo más importante, para perdonarme.
Sentía que algo me atenazaba el pecho, que había una mano que apretaba fuerte mi corazón y lo estrangulaba, que me empeñaba en querer a los demás, que consideraba que el amor era el verdadero motor de mi vida y no entendía como queriendo tanto nadie me quería al menos la mitad de lo que yo era capaz de querer. Pero he descubierto que ese amor que tanto ansío debe comenzar en mí. Debo quererme lo suficiente para limpiarme de culpas, para concederme la tregua que me permita despegar y recuperar la fuerza. Necesito quererme bien, como intento querer a otra persona.
He entendido que soy importante en mi vida, que si me refugio en la aprobación y el cariño ajenos, pero me niego el mío, la vida la construiré sobre unos endebles cimientos que harán que vuelva a derrumbarme al menor temblor, a la primera sacudida. Y el destino me ha preparado un futuro tan sísmico como sorprendente. Me ha cruzado con las personas adecuadas y con las oportunidades necesarias, pero al negarme la capacidad de ver la luz, mi luz, he optado por caminar a oscuras y he ido cayendo en un agujero tras otro. Pero se acabó. He abierto los ojos y me he descubierto en el fondo del túnel asustado y enojado, confundido y obcecado en el error de necesitar tanto el amor de otros, que era incapaz de percibir que yo también me quería.
Y no es egoísmo, es supervivencia, por eso me voy a hacer mucho más caso, me voy a tender una mano y me voy a guiar hacia la salida, hacía el final del arcoíris donde podré encontrar a la persona más increíble que el destino decidió que enriqueciera mi vida, y esta entenderá que llego a ella repleto de mí, de ganas de demostrarme que valgo y de auténtica necesidad de ser feliz conmigo mismo. Y que solo así podré ofrecerle algo más que un sueño.
Nunca me costó pedir perdón cuando metí la pata, cosa habitual en aquellos que aunque con la mejor intención, no paramos de idear maneras de hacer de esta vida algo más ameno. y solemos equivocarnos pues no todos necesitamos lo mismo para disfrutar de la existencia. Pero me ha costado mucho, muchísimo pedirme perdón y he tenido que enfrentarme al más siniestro de los demonios que habitaba mis recuerdos, y después de mucho pelear, he conseguido rendirlo y expulsarlo para siempre. Y he decidido perdonarme y hacer acto de contrición con verdadero arrepentimiento y prometiéndome hacer lo imposible por no repetir conductas erróneas y perjudiciales.
Ahora he comenzado a quererme, a escucharme, a intentar comprenderme y a motivarme con mi propia fuerza, con la ilusión que nace de la certeza de que este era el cambio que necesitaba y que solo así podré acceder a aquello que colmará mi esperanza.
Puede que me esté equivocando, no lo sé, pero lo que sí sé es que, si lo estoy haciendo, al menos lo hago con mi apoyo y mi voluntad de mirar hacia adelante sin rencores.
Y que sea lo que Dios quiera. Y lo que yo me permita.
Y es que en la vida a veces hay que bailar, y atreverse a salir a la pista de baile sin miedo a perder el ritmo, a tropezar, a marearte dando vueltas y a pisar a tu pareja. Los miedos no te llevan a ninguna parte y es muy triste quedarse sentado viendo como los demás bailan y disfrutan y tu tan solo llevas el ritmo con el pie por miedo a hacer el ridículo. El fracaso es no intentarlo. El peor de los desastres llega cuando te das cuenta de que podías haber sido el rey de la pista y haber bailado con la más deliciosa de las parejas y no fuiste capaz por temer que rechazara tu mano para acompañarte al centro y comenzar el vals.
El valiente no nace, se hace. Y el valor se consigue enfrentado los temores, preparándote para la victoria y descartando la derrota. Rendirse nunca es una opción y el fracaso es tan solo una posibilidad, no una certeza. Asusta, sí, pero es mejor sufrir una derrota que esconderse y no plantar batalla.
Así que toca armarse de valor y aferrarse a todo lo que hace de ti un ser especial, una persona diferente. Un personaje singular que nunca encajó con los supuestos, y aquel que al escuchar la pieza adecuada encontró entre la multitud a la bailarina más hermosa y más grácil de cuantas acudieron al baile al que te invitó el destino. El hado ríe sabedor de que reconocerías en el acto a aquella que eligió para completar tu alma desde un principio, y de que si renunciabas al miedo, te atreverías a volver a pedirle que te hiciera el honor de concederte ese vals. Y ella bailaría contigo.
Y es que es una delicia verla danzar agarrada a tus caderas, clavando en tus ojos su mirada y sonriendo con una sonrisa que ilumina por completo la sala y llena de color el mundo, ese mundo gris y difícil en el que la música te aturde a menudo, ese mundo que tantas veces has pedido que se pare para bajarte escapando de lo triste, lo duro, lo injusto y lo cruel, pero que mientras giras como una peonza enamorado de la partitura y de la esencia de aquella que baila contigo, de repente se convierte en el único lugar en el que quieres estar.
Bailando con ella este vals, quieres creer que la pieza durará por lo menos el resto de tus vidas y estar vivo se te antoja un regalo de los dioses y una bendición.
Que no pare la música, que se detenga el tiempo, que la orquesta te colme de bises. Que al derrotar a tus demonios la felicidad consiga hacerse un hueco en tu porvenir. Que San Juan no te queme en la hoguera y que ella te vea como quieres que te vea, y te sienta como quieres que te sienta. Que consigas hacer que este baile merezca la pena. Y que no termine nunca.
Cierra el archivo de su última novela y tras comprobar haber guardado una copia de seguridad para no tener que lamentar posibles y devastadoras desgracias, apaga el ordenador y se dispone a pasar un fin de semana alejado de la trama de un libro que sabe será el más especial de cuantos ha escrito. Y lo cierto es que esta afirmación está exenta de fanfarronería o de vanidad. Simplemente será una gran novela porque escuchando el mejor de los consejos de su editora y amiga, la está escribiendo desde lejos de sus vicisitudes cotidianas, y el alter ego que se ha construido para plasmar en ella cuanto le desborda el pecho no se parece en nada a él, no habla como él ni actúa como él, aunque ama de la misma manera (intensa y suicida) y a la misma mujer a la que ama su protagonista, y a ella le ha construido su lugar en las páginas de este canto a la originalidad y la belleza en las circunstancias más terribles.
Y es que así entiende la vida. En el peor de los momentos, en las circunstancias más terribles y durante las noches más oscuras, no puede dejar de cantar a la belleza y lo hace de una forma original transformando su realidad en una historia de amor y de sangre inocente en el que quizás haya sido el momento más importante de la historia de la humanidad.
Hace caso a las recomendaciones de amigos, familiares y profesionales de la salud mental y colocándose la mochila de acampada a la espalda, abandona la seguridad del hogar para regalarse un fin de semana de naturaleza, ocio y descubrimientos, alejado de todo lo que le duele y le impide avanzar. Aunque sabe que viajará con su mayor problema y con aquello que teme ama y odia en igual medida, él mismo.
Lleva tabaco de sobra para envenenar agradablemente sus pulmones en medio de la montaña, ropa cómoda y calzado adecuado, agua, un afilado cuchillo por si las cosas se tuercen y no consigue razonar con los osos pardos, y el dinero suficiente para cubrir sus necesidades sin tener que lamentar después este necesario y terapéutico exceso. Al elegir una cartera más pequeña que pueda guardar sin problema en los bolsillos con cremalleras de los pantalones de montaña, se asegura de traspasar a ella lo más importante entre lo que incluye su recién adquirido carné de discapacitado( una oda a la sinrazón obtenida a raíz de las secuelas de la mayor estupidez cometida en uno de esos momentos en los que la insensatez se alió con el corazón y con el alma, decorando con una pátina de imprudencia sus actos y generándole más dolor y sufrimiento del que quiso purgar) y la tarjeta que lo acredita como donante de órganos en caso de toparse con un oso de mal carácter. Busca en el pequeño compartimento donde acostumbra a llevar un único y solitario preservativo por si el exceso de alcohol o de hormonas le juegan una mala pasada y comete la imprudencia de engendrar una persona que heredará tan solo su miedo al mundo y su necesidad vital de escribir cada día, y se percata de que ya no hay nada en él. Vacío. Como su frasco de ilusiones y esperanzas. Se le enciende la bombilla que ilumina la sala donde guarda los recuerdos absurdos y detecta el que conserva las imágenes del momento en el que tuvo que hacer uso de tan engorroso e incómodo invento en pos del control de natalidad y la contención de enfermedades venéreas, para identificar el más preciso en el que se encuentra el rostro de la última mujer que lo convenció de quemar un cartucho para luego salir corriendo de su vida, y abandonar el pequeño apartamento que le había construido en el interior de su pecho con primeras calidades de alta sensibilidad. Quizás debería de hacer caso a un buen amigo, de naturaleza seductora y habilidades de cortesano, que le recomendó dejar de regalar parcelas en su corazón y cambiarlas por contratos de multipropiedad para que quienes decidan pasar sus vacaciones en aquel jardín del alma no se sientan obligadas a abonar los gastos de comunidad. y simplemente disfruten de su estancia los días que cuadren al resto de propietarios. pero él no es así. Lo sabe, lo siente, lo sufre a diario. Quisiera dirigir la cooperativa que construya su futuro y reparta las viviendas, pero es por eso mismo por lo que necesita darse un tiempo de su vida y de sus conflictos morales. Así que lo primero que hace al salir de casa es dirigirse a una farmacia para hacerse con una caja de condones, de esos que terminarán pesimamente empleados con vampiras emocionales o ladronas de felicidad, o caducando recordándole que prefiere amar sin control y sin medida, sin barreras, sin protección y sin sentido común. Amar como no debería. Amar entre metáforas y gruñidos, en un colchón de esperanza al que hay que cambiar los muelles y colocar una funda, pues las desilusiones y las traiciones han dejado huella en él. Aunque adora gruñir de placer en el oído a la rosa que engalana el rincón más amable del invernadero que es su historia.
A poco más de cien metros de la estación de tren que lo llevará a su bucólico retiro encuentra una farmacia y algo avergonzado por tener que explicarle al farmacéutico las particularidades de marca, modelo, talla y unidades, abre la puerta decidido a pasar por ese trago y a superar su natural timidez. Pero el destino es un borracho caprichoso y bravucón con tendencia a la broma, y en lugar de un farmacéutico sesentón de bata blanca y gafas sujetas al cuello con una cadenita, ocupa el mostrador una jovencita preciosa y sonriente a la que debieron entregar el título en la facultad la semana pasada.
Joder...en mala hora decidió proveerse de métodos de contención, si total...ve imposible que durante este fin de semana de necesario cuidado emocional y mental vaya a hacer uso de algo que realmente no necesita (a no ser que su única opción para sobrevivir al ataque de un oso pase por ahí).
Tras superar el apuro de explicarle a la hermosísima joven lo que quiere y, rezar para que no entre en la tienda ningún cliente más, se decanta por el producto acorde a sus gustos y se dispone a pagar. Saca la cartera y descubre con horror que al hacer el trasvase de una cartera a otra ha olvidado trasladar el dinero en efectivo y la tarjeta de crédito. Entonces el suelo se abre entre un gran estruendo, pero no para tragárselo como desearía, sino para que la lava de la vergüenza mane arrasando el local y sus pocas posibilidades de salir airoso de aquella situación.
Explica a la bonita profesional de ojos risueños lo sucedido al preparar el equipaje y ella, condescendiente, le pide que no se preocupe y le promete guardar el paquete en el mostrador hasta que vuelva con el importe justo. La delicadeza con la que la muchacha ha tratado la situación, lo ha rescatado de la lava y lo ha llevado hasta una idílica playa de comodidad y calma, hace que tarde un poco más de la cuenta en regresar con el dinero para abonar la compra. Impulsivo y terriblemente enamoradizo como es él, acompaña el importe adeudado con un anillo de brillantes que entrega rodilla en tierra a la sorprendida belleza de bata blanca, pidiéndole que sea su mujer durante el resto de sus vidas, en la más que segura pobreza y en la prácticamente imposible riqueza, y ya puestos también en la salud y en la enfermedad, que para eso trabaja en una farmacia.
Ella, avergonzada y algo nerviosa le pide que se ponga en pie, y mientras pulsa con disimulo el botón de la alarma silenciosa instalado en el mostrador, le ofrece diferentes comprimidos para tratar brotes de enfermedades mentales.
A la mierda la vida sana, el retiro espiritual y la terapia de autocuidado. Este no es más que otro fin de semana de los que jalonan su calendario y enriquecen su literatura, irónica, entretenida, y basada siempre en hechos reales.
Pase lo que pase, le pese a quien le pese y suceda lo que suceda, no puede evitar ser escritor.
Y es que la vida es básicamente un camino sin asfaltar por el que nos toca transitar a todos para llegar hasta ese destino que tanto asusta a unos y tanto motiva a otros. A veces nos entran unas ganas irresistibles de tomar atajos y abandonar el trayecto, desesperados y cansados de conducir en las peores condiciones, sin cinturón ni airbag y con la certeza de que el al menor descuido perderemos el control y nos estallará el alma. Entonces la angustia nos lleva a lo más dañino y peligroso, y pretendemos llegar a la meta saltándonos el obligatorio peaje en el que debemos abonar con lágrimas y sonrisas en efectivo, o con la tarjeta de esperanzas y sueños. Da miedo parar frente a la barrera de control que bloquea el camino porque no hay un precio fijo por el uso de la vía, y a cada uno se nos exige el importe que el destino decide para el trayecto.
A lo largo del desplazamiento contamos con la inestimable ayuda de esos seres de luz, que aparecen cuando te pierdes, o se te avería el motor de la híbrida ilusión que escogiste para viajar contaminando lo menos posible los sueños de los demás. Del mismo modo debemos tener mucho cuidado con esos autoestopistas a los que subimos creyendo estar ayudando a corazones con menos medios o con poca suerte, y no nos damos cuenta de que muchos de esos viajeros que solicitan billete levantando el pulgar y guiñándote un ojo, en realidad tan solo quieren apropiarse de nuestros vehículos tras degollarnos a traición y robarnos cuanto pueden.
Puede que haga falta un carnet especial para conducir por este sendero de doble dirección. Puede que se nos examine a diario del práctico y del teórico. Puede que desde la celestial DGT sean excesivamente rígidos con las infracciones y sin darnos cuenta vayamos perdiendo un punto tras otro, puntos que solo recuperaremos identificando los errores, afrontando las consecuencias y superando el circuito existencial sin derribar ninguno de los conos colocados para controlar que seamos precisos en el manejo de nuestros objetivos y deseos.
Menos mal que sin darnos cuenta, desde que subimos a bordo nos asesoran esos profesores que se van turnando con diferentes roles de padres, amigos o amores. A veces frenan o aceleran por ti, pues tienen una pedalera de emergencia en el puesto de copiloto. Y te ayudan a evitar la colisión. A veces te das cuenta de que te estas quedando sin combustible cuando pasas una noche tras otra llorando y dando vueltas en la cama y necesitas una sonrisa que te ayude a repostar , un alma afín que te llene el depósito de caricias y de besos y que de paso compruebe el aire de los neumáticos para evitar reventones. No olvides que el anticongelante que necesitas para que todo avance a veces tiene nombre y duerme abrazado a ti.
Una vez más he abandonado mi averiada esperanza en el desguace con un terrible diagnóstico de siniestro total, pero una vez más voy a hacerme con un modelo fiable, manejable y a buen precio para continuar siguiendo las señales, porque he aprendido a leerlas y a interpretarlas y sé que esas señales no son casuales y las han puesto por algo.
Me pondré los guantes de cuero, las gafas de sol, encenderé un pitillo y dejaré que suene la música perfecta para amenizar el viaje. Y si ella quiere venir conmigo que suba. Y sino le enviaré una postal desde allí donde podríamos haber sido felices juntos, exactamente donde nace el arcoíris.
Desde luego este poeta urbano y yo nos hemos peleado con los mismos monstruos y hemos enfrentado demonios muy parecidos. En muchos de sus temas me encuentro con frases que firmaría con los ojos cerrados, y en este que encabeza el texto he podido subrayar con el fluorescente del alma demasiadas certezas y tan solo una discrepancia.
Quizás ha llegado el momento de pensar más y sentir menos. Sé que eso va a ser jodidamente difícil, pero voy a dejar de escudarme en lo emocional, de refugiarme en el burladero del corazón y de ocultarme en la trinchera de los sentimientos extremos. Sé que nunca conseguiré adormecer el espíritu, y que de alguna manera no podré limitar mis emociones, pero sí puedo aprender a que no me dominen.
Ayer experimenté una sensación muy desagradable, cuando estando rodeado de buenos amigos, de gente que me quiere de verdad y que se preocupa por mi, en lugar de disfrutar de su cariño y del momento de felicidad gratuita que me regalaron con su bote común de sonrisas y de miradas balsámicas, me evadí para refugiarme en todo aquello que echaba de menos, en todo lo perdido y en todo lo sufrido. Y adulteré el momento con la droga de la autocompasión y con el jarabe tóxico de la tristeza, que no es más que un expectorante que te hace toser angustia y malos pensamientos. Y me fui a la cama sintiéndome un hombre incompleto y un perdedor, Pero esta mañana he abierto los ojos viendo un nuevo sol, una luz que ilumina mi verdadero yo y que me invita a caminar sin miedo, sin angustias ni penas, sin traumas, frustraciones ni ecos de un pasado que no ha de volver.
Fui tan estúpido que le dije a una persona que me quiere y a la que quiero mucho, que yo no había pedido esta segunda oportunidad, que no sabía de quien había sido la idea de dejarme seguir aquí.
Pero se acabo. He comprendido que mi felicidad depende de mi, que tengo que dejar de buscarla en otra parte, que soy un puto privilegiado y seguramente el tipo más afortunado del universo conocido. Voy a hacer que esta nueva temporada merezca la pena. Y voy a poner los medios. Voy a pensar y a sentir lo mismo que antes, pero voy a intentar maridar ambos ingredientes, cerebro y corazón. Armonizados en su justa medida conseguiré darle el sabor perfecto a este guiso que es vivir. La receta perfecta no la he encontrado en ninguna parte, y juro que no he dejado de preguntar por ella y confundido creí que tenía nombre de mujer, pero soy un tipo creativo cuando me enfrento a los fogones y será un placer compartir esa felicidad con la persona adecuada, pero ya no esperaré encontrarla en una compañera de vida, si no en mi. Sabré hacerlo. Esta mañana he sentido que las revelaciones que te pueden cambiar la vida nacen de uno mismo y que hay que aprender a escucharse, a valorarse y a quererse. Y a dejar de echar la vista atrás para lamentarse de los errores y de las injusticias. Ambas cosas son pasado, y tengo por delante un futuro tan prometedor como yo quiera. Esta mañana he sentido que como canta El Chojin, "Un nuevo yo despierta". Y que "Avanzo" y que no dejaré de hacerlo a no ser que mi estúpida necesidad de hacerme daño vuelva a ponerme freno. Se acabó. No quiero hacerme daño. Quiero avanzar y sé que si me lo propongo llegaré tan lejos como se me antoje.
Hoy me he descubierto tan positivo como valiente en la búsqueda de ese santo Grial que se oculta en mi interior y que me permitirá beber el cáliz de vida plena que tanto necesito. Puedo escribirme en un relato el mapa que me conduzca hasta el cofre que lo encierra y dibujar con los versos de un soneto la llave que lo abra y me permita extraerlo. Soy capaz de todo lo que me proponga. Voy a dejar de esconderme de mi, y me voy a obligar a ser feliz porque a veces parece que serlo es lo que realmente me asusta. Se acabaron los miedos absurdos. No va a ser fácil, pero puedo con eso y con más. Y ya va siendo hora.
La verdad es que no pienso disculparme por ser como soy. Tengo la conciencia muy tranquila y puedo dormir por las noches sin reprocharme más que el tiempo perdido, y el no haber aprovechado cuantas oportunidades se me concedieron, que fueron muchas, más de las merecidas. También me reprocho el haberme dejado algunas cosas en el tintero, cosas tan importantes como el no haberle dicho a mi padre lo mucho que lo quería y por el contrario habérselo dicho a quien no lo merecía. Pero como les digo a los estudiantes en mis conferencias, en la vida no se puede rebobinar, por lo que ya no acostumbro a decirlo. A no ser que realmente lo sienta y no pueda contenerlo dentro de mi pecho, que necesite compartirlo y que la persona que lo escuche de mis labios merezca esas palabras que son la expresión más profunda de mi sinceridad absoluta. El te quiero se suele utilizar muy a la ligera, bien como moneda de cambio, como el medio para conseguir algo, para ocultar un engaño o una dolorosa verdad, o simplemente para zanjar una discusión a falta de argumentos válidos. Me tortura no habérselo dicho a quién merecía más que nadie oírlo, y sin embargo haberlo dicho a quien nunca debió escucharlo. Pero claro, más allá de que lo merezcan o no, el que quiere soy yo, y lo que hago es verbalizar el sentimiento. Pero he aprendido que muchas personas confunden la sensibilidad con debilidad, y al abrirles tu corazón las estás entregando las llaves de tu refugió secreto, de las puertas que abren la sala donde conservas tus secretos, tus tesoros y los recuerdos de los momentos más hermosos. Y en ocasiones facilitas la entrada a quien tan solo quiere desvalijarte y arramblar con todo lo que pueda llevarse, ensuciando las estancias y arrasando con todo, destrozando aquello que no pueda robar y arrancándote un pedazo del alma, justo el trozo que nunca podrás regenerar y que te dejará un espantoso muñón en el aura, lo que te hace caminar tullido por el resto de los siglos.
No soy un hombre normal, lo sé. No soy el prototipo de macho ibérico, y no solo por mis rasgos físicos, que de macho ibérico tienen poco, sino porque desde mi más tierna infancia elegí un camino distinto al que suelen recorrer los hombres de mi generación. Más allá de que ya entonces prefería refugiarme en la lectura de un libro a pegarle patadas a un bote, nunca me entusiasmaron los coches, las motos (mira tú por donde) ni nada reaccionado con la velocidad. Aún a fecha de hoy ninguna cosa se me antoja más aburrida que sentarme ante una pantalla a ver como coches o motos dan un montón de vueltas al rededor de un circuito. Y ojo, que entiendo que para muchos sea algo emocionante y entretenido, y no lo critico en absoluto, supongo que tendrá su arte y su cosa, pero a mi personalmente me parece un aburrimiento.
Tampoco me apasiona particularmente ver un partido de futbol o de baloncesto (o bueno...de lo que sea, la verdad, soy más de deportes en solitario como nadar o trotar). De hecho si entro en un bar a tomar algo con un amigo y tienen puesto el futbol, no tardaré mucho en beberme lo que sea (aunque el café abrase o el vino necesite litros de "mejorante la Casera") y salir de allí buscando un lugar donde escuchar lo que mi amigo tenga que decirme sin que deba esperar para hacerlo al fin de la primera parte.
Me gusta escribir, más que cualquier otra cosa, pero también me gusta (y mucho) caminar, viajar, conocer lugares especiales donde la inspiración te asalta de improvisto y mil historias te vienen a la cabeza. Adoro la música (no podría vivir sin una canción, igual que no podría vivir sin un libro) y en general todas las expresiones artísticas, por lo que soy asiduo a conciertos, representaciones teatrales, espectáculos de danza, recitales y lecturas públicas.
Siempre me gusto la cocina pues creo que es también un medio de expresión y una forma de darle rienda suelta a la creatividad. Y además es genial ver que has acertado con el guiso y que los comensales para los que te has esmerado en preparar algo con el mayor de los cariños en la receta, disfrutan con cada bocado. Si a eso le sumo mi afición por los buenos vinos y por dar siempre con el maridaje perfecto para cada plato, pues apaga y vámonos. Una cosa llevó a la otra y comencé a interesarme por los cócteles y el maravilloso mundo del gin tonic. Aprendí a preparar bebidas y me ilusioné con eso de dar con el trago perfecto para cada persona, pero aún no he llegado al extremo de echar brócoli ni acelgas en una copa de balón con mucho hielo a la que añadir ginebra de importación de a cojón de mico la botella, y tónica de colorines.
No soy un rarito, tengo mis cositas, como todo el mundo, pero me considero una persona asequible y abierta, dispuesta a trabajar la amistad y propensa al enamoramiento, con el peligro que eso conlleva, pues de cañas somos todos encantadores, y amigos de verdad se pueden contar con los dedos de las dos manos, y mujeres que me hayan amado como yo las amé a ellas, con mucha suerte con los de una (por supuesto sin contar con el anular que se mancilló con un anillo que simbolizaba algo que terminó siendo la más cruel de las traiciones) .
El amor...el puto y maravilloso amor. Siempre presente en mi, en mis textos en mis vidas, en mis lágrimas y en mis sueños. No sé quien coño me maldijo con esto del amor. Una vez escribí que siento que he he nacido para amar, pero no para ser amado, y no sé porqué el destino decidió cruzarme con aquella con la que se divierte haciéndome coincidir una reencarnación tras otra para luego separarme de nuevo de sus labios y dejarme con cara de idiota lamentando mis errores y mi falta de acierto. Igual la cara de idiota la llevo de serie pues la he ido perfeccionado a lo largo de los siglos y aunque tengo ojitos inquietos y curiosos, de alguna manera muchos deben darse cuenta de esa estupidez trabajada con esmero, y al notarlo se frotan las patitas porque han encontrado otra víctima para sus desmanes. Da igual. Allá ellos (y ellas, of course, que soy muy paritario) y sus conciencias.
Adoro los animales. Me despiertan una ternura, un cariño y una simpatía que pocas personas son capaces de despertar en mi. Y los gatos y los perros me robaron el corazón hace ya mucho tiempo y siempre comparto mis días con algún ejemplar de una de estas especies, o de las dos. Pero todas las especies animales (hasta las más viscosas, voraces y peligrosas) merecen mi respeto.
Y la flora. De un tiempo a esta parte estoy aprendiendo mucho sobre árboles, plantas, flores y demás seres que acostumbramos a considerar adornos, y la verdad es que estoy flipando.
Cómo ya escribí en uno de los libros publicados no hace mucho, el ser humano en su prepotencia se considera la especie superior, pero a mi entender lo somos tan solo por saber matarnos más y desde más lejos, pues somos la única especie que destruye su ecosistema.
Me siento muy afortunado por poder aprender algo nuevo cada día, por poder leer nuevos libros o releer aquellos que marcaron mis pasajes más importantes, y también y por supuesto, por poder escribir los míos. Un día llegaré a ser el escritor que quiero llegar a ser, pero no puedo relajarme porque ese afán conlleva mucho esfuerzo, mucho trabajo y mucho sacrificio, como todo lo que merece la pena en esta vida.
No me importa ni me cuesta lo más mínimo poner por escrito aquello que me inunda el pecho, y en parte puede que esto sea lo que me hace sentirme diferente al prototipo de hombre de mi generación. Esto y que no me avergüenza decirle lo que siento a las personas que despiertan cosas hermosas en mi. Ni a quienes desatan mis demonios. He aprendido eso sí que la información es poder y que tengo que tener cuidado con lo que tolero, porque si no lo hago estaré enseñando como tratarme. Y ya estoy muy harto de que se me haga daño gratuitamente o por diversión o capricho.
Todos somos PAS dependiendo del momento, y ni tengo el monopolio del dolor, ni el de la extrema sensibilidad.
Mi vida, mis vidas, han sido y están siendo de lo más ricas en experiencias, en aprendizajes y en emociones. Y aunque estoy en un momento difícil, pues siento que ya he sufrido demasiadas pérdidas y no creo que pueda soportar mucho más, me agarro con uñas y dientes a aquello que me hace levantarme de la lona y prepararme para otro asalto.
Avanzo. Y un nuevo yo despierta siguiendo ese haz de luz que hace mis ojos brillar. Un día se lo contaré a mi yo de ayer y le diré que pese a todo, me levanté y caminé sin miedo a nada. Solo a su rechazo, a que cortasen de un único tajo el hilo rojo invisible que nos une y a que mi corazón se detuviese al intentar pronunciar su nombre y quedarme sin aire.
Vamos viendo, que es gerundio.
Y eso...que no voy a disculparme por ser como soy ni por sentir como siento, así que el que así lo desee que me vuelva a tachar de ñoño, de débil, invertido o de cualquier otra lindeza. Como dijo Red Butler, "Francamente querida, me importa un bledo".
Los dioses tomaron asiento con expresión severa en la cima de una montaña, que poco tiempo atrás era famosa por su nevada cumbre, y que ahora tan solo permitía a los escaladores un ascenso entre secas rocas aristadas desprovistas del menor copo de nieve.
Habían elegido aquel lugar como el ideal para reunirse con los seres fantásticos que habitaban la naturaleza, y que habían suplicado audiencia con los hados para poner fin al peligroso declive al que el ser humano había llevado al planeta con sus caoticas prácticas contaminantes y destructivas.
No todos los humanos eran iguales y duendes, hadas, faunos, ninfas, elfos y demás criaturas se entristecian al ver como muchos humanos intentaban frenar aquel castigo de los dioses, al que denominaron cambió climático, y se afanaban en tratar de salvar el planeta de una destrucción segura.
Los dioses, enojados y firmes en su decisión, declinaron terminar con los males en forma de incendios, sequías, erupciones volcánicas, terremotos e inundaciones enviados sobre la humanidad en respuesta al desprecio con que trataron el regalo recibido, un planeta construido con todo aquello que podría necesitar para evolucionar y vivir sin problemas. Se decidió en su momento que todos los dioses aportarían belleza y cariño en sus creaciones, y unos dieron forma a la fauna, otros a la flora, otros a las cordilleras, a los océanos y a las nubes. Todos colaboraron con regalos a la vida. Un dios decidió crear el grano y enseñó al ser humano a cultivarlo para que nunca le faltase sustento. Hubo un hado que se esmeró en sus presentes y creó el amor, la ilusión y la esperanza, y los repartió entre todas las especies naturales, aunque la humana creyó ser la única beneficiaria de sus dones y se instaló con soberbia allí donde se permitió que creciera su especie convirtiéndola además en la primera de entre todas las creadas de la nada .
Cuando tras la desilusión sufrida pro los dioses y el justo castigo elegido para la humanidad ya todo parecía sentenciado, y el fin llegaría inexorable, una joven ninfa de los bosques tomó la palabra y dijo así
— Creadores de todo. Apelo a vuestra infinita bondad y a vuestra infinita generosidad para que levantéis ya este castigo.
La humanidad no ha obrado bien, es cierto, pero esa también es vuestra responsabilidad pues le entregasteis el don del libre albedrío, y no quedasteis satisfechos con la libertad de sus actos, que derivó en confusión y errores imperdonables.
Al castigar al ser humano castigáis también vuestra generosidad y vuestra confianza, por eso os suplico que me permitáis enmendar sus fallos, orientarlos y enseñarlos a reconstruir lo devastado, a purificar lo corrompido y a regenerar lo perdido. Os prometo que elegiré bien a aquellos que de entre los suyos ayudarán a emprender el camino correcto y a recuperar vuestro amor. Yo misma me sacrificaré por su futuro y abandonaré mi forma inmortal para convertirme en una entre ellos y liderar el cambio, aunque al hacerlo sepa que me enfrentaré a su ignorancia, su odio y su desprecio.
—Y ¿Cómo crees que tu, una pequeña ninfa de los bosques sin apenas poder para conseguir que la mano del hombre respete sus dominios, podrás enfrentarte a las armas de una especie que antepone su desmedida codicia a la supervivencia de su mundo?–preguntó con desconfianza el dios más severo de cuantos acudieron a la reunión.
—Vamos viendo –contestó la pequeña ninfa con tal ilusión en la mirada y tal fe dibujada en su sonrisa, que hasta aquel dios furioso cedió ante la esperanza que transmitía el ser de los bosques.
Todos los dioses se apiadaron de su plegaria y le concedieron la oportunidad de reeducar a la humanidad y de intentar salvarla.
Al abandonar la reunión en la cima, la ninfa de los bosques, bendecida por los hados, descendió a la llanura con forma humana y comenzó su lucha. Desde aquel día vive entre nosotros y nunca cesará en su empeño. Nos está regalando futuro para nuestros hijos, a cambio de su vida inmortal.
Muchos, la inmensa mayoría de los individuos de la especie humana, no son capaces de reconocer su verdadera esencia y por eso tratan de condenarla al olvido. Se hace llamar Greta y ya son unos cuantos los que han decidido escuchar su voz, por el bien de todos.
NOTA DEL AUTOR
Dentro de poco escribiré el más feliz de los finales para este cuento. Un final en el que hemos sabido escuchar, y hemos decidido vivir en la tierra con respeto y el amor a lo que los dioses en su generosidad nos entregaron, y lo que la ninfa de los bosques en su valentía decidió que conservásemos.
Cuando el victorioso e inteligente Octavio Augusto decidió enviar veteranos de la legión X Gemina a fundar Emérita Augusta, Livia Flavia, la devota servidora de la diosa Diana que acababa de contraer matrimonio con el bravo general de las guerras de Britania, Lucio Galvano, ordenó a los esclavos que preparasen cuanto debería llevar con ellos en el largo viaje hasta Lusitania. Livia sacrificó dos bueyes en el altar del templo de Diana y se despidió de cuantos familiares y amigos pudo, antes de embarcarse junto a su marido y sus soldados en la nave que los llevaría desde Ostia hasta Cartago nova, donde los aguardaba una decuria para guiarlos hasta el lugar donde muchos meses atrás se instaló el campamento de las legiones y ya se habían levantado los primeros templos y edificios públicos para honrar a los dioses y al Cesar. El viaje fue menos molesto y peligroso de lo que suponía y los hispanos y lusitanos los recibieron con algo de desdén, pero sin excesiva acritud. Eran pueblos civilizados y aunque beligerantes si se veían oprimidos, habían comprendido que no debían enfrentarse a la grandeza de Roma y tan solo podían acatar y asumir la beneficiosa romanización que los llevaría a formar parte del imperio y a obtener la ciudadanía romana. Lucio fue recibido con honores en Emérita Augusta y tras los actos protocolarios y la revista a las tropas, los arquitectos enviados a levantar la urbe los acompañaron hasta el lugar donde habían construido para el nuevo jefe de las legiones allí destinadas una mansión digna de un héroe del imperio y su esposa. Como buena servidora de Diana, Livia agradeció a la diosa la buena fortuna con que se había obsequiado a su familia y dono tres mil sestercios de las arcas familiares para la construcción del templo en honor de la diosa de la naturaleza y la caza. Este templo se erigió en tiempo récord y con gran acierto y belleza. El paisaje de la zona, regada por un caudaloso río de fuerte corriente, ofrecía amplias extensiones de encinares y alcornoques, árboles que cobijaban muchas especies de aves, roedores, y pequeños mamíferos que proliferaban junto a los límites de la urbe. No faltaría la caza para entretener a su marido y sus aguerridos amigos. Una comitiva integrada por nobles nativos de la zona obsequió a los recién llegados con una docena de pitarras (grandes vasijas de barro), llenas de vino elaborado con uva autóctona de interesante sabor, y con multitud de fuentes repletas de Pestorejo, un sabroso guiso local cocinado con la parte alta de la espalda del cerdo, animal que abundaba en esa parte de la Lusitania, tierra que muchos antropólogos, geógrafos e historiadores del imperio consideraban Hispania por tradición, derecho y costumbres. Pero no le correspondía a ella ni a su esposo definir los límites de las provincias del imperio. Una vez asentados en sus nuevos dominios, Lucio y Livia, y el resto de moradores de la nueva ciudad erigida a la mayor gloria del emperador, volcaron su energía en hacer de Emérita Augusta una urbe a la altura a la capital del imperio y no escatimaron energía, fuerza ni bienes en dotar a la ciudad de cuanto fuera necesario para ello. Meses después de haberse instalado Livia y Lucio presidieron la primera función en el nuevo y flamante teatro construido para acoger a los casi seis mil asistentes que aplaudieron a los músicos y bailarinas que escenificaron escenas del exótico cuento oriental conocido como Las mil y una noches. Gran multitud de gatos atraídos por el gentío y por la abundancia de restos de comida en las cocinas de las mansiones y las casas de los diplomáticos, oficiales, legionarios y sus familias, se adueñaron de las calles de la ciudad y como es sabido que estos adorables felinos contribuyen a erradicar plagas de molestos y peligrosos roedores y a limpiar las calzadas de restos de alimentos arrojados desde las ventanas de las viviendas, los habitantes de la nueva y elegante ciudad los recibieron con tolerancia, respeto y cariño, y los mininos acabaron siendo una seña más de identidad de la población erigida en honor del victorioso emperador. Livia descubrió que pese a sus reticencias iniciales al contraer matrimonio con aquel rubicundo oficial de exquisitos modales, que contaba con una larga trayectoria de conquistas, militares y sentimentales, este le permitía sin objeción alguna, e incluso con consideración y respeto, entregarse a sus pasión por la naturaleza, a cultivar sus conocimientos junto a los eruditos de la zona y a los enviados por el imperio que levantaron una biblioteca en la ciudad y allí se reunían para enriquecer las mentes de quienes deseaban crecer en conocimiento, y a servir de la mejor forma posible a la diosa Diana, a través del cuidado de los bosques, la flora y la fauna que embellecían y llenaban de vida el lugar. Puede que, en un futuro, miles de años después, los moradores y visitantes de Emérita Augusta agradecieran el legado de aquellos que abandonaron la ciudad eterna para replicar la grandeza de los hijos de Rómulo y Remo a lo largo del orbe. Entonces Livia sonrió, clavó sus pupilas en las azules pupilas del general de piel decorada como la de los pictos sometidos en Britania, y antes de que un simpático y sorprendentemente ágil gatito al que le faltaba una pata que se había instalado en su hogar saltase sobre su regazo, besó a su esposo en los labios como a él le gustaba, sin prisa, pero sin pausa.
La costura perfecta es aquella que hilvana dos almas con el hilo rojo que siempre las mantendrá unidas, pase lo que pase y le pese a quien le pese.
Cuenta la leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible. Este hilo nunca desaparece y permaneces constantemente atado a sus dedos, a pesar del tiempo y la distancia.
Ese es el hilo que nos garantiza que una vez encontrada, ese alma a la que se nos ha unido, no nos dejará jamás, no se alejará más allá del tiempo y del espacio, que no son otras cosas que planos existenciales medibles. Pero aquellos que somos incapaces de medir son mucho más importantes, y más completos, y en ellos permaneceremos juntos para toda la eternidad.
No me canso de decir ni de escribir que la vida no deja de sorprenderme, y que el destino es caprichoso, juguetón, irónico y a veces cruel, pero siempre sorprendente. De repente, y cuando menos lo esperaba decidió hacer visible de nuevo ese hilo rojo que me ataba a mi alma gemela, esa que a través de los siglos, de distintas realidades, de diversas existencias y de muchas reencarnaciones siempre se presentó cuando todo parecía perdido, aportando la fuerza necesaria para enfrentar una realidad insoportable y dolorosa y estableciendo el puente sobre las peligrosas aguas de la desesperación que me impedían llegar hasta la orilla del futuro, en la playa de la esperanza. Estas aguas, infestadas de voraces escualos de muy distinta apariencia, ocultan corrientes traicioneras y remolinos que te atrapan y te engullen ahogándote entre lágrimas en la espiral del fracaso y no te permiten salir a flote, y de no ser por ese puente milagroso construido con cariño y esperanza, sé que habría sucumbido sin remisión ni posibilidad de emerger de nuevo. Ya escapé del más peligroso de los naufragios agarrado a la cuerda que me lanzaron quienes siempre me quisieron, al ver como desaparecía bajo las olas que trataron de hundirme para siempre. Pero siempre es mucho tiempo, y ahora, a punto de volver a ahogarme, ese hilo rojo que me sujeta al alma que me ha acompañado y me acompañará a lo largo de mi camino y de los siglos que se me permita caminar, me sostiene con firmeza y me mantiene a flote.
Agarrado a ese hilo rojo he podido mantenerme en pie, y me esfuerzo en reforzar la costura dando nuevas puntadas para ser yo quien pueda sostener a quien está al otro lado, en caso de que sea su alma la que necesite de mi aliento y mi soporte. Porque esto es cosa de dos y el destino ya tomó la decisión por nosotros, y decidió emparejarnos para habitar un mismo corazón.
Puede que esto del hilo rojo, sea tan solo una leyenda oriental, un cuentecito de hadas, una acertada metáfora, pero pese a intentar comprender algunas de las cosas más increíbles que me han sucedido jamás, desde la racionalidad de la ciencia, y la seriedad de lo estudiado y demostrado por las mentes preclaras que se anticiparon a mis emociones, no tengo lugar a dudas. Ese hilo rojo existe y me ata a un alma noble y generosa, intensa y fuerte, hermosa y sincera. ¿Alma gemela? Ojalá. Mataría y moriría por ella y por parecerme lo más mínimo a cuanto tiene de ideal,