lunes, 12 de septiembre de 2022

Mejor con un poquito de sentido del humor


 Cierra el archivo de su última novela y tras comprobar haber guardado una copia de seguridad para no tener que lamentar posibles y devastadoras desgracias, apaga el ordenador y se dispone a pasar un fin de semana alejado de la trama de un libro que sabe será el más especial de cuantos ha escrito.  Y lo cierto es que esta afirmación está exenta de fanfarronería o de vanidad. Simplemente será una gran novela porque escuchando el mejor de los consejos de su editora y amiga, la está escribiendo desde lejos de sus vicisitudes cotidianas, y el alter ego que se ha construido para plasmar en ella cuanto le desborda el pecho no se parece en nada a él, no habla como él ni actúa como él, aunque ama de la misma manera (intensa y suicida) y a la misma mujer a la que ama su protagonista, y a ella le ha construido su lugar en las páginas de este canto a la originalidad y la belleza en las circunstancias más terribles.

Y es que así entiende la vida. En el peor de los momentos, en las circunstancias más terribles y durante las noches más oscuras, no puede dejar de cantar a la belleza y lo hace de una forma original transformando su realidad en una historia de amor y de sangre inocente en el que quizás haya sido el momento más importante de la historia de la humanidad.

Hace caso a las recomendaciones de amigos, familiares y profesionales de la salud mental y colocándose la mochila de acampada a la espalda, abandona la seguridad del hogar para regalarse un fin de semana de naturaleza, ocio y descubrimientos, alejado de todo lo que le duele y le impide avanzar. Aunque sabe que viajará con su mayor problema y con aquello que teme ama y odia en igual medida, él mismo.

Lleva tabaco de sobra para envenenar agradablemente sus pulmones en medio de la montaña, ropa cómoda y calzado adecuado, agua, un afilado cuchillo por si las cosas se tuercen y no consigue razonar con los osos pardos, y el dinero suficiente para cubrir sus necesidades sin tener que lamentar después este necesario y terapéutico exceso. Al elegir una cartera más pequeña que pueda guardar sin problema en los bolsillos con cremalleras de los pantalones de montaña, se asegura de traspasar a ella lo más importante entre lo que incluye su recién adquirido carné de discapacitado( una oda a la sinrazón obtenida a raíz de las secuelas de la mayor estupidez cometida en uno de esos momentos en los  que la insensatez se alió con el corazón y con el alma, decorando con una pátina de imprudencia sus actos y generándole más dolor y sufrimiento del que quiso purgar) y la tarjeta que lo acredita como donante de órganos en caso de toparse con un oso de mal carácter. Busca en el pequeño compartimento donde acostumbra a llevar un único y solitario preservativo por si el exceso de alcohol o de hormonas le juegan una mala pasada y comete la imprudencia de engendrar una persona que heredará tan solo su miedo al mundo y su necesidad vital de escribir cada día, y se percata de que ya no hay nada en él. Vacío. Como su frasco de ilusiones y esperanzas. Se le enciende la bombilla que ilumina la sala donde guarda los recuerdos absurdos y detecta el que conserva las imágenes del momento en el que tuvo que hacer uso de tan engorroso e incómodo invento en pos del control de natalidad y la contención de enfermedades venéreas, para identificar el más preciso  en el que se encuentra el rostro de la última mujer que lo convenció de quemar un cartucho para luego salir corriendo de su vida, y abandonar el pequeño apartamento que le había construido en el interior de su pecho con primeras calidades de alta sensibilidad. Quizás debería de hacer caso a un buen amigo, de naturaleza seductora y habilidades de cortesano, que le recomendó dejar de regalar parcelas en su corazón y cambiarlas por contratos de multipropiedad para que quienes decidan pasar sus vacaciones en aquel jardín del alma no se sientan obligadas a abonar los gastos de comunidad. y simplemente disfruten de su estancia los días que cuadren al resto de propietarios. pero él no es así. Lo sabe, lo siente, lo sufre a diario. Quisiera dirigir la cooperativa que construya su futuro y reparta las viviendas, pero es por eso mismo por lo que necesita darse un tiempo de su vida y de sus conflictos morales. Así que lo primero que hace al salir de casa es dirigirse a una farmacia para hacerse con una caja de condones, de esos que terminarán pesimamente empleados con vampiras emocionales o ladronas de felicidad, o caducando recordándole que prefiere amar sin control y sin medida, sin barreras, sin protección y sin sentido común. Amar como no debería. Amar entre metáforas y gruñidos, en un colchón de esperanza al que hay que cambiar los muelles y colocar una funda, pues las desilusiones y las traiciones han dejado huella en él. Aunque adora gruñir  de placer en el oído a la rosa que engalana el rincón más amable del invernadero que es su historia. 

A poco más de cien metros de la estación de tren que lo llevará a su bucólico retiro encuentra una farmacia y  algo avergonzado por tener que explicarle al farmacéutico las particularidades de marca, modelo, talla y unidades, abre la puerta decidido a pasar por ese trago y a superar su natural timidez. Pero el destino es un borracho caprichoso y bravucón con tendencia a la broma, y en lugar de un farmacéutico sesentón de bata blanca y gafas sujetas al cuello con una cadenita, ocupa el mostrador una jovencita preciosa y sonriente a la que debieron entregar el título en la facultad la semana pasada.

Joder...en mala hora decidió proveerse de métodos de contención, si total...ve imposible que durante este fin de semana de necesario cuidado emocional y mental vaya a hacer uso de algo que realmente no necesita (a no ser que su única opción para sobrevivir al ataque de un oso pase por ahí).

Tras superar el apuro de explicarle a la hermosísima joven lo que quiere y, rezar para que no entre en la tienda ningún cliente más, se decanta por el producto acorde a sus gustos y se dispone a pagar. Saca la cartera y descubre con horror que al hacer el trasvase de una cartera a otra ha olvidado trasladar el dinero en efectivo y la tarjeta de crédito. Entonces el suelo se abre entre un gran estruendo, pero  no para tragárselo como desearía, sino para que la lava de la vergüenza mane arrasando el local y sus pocas posibilidades de salir airoso de aquella situación.

Explica a la bonita profesional de ojos risueños lo sucedido al preparar el equipaje y ella, condescendiente, le pide que no se preocupe y le promete guardar el paquete en el mostrador hasta que vuelva con el importe justo. La delicadeza con la que la muchacha ha tratado la situación, lo ha rescatado de la lava y lo ha llevado hasta una idílica playa de comodidad y calma, hace que tarde un poco más de la cuenta en regresar con el dinero para abonar la compra. Impulsivo y terriblemente enamoradizo como es él, acompaña el importe adeudado con un anillo de brillantes que entrega rodilla en tierra a la sorprendida belleza de bata blanca, pidiéndole que sea su mujer durante el resto de sus vidas, en la más que segura pobreza y en la prácticamente imposible riqueza, y ya puestos también en la salud y en la enfermedad, que para eso trabaja en una farmacia.

Ella, avergonzada y algo nerviosa le pide que se ponga en pie, y mientras pulsa con disimulo el botón de la alarma silenciosa instalado en el mostrador, le ofrece diferentes comprimidos para tratar brotes de enfermedades mentales.

A la mierda la vida sana, el retiro espiritual y la terapia de autocuidado. Este no es más que otro fin de semana de los que jalonan su calendario y enriquecen su literatura, irónica, entretenida, y basada siempre en hechos reales.

Pase lo que pase, le pese a quien le pese y suceda lo que suceda, no puede evitar ser escritor.


No hay comentarios: