lunes, 19 de septiembre de 2022

Nunca es tarde para decir lo siento


 Ni para disculparse si la disculpa es sincera y nace del corazón.

Estoy trabajando mucho la reconciliación con la persona más importante en mi vida, yo mismo. 

A fuerza de cometer errores y de mirar para otro lado, había llegado a enfadarme conmigo y a descartar la opción de perdonarme, por eso necesitaba tanto la aceptación de terceras personas y por eso pensaba que solo llegaría a ser feliz si otra persona me quería. Y he sido tan gilipollas que he supeditado al paso de otros el avance en mi camino. Y me dolía no avanzar, pero no entendía por qué por mucho que quisiera poner un pie delante del otro era incapaz de moverme. Y por fin lo he entendido. No me movía porque esas arenas movedizas que son los reproches y los miedos me tenían atrapado y no he sido capaz de levantar los pies hasta que no he buscado dentro de mí la forma de salir de esa trampa mortal en la que sin darme cuenta ya me estaba ahogando.

No quería reconocer mis fallos, no me atrevía a darme la oportunidad de hacer borrón y cuenta nueva, y de aprender de un pasado doloroso y confuso, pero que tenía mucho que enseñarme. Y ahora he reunido el valor suficiente para escucharme, para pedirme perdón y lo más importante, para perdonarme.

Sentía que algo me atenazaba el pecho, que había una mano que apretaba fuerte mi corazón y lo estrangulaba, que me empeñaba en querer a los demás, que consideraba que el amor era el verdadero motor de mi vida y no entendía como queriendo tanto nadie me quería al menos la mitad de lo que yo era capaz de querer. Pero he descubierto que ese amor que tanto ansío debe comenzar en mí. Debo quererme lo suficiente para limpiarme de culpas, para concederme la tregua que me permita despegar y recuperar la fuerza. Necesito quererme bien, como intento querer a otra persona.

He entendido que soy importante en mi vida, que si me refugio en la aprobación y el cariño ajenos, pero me niego el mío, la vida la construiré sobre unos endebles cimientos que harán que vuelva a derrumbarme al menor temblor, a la primera sacudida. Y el destino me ha preparado un futuro tan sísmico como sorprendente. Me ha cruzado con las personas adecuadas y con las oportunidades necesarias, pero al negarme la capacidad de ver la luz, mi luz, he optado por caminar a oscuras y he ido cayendo en un agujero tras otro. Pero se acabó. He abierto los ojos y me he descubierto en el fondo del túnel asustado y enojado, confundido y obcecado en el error de necesitar tanto el amor de otros, que era incapaz de percibir que yo también me quería.

Y no es egoísmo, es supervivencia, por eso me voy a hacer mucho más caso, me voy a tender una mano y me voy a guiar hacia la salida, hacía el final del arcoíris donde podré encontrar a la persona más increíble que el destino decidió que enriqueciera mi vida, y esta entenderá que llego a ella repleto de mí, de ganas de demostrarme que valgo y de auténtica necesidad de ser feliz conmigo mismo. Y que solo así podré ofrecerle algo más que un sueño.

Nunca me costó pedir perdón cuando metí la pata, cosa habitual en aquellos que aunque con la mejor intención, no paramos de idear maneras de hacer de esta vida algo más ameno. y solemos equivocarnos pues no todos necesitamos lo mismo para disfrutar de la existencia. Pero me ha costado mucho, muchísimo pedirme perdón y he tenido que enfrentarme al más siniestro de los demonios que habitaba mis recuerdos, y después de mucho pelear, he conseguido rendirlo y expulsarlo para siempre. Y he decidido perdonarme y hacer acto de contrición con verdadero arrepentimiento y prometiéndome hacer lo imposible por no repetir conductas erróneas y perjudiciales.

Ahora he comenzado a quererme, a escucharme, a intentar comprenderme y a motivarme con mi propia fuerza, con la ilusión que nace de la certeza de que este era el cambio que necesitaba y que solo así podré acceder a aquello que colmará mi esperanza.

Puede que me esté equivocando, no lo sé, pero lo que sí sé es que, si lo estoy haciendo, al menos lo hago con mi apoyo y mi voluntad de mirar hacia adelante sin rencores.

Y que sea lo que Dios quiera. Y lo que yo me permita.

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