El pequeño príncipe no conseguía encontrarle el punto al olvido, pues un triste día tuvo que decirle adiós, pero nunca llegó a despedirse de ella, de su princesa. Aquella que creyó que el destino había elegido para que reinara a su lado. La mujer con la que descubrió lo que era el amor, eso sobre lo que había leído tanto a lo largo de sus viajes.
Ella habita un asteroide cercano al suyo, también pequeñito y yermo, pero que recibe muchos más rayos de sol que el B612, por eso ella brilla tanto y reluce entre las sombras, y al principio el príncipe deslumbrado la confundió con una estrella, y fue precisamente la radiante luz de su rostro lo que conquistó su corazón.
Escuchó una vez que el olvido es construir un recuerdo con los pedazos de un corazón partido y mientras preparaba su nave para abandonar por un tiempo su galaxia escapando de la triste verdad de lo que pudo ser y no fue, un torrente de lágrimas incontenibles y rebeldes recorrieron sus mejillas y cayeron sobre la tierra, a sus pies.
Iba a secarse el rostro con la manga de la casaca cuando escuchó una voz a su espalda
—Déjalas caer, príncipe, no las enjugues ni las seques, permite que broten y que empapen el suelo.
Al girar la cabeza vio a un diminuto ser que montaba un pequeño roedor ciego y de afiladas garras.
—Soy el pocero del alma, mi príncipe y los hados que todo lo rigen me han enviado a cavar en tu asteroide un pozo de los recuerdos.
—¿Un pozo de los recuerdos? ¿Qué es eso? –pregunto intrigado y sorprendido el pequeño niño rubio con gorro de aviador y mirada triste.
—Un pozo de los recuerdos es algo muy especial. Nace allí donde las lágrimas se han vertido por amor. Los hados permiten que ese manantial nunca se pierda y que el caudal que lo alimenta pueda ser creador de vida. El pozo de los recuerdos te permitirá saciar tu sed con su agua, volver a la presencia de ese amor siempre que desees recuperar los momentos más felices a su lado, y disfrutar de sus caricias, de sus besos y de todas y cada una de las veces que te dijo que te quería solo con cerrar los ojos y beber los recuerdos más hermosos.
—Pero eso es algo muy triste –dijo el príncipe entre sollozos– ella no estará aquí, solo su recuerdo.
—¿Y quien crees que habita su recuerdo, majestad?–le cuestionó el pocero del alma – tu amor por ella la mantendrá viva siempre en el interior de tu pecho y mientras la sigas amando seguirá tan hermosa como el día en el que os dijisteis adiós.
—Pero esa es la realidad–dijo el príncipe llorando más intensamente y creando un charco a sus pies. La única verdad –insistió el príncipe– es que ella ya no está junto a mi. Ya no me ama.
—Eso es lo que tu crees, príncipe. Vengo de su asteroide. Acabo de ayudar a cavar el pozo en el que tus ojos azules y melancólicos aportan luz al agua del que bebe sedienta y desconsolada. Nunca dejó de amarte. Simplemente el momento divergió y vuestros caminos debieron seguir rumbos diferentes. Pero ella siempre sostendrá el otro lado del hilo rojo que unirá vuestras almas. Y en sus noches más oscuras se aferrará a él con la esperanza de que en esta vida o en otra, el destino, ese caprichoso lacayo de los hados, vuelva a cruzaros y a permitiros hacer el amor. No sueltes ese hilo, príncipe. No renuncies a su recuerdo y no te rindas al olvido. El olvido es el escarpelo con el que el destino extirpa aquello que fue. Pero el agua de este pozo mana con la fuerza del torrente de lo que podrá ser o no será. Es el agua de lo posible, de lo real y de lo soñado. El agua que riega las ilusiones perdidas. Es el afluente de fantasía que inunda las almas soñadoras y los corazones esperanzados.
—¿Y podré regar a mi rosa con el agua de este pozo? Ella es perfecta, es preciosa, es sabia y es el único ser al que jamás diré adiós. Quiero que nunca le falte de nada. Quiero que sea feliz y que embellezca mi asteroide, mi mundo mi vida y mi ser.
—Hay otras muchas rosas, príncipe, pero no son tu rosa. Todas ellas merecen ser felices porque su especie se creó para que el mundo fuera un poquito más amable y el dolor más soportable. Cada una de las rosas alguna vez han mojado sus raíces en el rio subterráneo de recuerdos por manar.
El príncipe ayudó al diminuto ser a cavar y a darle forma al pozo, a levantar el murete que lo recubre y protege, y a instalar el brocal y la polea de la que pende el cubo decorado con besos de rojo carmín junto a los que ha escrito sus iniciales.
—Un día este agua será dulce y deliciosa y conseguirá apagar mi sed –suspiró el principito mientras deshacía el equipaje. La vida da tantas vueltas que es mejor agarrarse en las curvas. Cada tormenta de meteoritos que ha sacudido mi alma me ha ayudado a comprender que pase lo que pase, yo seré lo que sienta, lo que ame y lo que sueñe. Y en esos sentimientos, ese amor y esos sueños siempre habrá lugar para el recuerdo de mi princesa.