miércoles, 16 de noviembre de 2022

Haozer


En la novela Inocentes, la atípica novela negra en la que estoy enfrascado escribiendo durante los últimos meses, y en la que Lucio Galvano,  un optio de las legiones de Roma con amplia experiencia en las campañas de Hispania y Britania, es destinado a Judea en el año 0 de nuestra era, vuelvo a construir mundos paralelos y realidades en otro plano. Allí, Lucio se ve envuelto en una serie de desagradables incidentes al detener el asesinato de un bebé a manos de un soldado de Herodes. El protagonista conoce al que será el único y verdadero amor de su vida, una hebrea llamada Jiyuj. Esta le explica que en su cultura las personas como él reciben el nombre de "haozer", cuya traducción es algo así como ayudador o el que ayuda, una persona que de forma natural e inconsciente tiende a hacer cuanto puede por los demás sin esperar nada a cambio. Una especie de ángel de la guarda humano.

He tratado de construir un protagonista ajeno a mí y desprovisto de mis particularidades, errores y continuos fracasos emocionales y existenciales. Le he dado un aspecto físico muy diferente al mío y he intentado aportarle los rasgos de personalidad que menos se asocien con mi persona, pero al igual que al escribirle lo impresionante de los sentimientos que descubre al perderse en los ojos y en la sonrisa de Jiyuj, y al preguntarse y terminar comprendiendo qué es eso que le lleva a sentir que le arde el corazón, tampoco he podido evitar dotarlo de esa personalidad que lo llevará a entregarse a los demás y que muchas veces hará que se ponga en peligro por el deseo de salvar a quien  necesita de su espada, de su ingenio y de su calor.

Anoche una buena amiga me dijo que ayudar a los demás siempre aporta a quien lo hace, y que no todo el mundo está preparado para ayudar. Que hay que ser fuerte para ayudar a otros. Y no me hablaba de fortaleza física, sino de una fuerza emocional que permitirá que los problemas y el dolor  de aquellos a los que se intente ayudar no terminen destrozando al que brinda ayuda.

Me pareció un argumento tan razonable como hermoso y me ayudó a entender alguno de mis fracasos, pues no siempre tengo el vigor necesario para aportar cuanto quisiera a quien veo pasándolo mal. Me duele ver sufrir a la gente que quiero y dentro de esa reflexión, de ese rato de introspección y catarsis diaria al que llamamos oración, acostumbro a pedir a quien sea que maneje los hilos (Dios, Supergato, el destino...da igual) que se me ayude a ayudar como a mí se me ha ayudado. Y a veces se me concede.

Personalmente creo que el mundo sería mucho más amable y más soportable si todos intentáramos empatizar con los problemas de los demás desde lo cotidiano. No soy gilipollas ni me atribuyo unos superpoderes de los que carezco. Aunque me gustaría mucho hacerlo, sé que no seré capaz de acabar con el hambre en el mundo, pero sí puedo donar algo al banco de alimentos de mi ciudad, o igual de la que lleno el carrito en el super, puedo pillar un paquete de arroz o una caja de galletas para entregarlo al salir a los voluntarios que están recogiendo donaciones para la gente necesitada.

Del mismo modo sé que no tengo supervelocidad, no vuelo ni lanzo rayos por los ojos, por lo que no podré detener a esas criaturas del infierno que violan, humillan y matan a tantas mujeres e incluso a tantos pequeños, pero si puedo cuidar de las mujeres que me rodean y que forman parte de mi vida, respetándolas en todo momento, ofreciendo ayuda compañía y protección cuando la necesiten y predicando con el ejemplo.

Por descontado cuidar de mis mayores es parte del trato. El cuerpo humano también está diseñado con una obsolescencia programada (como un ordenador, un teléfono móvil o un frigorífico) y en ese declive tan natural como inevitable y triste, lo menos que se puede hacer es agradecer los cuidados recibidos y la paciencia que ellos te regalaron en su día. Y corresponder con la misma entrega.

La vida es dar y recibir y ya he citado al gran Jorge Drexler en muchas ocasiones y en diversas entradas de este blog, porque la letra de su canción es una de las grandes verdades que he conseguido identificar, interiorizar y hacer mías:  "cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da. Es muy sencillo, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma".

Soy tan humano como el que más. Meto la pata y me confundo demasiado a menudo y no soy en absoluto perfecto. Para nada. Ni me gusta dar consejos ni me siento capacitado para ello. No soy un ejemplo de nada ni aún he llegado a ser la persona que me gustaría llegar a ser. Pero me esforzaré en hacerlo.

Entiendo que dentro de esa facilidad que tengo para sacarme las cosas de dentro y plasmarlas en negro sobre blanco, no está de más que os cuente que todos tenemos opciones para hacer de este mundo algo mejor, no solo para cargárnoslo. Sabéis que me encantará dejar a los felinos (verdadera especie superior) el mejor de los planetas cuando por fin dominen el mundo, pero también conduzco, consumo, genero residuos, contamino y contribuyo a joder mi entorno y mi ecosistema y a involuntariamente al menos, erradicar especies animales y vegetales. Sorry... no era mi intención.

Venga, va. Podemos intentar ser felices en el mundo real, no solo en el literario. Las rosas crecen hermosas y siguen brotando para embellecer el mundo por muy desagradable que lo estemos haciendo. El principito continua sobrevolando planetas, estrellas y asteroides y conseguirá que aprendamos con su ejemplo y sus aventuras.

No todo está perdido. 


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