He leído mucho y sigo leyendo cuanto puedo. He conocido infinidad de personajes de todo tipo en textos de todos los géneros y estilos, y he vivido, muerto, sufrido, reído, amado, odiado, dado y quitado vida y resucitado, en la piel de los miles de personajes que he descubierto en las páginas de los libros. También y gracias a ellos he condenado mi alma inmortal y he comido perdices, he sido feliz para siempre, he besado a las más bella princesas y he atravesado con mi daga el corazón de los más odiosos enemigos. Y tras muchos años de leer constantemente sobre el amor y sus hechos, lo encontré cuando menos lo buscaba y enhebró en su afilada aguja el hilo rojo que siempre unirá mi alma a la de quien me abrió los ojos y el corazón a tan impresionante realidad .
Pero de cuantos personajes literarios conocí, hay uno que se instaló en mi desde el primer momento y que de alguna manera me acompaña en mi día a día, en mis creaciones y en mis ratos de búsqueda de explicación para este folletín por entregas que es mi vida, y no es otro que Laertes, el complejo emocional, torturado, herido y díscolo personaje shakesperiano.
En Laertes encontré un alter ego atemporal que recoge cuanto de humano, divino y demoniaco hay en mi.
Con Laertes descubrí el alto precio que se ha de pagar por los errores, por las consecuencias de los actos movidos por la falta de acierto y por la impulsividad y la intensidad de los sentimientos que dominan la razón. Creo que Laertes es un ejemplo de persona PAS.
Con él aprendí que es mejor arrepentirte antes de cometer el peor de los errores y que aunque ese arrepentimiento no llegue a tiempo de evitar la acción que podrá arruinar tu vida o las de otros, siempre se podrá aspirar al perdón del alma noble que intuya la nobleza de un corazón confuso.
Laertes recibió de su padre, Polonio, el mejor de los ejemplos y los mejores consejos, nacidos de la preocupación por la desacertada conducta de su hijo. Laertes sufrió lo indecible al saber muerto a Polonio y estuvo dispuesto a todo para vengar su muerte y lavar la herida con la sangre de su asesino, aunque al hacerlo ensuciara para siempre el alma que un día sería juzgada por su dios. Y se condenara por ello.
Del mismo modo trató de aconsejar a su hermana Ofelia, al ver que podría caer en las redes de la mentira disfrazada de cortejo, pues él conocía bien esos ardides, y se desesperó con su marcha tanto que prefirió arrojarse junto a ella en la fosa que acogió sus restos, y acompañarla en la muerte. Pero nunca predicó con el ejemplo y Ofelia le reprochó que le diese lecciones de conducta, pues la suya era más errónea aún, y le reprochó que pretendiera aconsejarla desde la hipocresía moral.
Al conocer la vida y muerte de Laertes, su forma de afrontar las tretas del destino y lo intenso de su ser, me enamoré por completo del arte de escribir y de crear vidas paralelas. Y extrapolé su realidad a la mía y la mía a la de quien fue un acierto más del bardo inmortal.
Puede que este texto que hoy escribo sea el estudio de un personaje, pero mucho me temo que no es más que el estudio de mi propio personaje, y que el autor que me ha escrito se ría al leer estas líneas, mofándose de mi afán de conocimiento sobre una verdad que se escapa a mi entendimiento. O no. O yo qué sé.
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