Este relato ha sido publicado en el Nº 5 de la revista literaria Malospasos y al parecer está gustando bastante entre los lectores de la publicación.
Es muy yo, muy mío, muy simbólico y muy metafórico, tan fantástico como real. Y por eso me duele el corazón cada vez que lo leo, porque está escrito desde una emoción que hasta hace poco no había conseguido identificar ni aprendido a llamar por su nombre. El amor.
Espero que os guste.
El hilo rojo (Pareja)
El
destino nos unió hace ya muchas rencarnaciones y se divierte separándonos de
formas distintas y a menudo más que originales. Creo que solamente en una de
las muchas existencias que ya hemos compartido se nos ha permitido terminar la arena
de la clepsidra de una forma natural.
En
la mayoría de estas vidas en común hemos sido una pareja tradicional, es decir,
compuesta por un hombre y una mujer. Si bien es cierto que en casi todas las
ocasiones yo he sido el hombre y ella la mujer, a veces he renacido en un
cuerpo voluptuoso de generosas curvas, carnosos labios y larga cabellera negra,
rubia o rojiza, atendiendo a las circunstancias y el lugar de mi nacimiento y,
ella en el cuerpo de hombres aguerridos, curiosos y resueltos con la imperiosa
necesidad de hacer de cada rencarnación una advertencia al capricho de los
hados. Pero los hados ignoraron la advertencia y en alguna ocasión nos hicieron
mujeres a ambos y nos colocaron sobre el tablero. Al final siempre hemos terminado
encontrándonos y volviéndonos a enamorar, cómo no podía ser de otra forma.
Una
vez nací gato y ella nació linda gatita. En aquella ocasión nuestras vidas se
unieron en lo alto del tejado de la morada de un sacerdote egipcio, y al
descubrirnos amándonos sobre su techo, se postró de rodillas agradeciendo a la
diosa Bastet que le indicase con ello que protegería su hogar y, siguiendo la
tradición, celebró la fiesta de la embriaguez para que Bastet la protectora no se
convirtiese en Bastet la desgarradora. La noche de la fiesta colocaron cuencos con
vino como ofrenda a la diosa con cabeza de gato y nosotros dimos buena cuenta
de la bebida a la luz de la luna. Aquella fue nuestra primera borrachera juntos
y sentó precedente para las siguientes rencarnaciones en las que siempre
encontramos la noche perfecta para descorchar botellas y entregarnos al delicioso
y lujurioso influjo de los vapores del vino.
El
destino, juguetón, decidió también regalarnos las más espantosas muertes para
probar la fuerza de nuestro amor. Tuve que asistir impotente a su crucifixión
en la arena del coliseo, a su decapitación en la Bastilla y al naufragio de su
nave camino de las Indias. Ella también sufrió lo indecible como invitada de
honor a la quema de mi hoguera, a la derrota de mi ejército el día que el
enemigo decidió no hacer prisioneros y a mi fusilamiento junto a un encalado muro,
en aquel tiempo aciago en el que los españoles decidieron matarse entre
hermanos.
Pero
no solo hemos llorado y hemos sufrido juntos. Unas cuantas existencias hemos
sido inmensamente felices. Hemos traído a la vida innumerables retoños a los
que amamos con todo nuestro corazón y a los que entregamos cuanto de bueno hubo
en nosotros. Hemos recibido premios y reconocimientos, hemos disfrutado de
segundas oportunidades cuando todo parecía perdido y de las mieles de la vida. Y
hemos sido capaces de existir el uno para el otro.
Por
eso ahora, que soy tan solo un hombre confuso y remendado, dudo.
¿Qué
nos reservan los dioses? No va a ser nada fácil. En esta nueva partida ella ya
ha amado y ha concebido con otro y yo ya he sufrido y he llorado por muchas
otras. Ambos hemos tenido ocasión de ser felices y desgraciados sin necesidad
de unirnos, y hemos podido quemar gran parte de nuestro tiempo hasta que se
decida cuando se ha de terminar para jugar la siguiente. Pero nos hemos vuelto
a encontrar. Nos hemos reconocido a la primera. Y además los creadores de todo han
querido iluminar con sorprendentes neones nuestro encuentro para que no
dudásemos.
Ella
vuelve a ser preciosa y terriblemente sabia. Yo vuelvo a ser afortunado y poco
más.
Afrodita,
Bastet, Cupido, Milda, Hathor y Kamadeva se lo han pasado de miedo convenciendo
a sus colegas de que debían volver a permitirles poner las reglas en el juego
que nos habría de juntar. Y aquí estamos. Esta vez cautos y temerosos de las
normas de los hombres. Asustados ante el nuevo reto, pero dispuestos a hacer de
esta difícil encrucijada el más cómodo camino para demostrarle al cosmos que el
amor no conoce límites ni prohibiciones.
Rendirse
no es una opción. Pase lo que pase y le pese a quien le pese, hemos sido, somos
y seremos la perfecta pareja.
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