jueves, 15 de diciembre de 2022

Ocaso


Marco se frota los ojos que lagrimean cansados y molestos tras haber pasado varias horas seguidas frente a la pantalla del ordenador y enciende un pitillo buscando relajarse después de haber cerrado el archivo y guardado los cambios en  la novela en la que está trabajando desde hace meses.

Las musas son caprichosas y aunque Marco es un escritor con una sorprendente inventiva, una gran imaginación y mucha facilidad para inspirarse en sus circunstancias personales y en todo lo que le rodea, a veces siente que la trama no avanza como debería y que las figuras que se le presentan en el texto no transmiten aquello que realmente nace de su alma. Siempre escribe lo que le dicta su corazón, y cuando al releer lo escrito no siente la emoción que ha querido imprimir a las palabras traga saliva y borra un párrafo tras otro con la desagradable sensación de que ha perdido el tiempo. El ocaso ha llegado antes de lo esperado, pero como el ocaso, también llegará puntual e imparable el alba, y todo volverá a girar en el ciclo de una vida más gris que colorida. Y Marco odia el gris.

Puede que el error radique en que el amor y los sucedáneos de este  alimentan la mayoría de sus textos y generan las historias que más que querer necesita contar, y eso le vacía por dentro aunque los lectores que llegan hasta sus creaciones piensen que debe de ser un hombre muy afortunado para poder escribir con semejante sensibilidad y naturalidad sobre algo tan sumamente complejo. Pero él sabe que se equivocan. Que lejos de sentirse un tipo afortunado, cada día que pasa recordando el único amor verdadero que tuvo y perdió y, que antes de irse destrozándolo por dentro le inspiró docenas de volúmenes, es un día de suplicio, de sufrimiento y de angustia. La quiso, si, y la quiso tanto, que le dolió quererla y pese a todo se empapó hasta lo indecible de su esencia, de su alma y de su belleza, y todo ese caudal de emociones que nacieron del amor que aquella mujer gestó en su corazón, se pudrió entre lágrimas corrompiendo la ingenuidad de un espíritu soñador que nunca volvió a ser el mismo.

La vida sigue, su obra sigue y sigue la necesidad de traducir en negro sobre blanco los recuerdos de los besos más deliciosos, de las caricias más tiernas y de las noches más felices, necesidad que por suerte sigue haciendo que se levante cada mañana y se siente frente al ordenador a escribir una novela tras otra. 

Hay personas que llegan a morir de amor e incluso personas que confiesan haber matado por amor. Él escribe por amor, y sueña con que un día todo ese amor que almacena en el interior de su pecho y que para su desgracia  no ha dejado de crecer al haber sido abonado con recuerdos ricos en nutrientes, podrá entregarlo a quien quiera hacer de él el terreno en el que cultivar la más hermosa de las historias.

Echa un ojo por la ventana y ve que hace un típico día  invernal en su Valladolid natal, frio y lluvioso, desapacible y oscuro. Pero no tarda en vencer la resistencia a enfrentarse al desagradable clima y antes de terminar el pitillo ya está en la calle. A pocos cientos de metros de su portal se encuentra uno de esos locales de toda la vida tan válidos para el chocolate con churros de las señoras que se reúnen para hablar de sus nietos mientras disfrutan del dulce, como para los melancólicos y solitarios tragos del que bebe para sobrevivir a una realidad insufrible. Entra saludando con familiaridad desde la puerta al camarero,  se acomoda en la barra y pide un café con leche y un chorrito de su whisky escocés preferido. Mientras lo disfruta relajadamente se permite el placer de distraerse ojeando a la clientela y entonces descubre en una mesa cercana a la puerta a una preciosa rubia de aspecto aniñado, pero que ya no cumplirá los 45, que sostiene  un ejemplar abierto de la última novela de Marco. Parece que realmente la está devorando pues la observa leer con avidez y con una sonrisa en la boca. Una boca realmente sugerente, piensa Marco complacido por la visión. 

Marco baraja distintas opciones entre las que termina triunfando abandonar el local con discreción tras pagar su café y el de la bella lectora desconocida.  

Ojala esa punzada que ha sentido en el corazón al dedicarle una última mirada a la atractiva mujer que sostiene un ejemplar de la novela que publicó por despecho y desamor, y que lleva por título el nombre de aquella que conquistó su alma, quiera decir que el día ,menos pensado volverán a encontrarse y se atreverá a presentarse y a dedicarle su ejemplar, y  que en realidad ella es la persona que lleva años necesitando encontrar. La persona adecuada. Pero justo cuando se despide del camarero, un hombre de mediana edad entra con decisión en el establecimiento y cerrando un chorreante paraguas y despojándose de los guantes, se acerca hasta la rubia y la besa fugazmente en los labios a modo de saludo.

Marco sonríe irónicamente y abandona el lugar resignado y decidido a no tratar de condicionar al destino. Lo que tenga que ser será, la que tenga que llegar llegará y si un día consigue ser feliz, luchará por escribir la novela perfecta.

Ya en casa enciende otro pitillo con su mechero de gasolina, se sirve un whisky escocés de malta con hielo y deja sonar a Wagner en el estéreo del salón.

Wagner es un maestro de las emociones fuertes.

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