sábado, 10 de diciembre de 2022

La reina de corazones


 Llora a escondidas y al hacerlo me parte el alma, pues no debería sufrir, y aunque me gustaría evitarle tanto dolor, no tengo una barita mágica ni la solución a aquello que le aflige.

La reina de corazones piensa bonito, siente bonito y baila bonito, pero la vida ha decidido ponerla a prueba, y hace tiempo que trata de sobrevivir en una baraja donde no se siente feliz. Se echa a temblar cada vez que reparten naipes pues intuye las jugadas y, aunque solo puedo mirarla bonito porque lo que despierta en mi es casi tan bonito como ella, sé que ahora mismo nada intentando no ahogarse en un embravecido océano de dudas. Trato de evitar por todos los medios que se hunda o que la arrastre una corriente traicionera. Intento lanzarle salvavidas de abrazos y de inmenso cariño, pero me asusta que no alcance a aferrarse a ellos y termine sumergiéndose para siempre entre las altas olas de la tristeza y el miedo.

La reina de corazones ya solo respira entre giros y piruetas, coge fuerzas derrochando la poca energía que le queda y saca la cabeza entre la espuma atrapando cada bocanada de consuelo con la esperanza de no asfixiarse. Y las olas son las lágrimas que empapan su corazón e inundan su pecho.

Me gustaría decirle que no está sola, que estoy a su lado y que comprendo su dolor. Me gustaría ofrecerle la respuesta acertada a todas sus preguntas, pero en un pasado no muy lejano fui yo el que se refugió entre sus brazos confesando el dolor de mi corazón y la angustia de mis equivocaciones, y sabe tan bien como yo que no puedo ser el mejor consejero, aunque también sabe que por mucho que me doliera la vida, terminé levantándome con fuerza y escapando del pozo donde me arrojó el destino. Y que nunca me rendí y no permitiré que ella arroje la toalla.

La reina de corazones me ha dicho que me quiere y yo, prudente y comedido, he retenido mi te quiero en los labios evitándolo fluir. Prefiero demostrarlo que decirlo, y me esfuerzo en que no tenga la menor duda de lo sincero de mi sentimiento, casto, puro y respetuoso. Sé por experiencia propia que decir te quiero es algo que debe entregarse solo si el sentimiento es real y el momento es el adecuado. Por eso he aprendido a guardarlo para mi y a intentar pronunciarlo con actos, y no con palabras.

Sorteando las trampas de los hados descubrí no hace demasiado lo que era el amor, y por primera vez en mi vida comencé a decirle a una mujer preciosa y adorable lo mucho que la quería, hasta que un día al decirlo sentí como se me rompía el alma porque sus te quiero de respuesta, generosos y necesarios, resonaban con un eco muy parecido al adiós.  Y no hay mayor dolor para un corazón sensible que ver como se aleja la única persona capaz de desnudarle el alma por completo, y saber que la distancia y el silencio sustituirán a las canciones y a las caricias, y a las noches memorables en las que al amanecer los besos y los abrazos se adueñaron de las horas. Los ojos son de quien los hace brillar y los míos siempre le pertenecerán aunque ahora hayan perdido luz, pero sé que un día volverán a brillar con fuerza. Al fin he conseguido creer  que soy el único amo de mi destino y el único creador de mi universo. 

Es por eso por lo que entiendo tan bien el dolor de la reina de corazones y puedo empatizar con su alma torturada. Es por eso que al abrazarla siento como ambos nos relajamos y somos capaces de concedernos la tregua necesaria para que la vida comience a cicatrizar. Es por eso que la miro como la miro y mis pupilas le hablan en verso y le susurran palabras hilvanadas con el sedal de la empatía verdadera.

La reina corazones teme por el futuro de la princesa, que ha escapado de la corte al no entender ni aceptar que el rey prefiera barajar sin la reina y sin ella. Y la reina sufre al ver sufrir a su hija y al echarla de menos en palacio.  

Por desgracia he visto en más de una ocasión como el dolor de un hijo se amplifica hasta lo insoportable en el corazón de aquella que le dio la vida. Y al dolor propio se suma el del fruto de sus entrañas. Es terriblemente duro luchar contra unas circunstancias caóticas e inmisericordes, pero plantando batalla y utilizando las armas adecuadas, la esperanza brilla con la salida del sol y multiplica su brillo con las estrellas que desde el cielo te iluminan y te guían al caer la noche.

Fuerza, reina. Un día al echar la vista atrás comprenderás que supiste plantarle cara al más terrible adversario y que al no huir ni rendir tus armas, conseguiste vencerlo en buena lid.

Y brindaremos por tu victoria. Y nos abrazaremos orgullosos y felices al fin.





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