Qué le voy a hacer. Aunque haya desempeñado funciones de técnico de relaciones públicas, periodista, actor, camarero, profesor de música, comercial inmobiliario, policía militar, monitor de campamento, animador sociocultural y otros oficios, soy escritor, aunque me pese. Dios me dio la habilidad y la necesidad de poner por escrito aquello que me demuestra que estoy vivo, y mi padre y distintas profesoras, editoras y amigas, me ayudaron a trabajar duro en ello, a identificar errores, a perseverar y a tratar de mejorar el estilo para que lo mucho que tengo que contar cobrase la forma adecuada.
Y en ello estoy, luchando.
Una vez una lectora me dijo que si me había dado cuenta de que yo escribía para seducir, y hace poco otra lectora en medio de la conversación que acompañaba a un café con leche me dijo que acababa de ver al Juan Pizarro escritor, porque yo necesitaba vivir y sentir intensamente para escribir. Puede ser. Pero os aseguro que aún con los paliativos literarios y pese a esta continua catarsis terapéutica, me duele mucho vivir como vivo, sentir como siento y fracasar como fracaso.
No hace demasiado un viejo amigo me dijo que no quería volver a leer que había encontrado a la mujer de mi vida, que si no me daba cuenta de que para mi todas lo eran, y que mi trayectoria era la misma de Pedro con el lobo. Perdón, lo siento. Sencillamente en cada mujer que ocupa de verdad mi corazón descubro algo nuevo y con cada caricia, con cada beso y con cada noche de pasión creo haber alcanzado el cielo. Y por norma más grande es la caída. Y más dolorosa. Y no las culpo a ellas, o al menos no a todas, los únicos culpables somos mi terrible y demoledora sensibilidad y yo. Y mi necesidad de sentirme amado porque cada vez tengo más claro que nací para querer, pero no para ser querido. Y esta vez creo estar seguro al cien por cien de que he fracasado con la verdadera personificación del sentimiento más hermoso.
Cupido se ha modernizado y ha cambiado su puto arco por un fusil de precisión con mira telescópica, y potente munición de combate con chaqueta metálica y punta hueca. De esa que cuando hace blanco en el corazón se desvía al impactar y, recorre todo el interior del pecho abriendo un agujero de salida en el cráneo a través del cerebro. Y trato de cortar la hemorragia presionando con metáforas empapadas en morfina sobre la herida. Y con cada adios me sumerjo en las brumas de un otoño recurrente y me siento morir. Cuando creo que es mejor invernar en el indolente letargo del abandono, de repente me despiertan unos labios inesperados o unos ojos llenos de sol y la primavera reina de nuevo durante un periodo tan maravilloso como limitado. Y sonrió, y vuelvo a amar. Y escribo olvidando que las nubes terminaran cubriendo de nuevo el sol, y que de nuevo mi prosa se llenará de analogías caducas y tristes. Y vuelta la burra al trigo. Pero algo me anima a no tirar la toalla y a levantarme antes de que termine la cuenta, y es el haber descubierto que por fin he saboreado el verdadero amor y que aunque aún me esté vetado, puede que un día se me conceda.
San lucas, en el capítulo seis, versículo treinta y nueve de su evangelio, escribió, "De lo que rebosa el corazón, habla la boca", pero olvido añadir que también escribe el alma.
No dejaré de escribir, no dejaré de sentir, no dejaré de compartirlo y no dejaré de luchar para alcanzar esa primavera tan hermosa que durante un periodo llenó de sol, de trinos, de sonrisas y de arcoíris el cielo de mi existencia. Pase lo que pase y le pese a quien le pese, no dejaré de plasmar sentimientos en negro sobre blanco. Y no es una amenaza, es una declaración de intenciones.