lunes, 21 de febrero de 2022

Tendría tanto que contarle


 No sabría por donde empezar, pero desde luego le pediría prudencia, paciencia, y un poco más de calma.

A mi yo de ayer le diría que en efecto, todo termina llegando, incluso lo bueno. Y que por favor no se rinda, por difíciles que se pongan las cosas. La vida no es en absoluto un camino de rosas, incluso aunque le sorprenda, tampoco lo será la suya. Al haber tenido la inmensa fortuna de nacer en la familia en la que nació va a disfrutar de comodidades vetadas a la mayoría de los chicos de su generación. Y va a desperdiciar una oportunidad tras otra abusando de la generosidad y del amor de sus padres, Y de su infinita paciencia.

Sé que fue y será un buen chico, lo conozco (como canta Ryden en el tema que encabeza la entrada y que ha inspirado este texto), " te conozco como la palma de mi mano". Mi yo de ayer pecó de confiado y de tonto en demasiadas ocasiones, pero jamás de cruel ni de mala persona. No le contaría nada concreto sobre su matrimonio ni sobre los amigos traidores, pero si le pediría que se esforzará en elegir con acierto a las personas de las que se rodee. Le repetiría hasta la saciedad los consejos de Polonio a su hijo Laertes escritos por Shakespeare en la genial Hamlet, como hizo mi padre conmigo, pero le pediría que los interiorizase y se los aplicase como lecciones de vida, que los meditase una y otra vez y tratara de ponerlos en práctica.

A mi yo de ayer le hablaría de amor, del amor, de lo que le costará  tanto descubrir lo que significa esa palabra realmente, pero no le impediría cometer los errores que ha cometido en este terreno, porque cada desengaño, cada traición, cada mentira, cada desilusión y cada noche de placer han tenido su sentido, y lo ayudarán a llegar a descubrir el paraíso en los ojos de una mujer. Y ese momento será tan especial y tan hermoso que no voy a privarle de él, por muy duro que haya sido el camino hasta llegar a los labios que le regalaron el beso del milenio.

No le apuntaría las combinaciones ganadoras de  primitivas, quinielas u otros  juegos de azar, pero si le enseñaría que en los casinos y en las casas de apuestas la suerte está en la puerta, y que jugar por necesidad es perder por obligación.

Le pediría que se mantuviera firme ante el desprecio y la burla, que no olvide jamás los valores que le inculcaron sus padres y que haga de ellos su caballo de batalla. Que lo que hacemos en vida tiene su eco en la eternidad y que cada acto tiene su consecuencia. Que cada uno da lo que recibe, pero que no siempre recibe lo que da. 

No le ahorraría pasar por los más trágicos sucesos ni por las más catastróficas desdichas, porque eso también lo ayudará a formar su carácter y a comprender el verdadero significado de palabras como familia y amigo, que damos por sentado, pero que al pasar por los momentos más difíciles cobran su verdadero sentido.

Le animaría a seguir leyendo un libro tras otro y a escribir. A escribir cada día y a volcar su realidad y sus sueños en un folio en blanco o en la pantalla de un ordenador, a disfrutar de otra vida en negro sobre blanco, de una vida en la que él será el dios que decide, perdona y castiga.

A mi yo de ayer le diría que la ilusión es un licor delicioso que nos embriaga y a veces nos hace perder el sentido, pero que como todo, en su justa medida es necesario para poner un pie delante del otro y avanzar. La ilusión mueve el mundo y lo moverá también a él.

Que nunca deje de querer, aunque no se sienta querido. Que no renuncie a sus sueños porque un día se cumplirán y la conocerá a ella, descubrirá que pese a todo vivir es maravilloso, y que pase lo que pase y le pese a quien le pese, él será suficiente, y con el tiempo logrará  demostrarlo a los demás y se lo demostrará a sí mismo.

Que las cosas nunca pasan porque sí, pasan porque tienen que pasar y que si no frena él, la vida encontrará la forma de frenarlo.

A mi yo de ayer le pediría que no se avergüence de conversar con los animales con los que conviva, y que aprenda a escucharlos, porque a su manera tendrán mucho que decirle.

Que la felicidad serán pequeños momentos y que los disfrute al máximo sin pretender capturarlos. Que la memoria es doblemente traicionera no solo por lo que olvida, sino también por lo que inventa, y que lo escrito queda y que escribir es fijar la memoria en el alma.

Mi yo un día será yo, y el yo que será un día querrá hablar con el yo que fue, para decirle que pese a un pasado convulso no lo ha hecho tan mal. Y que desde el cariño y la nostalgia del tiempo que se marchó y nunca ha de volver, le cae muy bien.

Menos mal que esto nunca va a pasar, porque tendría tanto que contarle y tanto que ocultarle que nos iban a dar las tantas entre charla, pitillos y escocés con hielo.



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