viernes, 25 de febrero de 2022

One more time


 A todo el mundo se le llena la boca con lo de la memoria histórica, pero al parecer la sociedad tiene un serio problema de memoria, y olvidamos que no hace tanto, el mundo se enfrentó durante años cosechando millones de muertos y llegando a utilizar armas atómicas. Hay una gran verdad que dice que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

Ahora el oso ruso ha despertado de su letargo invernal y ha decidido ocupar la cueva del vecino y comerse sus reservas. El vecino que ocupa por derecho la cueva invadida es un animal más pequeño y más débil pero no teme plantarle cara y ha pedido ayuda al resto de animales del bosque, que quieren ayudarlo, sí, pero que no están dispuestos a poner en peligro sus propias cuevas y sus vidas al hacerlo. Y vuelta la burra al trigo.

Muchos de los oseznos rusos le piden al macho alfa que desista de la ocupación y que evite llenar de sangre la falda de la montaña. Pero lejos de escucharlos y de dejarse aconsejar, el enorme macho iracundo los aparta a manotazos y se yergue amenazante rugiendo poderosamente. Y da miedo.

El bosque está habitado en su mayoría por hermosos corzos, curiosos e intrépidos ratoncitos, topillos y otros pequeños roedores, pero hay también otros violentos y grandes depredadores que saben que si entran en la lucha y logran ser pacientes, podrán saborear los despojos de los principales contendientes. Y que a rio revuelto solo hay ganancia de pescadores. Los zorros buscan soluciones para detener esto, pero ya nadie los escucha. Su momento pasó. Los lobos se apostan al rededor de la cueva aguardando su momento, y otros gatos monteses y yo tememos que durante la lucha el bosque sea dañado y nuestras camadas no puedan alimentarse de sus frutos y entre todos terminemos de una forma u otra con su riqueza natural. Porque tenemos un bosque muy grande donde todos podríamos vivir cómodamente y alimentarnos sin problemas, si supiéramos despojarnos de la avaricia que nos lleva a desear la comida de otros animalitos y a aprovecharnos del tamaño de nuestros dientes, de lo afilado de nuestras garras y de la fuerza de nuestro abrazo.

La fábula de una sociedad condenada al exterminio aún no ha llegado al final, pero los lectores comienzan a plantearse si quieren cerrar el libro o seguir leyendo, porque al haber hecho caso omiso de las notas a pie de página y de la fe de erratas, no consiguen entender algunos pasajes.

Me gustaría ser yo el que aportase a la editorial el mejor de los finales en el que los animales se unen para repartir frutos, racionar la comida y adecentar el bosque cuidando de árboles, riachuelos y plantas, pero mucho me temo que ni tan siquiera querrán leer el borrador.

Mientras trataré de no enfrentarme a los animales con los que me encuentre en mi camino, y de convencer a la más bella gatita de que soy suficiente, y de que puedo hacerla feliz.

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