Lo he decidido y no enviaré un ramo de rosas rojas el próximo catorce de febrero. Soy de naturaleza romántica, me encantan los detalles bonitos y gracias a Dios podría permitírmelo, pero no sé cómo se entenderá que le envíe flores a la flor más bonita de cuantas crecen en el jardín de mi mundo.
Puede que la sociedad me tache de insurrecto por desmarcarme de las imposiciones comerciales del día de San Valentín, pero lo que nadie sabe es que desde que la conozco, para mi todos los días son catorce de febrero, todos los días merecen ser celebrados y todos los días son ese día en el que decir te quiero es necesario.
En el interior de mi pecho cada vez que la veo suena una música especial, el poeta que habita en mi recita los versos más hermosos y todo se viste de fiesta. Y la vida me ha enseñado en que consiste esto del amor verdadero y para nada tiene que ver con rituales ni celebraciones. Uno sabe que ama cuando además de disfrutar todos y cada uno de los segundos que comparte con la persona que se ha instalado en su corazón y se ha adueñado de él, afronta con decisión la posibilidad de que los caminos terminen bifurcándose y ese futuro ideal en el que cada noche será una noche de bodas y cada día el día perfecto, se convierta en el escenario donde representar la escena más triste de la más dolorosa tragedia escrita por aquel que produce los espectáculos del porvenir.
Pero hasta entonces y si llegase el acto en el que se interpretan las arias más hermosas en melancólico modo menor que preferiría no entonar jamás, me alimentaré con sus sonrisas, con sus caricias y con los besos más tiernos y más bonitos que jamás me entregó una mujer. Y me iluminará el sol que habita en sus ojos.
Amar es luchar, conseguir y celebrar, pero amar también es perder y asumir. Amar es saltar al cuadrilátero y esquivar golpes para mantenerse en pie hasta que suene la campana del si quiero, y ese juez con arco y los ojos vendados decida que hay un empate a los puntos y levante a la vez el brazo de ambos púgiles. Y en ocasiones también es arrastrarse hasta el rincón con la nariz rota, la ceja abierta, las costillas destrozadas y el espíritu quebrado, sangrando por todos los poros y llorando hemorragias de desamor.
No le enviaré flores porque ella es tan bonita que su belleza eclipsa cualquier ramo y convierte los adornos florales en burdos hatijos de malas hierbas, Y además sabe que si está en mi mano, regaré y cuidaré del jardín de su felicidad y haré de él el más hermoso de cuantos adornan la creación.
La amo. Pase lo que pase y le pese a quien le pese.
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