Muchas veces he dicho o he escrito que moriría y mataría por mis amigos, y esto no es una frase hecha.
Cuando pasas por una ECM te das cuenta de la verdadera importancia de palabras como amigo o familia y, desgraciadamente eres capaz de ver como se han devaluado y se han convertido en sustantivos inocuos y comodín, que se sustentan únicamente en lo superfluo y lo baladí, porque han perdido su verdadera esencia a fecha de hoy, y en esta sociedad tan hipócrita se considera amigo a cualquiera con el que se comparta una afición, un rato de ocio e incluso a cualquiera con el que criticar o enfrentar a rivales comunes. En cuanto a familia, esto es incluso más doloroso porque una moda importada de américa del sur que se extendió rápidamente por los EEUU nos trajo la costumbre de llamar "hermano" a personas que ni llevan tu sangre ni empatizan con tu dolor y tu alegría, como lo debería hacer un verdadero hermano.
De cañas todos somos muy majos, eso está claro. Y más cuando las cañas las paga ese amigo generoso e inocente al que siempre lo acompañan un montón de rémoras que no dudarían en alimentarse de sus restos hasta dejarlo en los huesos.
Pero a veces te encuentras con verdaderos amigos, con personas que cierran filas junto a ti y se calan el yelmo dispuestos a aguantar la embestida del enemigo espalda contra espalda. Personas que rompen una lanza tras otra en tu defensa. Amigos que no te piden, sino que cariñosa y firmemente te ordenan que cuando te sientas mal o triste acudas a ellos, que no cometas la imprudencia de degustar en soledad la hiel que podría envenenarte. Y que se vuelcan en hacer de tu vida un lugar mejor.
Un verdadero amigo no calla aquello que duele, no imposta la sonrisa ni el abrazo y no niega la oportunidad que te redima de un error. Un verdadero amigo es capaz de ser duro y exigente, crítico y vehemente y a veces incluso inmisericorde y cruel si con ello va a desfibrilar la amistad herida de muerte por un error evitable. Un verdadero amigo te consuela con la mirada, te reanima con palabras y te rescata de los peores momentos con su sola presencia.
No es necesario que se arroje al fuego por ti ni que demuestre con heroicidades de película hasta donde llega su amor. Es suficiente con que te escuche, te entienda te apoye y te demuestre que sufre si tu sufres y es feliz con tu alegría. Por eso he aprendido a querer a mis amigos y a decirlo sin sonrojarme, porque la única moneda válida en las transacciones entre amigos de verdad es el amor.
Cultivemos esa hierba milagrosa que te cura de muchos males, esa hermosa flor que embellece tu jardín y esa raíz que alimenta e hidrata.
La lealtad va unida a la amistad como una hermana siamesa de la que no debería separarse jamás. Y es tan necesaria y tan importante que si alguien consigue extirparla con la cirugía de la traición, la amistad fallece en el acto. Ser leal a un amigo es la más importante clausula de ese contrato que se firma en la reunión de almas cuando los lazos se estrechan y sabes que ha nacido algo tan hermoso como poderoso y reconfortante.
Yo al menos lo entiendo así. Y sé que muchas personas de mi entorno también. Por eso son mis amigos.
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