Marcos era un tipo ambicioso e inconformista y siempre se había negado a seguir los
pasos de su hermano mayor, quien, tras más de quince años de formación, terminó
trabajando en la correduría de seguros de su padre.
Cultivó su cuerpo y su mente desde muy joven y a sus treinta y dos años era un
fornido rompecorazones, acostumbrado a conseguir cuanto se le antojaba. Bien de
una forma o bien de otra.
Al abrirse el semáforo, cambió rápidamente a segunda y
aceleró fuerte para pasar a tercera al escuchar rugir el motor. El bólido le
pedía que fuese subiendo de velocidad en la recta de la avenida principal de
aquella zona otrora marginal y problemática, pero que desde el boom de la
construcción y con el vertiginoso crecimiento de la ciudad, se había convertido
en una zona residencial bien comunicada. Contaba la zona con todos los
servicios para que el precio de la vivienda en ella se disparase como un
subfusil ametrallador, una de esas Uzis israelíes
disparando en modo ráfaga.
Al llevar la capota levantada, sintió como le golpeaban la
cara el aire y las miradas de envidia de aquellos vecinos que nunca apostaron
un euro por él y que ahora matarían por ocupar su asiento en aquel bólido. Bajo
las caras gafas de sol de marca que cubrían gran parte de su rostro, el orgullo
se adueñó de la expresión de su mirada.
Redujo con un suave toque de la palanca de cambios y frenó
a tiempo para detenerse ante el paso de peatones donde aguardaban prudentemente
una madre y su hija que agarradas de la mano se habían detenido al verle
acercarse a lo lejos. Tras frenar galantemente, les sonrió y les hizo un gesto
con la mano indicándoles que podrían cruzar sin riesgo alguno. Ello le hizo
merecedor de una sonrisa de la preciosa pelirroja que acompañada de la pequeña
cubrió casi a paso ligero la distancia hasta la acera del otro lado de la
calzada.
Durante una fracción de segundo, se planteó aparcar en el
primer hueco libre y buscar a aquella belleza en el parque infantil vecino,
pero el destino quiso que las cosas se torcieran y no hubiese tiempo para
perderlo en amoríos. Un coche patrulla de la policía nacional se detuvo justo a
su lado y el agente que conducía el Zeta,
atraído por el deportivo que aguardaba el paso de las peatonas. lo miró de arriba abajo y al
reconocerle, encendió las sirenas del patrullero.
Sin dar opción alguna a la policía, salió de allí a toda
velocidad y el deportivo descapotable de tapicería de cuero, le demostró de que
estaba hecho su interior. Los más de trescientos cincuenta caballos del motor de
ocho válvulas galoparon sobre el asfalto dejando atrás a los uniformados, que
lejos de tirar la toalla, emprendieron la persecución mientras pedían refuerzos
por radio.
Al ver que lo seguían a lo lejos y sabedor de que en breve
otros coches patrulla se unirían a la persecución, tomó la primera salida hacia
la autovía del Mediterráneo y se dispuso a vender cara su vida. De la guantera
extrajo la Piettro Beretta de 9 mm con cargador para quince proyectiles y la
amartilló soltando para ello el volante durante un par de segundos. Los
suficientes para que una moto se incorporase desde la calle contigua y no
pudiese esquivarla.
Al impactar contra ella, el cuerpo del piloto salió
disparado destrozando el parabrisas con el impacto y poniéndolo todo perdido de
sangre.
La elegante tapicería de cuero blanco se arruinó por
completo y Marcos perdió el control del descapotable que fue a estrellarse
contra el quitamiedos y dio cinco vueltas de campana.
Menos mal que el cinturón de seguridad y el airbag del conductor
cumplieron con su cometido y cuando llegaron los primeros coches de policía,
todavía pudo recibirlos a balazos, parapetado tras los restos del coche que
habría de sacarle del barrio que lo vio nacer y transportarlo hasta donde sus
sueños quisieran llevarlo. Honorio, el napolitano que había diseñado el golpe, le
había avisado del peligro de llamar la atención cuando repartieron el botín del
que fue el atraco más importante que se había realizado con éxito en España,
pero él no le hizo caso y creyó que con la cantidad de vehículos de alta gama
que estaban comprando constructores y promotores inmobiliarios, el suyo pasaría
prácticamente desapercibido. Nunca había sabido controlar sus caprichos y este
lo iba a llevar a la cárcel. O al cementerio.
La primera bala lo alcanzó en el pecho y le hizo gritar de
dolor. Dolía. Dolía mucho más que lo que le habían contado otros miembros que
se unieron a la banda tras haber luchado como guerrilleros en la guerra civil
de su país de nacimiento, la antigua Yugoslavia.
Iba a morir, pero prefería terminar allí que envejeciendo
en una cárcel donde seguramente se convertiría en el juguete sexual de alguno
de los reclusos. Su cabello rubio, su piel blanca, sus ojos azules y su rostro
aniñado serían un reclamo para aquellos desaprensivos que decidiesen saciar sus
apetitos sexuales con el recién llegado.
Un agente de los GEO
aparecido como por arte de magia lo encañonó con su subfusil y le gritó que
tirase el arma.
Marcos hizo un rápido repaso de su vida y tras recordar la
cara de su madre, la única mujer a la que había querido de verdad, echó un
último vistazo a los restos de aquel coche que, durante unos días, lo había
hecho sentirse un triunfador en la vida. Después, levantó la automática hacia
el agente del grupo de operaciones especiales y todo terminó para él. El juez
ordenó el levantamiento del acribillado cadáver de Marcos apenas una hora
después
Una grúa municipal llevó el vehículo destrozado en el
accidente al desguace del depósito. El
funcionario que se ocupó de recibir ese envío, le puso la etiqueta que
autorizaba la completa destrucción del deportivo para extraer las piezas que
aún pudiesen ser de alguna utilidad, pero al quedarse solo, la cambió por la de
“vendido” y se hizo con las llaves. Tras años de trabajo en el taller de
reparaciones de Mercedes, había conseguido ese puesto cómodo y aburrido para la
administración local, pero aún conservaba sus habilidades como mecánico. Desde
que era un niño, siempre quiso tener un deportivo elegante y descapotable, con
la tapicería de cuero blanco. Un modelo de esos que despertase la envidia de
todos los que al verlo circular por las calles del barrio comprendieran que lo
había conseguido, que había triunfado y que pronto se marcharía de allí para no
volver jamás.
Los faros delanteros del accidentado vehículo se iluminaron
unos segundos como por arte de magia y dentro del capó, se escuchó algo
parecido a una risa demoniaca. Aquel capricho de la automoción, acababa de
conseguir otra alma.