viernes, 5 de noviembre de 2021

Pese a todo


 Apuró los restos del café con leche largo de café y, al hacerlo, descubrió que debía llevar un largo rato dándole vueltas a la cabeza, pues ese último trago de lo que acababa de beber estaba lo suficientemente frío como para resultarle desagradable.

Tenía que hacerlo ya. No podía perder más tiempo con su filosófica introspección, aquello debía terminar de una u otra forma, pero en este mismo momento. Al final las cosas podrían torcerse y no es descabellado pensar que cualquier rescoldo de bondad o de clemencia le impidiesen apretar el gatillo.

Pero no habría clemencia, solo tuvo que mirar una vez más al despojo humano que solloza sobre el sofá con los labios sellados con esparadrapo y las muñecas y los pies sujetos con bridas. Se conoce que trata de decirle algo, seguramente de implorar por su vida, de pedir perdón y piedad, pero no quiere escuchar ni una sola palabra de su boca traidora y falsa. No se molestaría en arrancarle el esparadrapo para concederle la oportunidad de ablandar su corazón. Hace tan solo unos meses puede que lo hubiera perdonado, pero ya no. Ahora no hay nada que hacer. Que se lo hubiera pensado mejor antes de traicionarlo y destrozar su alma. Si hay algo que Laertes no perdona es la traición. Y precisamente una traición lo ha devuelto a su antigua vida, lo ha liberado de ese nuevo hombre en que había pretendido convertirse. Lo ha rescatado de una vida normal y anodina, de un futuro cómodo y de un día a día intentando borrar de su memoria los rostros de aquellos que ejecutó en los últimos años. 

Pocas horas antes ha desenterrado el contenedor oculto bajo cemento y tierra en un cercano y discreto pinar, y recuperó sus armas y su pasado, todo junto. Dos por uno.

Invitó a aquel que un día consiguió convencerlo de que era su amigo a tomar una copa en casa, sabedor de que aquel indeseable no rechazaría un baso de buen whisky gratis. Y así fue.

Hace años no hizo lo que debía haber hecho y lo permitió vivir, lo indultó pese a su traición y dejó que continuara con su asquerosa existencia. Su hora ha llegado. Laertes se concede un segundo de buen corazón al desear que haya disfrutado de esta prórroga, de este tiempo de descuento. Tras volver a la realidad de su atormentada conciencia se levanta decidido, apoya el cañón del arma con silenciador sobre el pecho de su víctima y efectúa dos disparos con la pistola semi automática de 9 mm. Las dos heridas son mortales de necesidad. Ambas balas han atravesado el corazón de aquel indeseable y lo han reventado por dentro haciéndole sentir por un único segundo lo que Laertes sintió durante muchas noches en vela años atrás, cuando con su traición le reventó el corazón destrozándolo por completo.  La única diferencia es que en la espalda de Laertes no quedó cicatriz de los orificios de salida. Las enormes cicatrices que jamás podrá ocultar son las que le decoran el alma.

Ya está. El rubio asesino de bigote bicolor limpia las pequeñas salpicaduras de sangre que han escapado de la zona de contención y los restos de carne y de hueso del sofá, y envuelve el cadaver con la sábana con la que había cubierto el confortable sillón de piel con la escusa de que el gato se lo llenaba de pelos.  A su gato nunca le ha puesto restricciones ni normas, es libre de hacer lo que le venga en gana. Como ahora vuelve a serlo él.

Laertes ha vuelto y sonríe con una sensación de que todo irá mejor desde ese momento. Pese a todo. 

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