martes, 16 de noviembre de 2021

Ingenioso y prudente


Hermes se levanta de la mesa de reunión exhibiendo su encantadora sonrisa y estrecha las manos de los diplomáticos que han participado en el encuentro. Uno a uno los va marcando con el contacto y la mirada y al hacerlo se siente como un Cesar en el coliseo. La intensidad de apretón de manos a cada uno de los que se la tienden le recuerda inconscientemente a aquel que dependiendo de la inclinación de su pulgar decidía entre la vida y la muerte. 

El estado español había vuelto a enviar a su mejor y más completo diplomático a tratar un asunto de vital importancia para la comunidad internacional. Aquel servidor público de rubio cabello recogido en un moño alto, tatuajes en los brazos y piernas ocultos por un ajustado traje negro de Armani, y vacíos agujeros en lóbulos, ternilla, ceja y nariz que en ocasiones cubre con aros de plata o pequeños y solitarios brillantes, es mucho más que el mensajero de los dioses y el negociador del estado.

Hermes consiguió decidir su futuro durante los años de formación en las distintas academias militares y policiales, tras haberse doctorado en Historia y en Filología Hispánica. En un tiempo todo era rápido, todo debía hacerse con prisa, todo era fugaz y ardía con velocidad, pero esa misma aceleración constante que terminó costándole lo que más quería, casi lo lleva a la muerte y al despertar confuso y dolorido en la cama de la UCI de un hospital, decidió frenar y olvidarse de la velocidad como forma de vida. Durante el tiempo que pasó enchufado a distintas máquinas en estado de coma, realizó un interesante viaje interior que lo acercó peligrosamente a los dominios de Hades, pero del que regresó más sabio, más prudente y mucho más ingenioso aún de lo que era de por si. Se le concedió la vuelta, el despertar, el manejo de la palabra y la oportunidad de encontrar aquello que siempre había buscado y que consiguió identificar en los ojos del color del sol que luce la mujer más increíble de cuantas ha conocido jamás. Pero a cambio los dioses le impusieron el castigo de tener que someterse a diario a un férreo dominio de las emociones, al freno de su naturaleza impulsiva y a largos periodos de introspección en los que identificar los errores y las posibles soluciones.

Al reincorporarse a su formación como agente secreto del estado español, concluyó su adoctrinamiento en la unidad de información y relaciones diplomáticas, trabajando la templanza, la paciencia y el ingenio. Fue sin duda el mejor de su promoción y los mandos disfrutaban al ver con que parsimonia podía poner fin a una guerra geo política en el tercer mundo, mientras con un simple guiño de ojos o un apretón de manos decidía que blanco sería eliminado sin compasión para que una vez más el fin justificase los medios. Y todo lo hacía con calma, con cabeza y con corazón.

Hermes se convirtió así en una pieza clave del juego de poder en el que España había recuperado posiciones.

Al abandonar en helicóptero el palacio de congresos del país sudafricano donde Naciones Unidas decidió reunirlos, escucha la tremenda explosión del pequeño misil lanzado por el dron que han enviado los oficiales de inteligencia, quienes al identificar las señales estipuladas por la intensidad de los saludos de despedida al haber podido ver y grabar la reunión gracias a la cámara oculta en las gafas de sol de Hermes sujetas por una patilla del cuello de la impecable camisa blanca, eliminan los objetivos señalados para mantener la paz y la estabilidad en el mundo. Y para defender los intereses de España.

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