viernes, 19 de noviembre de 2021

Tapicería de cuero


 

Desde que era un niño, siempre quiso tener un deportivo elegante y descapotable, con la tapicería de cuero blanco. Un modelo de esos que despertase la envidia de todos los que al verlo circular por las calles del barrio comprendieran que lo había conseguido, que había triunfado y que pronto se marcharía de allí para no volver jamás.

Marcos era un tipo ambicioso e inconformista y siempre se había negado a seguir los pasos de su hermano mayor, quien, tras más de quince años de formación, terminó trabajando en la correduría de seguros de su padre.

Cultivó su cuerpo y su mente desde muy joven y a sus treinta y dos años era un fornido rompecorazones, acostumbrado a conseguir cuanto se le antojaba. Bien de una forma o bien de otra.

Al abrirse el semáforo, cambió rápidamente a segunda y aceleró fuerte para pasar a tercera al escuchar rugir el motor. El bólido le pedía que fuese subiendo de velocidad en la recta de la avenida principal de aquella zona otrora marginal y problemática, pero que desde el boom de la construcción y con el vertiginoso crecimiento de la ciudad, se había convertido en una zona residencial bien comunicada. Contaba la zona con todos los servicios para que el precio de la vivienda en ella se disparase como un subfusil ametrallador, una de esas Uzis israelíes disparando en modo ráfaga.

Al llevar la capota levantada, sintió como le golpeaban la cara el aire y las miradas de envidia de aquellos vecinos que nunca apostaron un euro por él y que ahora matarían por ocupar su asiento en aquel bólido. Bajo las caras gafas de sol de marca que cubrían gran parte de su rostro, el orgullo se adueñó de la expresión de su mirada.

Redujo con un suave toque de la palanca de cambios y frenó a tiempo para detenerse ante el paso de peatones donde aguardaban prudentemente una madre y su hija que agarradas de la mano se habían detenido al verle acercarse a lo lejos. Tras frenar galantemente, les sonrió y les hizo un gesto con la mano indicándoles que podrían cruzar sin riesgo alguno. Ello le hizo merecedor de una sonrisa de la preciosa pelirroja que acompañada de la pequeña cubrió casi a paso ligero la distancia hasta la acera del otro lado de la calzada.

Durante una fracción de segundo, se planteó aparcar en el primer hueco libre y buscar a aquella belleza en el parque infantil vecino, pero el destino quiso que las cosas se torcieran y no hubiese tiempo para perderlo en amoríos. Un coche patrulla de la policía nacional se detuvo justo a su lado y el agente que conducía el Zeta, atraído por el deportivo que aguardaba el paso de las peatonas. lo miró de arriba abajo y al reconocerle, encendió las sirenas del patrullero.

Sin dar opción alguna a la policía, salió de allí a toda velocidad y el deportivo descapotable de tapicería de cuero, le demostró de que estaba hecho su interior. Los más de trescientos cincuenta caballos del motor de ocho válvulas galoparon sobre el asfalto dejando atrás a los uniformados, que lejos de tirar la toalla, emprendieron la persecución mientras pedían refuerzos por radio.

Al ver que lo seguían a lo lejos y sabedor de que en breve otros coches patrulla se unirían a la persecución, tomó la primera salida hacia la autovía del Mediterráneo y se dispuso a vender cara su vida. De la guantera extrajo la Piettro Beretta de 9 mm con cargador para quince proyectiles y la amartilló soltando para ello el volante durante un par de segundos. Los suficientes para que una moto se incorporase desde la calle contigua y no pudiese esquivarla.

Al impactar contra ella, el cuerpo del piloto salió disparado destrozando el parabrisas con el impacto y poniéndolo todo perdido de sangre.

La elegante tapicería de cuero blanco se arruinó por completo y Marcos perdió el control del descapotable que fue a estrellarse contra el quitamiedos y dio cinco vueltas de campana.

Menos mal que el cinturón de seguridad y el airbag del conductor cumplieron con su cometido y cuando llegaron los primeros coches de policía, todavía pudo recibirlos a balazos, parapetado tras los restos del coche que habría de sacarle del barrio que lo vio nacer y transportarlo hasta donde sus sueños quisieran llevarlo. Honorio, el napolitano que había diseñado el golpe, le había avisado del peligro de llamar la atención cuando repartieron el botín del que fue el atraco más importante que se había realizado con éxito en España, pero él no le hizo caso y creyó que con la cantidad de vehículos de alta gama que estaban comprando constructores y promotores inmobiliarios, el suyo pasaría prácticamente desapercibido. Nunca había sabido controlar sus caprichos y este lo iba a llevar a la cárcel. O al cementerio.

La primera bala lo alcanzó en el pecho y le hizo gritar de dolor. Dolía. Dolía mucho más que lo que le habían contado otros miembros que se unieron a la banda tras haber luchado como guerrilleros en la guerra civil de su país de nacimiento, la antigua Yugoslavia.

Iba a morir, pero prefería terminar allí que envejeciendo en una cárcel donde seguramente se convertiría en el juguete sexual de alguno de los reclusos. Su cabello rubio, su piel blanca, sus ojos azules y su rostro aniñado serían un reclamo para aquellos desaprensivos que decidiesen saciar sus apetitos sexuales con el recién llegado.

Un agente de los GEO aparecido como por arte de magia lo encañonó con su subfusil y le gritó que tirase el arma.

Marcos hizo un rápido repaso de su vida y tras recordar la cara de su madre, la única mujer a la que había querido de verdad, echó un último vistazo a los restos de aquel coche que, durante unos días, lo había hecho sentirse un triunfador en la vida. Después, levantó la automática hacia el agente del grupo de operaciones especiales y todo terminó para él. El juez ordenó el levantamiento del acribillado cadáver de Marcos apenas una hora después

Una grúa municipal llevó el vehículo destrozado en el accidente al desguace del depósito.  El funcionario que se ocupó de recibir ese envío, le puso la etiqueta que autorizaba la completa destrucción del deportivo para extraer las piezas que aún pudiesen ser de alguna utilidad, pero al quedarse solo, la cambió por la de “vendido” y se hizo con las llaves. Tras años de trabajo en el taller de reparaciones de Mercedes, había conseguido ese puesto cómodo y aburrido para la administración local, pero aún conservaba sus habilidades como mecánico. Desde que era un niño, siempre quiso tener un deportivo elegante y descapotable, con la tapicería de cuero blanco. Un modelo de esos que despertase la envidia de todos los que al verlo circular por las calles del barrio comprendieran que lo había conseguido, que había triunfado y que pronto se marcharía de allí para no volver jamás.

Los faros delanteros del accidentado vehículo se iluminaron unos segundos como por arte de magia y dentro del capó, se escuchó algo parecido a una risa demoniaca. Aquel capricho de la automoción, acababa de conseguir otra alma.

 

 

 

 

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