jueves, 30 de septiembre de 2021

El banco del silencio

 

Esta es la tercera vez que voy a utilizar el hermoso dibujo de la artista vallisoletana Estela Labajo Duque, excelente creativa y mejor persona aún, para ilustrar uno de mis textos.

Todo llegó con Bancos de piedra, incluido en mi libro Historias para según qué días, para el que Estela derrochó talento, generosidad cariño y acierto. Después y en este mismo blog, me redimí de la traición sufrida, del dolor de la pérdida y del rencor que me devoraba las entrañas y que inspiró el texto original,con Bancos de piedra 2. Y ahora, once años después del relato germen de todo esto, puedo escribir El banco del silencio. 

Pese a lo enigmático de su título este es un texto en el que voy a tratar de volcar la felicidad que hoy siento, y el maravilloso descubrimiento al que he podido acceder en estos últimos días, al haber encontrado sin querer buscarla, a la persona más increíble con la que al fin han decidido cruzarme los hados, y que me ha devuelto la fe en la humanidad, en el amor, y sobre todo y por encima de todo, en mi mismo.

Si he llegado hasta ella y he conseguido que me mire como me miró hace dos noches, entonces es que por fin estoy haciendo las cosas bien y me voy acercando a ese Juan que quiero llegar a ser. Y no cejaré en el empeño de ser tan buena persona como se me permita, tan acertado en mis decisiones y tan hábil en mis textos como el hacedor me conceda. Porque ella merece que le ofrezca mi mejor versión y creo que yo merezco alcanzar la plenitud, y no solo con sus caricias, sino también con la certeza de que esa persona que llevo buscando todas mis vidas realmente existe, huele como ella, sabe como ella y se llama como ella.

Desde que aceptó que me mirase en su pupilas y descubriera que sus ojos del color del sol iluminarían mis sueños, soy otra persona. He vuelto a mutar, o mejor dicho, he evolucionado.  Ahora soy capaz de todo y no temo nada. Ni a nadie. 

El título de este texto nace de algo que me pidió hace pocos días y que hace tan solo dos, traté de llevar a cabo. Hablamos cada jornada al caer la noche, hablamos mucho, pero ella, que es una personita muy especial y que domina la palabra mejor que yo y sabe conjugar con soltura ironía y ternura, me propuso sentarnos juntos en un banco y escucharnos en silencio, con los oídos del alma, con los auriculares del aura.

Me senté junto a ella sobre unas frías escaleras de piedra que hicieron las veces de banco, y conseguí enmudecer y que me escuchase. Y creo que realmente pudo hacerlo, porque al poco de detener el caudal incontenible de palabras que llenan mi boca, me miró fijamente a los ojos, me acarició con ternura el rostro y me besó. Me regaló un primer beso que sé que me acompañara hasta mi próximo baile con la blanca señora, y que seguiré recordando cuando el Sino me permita regresar a este valle de lágrimas con otro nombre, con otros rostro, con otra carne, pero con el mismo corazón. Y es que mi corazón ya no me pertenece, y esto no es literatura es una verdad absoluta. Suyo es mío no, por eso la quiero tanto que mi corazón es solamente una parte de todo lo que quisiera darle.

La vida nunca dejará de sorprenderme y los caprichosos dioses son capaces de lo peor, si, pero también de regalar a los mortales sentimientos como el que me inunda el pecho. Por eso son dioses y los rezamos desde que el mundo es mundo. 

Hoy mi mundo es ella.

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