Lejos de enfadarse, sonrió a leer su nombre en la pantalla del smartphone a altas horas de la noche. Al escuchar a Radio Head cantando Creep en su teléfono móvil, rezó pidiendo que fuese ella y no un cliente demandando algún trabajo de urgencia. La diferencia horaria entre España y los Estados Unidos no hace que la comunicación sea algo sencillo ni cómodo, pero francamente, a él eso le importa lo que viene siendo una mierda. Su teléfono siempre tendrá batería y cobertura para ella y él siempre estará disponible para atender sus llamadas, las veinticuatro horas del día los siete días de la semana. Así es él cuando encuentra una mujer como Adán, aunque bien pensado, nunca conoció a nadie como ella.
Adán trabaja para la C.I.A y la misión que la llevó a España un par de meses antes le había reportado algo más interesante que un ascenso. Laertes y ella iniciaron una relación tan pasional como difícil. Un buen número de distintos factores hacían de su historia de amor la crónica de una muerte anunciada.
El rubio asesino a sueldo supo que lo suyo tenía fecha de caducidad en el mismo instante en el que decidió no matarla y en su lugar la condujo hasta su piso franco, donde una cosa llevó a la otra. Es bueno en lo suyo, muy bueno. Algunos lo consideran un artista en su disciplina, pero el suyo es un arte para el que no existen museos. En cualquier caso la distancia no es lo único que los aleja. Laertes mata por encargo, bajo demanda y a gusto de consumidor. No tiene un mecenas fijo ni firma sus obras. A diferencia de otros grandes artistas, él huye de la gloria y del reconocimiento.
Adán es una excelente profesional, metódica, astuta y realmente eficaz. Su destreza en el manejo del cuchillo y de las armas cortas semi automáticas lo sedujeron de inmediato. Y su forma de sonreír con los ojos, su absoluta sinceridad, su decisión ante el peligro y su demostrada valentía al enfrentarse a los enemigos más complicados ratificaron su idea de que aquella era una mujer fuera de lo normal. Pero cada vez tiene más claro que llegará un día en el que la despedida definitiva suene como un disparo del 45, y no habrá silenciador que amortigüe el ruido que hará su corazón al estallar en mil pedazos.
El clandestino trabajo de Laertes lo lleva de un lado a otro de la geografía española, pero en contadas ocasiones le ha hecho cruzar la frontera. Viaja lo justo y necesario y, sinceramente evita viajar por placer a excepción de cuando elije el destino donde ocultarse durante el tiempo suficiente para quitarse de en medio, y no terminar con sus huesos en el talego, en un agujero en el campo o en el fondo del rio.
Ella vive en un remoto estado norteamericano donde ni siquiera sus vecinos más cercanos habrían sospechado jamás que aquella profesora de la escuela de artes y oficios, divorciada y excelente madre de dos niños a los que deja en casa de unos parientes cuando debe salir a algún seminario fuera de la ciudad, es en realidad una peligrosa agente secreto a la que no le tiembla el pulso al degollar a un objetivo o descerrajarle un tiro en la sien a cualquier sicario enviado para acabar con ella.
La desea. La desea mucho. Laertes desea a Adán más de lo que ha deseado jamás a ninguna mujer y las ocasiones en las que han podido entregarse al placer carnal en la forma en que les fue posible, el asesino a sueldo vallisoletano perdió por completo la sensación de control que ejerce siempre sobre todos sus actos para así evitar consecuencias desagradables. Quizás debió haberla matado cuando no era más que la seductora yanqui colaborando con los agentes de la ley de Valladolid que trataban de impedir que eliminase a los objetivos que le reportarían un buen número de ceros en su cuenta bancaria, pero algo le llevó a perdonarle la vida y tras llegar a un acuerdo con ella, uno a uno los blancos fueron eliminados y uno a uno cambio cada bala que llevaba el nombre de la agente americana en el cargador de su Pietro Beretta, por los besos reservados a aquella que un día secuestraría su corazón.
—Buona sera, princippesa–dijo Laertes al descolgar, sabiendo que ella prefiere evitar el inglés para hablar con él– ¿Cómo estás?
—Muerta "matá" –contesta ella con su fuerte acento tejano– Hoy he tenido mucho trabajo y estoy agotada.
Unos minutos después y con la promesa de verlo cuando el trabajo se lo permitiera y pudiera dejar a sus hijos a buen recaudo, Adán cuelga el teléfono sin saber que está cortando algo más que la comunicación. Mientras deja el teléfono junto a la pistola en la mesilla de noche, Laertes siente que un día morirá por ella, pero antes se habrá desangrado con los afilados cortes de sus caricias y habrá perdido el conocimiento entre sus besos y sus brazos. Da igual, piensa mientras enciendo un pitillo con su mechero de gasolina, merecerá la pena, y total ¿Qué es lo peor que me puede pasar?
La muerte no lo asusta en absoluto. Prefiere morir a vivir sin ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario