El rubio asesino de bigote bicolor decide concederse unos minutos de paz contemplando la estrella que ha llamado su atención. Según sus cálculos pasará un mínimo media hora hasta que alguien encuentre el cadaver de su última víctima y de parte a las fuerzas del orden. En un guiño a su querida y cada vez más distante Adán, le había seccionado la yugular de un único y preciso tajo efectuado con la precisión cirujana y el mortífero talento de su amiga de la CIA, el populista político por cuya muerte recibiría un par de cientos de miles de euros, ni siquiera había tenido tiempo de suplicar por su vida. No le dio opción. Siguiendo el plan trazado meticulosamente a lo largo de los últimos dos meses, esperó a que regresase a su despacho en la casa consistorial tras haber cenado con el presidente de su partido, de paso por la ciudad para afianzar a sus esbirros en el poder, y sabedor de que todos los cuerpos policiales estarían más preocupados de velar por la seguridad del que aún a fecha de hoy es todavía presidente de la nación pese a sus continuos embustes y desmanes, ya retirado a sus habitaciones en el hotel más exclusivo de la ciudad del Pisuerga, apenas encontró dificultades para eliminar a su objetivo.
En la plaza del Portugalete se detuvo a fumar un pitillo que encendió como siempre con su mechero de gasolina, fiable y seguro como un soldado pretoriano y se permitió relajarse contemplando el firmamento.
Aquella solitaria estrella que le regala su brillo le recuerda a alguien a quien de alguna manera no podía evitar echar mucho de menos, aunque tan solo se hubiesen visto en contadas ocasiones y hubiesen cruzado unas cuantas frases y unos formales y correctos besos en las mejillas. Laertes se ha descubierto un hombre particularmente intuitivo y sabe que en existencias pasadas se conocieron y compartieron algo hermoso. Nos sabe ni cuando ni en que profundidad, pero tan solo necesitó mirarla a los ojos una vez y disfrutar de la paz que transmitía su mirada, para cerciorarse de que una vez la quiso. Y puede que ella a él le entregase entonces algo muy parecido al amor con el que lleva tanto tiempo soñando y que sabe en su interior que ya disfrutó en una ocasión, hace mucho, mucho tiempo. La vida, las vidas, no dejan de sorprenderlo.
Pero ahora a lo que toca, que no es la primera vez que está a punto de mandar todo al carajo por un despiste atrapado en sus reflexiones. Apura la última calada de ese pitillo reponedor que tanto le recuerda al humo de la victoria que saborea tras hacer el amor y, asegurándose de que no lo ha seguido nadie y de que aún no hay un inesperado movimiento policial con su circo de sirenas y luces, pone rumbo hacia su pequeño, discreto y céntrico apartamento donde recogerá la maleta ya preparada con la ropa y el dinero necesario para largarse a un lugar seguro hasta que las aguas se calmen. Dos semanas antes se hizo con el billete de avión para Las Palmas de Gran Canaria y con la entrada para el concierto de Jean Blazer, a los que ha recordado inconscientemente al contemplar la beautiful star.
El clima de las islas afortunadas le vendrá muy bien ahora que el frio comienza a adueñarse de la dura estepa castellana y no ve el momento de saborear un buen vino junto a Victor y a Samuel, el cantante y el pianista del grupo canario que ha ocupado un lugar muy especial en la BSO de su vida.
Antes de subir al apartamento, se cerciora de que el afilado cuchillo japonés que decidió utilizar en este trabajo sigue en la funda que guarda en el bolsillo interior de su cazadora de cuero. Allí está. Una vez lo haya limpiado a conciencia lo devolverá al maletín de herramientas profesionales con las que acostumbra a ejecutar sus trabajos. Le encanta su oficio, es muy bueno en él, y sabe que si pone los medios un día podrá retirarse y dedicarse a seguir buscando lo que tanto ansía, aunque sinceramente cree haberlo encontrado ya.
La vida sigue, pasa y pesa, pero su conciencia sigue a salvo, sus valores intactos y su corazón recuperándose poco a poco.
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