Peter escapó del jardín de Kensington donde aquel soñador escocés le dio la vida y lo maldijo a ser un eterno adolescente.
Esta cantante asegura que Peter voló buscando un mundo de poesía en el que instalarse, renunciando a lo sórdido del mundo en el que nació, pero me ha costado cuarenta y seis años llegar a la certeza de que no existe un mundo de poesía. Tan solo existe la poesía para en ocasiones hacer de este un mundo mejor. O Intentarlo al menos. O morir en el intento.
La poesía no es otra cosa que el vehículo de expresión de aquello que brota sin freno desde lo más profundo de un alma torturada, de un corazón pleno unas veces, roto y vacío otras, o de una mente difusa, confusa y rebelde, que se resiste a asumir que la realidad terminará siempre imponiéndose a los sueños, por hermosos que estos sean.
Puede que por eso haya terminado por renunciar a Peter como el alter ego en mis textos, en mis poemas y en mis relatos. Puede que consiguiese expulsarlo de mi particular "Nunca jamás" cuando me decidí a que se convirtiese en "Siempre pese a todo".
Hacerse mayor y abandonar al adolescente que pretende adueñarse de tu futuro y tomar las decisiones por ti, es eso a lo que llamamos madurar, y no duele. Pensé que dolería pero no duele. Sin embargo lo que sí es realmente doloroso es obcecarse en ser el niño eterno cuando todo se pone en tu contra, cuando descubres que detrás de la luz se ocultan siempre las sombras y que para llegar a tu destino has de saber elegir entre un montón de senderos tortuosos el camino que te conducirá hasta él. No hay señalización, no hay miguitas de pan a las que seguir, no hay arcoíris ni baldosas amarillas.
A veces añoro a Peter, pero no me concedo la libertad de pedirle que venga en mi ayuda. Hace más de seis años que me vi obligado a descoser la sombra hilvanadas a las suelas de mis zapatos, y ya no soy capaz de volar, porque siempre que pienso en algo encantador la realidad termina por oscurecer las imágenes más bellas. Y pese a todo me empeño en ser feliz y busco los medios para acostarme cada noche sonriendo y con la conciencia tranquila, sin acusarme de traicionar la ilusión y sin reprenderme por haber aceptado que el tiempo debe discurrir en mi, junto a mi, a través de mi.
Aún así y todo muchas veces me atrevo a escribir poesías y nunca he dejado de leerlas. Sé que cuando me llegue la hora seré juzgado en versos de arte mayor y rima asonante en los pares, y esta vez no tendré escapatoria, pero me enfrentaré al destino con estrofas construidas sobre una vida de superación en la que rendirme nunca fue una opción.
Me diste la vida una vez y treinta y nueve años después volviste a darme la opción de seguir respirando por mi mismo. A lo largo del tiempo que compartimos durante mis vidas, fuiste mi apoyo, mi consejero y el faro que iluminó el regreso a lo seguro, cuando en mi estupidez y en mi arrogancia me obcequé en tomar rutas alternativas y a punto estuve de naufragar.
Además de enseñarme lo que un padre suele enseñar a su hijo, como nadar y montar en bicicleta, me enseñaste cosas tan fundamentales en la vida como la importancia de la palabra empeñada, el respeto como piedra angular de todas las relaciones e incluso y sobre todo, de la relación con mi propio yo. Me enseñaste la razón de la dignidad y de no renunciar a los principios que deberían conducir mi camino. A cuidar a los amigos y a ayudarlos cuando fuese necesario, a anteponer a lo superfluo la importancia de la sangre, y a estar justo donde y cuando mi familia requiriese, pues la familia es mucho más que compartir un apellido.
Y si hay algo que te agradeceré eternamente es el haberme descubierto la belleza en las páginas de un libro. El haberme orientado en las primeras lecturas y el haber hecho de la literatura uno de los bienes que enriquecen cada día mi existencia.
Fuiste paciente y generoso, misericordioso con mis muchos fallos y errores, comprensivo ante mi ignorante rebeldía juvenil y enormemente inspirador cuando decidí al fin ser un hombre y comportarme como tal. Tu legado habita en mi y si algún día llego a ser digno de ti y de los valores que trataste de inculcarme, habré triunfado en la vida y habré merecido el regalo de ser tu hijo,
Me descubriste al bardo inmortal y me guiaste a través de sus obras. Me regalaste la certeza de que todo está en los libros y heredé de ti la habilidad para escribir mis propias preguntas a través de unas páginas donde al vaciarme en negro sobre blanco, puedo encontrar las respuestas que se ocultan en mi ego.
En muchas ocasiones me recordaste los consejos de Polonio a Laertes, atemporales, acertados y beneficiosos para desenvolverme con seguridad en este océano infestado de escualos. Laertes se ha convertido en algo parecido al alter ego de mi madurez y en el seudónimo con el que firmo mis obras.
Junto a ti interioricé que no somos más que polvo y cenizas y que volveremos a vernos, pero aún no. Aún no.
Fuerza y honor. Tu recuerdo vive en mi. Gracias por todo, papá.
Pero en verdad no he encontrado a nadie comparable a ti.
A base de demasiadas indigestiones, aprendí a reconocer lo realmente delicioso, mucho más allá del físico, del atuendo y de la parafernalia con la que puede enmascararse una persona para seducir con el envoltorio, a sabiendas de que el dulce que encuentras al desenvolverlo no es tal, sino algo de sabor complicado en los matices. Y de corazón adulterado. Un fraude que terminará provocando cólicos, vomitonas y diarreas.
Por eso no puedo compararte con nadie ni con nada. Y no quiero ni necesito hacerlo. Tan solo me detendré a saborearte y a entregarme al placer de la delicia que inunda mi boca, mi corazón y mi alma.
Cada bocado de ilusión debe armonizarse con un trago de acierto, pues si no cuidas la ingesta y no te detienes a deleitarte el tiempo necesario para la digestión, puede volverse en tu contra y destrozar el organismo por no haber dedicado lo suficiente al proceso digestivo que conocemos como amor.
Sin embargo, si te tomas la molestia de paladear con cuerpo y alma cada mordisco, el festival de agradables sabores que sacudirá las papilas gustativas se convertirá en la máxima expresión del placer y te convertirá en un adicto al producto.
Por descontado parto de la base de que las materias primas con las que se ha elaborado la receta que te trajo al mundo son las mejores. Y que el resultado es un bocado solo apto para gourmets.
Da igual como te hayan cocinado, el resultado es óptimo, la presentación perfecta y el maridaje oportuno.
Tuve la suerte de encontrarte en uno de mis restaurantes favoritos y el valor de acercarme a ti tras preguntar al metre el nombre del plato del que no podía apartar la vista.
Puede que este no sea el texto más romántico de la historia, pero al menos creo que a través de esta suerte de metáforas culinarias, he conseguido describir lo maravilloso de tu presencia, de tu olor , de tu sabor y de lo que aportas a mi alimentación, al haberte convertido en el único alimento que en sus distintas variantes y presentaciones compone la energética y muy completa dieta que estoy dispuesto a seguir.
Porque si tu me faltas, prefiero morir de inanición, y que el resto de los besos que aún no te he dado se pudran conmigo.
La expresión, "te como", es hoy más acertada que nunca.
Y con esta entrada dejaré por fin de lamerme las heridas y de redundar sobre lo traidora y lo pérfida que fue mi esposa.
La vida me está enseñando muchas cosas y puede que una de las más importantes sea que con el perdón, se hace un poderoso ejercicio de autocomplacencia moral. Si no perdono a aquellos que me han hecho daño, el dolor seguirá instalado en mi y el único que sufrirá seré yo. Y por eso mismo, porque busco desesperadamente ser feliz y porque no quiero sufrir por cosas del pasado, la perdono.
La perdono a todos los efectos y también lo perdono a él; el hombre con quien traicionó unos votos que aunque se pronunciaron delante de la autoridad legal y no de la religiosa, para mi son igualmente sagrados. A él lo perdono porque sé que en el pecado lleva la penitencia y, bastante duro tiene que ser el haber demostrado a la sociedad lo ruin que fue al traicionar una amistad de muchos años, que parecía sólida y fundamentada sobre un cariño, una afinidad y unos sentimientos verdaderos, pero que se desmoronó al dejarse llevar por la lujuria y la envidia, y estos conocidos y habituales pecados capitales destruyeron lo bueno que habíamos construido al compartir muchas cosas a lo largo de casi veinte años.
La vida sigue y en caso de que al conocerse su felonía decidieran seguir juntos, les deseo que sean muy felices, pero muy lejos de mí. Y si por lo que sea coincido de nuevo con ellos en algún lugar, no tendré inconveniente en compartir con "la parejita" el oxigeno del que con gusto los hubiera privado hasta no hace mucho.
Dejaré de abrirme las heridas y permitiré que cicatricen. Olvidaré que hubo un tiempo en el que la amé y en el que lo quise, y seguiré adelante sin lastres ni condenas.
Ahora tengo la obligación moral de agradecer esta segunda oportunidad que se me concedió hace ya más de seis años y conseguir que haya merecido la pena. De intentar ser feliz y de hacer feliz a la gente de mi entorno y será muy difícil si la contagio de amargura y de resentimiento, así que hala...a correr.
Dentro de la extraordinaria catarsis que se produce al poner en negro sobre blanco mis sentimientos, hoy encuentro un sentido especial y muy reconfortante a esta capacidad de darles forma con palabras. Me siento como si me hubiera colocado bajo un enorme grifo de luz y de energía y me hubiera pegado una ducha tan necesaria como reponedora, que ha arrastrado toda la inmundicia con la que se ensució mi matrimonio. Total...ni he sido el primer hombre al que su mujer traicionó con el que creía era uno de sus mejores amigos, ni seré el último. Y eso ya no me afecta, ni me resta motivos para seguir avanzando.
Dicen que la lluvia es maravillosa y necesaria. Y que lo limpia todo, pero no estoy de acuerdo. No puede limpiar mi alma de recuerdos dolorosos, ni darle el lustre necesario a mi sonrisa.
Llueve. Las nubes que veo a través de mi ventana y que cubren el cielo anuncian otro día lluvioso. Las nubes negras que se han adueñado de mi alma me dicen que hoy también va a llover dentro de mi. Que me espera un aguacero de lágrimas.
Apres la pluie de Satie y los nocturnos de Chopin son las piezas que hoy acompañan el primer café. El piano viste de melancolía el sonido con el que la tostadora me ratifica que hoy vuelvo a desayunar solo, después de una larga noche solo, en la que he buscado inconscientemente tu cuerpo en la cama y he despertado una y otra vez creyendo que te habías levantado a hacer cualquier cosa y que volverías junto a mi.
¿Qué me pasa? Nada. Me pasa la vida. Y una vez más la vida me pasa por encima dejándome el corazón maltrecho y las cuerdas vocales rígidas.
Los astros se han alineado para hacer de esta una temporada de llanto. De introspección y de auto castigo. Todo parece haberse conjurado en mi contra. Yo mismo debo de estar al mando de las hordas de desesperación que han asaltado el único baluarte que creía seguro y que pensé que resistiría cualquier ataque: nuestro amor.
Sé que ya no podre cobijarme bajo el paraguas de tu sonrisa. Sé que una a una, las gotas de esa lluvia cálida que mana del pecho resbalarán a lo largo de tu ausencia, y empaparán la posibilidad de volver a acariciar tu cuerpo desnudo. Al tomar conciencia del inevitable final de lo nuestro, las notas del piano me regalan una suerte de tortura en modo menor y, desesperado, pido al verdugo que no pierda tiempo, que haga lo que ha venido a hacer y que no me cubra el rostro con la capucha de falso consuelo. Necesito ver con claridad como los besos que no llegué a darte se sitúan frente al paredón donde seré colocado con las manos atados a la espalda para que no te suplique otra oportunidad y a la voz de mando del futuro incierto que dirige el pelotón, cargarán sus armas de reproche y apuntarán todos a mi corazón esperando la señal.
No sé quien escribió que es más doloroso no haber amado nunca que haber amado y haber perdido. Fuera quien fuera el autor de esa cita, olvida que lo que no se conoce no se echa de menos.
No me pasa nada. Me pasa la vida. Agradezco seguir aquí contra todo pronóstico. Pero en absoluto agradezco a los hados el haberme permitido quedarme para seguir sufriendo, y para que se me necrose la esperanza.
Aunque no saben con quien están jugando. No sé rendirme. Rendirme nunca es una opción y cual ave Fénix volveré a levantar el vuelo y a desplegar mis alas. Pero eso será otro día, cuando el sol brille y en el arcoíris encuentre el camino de regreso hasta ti. Y de mi pluma nazca una nueva comedia. Y reírme sea otra vez el ejercicio cotidiano con el que comenzar la jornada.
Hoy no estoy para risas, Llueve. Llueve dentro de mi y se me está encharcando la ilusión.
Sus hermanas Ginger y Bamby dormían enroscadas a las piernas de Pablo, su humano de compañía. Whisky siempre fue más noctámbula y al escuchar a Almu (la humana líder de la manada) levantarse a beber agua, ella fue detrás.
Hace una noche preciosa. Whisky se encarama al rascador, colocado para su deleite y solaz regocijo junto a la ventana y a través de esta puede ver un impresionante luna llena que lo ilumina todo y que influye en las mareas de océanos y mares y en la conciencia y en la voluntad de los humanos. También en la voluntad de los gatos.
A su cabeza llega de inmediato el recuerdo de Gatete, aquel adorable y atractivo felino que vivía con un humano muy particular a escasos doscientos metros de su casa. Sus humanos de compañía nunca llegaron a saberlo, pero Gatete y ella vivieron una apasionante historia de amor y en noches como la de hoy, Gatete solía venir a visitarla y tirando de la ironía y el atrevimiento adquiridos de los años compartidos con su humano, acostumbraba a decirle: "Nada me haría más feliz que disfrutar de este whisky a la luz de la luna".
A Gatete lo mató la vida hace unos meses. La inesperada, desgraciada e inoportuna rotura de columna al menos lo libró de asistir a una pandemia global que obligó a los humanos a quedarse en casa y a salir con bozal. El miedo se adueño de esa especie que se obceca en creerse y denominarse superior al resto, y que sigue destruyendo su ecosistema y aniquilando manadas con cualquier pretexto a lo largo y ancho del mundo, con el único fin de quedarse con su alimento.
Whisky sabe que hay individuos de la especie humana que son diferentes. Pablo y Almu, al igual que Juan, el humano de compañía del difunto Gatete, son de los que saben que pese a lo que digan algunos, el ser humano es el virus más peligroso del planeta.
Aquellas noches de luna llena, vasos de escocés con hielo y ronroneos junto a aquel minino encantador ya forman parte del pasado. Pero Whisky no pierde la esperanza y hoy, al contemplar la luna, sabe que volverán los días de vino y rosas.
Almu vuelve a la cama y al verla contemplando la luna llena se acerca hasta ella, le acaricia el lomo con cariño, la toma en brazos y amorosamente la acuesta junto a Ginger y Bamby, quien al notar la incorporación de Whisky se despereza y se estira maullando perezosa.
Mañana saldrá el sol y Almu y Pablo volverán a levantar la persiana del establecimiento donde además de repartir felicidad en forma de bebidas y viandas, permiten y celebran la presencia de peludos de diferentes especies, y un día más, las tres gatas compartirán juegos, conversaciones y caricias.
El influjo de la luna llena a veces permite vislumbrar la esperanza a través de la noche.
A veces me quedo callado observándote y disfrutando de tu presencia. Al percatarte de ello te pones un poco nerviosa y en seguida preguntas si pasa algo. No. No pasa nada. Simplemente no soy capaz de despojarme de esta ridícula timidez, de este miedo infantil que me obliga a permanecer callado y de estos absurdos reparos que me condicionan desde niño, y me impiden decirte que eres absolutamente maravillosa, y que soy el hombre más afortunado del mundo por compartir el aire que respiras, por besar los labios con los que me dices que me quieres y por sentir tu calor y el roce de tu piel en la cama.
Pertenezco a una generación que se educó en la estupidez de que demostrar públicamente los sentimientos era cosa de mujeres, de afeminados y de débiles. No soy ninguna de las tres cosas, pero haber llegado a la madurez rodeado de tanto prejuicio, condiciona mi natural instinto de elegir las palabras adecuadas con las que tratar de hacerte saber que simplemente al mirarte, acepto y comprendo que debe de existir un Dios para haberle dado vida a una criatura tan deliciosa y completa. Y no consigo que ni una de esas palabras abandone mi boca, por lo que debo conformarme con pensarlo, con saborearlo y con darle forma por escrito, para que un día si te apetece, lo leas.
Entiendo que no termines de asumir que soy incapaz de dejarlo salir de viva voz. No creas que es un problema de falta de confianza o de comunicación entre nosotros, ambas cosas son fantásticas y sumadas al mutuo respeto, a la ilusión y a la atracción, han hecho que esta relación crezca; que la semilla del amor que sembramos florezca y de los mejores frutos y, que pese a lo difícil de las circunstancias, hayamos conseguido devolvernos la fe en el ser humano.
Plasmar esto en negro sobre blanco es parte de la necesaria catarsis emocional que me lleva a escribir novelas en las que abundan asesinos y criminales a los que quitar de en medio con la munición adecuada, y relatos en los que el héroe baja al inframundo, charla con Caronte y navega por la laguna Estigia decidido a enfrentar sus miedos.
No busco la complicidad de los lectores, el apoyo de seguidores, la aprobación de los críticos ni el aplauso de aquellos que vivan o sientan algo parecido. No pretendo que te contentes con hacerlo público, porque nadie sabrá por mi quien eres, a que dedicas tu tiempo libre ni en que lugar me enamoré de ti. Solo pretendo decirte que te quiero, que eres lo más hermoso que hay en mi vida y que me siento realmente feliz a tu lado, sin levantar la voz ni hacer el menor ruido.
No cuidamos las palabras, no medimos las miradas ni sujetamos los reproches. Evitamos las caricias y renunciamos a los besos. Y eso es lo que nos ha traído hoy aquí.
Hace frio, el hielo se ha trasladado desde nuestros dolidos corazones a un paisaje que vuelve gélidas las disculpas y los cisnes intentan entrar en calor nadando incansables en esa piscina natural llena de muertes y de desgracias arrojadas desde los puentes que es el Pisuerga a su paso por Valladolid.
Pensé que apenas debería navegar para regresar hasta aquello que nos hizo creer en el amor verdadero, en eso del lo que hablan los rapsodas, pero he tenido que cruzar océanos de tiempo y la travesía me ha dejado exhausto.
Te quiero. No hace falta que me lo preguntes. Te sigo queriendo y confío, espero y deseo que tú me quieras a mí.
Han sido semanas muy difíciles. Hemos tenido que enfrentarnos a demasiados enemigos. Hemos tenido que combatir un virus asesino, rechazar los embistes de la miseria y afrontar las brutales cargas de la incertidumbre más feroz. Pero nos creíamos tan fuertes que en ningún momento nos paramos a pensar que debíamos cerrar filas y pelear espalda con espalda sin bajar ni un segundo la guardia. Permitimos que la cama perdiera su calor y se convirtiera en un lugar de descanso donde arrojarnos agotados al terminar la jornada y olvidamos que no hace mucho era nuestro santuario particular, nuestra pista de baile y nuestro altar de sacrificios.
Quiero escucharte cantar junto a mi. Quiero sentir tu canción muy dentro de mi pecho y quiero volver a hacerte los coros. Quiero que perdones mis continuos errores, quiero que admitas que me asustaron las circunstancias y quiero que comprendas que el temor al ver los arrecifes me llevó a abandonar el timón y a arrojarme al agua tratando de sobrevivir al oleaje,
Podemos arreglarlo. El amor no es mirarse embobados a los ojos, el amor es que ambos miremos en la misma dirección. Mira junto a mi, enfoca el futuro conmigo y acepta mis disculpas.
Yo omitiré los recuerdos en los que apenas te reconozco, olvidaré que apostataste de lo nuestro y me arrancaré uno a uno los dardos afilados con los que me atravesaste el alma para arrojarlos a la hoguera donde aún perduran las ascuas de nuestra pasión.
Los océanos de tiempo no son más que los ríos que van a dar a la mar, que es vivir sin ti, o lo que es lo mismo, morir,
Ven. Canta conmigo, coge mis manos, convénceme de que no ha pasado nada y de que mañana volverá a salir el sol.
Un soldado con uniforme del cuerpo de artillería se acerca hasta la posición y me pregunta en algo parecido a mi idioma si necesito municionar o si aún tengo suficiente munición. Reviso los bolsillos del chaleco y al encontrar tres cargadores completos declino su ofrecimiento y le pido que continúe preguntando a los compañeros de trinchera.
Los del ejército regular no suelen ser demasiado amables con nosotros, los brigadistas. Al parecer agradecen la iniciativa de haber venido desde muy lejos para ayudarlos en la lucha por la democracia, pero de alguna manera les toca los cojones que nuestros mandos quieran tomar decisiones y se opongan a utilizarnos como carne de cañón, como esas ovejas que sin rechistar son enviadas al matadero.
Las brigadas internacionales solemos ser punta de lanza en todas las ofensivas, defender las posiciones más difíciles de defender y atacar las inexpugnables en las que las pilas de cadáveres caídos en la ofensiva sirven de parapeto a la siguiente oleada de voluntarios enviada para conquistar el emplazamiento. Desde que llegué a esta tierra y me incorporé a la brigada ya he visto caer a demasiados compañeros y sé que en cualquier momento, con suerte una mano amiga me cerrará los ojos y recogerá mi identificación para entregarla al suboficial encargado del recuento de bajas. En mi pueblo seré considerado un héroe y un valiente, pero eso es porque no han visto como me he meado encima al escuchar los alaridos de las hordas de decididos y encarnizados enemigos cargar contra nosotros.
La ciudad es bonita, mucho más bonita de lo que había visto en las fotos de los libros o en el cine. Por supuesto me hubiera encantado descubrirla con mi mujer y en tiempos de paz, cuando las calles estaban llenas de personas dirigiéndose al trabajo o a los bares, restaurantes, teatros y cines. Y con los plazas y los parques abarrotados de niños jugando sin miedo a la explosión de un obús o a las balas perdidas. Pero el mundo se estremeció con el caos creado por la insurrección de civiles y militares descontentos con los últimos resultados electorales y desde muchos países se levantó la voz, alarmados con las cifras de muertos y represaliados por ambos bandos en lo que degeneró en una guerra fratricida.
Decenas de miles de hombres y mujeres habían caído ya enarbolando la misma bandera y gimiendo y llamando a sus madres en el mismo idioma.
Enfrascado en mis pensamientos apenas me doy cuenta de que el enemigo avanza, y solo salgo de mi ensimismamiento al notar como una bala impacta en el saco terrero donde trato de parapetarme y responder al fuego. Al accionar el cerrojo de mi fusil de precisión, una bala del cargador se aloja en la recámara y tras fijar el objetivo con la mira telescópica y asegurarme de que será un buen disparo , contengo la respiración durante un segundo y aprieto el gatillo.
La bala da en el blanco y el extraño personaje ataviado con un penacho de guerra, típico de nativo americano, y con el rostro pintado con las barras y estrellas, se lleva las manos al corazón y se desploma sobre las escaleras de El capitolio.
Puede que reconquistemos el edificio y logremos hacer retroceder al enemigo al ver como el símbolo de su revolución vuelve a estar en manos de los amantes de la democracia. Una vez que la facción republicana se avenga a parlamentar y se firme el alto el fuego, podré regresar a España, a intentar que nuestra clase política aprenda de lo sucedido aquí y contenga a los más exaltados para evitar que la democracia conseguida con tanto sacrificio, no se quede en un intento de convivencia torpedeado por nostálgicos de un pasado convulso y por supuestos progresistas que ya están dejando ver lo negro y falso de sus corazones y lo imposible de sus promesas electorales.
La guerra se alimenta de guerra y crece en campos abonados por la mentira, la miseria y el descontento popular. La guerra es esa maldición que afecta por igual al que maldice y al maldito.
Sinceramente me encantaría volver a ver mi tierra llena de extranjeros, pero dejándose la pasta en restaurantes y chiringuitos, emborrachándose en las fiestas populares y tratando de seducir a las chicas del pueblo; no pasando a cuchillo a mis paisanos, ni muriendo junto a la tapia del cementerio de la villa.
Una granada de mano hace explosión a escasos metros de mi posición esparciendo peligrosa metralla entre mis compañeros y yo. Una esquirla de mármol me atraviesa el pecho y se aloja junto a mi corazón. Creo que estoy listo de papeles. Se acabó.
Espero que me entierren en los campos de Castilla.
Es domingo, hace frio ahí fuera, los caminantes blancos acechan detrás de cada esquina y me he dejado la daga de obsidiana en el hotel donde me refugié la noche previa a la presentación de mi último libro. Porque cada vez que presento un libro, la noche anterior tengo que dormir fuera de casa y suelo olvidar lo más importante en habitaciones individuales con baño propio y el desayuno incluido. Ya es una tradición y eso me ayuda a sentirme escritor. Ya ves...que gilipollas.
Hoy me ha dado por hacer un breve repaso de mi vida, de mis sueños, de los conseguidos y de los que se quedaron en el camino. Que son la inmensa mayoría.
Y soy lo más parecido al hombre feliz que creo que puedo llegar a ser. Sobre todo cuando mis seres queridos piensan que ya tengo bastante con seguir aquí y que debería estar agradecido. Y lo estoy, pero me niego a pensar que ya está. Porque no, no está.
Siendo un niño soñaba con ser escritor. Pensaba que escribir libros y que la gente me leyera y me entendiera, me haría muy feliz porque yo era feliz leyendo. Y en parte he cumplido mi sueño. He publicado libros y la gente me lee, pero algo me dice que un alto porcentaje de los lectores no me entienden. Que coño...creo que no me entiendo ni yo.
Me he empeñado en llenar mi vida de otras vidas. He leído muchas vidas en libros de todos los géneros y he escrito un montón de ellas inspiradas en mi realidad y en mis deseos, pero no consigo sacarle a la mía todo el jugo. Vivo. Contra todo pronóstico sigo vivo, pero no sé si estoy viviendo bien. No sé si lo hago bien. no sé si se puede hacer mejor o si se debe hacer mejor. Y no sé si debo vivir agradeciendo constantemente la oportunidad y volviendo al momento del reseteo vital una y otra vez. Me cansa, me aburre, me termina por cabrear y a veces me despierto llorando.
Cuando era pequeño soñaba con ser el héroe que rescataba a la chica, que acababa con los malos y que con el cigarrillo en la comisura de los labios, le guiñaba un ojo a la cámara mientras fundía en negro. Y en parte lo conseguí. Le guiñé un ojo a la cámara sonriendo mientras fundía en negro y la música llenó la sala ahogando los aplausos, pero ni terminé con los malos ni rescaté a la chica. Ni mucho menos fui un héroe, solo un tipo con suerte. La chica me ha rescatado a mi. Después de haber sucumbido a los encantos de diversos súcubos lujuriosos y de haber caído en las garras de alguna arpía vestida de terciopelo negro, al fin llegó la que tenía que rescatarme. Lo hizo al optar por ignorar mis miserias, mis rarezas y mis muchísimos defectos. Y por perdonar mis continuos errores y aceptar mis besos de disculpa y mis caricias de promesa. Me rescató al ser sincera al decirme que me quería y al enseñarme que decirlo si se siente es algo liberador y reconfortante.
Escribo y leo. Leo y escribo. Vivo tanto en negro sobre blanco, tanto, que cuando me decido a saborear unos bocados de la vida real a veces busco el índice, las notas del autor y la eterna fe de erratas que debería ser visible a pie de página, de cada página, para ayudarme a entender la puta realidad que me ha tocado en suerte.
Me desespero intentando escribir el texto perfecto y el poema perfecto, pero creo que para llegar a eso primero he de abandonar el disfraz de artista prometedor y desnudarme por completo, despojándome de este ego que siempre me queda demasiado grande y algo ridículo, aunque me coja los bajos y me remangue por encima del codo. Cuando saque del armario mi abandonado traje de aspirante a ser alguien, lo planche, le quite las manchas con cebraline moral y me atreva a ponérmelo y a salir a la calle con él, puede que sea capaz de hilvanar adecuadamente las palabras para coser versos y bordar párrafos con acierto.
No sé si voy a ser capaz de cumplir mis deseos más ocultos. No sé si voy a ser capaz de alcanzar mis objetivos, de llegar a la meta y de colocar mi bandera en lo alto del promontorio. No sé si podré silbar We are the chanpions desde el borde del acantilado sin perder el equilibrio y volver a estrellarme contra las rocas. No sé si aguantaré el fuego enemigo y conseguiré calar la bayoneta y saltar de la trinchera cuando las bengalas iluminen el cielo en la noche más larga y más oscura.
Hace cuarenta y seis primaveras que salí a escena llorando y sonriendo a la vez. Hace cuarenta y seis primaveras que comenzó la turné, y mucho me temo que ya no lleno salas, que el público comienza a aburrirse y que la clac se ha cansado de aplaudir mis ocurrencias.
Realmente me asusta no saber quien soy, pero lo que más miedo me da es no saber lo que quiero. Creo que ese es el verdadero problema, ya que la respuesta solo está dentro de mi y, dentro de mi hay cosas que no quisiera volver a ver al bajar al sótano de mi alma y revolver entre los baúles de mi conciencia.
Pero me niego a sucumbir al desaliento. Soy peleón y rendirse nunca es una opción, así que cogeré a mi chica por la cintura, me armaré de valor y le pediré que me preste un par de cargadores del calibre de mi pluma y devolveré el fuego con metáforas, alegorías y algún hipérbaton. Arrojaré granadas de onomatopeya y llenaré de versos de arte mayor la bandera blanca que desesperado me pregunto si debe izarse ya, de tal forma que nunca pueda enarbolarse en señal de rendición.
Hala...a vivir, que son dos días. A ver si empiezo a hacerlo mejor y consigo convencerme de que realmente ha merecido la pena. A ver si consigo dejar de defraudar a la gente que quiero. Y dejar de defraudarme, que es algo muy doloroso.