A veces me quedo callado observándote y disfrutando de tu presencia. Al percatarte de ello te pones un poco nerviosa y en seguida preguntas si pasa algo. No. No pasa nada. Simplemente no soy capaz de despojarme de esta ridícula timidez, de este miedo infantil que me obliga a permanecer callado y de estos absurdos reparos que me condicionan desde niño, y me impiden decirte que eres absolutamente maravillosa, y que soy el hombre más afortunado del mundo por compartir el aire que respiras, por besar los labios con los que me dices que me quieres y por sentir tu calor y el roce de tu piel en la cama.
Pertenezco a una generación que se educó en la estupidez de que demostrar públicamente los sentimientos era cosa de mujeres, de afeminados y de débiles. No soy ninguna de las tres cosas, pero haber llegado a la madurez rodeado de tanto prejuicio, condiciona mi natural instinto de elegir las palabras adecuadas con las que tratar de hacerte saber que simplemente al mirarte, acepto y comprendo que debe de existir un Dios para haberle dado vida a una criatura tan deliciosa y completa. Y no consigo que ni una de esas palabras abandone mi boca, por lo que debo conformarme con pensarlo, con saborearlo y con darle forma por escrito, para que un día si te apetece, lo leas.
Entiendo que no termines de asumir que soy incapaz de dejarlo salir de viva voz. No creas que es un problema de falta de confianza o de comunicación entre nosotros, ambas cosas son fantásticas y sumadas al mutuo respeto, a la ilusión y a la atracción, han hecho que esta relación crezca; que la semilla del amor que sembramos florezca y de los mejores frutos y, que pese a lo difícil de las circunstancias, hayamos conseguido devolvernos la fe en el ser humano.
Plasmar esto en negro sobre blanco es parte de la necesaria catarsis emocional que me lleva a escribir novelas en las que abundan asesinos y criminales a los que quitar de en medio con la munición adecuada, y relatos en los que el héroe baja al inframundo, charla con Caronte y navega por la laguna Estigia decidido a enfrentar sus miedos.
No busco la complicidad de los lectores, el apoyo de seguidores, la aprobación de los críticos ni el aplauso de aquellos que vivan o sientan algo parecido. No pretendo que te contentes con hacerlo público, porque nadie sabrá por mi quien eres, a que dedicas tu tiempo libre ni en que lugar me enamoré de ti. Solo pretendo decirte que te quiero, que eres lo más hermoso que hay en mi vida y que me siento realmente feliz a tu lado, sin levantar la voz ni hacer el menor ruido.
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