lunes, 4 de enero de 2021

Laertes


 Laertes sabe que perfectamente podría morir mañana. Incluso esta misma noche. Mañana es un futuro distante e incierto en su vida y dada su profesión, cada noche al acostarse bien solo o bien acompañado, le da gracias a Dios. 

Y es que Laertes es un asesino de lo más atípico. Católico practicante devoto de la Virgen de La Fuencisla y de San Juan Pablo segundo, pese a toda la mierda que traga en su trabajo y la variedad de los encargos que recibe, cree en el amor verdadero y en la pareja para toda la vida. Nunca mejor dicho, para toda la vida. A veces esa vida termina con las indicaciones de un marido celoso que no repara en gastos para lavar su honor, o con la llamada telefónica de una acaudalada mujer harta de que su marido le cruce la cara cada vez que se ha tomado un clarete de más.

Eligió esta profesión porque la sociedad terminó de asquearle y de sacar lo peor de él. También es cierto que su formación en las fuerzas especiales del ejército español y las misiones "de paz" en la antigua Yugoslavia, en Irak o en Afganistán ayudaron en su decisión y, tras licenciarse como capitán de las C.O.E. comenzó su nueva vida. Una vida en la que él y solo él marcaría los objetivos, tomaría la decisión final y sacaría rentabilidad a cada bala empleada.

Su pequeño apartamento en el centro de una capital de provincias conocida por el frio de sus inviernos, lo excepcional de sus caldos y la impresionante oferta gastronómica, está lleno de libros. Laertes lee cuanto cae en su manos y emplea buena parte de sus ingresos en abarrotar de volúmenes las estanterías de obra que  se extienden a lo largo de los cincuenta metros de vivienda, cuarto de baño incluido. A veces también gusta de escribir, pero no puede evitar que su trabajo influya en su autocomplaciente y privada obra literaria. Los crímenes por encargo son el leit motiv de la mayoría de sus textos, Y el amor.

Es un romántico empedernido, aunque tiene serías dificultades para decirle a una mujer de viva voz que la quiere. Puede que eso se deba  a heridas del pasado que llenaron su alma y su corazón de cicatrices. Puede que en el fondo, sea tímido y que con el tiempo haya llegado a convencerse de que no lo es, de que simplemente es un hombre discreto por deformación profesional.

Guarda en el trastero una completa y mortífera colección de armas de fuego cortas y largas, munición suficiente para todas ellas y también una maleta con diversas navajas, con cuchillos de todo tipo e incluso con una pequeña espada japonesa llamada Tanto, con la que un samurái del siglo XIX cometió seppuku al deshonrar a sus antepasados. En ocasiones el trabajo debe ser realizado con la discreción más absoluta y entonces el uso de armas blancas se vuelve necesario.

Es bueno en lo suyo, seguramente el mejor en toda España. Pero no es tan imbécil como para creerse invencible o para suponer que no ha nacido aún el policía capaz de atraparlo, el sicario capaz de alojarle una bala en el cráneo o la más estúpida circunstancia que lo lleve a cometer un error.

Nunca fue un tipo alto. Entro por los pelos en el ejército y es de esos que tiene que hacerse con un hueco en las barras abarrotadas o nunca conseguirá que le sirvan el whisky con hielo que lo acompaña en su esporádico ocio nocturno. Es un hombre fuerte, eso si. Desde muy joven trabajó sus músculos con ejercicios diarios aprendidos de un buen amigo deportista de élite, Huye de los gimnasios. Detesta el rollito cachitas poligonero o "tronista tatuado". En ocasiones recibe heridas de bala o de arma blanca y no acostumbra a exponer su anatomía en lugares públicos para no despertar sospechas y no generar preguntas indiscretas movidas por la curiosidad de quienes no comprenden que el vecino del quinto pueda aparecer con una cicatriz de un balazo del 38 en la espalda o al mes siguiente con la de un tajo de albaceteña en las tripas.

Si hay algo que le pierde es una mujer inteligente, bonita y sexy. Tonto del todo resulta que no va a ser. Bueno, puede que sí, porque suele cometer la torpeza de enamorarse hasta las trancas de cada una de las mujeres con las que ve amanecer y si ha habido algo capaz de desarmarlo ha sido una mujer presa de un sincero llanto.

En menos de una hora caerá el sol y Laertes tendrá que salir a ocuparse de un encargo que le reportará más de cien mil euros. Hoy ha sido contratado para terminar con la vida de un conocido empresario al que su socio intentó convencer para acometer un arriesgado proyecto que no le gustó lo suficiente. Tras varias reuniones infructuosas todo terminó en una llamada a la persona adecuada, una transferencia y un correo electrónico con indicaciones para ocuparse del empresario al salir del club de golf donde acostumbra a jugar unos hoyos al terminar la jornada cada día. Como única exigencia para recibir la segunda transferencia que completará el pago por sus servicios, Laertes deberá hacer que parezca un accidente y no deberá dejar el menor indicio que pueda relacionarlo con la parte contratante.

El rubio asesino acaricia al gato que ronronea en su regazo, se pone una cazadora de cuero negro y saca de la caja de herramientas lo necesario para manipular el flamante deportivo de la víctima que morirá en un trágico accidente de tráfico este viernes de enero.

Lo de que el campo de golf se encuentre al final del complicado tramo de curvas de una carretera convencional de doble sentido y  sin arcén, lo convenció por completo tras el primer estudio de la zona que el potentado golfista recorre a diario  y de los movimientos y hábitos del objetivo, quien gusta de pisar un poquito el acelerador que hace rugir los más de trescientos caballos de potencia de su descapotable.

Laertes conduce en dirección al campo donde su objetivo estará sin duda disfrutando de un buen Ribera de Duero en el hoyo diecinueve junto a sus compañeros de recorrido. Todo saldrá bien. Todo tiene que salir bien. Mañana será otro día.

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