domingo, 10 de enero de 2021

¿Ya está?


 Es domingo, hace frio ahí fuera, los caminantes blancos acechan detrás de cada esquina y me he dejado la daga de obsidiana en el  hotel donde me refugié la noche previa a la presentación de mi último libro. Porque cada vez que presento un libro, la noche anterior tengo que dormir fuera de casa y suelo olvidar lo más importante en habitaciones individuales con baño propio y el desayuno incluido. Ya es una tradición y eso me ayuda a sentirme escritor. Ya ves...que gilipollas.

Hoy me ha dado por hacer un breve repaso de mi vida, de mis sueños, de los conseguidos y de los que se quedaron en el camino. Que son la inmensa mayoría.

Y soy lo más parecido al hombre feliz que creo que puedo llegar a ser. Sobre todo cuando mis seres queridos piensan que ya tengo bastante con seguir aquí y que debería estar agradecido. Y lo estoy, pero me niego a pensar que ya está. Porque no, no está.

Siendo un niño soñaba con ser escritor. Pensaba que escribir libros y que la gente me leyera y me entendiera, me haría muy feliz porque yo era feliz leyendo. Y en parte he cumplido mi sueño. He publicado libros y la gente me lee, pero algo me dice que un alto porcentaje de los lectores no me entienden. Que coño...creo que no me entiendo ni yo.

Me he empeñado en llenar mi vida de otras vidas. He leído muchas vidas en libros de todos los géneros y he escrito un montón de ellas inspiradas en mi realidad y en mis deseos, pero no consigo sacarle a la mía todo el jugo. Vivo. Contra todo pronóstico sigo vivo, pero no sé si estoy viviendo bien. No sé si lo hago bien. no sé si se puede hacer mejor o si se debe hacer mejor. Y no sé si debo vivir agradeciendo constantemente la oportunidad y volviendo al momento del reseteo vital una y otra vez. Me cansa, me aburre, me termina por cabrear y a veces me despierto llorando.

Cuando era pequeño soñaba con ser el héroe que rescataba a la chica, que acababa con los malos y que con el cigarrillo en la comisura de los labios, le guiñaba un ojo a la cámara mientras fundía en negro. Y en parte lo conseguí. Le guiñé un ojo a la cámara sonriendo mientras fundía en negro y la música llenó la sala ahogando los aplausos, pero ni terminé con los malos ni rescaté a la chica. Ni mucho menos fui un héroe, solo un tipo con suerte. La chica me ha rescatado a mi. Después de haber sucumbido a los encantos de diversos súcubos lujuriosos y de haber caído en las garras de alguna arpía vestida de terciopelo negro, al fin llegó la que tenía que rescatarme. Lo hizo al optar por ignorar mis miserias, mis rarezas y mis muchísimos defectos. Y por perdonar mis continuos errores y aceptar mis besos de disculpa y mis caricias de promesa. Me rescató al ser sincera al decirme que me quería y al enseñarme que decirlo si se siente es algo liberador y reconfortante.

Escribo y leo. Leo y escribo. Vivo tanto en negro sobre blanco, tanto, que cuando me decido a saborear unos bocados de la vida real a veces busco el índice, las notas del autor y la eterna fe de erratas que debería ser visible a pie de página, de cada página,  para ayudarme a entender la puta realidad que me ha tocado en suerte. 

Me desespero intentando escribir el texto perfecto y el poema perfecto, pero creo que para llegar a eso primero he de abandonar el disfraz de artista prometedor y desnudarme por completo, despojándome de este ego que siempre me queda demasiado grande y algo ridículo, aunque me coja los bajos y me remangue por encima del codo. Cuando saque del armario mi abandonado traje de aspirante a ser alguien, lo planche, le quite las manchas con cebraline moral y me atreva a ponérmelo y a salir a la calle con él, puede que sea capaz de hilvanar adecuadamente las palabras para coser versos y bordar párrafos con acierto.

No sé si voy a ser capaz de cumplir mis deseos más ocultos.  No sé si voy a ser capaz de alcanzar mis objetivos, de llegar a la meta y de colocar mi bandera en lo alto del promontorio. No sé si podré silbar We are the chanpions desde el borde del acantilado sin perder el equilibrio y volver a estrellarme contra las rocas. No sé si aguantaré el fuego enemigo y conseguiré calar la bayoneta y saltar de la trinchera cuando las bengalas iluminen el cielo en la noche más larga y más oscura.

Hace cuarenta y seis primaveras que salí a escena llorando y sonriendo a la vez. Hace cuarenta y seis primaveras que comenzó la turné, y mucho me temo que ya no lleno salas, que el público comienza a aburrirse y que la clac se ha cansado de aplaudir mis ocurrencias. 

Realmente me asusta no saber quien soy, pero lo que más miedo me da es no saber lo que quiero. Creo que ese es el verdadero problema, ya que la respuesta solo está dentro de mi y, dentro de mi hay cosas que no quisiera volver a ver al bajar al sótano de mi alma y revolver entre los baúles de mi conciencia.

Pero me niego a sucumbir al desaliento. Soy peleón y rendirse nunca es una opción, así que cogeré a mi chica por la cintura, me armaré de valor y le pediré que me preste un par de cargadores del calibre de mi pluma y devolveré el fuego con metáforas,  alegorías y algún  hipérbaton. Arrojaré granadas de onomatopeya y llenaré de versos de arte mayor la bandera blanca que desesperado me pregunto si debe izarse ya, de tal forma que nunca pueda enarbolarse en señal de rendición.

Hala...a vivir, que son dos días. A ver si empiezo a hacerlo mejor y consigo convencerme de que realmente ha merecido la pena. A ver si consigo dejar de defraudar a la gente que quiero. Y dejar de defraudarme, que es algo muy doloroso.

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