El año pasado arranqué en una sala que me cedió Libera Teatro en su espacio escénico, La bien pagá, de Valladolid, un taller de orientación y creación literaria, que en principio concebí como trimestral, pero que dada la implicación, el interés y el esfuerzo del grupo que se inscribió, este año aún continuamos trabajando , escribiendo y compartiendo amor por la literatura juntos, y de hecho el próximo mes de noviembre publicaremos un libro de relatos con sus textos y los de algunos de los colaboradores que han venido al taller a compartir sus conocimientos en los distintos campos de la literatura, desde el periodismo o la poesía, a la letra de las canciones que tarareamos en la ducha.
A fuerza de ejercicios, actividades y ratos de ocio en común, nos hemos convertido en un grupo de amigos, más que en un grupo de trabajo.
La catarsis que conlleva el vaciar tu alma en los textos ha aportado al grupo un vínculo muy especial y además de por sus innegables avances en cuanto a la escritura, estoy muy orgulloso y muy satisfecho del resultado de la propuesta.
Es por ello que abro plazo de inscripción hasta el próximo día 30 de septiembre (incluido) para formar un nuevo grupo de amantes de las letras que quieran compartir esa pasión literaria, que quieran perfeccionar sus textos o sus versos, sus canciones o sus artículos en prensa o blogs, y que quieran curarse el alma a fuerza de juntar palabras.
Decía mi padre, que en paz descanse, que hablar de dinero empobrece las conversaciones, pero obviamente esto tiene un coste, aunque os puedo garantizar que es mucho más que asequible para cualquier bolsillo. Pero tanto sobre eso, como sobre las posibles fechas y horarios de las sesiones del nuevo grupo, estaré encantado de informaros en el correo jupizano@hotmail.com o en el tlf que aparece en el cartel.
He pensado que esta actividad es igual de válida para personas de 18, de 50 o de 96 años, por lo que a partir de los 18 (incluidos, por supuesto) cualquiera podrá disfrutar del talle. Y con menos también, pero igual aún necesitan seguir leyendo y haciéndose preguntas durante un poco más de tiempo. Yo no voy a darles muchas de las respuestas que buscan, pero todo está en los libros y si no aciertan a leerlas, con el tiempo acertaran a escribirlas.
Si os interesa, venid, pasad y poneros cómodos. Os espero.
Vas cumpliendo años, te vas haciendo mayor, y eso es una suerte, porque ya has conocido lo sencillo que es dejar de existir durante un instante, y has tenido la buena fortuna de conseguir el indulto y poder seguir llenando tus días de vida, y tu vida de días, pero no por ello aceptas de buen grado el paso del tiempo y sus consecuencias.
Llega el momento de acatar las normas que otros impusieron y de renunciar a la ilusión de poder cambiar las reglas del juego. Llega el momento de renunciar a aquello que hasta hace bien poco era el elemento diferenciador, aquello que te hacia sentir especial, eso que creías que un día marcaría la diferencia y te garantizaría el éxito, el triunfo, la conquista.
Toca deponer las armas y firmar el armisticio.
Toca llegar a un acuerdo digno y respetable, en el que al menos se te permita conservar alguna ilusión, pero en el que tendrás que entregar la mayoría de tus ilusiones desarmadas y maniatadas en pos de una paz duradera.
Y a todo esto la sociedad lo llama madurar, que no es otra cosa que renunciar a la esperanza. a la fantasía, a la ilusión, a la magia.
Se me ha obligado a matar a ese niño interior que se resistía con uñas y dientes a abandonar mi conciencia, mi razón, mi corazón y mi alma. Me he visto obligado a conducirlo hasta un paredón de certezas, vendarle los ojos con un pañuelo de inocencia marchita y ordenar al pelotón de ejecución acuartelado en la fortaleza de la cordura, que disparase contra él con su munición de realidad. Y luego me acerqué a darle el tiro de gracia de la aceptada derrota.
No quise retirarle la venda para no ver que, aún valiente frente a su inevitable destino, ha dejado escapar una lágrima al escucharme dar la orden de abrir fuego, no por miedo, sino por esa profunda tristeza que le atenazó el espíritu al oír la sentencia y saberse condenado.
Igual tengo que dejar de ser quien soy, tengo que comenzar a ser el que debo ser y tengo que relegar la felicidad a la noche, a los sueños. a la irreal realidad absurda en la que habita el inconsciente.
Igual todo comenzó en el momento en el que no me quedó más remedio que autoconvencerme de que las hadas no existen y que Ella solo fue la idealización de la mujer que siempre soñé, y que se me permitió reconocer entre la multitud de súcubos errantes. Que Ella solo fue el trago de ambrosía que robé de la copa de un dios despistado, la personificación de los anhelos que ese torturado músculo fabricado exclusivamente para bombear sangre se empeñó en dibujar en el emborronado lienzo de mi mente. Que nunca conseguí que me amase como yo insistí en amarla, pasara lo que pasara y le pesara a quien le pesara, incluso a mi mismo.
Igual toca ser un tipo del montón que come, reza y fracasa entre otros millones de seres que circulan por el universo, pastando, rezando y fracasando, anestesiados con el cloroformo que mantiene unido y en calma al rebaño. Igual yo mismo soy el lobo que me acecha tras los árboles esperando a que abandone al resto de las ovejas para deleitarse con mi propia carne.
Puede que lo que tenía que llegar ya haya llegado, y que no llegó lo bueno, porque lo bueno solo existía en ese pequeño asteroide del que me exilié al ver que ya no había rosas en el jardín, que los baobabs comenzaban a marchitarse y que los volcanes iba a entrar en erupción arrasando con todo.
Puede que mañana amanezca yo otra vez, y que vuelva a convertir en arcoíris de esperanza los textos más oscuros. Y le demos otra vuelta a esta tuerca que no termina de ajustar.
A su funeral acudieron ilustres personajes de la cultura del país, políticos de distintas ideologías, y cientos de personas que aguardaron en un respetuoso silencio en el exterior de la iglesia elegida para el sepelio, hasta que el féretro que contenía el cuerpo del trágicamente fallecido escritor, fue sacado a hombros por algunos destacados compañeros de trinchera literaria, quienes lo trasladaron con paso firme hasta el vehículo funerario que lo llevaría en su último viaje hasta el vecino cementerio de la ciudad.
Según el comunicado oficial, Iván Nogueira había fallecido víctima del accidente que sufrió al realizar espeleología en las cuevas de los acantilados de una conocida y muy turística población costera asturiana. El informe policial elaborado con la colaboración de los efectivos de la unidad de montaña de la Guardia Civil y del SAMUR que realizaron el rescate del cuerpo del malogrado novelista, certifica la muerte del mismo por los politraumatismos sufridos al despeñarse desde el resbaladizo saliente de la cueva situada en una zona extremadamente peligrosa, pues las corrientes subterráneas que surcan y horadan el interior de la montaña han creado una laguna en el interior de aquella cavidad, susceptible al crecimiento de las mareas y al aumento del caudal por las lluvias. El fatídico accidente se produjo cuando el finado escaló por una de las cornisas sin contar con las medidas de sujeción adecuadas. Dos experimentados geólogos que se encontraban en la zona realizando un estudio para el Principado de Asturias, declararon haber escuchado un repentino desprendimiento de rocas sobre el lugar en el que se encontraban tomando muestras minerales y al levantar la cabeza vieron caer a un hombre que impactó de lleno contra las piedras que la pleamar había dejado al descubierto. Al intentar auxiliar a la víctima y ver que les era imposible llegar hasta el lugar en el que se encontraba el cuerpo sin arriesgar sus propias vidas, se pusieron en contacto de inmediato con el 112 y desde la central de emergencias se coordinó el rápido rescate por medio de distintos efectivos de las fuerzas de seguridad y de cuerpos medicalizados.
Cuando los efectivos del SAMUR lograron acceder al escarpado y peligroso macizo rocoso sobre el que agonizaba Nogueira, le aplicaron cuantas técnicas de reanimación pudieron realizar en una situación tan precaria como delicada e incluso intentaron desfibrilarlo al cerciorarse de que estaba entrando en parada cardiaca, pero no hubo forma de revertir la situación y allí mismo certificaron su muerte.
El brigada y el subteniente de la unidad de montaña de la Guardia Civil desplazados hasta allí con tres de sus más experimentados subalternos, tan solo pudieron rescatar el cadáver y trasladarlo hasta tierra firme.
Al proceder al ascenso al lugar desde sonde se produjo el accidente para investigar el desgraciado suceso y descartar cualquier otra causa de la mortal caída, el agente Martínez. quien además es un fiel seguidor de la obra del difunto, encontró junto a la laguna natural una agenda moleskine de tapas rojas en cuya portada se podía leer con la particular caligrafía de Iván Nogueira, el título del manuscrito en el que estaba trabajando en el momento de su muerte: Los acantilados. Allí donde residen las hadas.
La prestigiosa editorial internacional con la que Noguira publicó en exclusiva sus últimas obras, entre las que destaca el aplaudido premio Planeta,La leyenda del yo que fui, ha hecho pública la última página escrita, legible pese a haber estado sumergida en las aguas subterráneas, gracias al arduo trabajo de reconstrucción y transcripción efectuado por los técnicos de restauración de originales e incunables de la Biblioteca Nacional. En las últimas frases escritas del puño y letra del siempre sorprendente y emocional escritor, puede leerse:
Te encontré, Diana. Sabía que no eras un sueño, que existías, que una vez te hiciste mujer para amarme y permitir que te amara, y que volviste a tu mundo para convencer a los dioses de que no exterminasen aún a la raza humana. Desde que vi tu sonrisa, supe que eras Ella, el ser que he amado una reencarnación tras otra. No me dejes por favor. He venido a buscarte. Llévame contigo allí donde habitan las hadas, aunque para ello deba renunciar a esta vida humana, a este cuerpo mortal, a esta razón que me pierde.
El médico forense que examinó el cuerpo de Iván Nogueira, comentó con sus compañeros y amigos que cuando le llevaron el cadáver, lo primero que le llamó la atención fue la inmensa sonrisa que se mostraba en sus labios, y la evidente sensación de paz que transmitía su rostro, algo inusual en las víctimas de ese tipo de sucesos. Lo que el galeno desconocía, era que el enamoradizo escritor se encontraba ya donde quería estar. Y con quien quería estar.
Puede que una de las mejores sensaciones que experimenta el ser humano, es la de la satisfacción personal.
Quizás ese sentir que aquello que has intentado aportar a tu entorno ha llegado, ha servido y ha sido valorado, te reconforta hasta tal punto que llegas a pensar que en efecto, eres suficiente.
Y eso es lo que me hacen sentir lo alumnos de los dos cursos que imparto, el de dramaturgia en Simancas y el de escritura creativa en Valladolid.
Leer los comentarios y los mensajes que algunos de los asistentes escriben en grupos de wasap y en RRSS me aportan tal energía, tal satisfacción y tal deseo de seguir avanzando, que me reafirmo en mi empeño de mejorar en cada sesión y de tratar de compartir con ellos aquello que es el verdadero motor de mis vidas, la necesidad de escribir, y la inmejorable sensación de enfrentarme a la lectura adecuada para cada momento.
Trabajo con ellos la escritura desde el alma, desde la emoción y desde los sentimientos. Lo explico que escribir desde la más absoluta sinceridad y desde la cruda verdad permite que los textos, los versos y los libretos teatrales se empapen de realidad, de vida y de ilusiones.
Da igual la temática, el género y el estilo. Da igual el campo literario en el que decidan dar salida a los que les inunda el pecho. Dan igual las incorrecciones , los errores orto tipográficos y las extensiones de los trabajos. El caso es que ya van unas cuantas veces en las que algunos alumnos han roto a llorar al leer sus ejercicios y he visto como sus compañeros aplaudían el momento y se levantaban a transmitir apoyo y camaradería con abrazos. Y eso me hace muy feliz.
Y me hace feliz porque ya no son meros alumnos o integrantes de una actividad, son amigos, son miembros de mi tribu, son compañeros de trinchera literaria.
Rezo para que consiga mantenerme en el camino y recorrerlo con acierto, creando vínculos entre las personas que se sientan a escribir conmigo, colaborando en el necesario trabajo neuronal que evita o retrasa el deterioro del cerebro, y ayudándolas a hacer de sus vidas algo más llevadero. Porque como no me cansaré nunca de afirmar, la literatura salva vidas.
Y ya está. Solo quería contaros que me siento bien, para compensar todas esas entradas en las que os cuento lo mucho que me duele el alma.
En esta foto de Luisa Valares, tomada durante la conmemoración del requerimiento en el año 939 de las siete doncellas simanquinas que el rey Ramiro I entregó como parte del pago por la paz al califa musulmán Abderramán II, poso junto a las siete jóvenes que este año han adoptado el papel de aquellas valientes mujeres de la villa de nombre Bureba, hoy Simancas, que decidieron auto mutilarse para no formar parte del harén del califa, cosa que funcionó pues Abderramán contestó al Rey cristiano al devolver a las mozas, "Si mancas me las dais, mancas no las quiero".
Aquellas siete jóvenes tienen mucho que enseñarnos de valor, de compromiso, de decisión y de lo que ahora se conoce como empoderamiento, y su gesta además de librarles de ser utilizadas como juguetes sexuales, sigue despertando conciencias a fecha de hoy.
Cuando cursé mis estudios de maestro de música, opté por añadir otra especialidad a mi currículo, y como siempre he sido más de mus que de correr detrás de un balón, y ya hablo un par de idiomas a mayores del mio nativo, me especialicé en religión.
Estudié lo que se conoce como "religiones del libro", es decir, Islam, Judaísmo y cristianismo, pues las tres tienen en común el Antiguo testamento, además de religiones animistas, religiones oriéntales y filosóficas y cuantos cismas y corrientes sucedieron al cristianismo desde que vino al mundo quien para mi fue el hijo de Dios.
En ningún momento recuerdo que ninguno de los amanuenses que recogieron las enseñanzas de los distintos profetas y enviados de Alá, Yahvé o Jesucristo, indicaran o proclamaran que la mujer era un objeto, una moneda de cambio o un articulo para el consumo.
Aquellas siete doncellas consiguieron más al perder sus manos que decenas de miles de guerreros cristianos y musulmanes al perder sus vidas y, sinceramente, a mi entender aquellas que hoy en día se erigen en adalides del feminismo y que reivindican la dignidad de la mujer, deberían hacer oír sus voces y pelear con más fuerza que nunca, al conocer la nueva ley promulgada en Afganistán, en la que queda terminantemente prohibido que se escuche públicamente, ya sea en vivo y en directo o a través de medios de comunicación y distintos canales, la voz de las mujeres. Pero claro...esto ya son palabras mayores.
¿En nombre de qué Dios se legisla de tan absurda manera?
Tampoco me explico en el nombre de qué Dios los cristianos exterminaron a multitud de indígenas de distintas culturas para imponerles la salvación de sus almas, combatieron en las cruzadas o ajusticiaron en los autos de fe a quienes profesaban otras religiones.
No me cuadra que en oriente próximo judíos y musulmanes se masacren a diario y nunca comprendí porqué extraer el corazón de los cautivos aplacaría la ira de los dioses mayas y aztecas.
La diosa hindú Kali al parecer agradece cuanta sangre se derrame en su nombre, y a lo largo y ancho del planeta descubrimos que la ambición y la intransigencia humana se disfrazan de religión y se visten de fe para cometer las mayores atrocidades.
Y en la inmensa mayoría de las civilizaciones que han existido y existen en el planeta, la mujer siempre ha debido agachar la cabeza, obedecer y procurar no llevar la contraria a los hombres, hombres que nacieron de un vientre materno, que amaron y engendraron mujeres y que en la mayoría de las ocasiones recibieron amor y cuidados de quienes consideraban meros elementos decorativos.
Digamos que aunque utilice el masculino para escribir en plural, me considero feminista, porque a diferencia de muchos, no veo en la mujer a ese ser humano imperfecto que Dios creó cuando se puso a cincelar barro y a insuflar almas. Porque adoro a mi madre y amo a cuantas mujeres me rodean, ya sean familiares o amigas (que son la familia que uno elige). Porque desde los 15 años he soñado con la mujer junto a la que ser feliz y crear el más acertado proyecto vital, y aunque no haya dejado de fracasar en ello, no creo que más allá de las que marcan las secuencias de ADN haya diferencia alguna entre los géneros humanos.
Y ya está.
Esta bonita foto, de mi AMIGA Luisa, no solo recoge un momento en el evento tradicional de un pueblo donde me siento como en casa cada vez que voy, sino que de alguna manera, es mi forma de reconocer que en cuanto a valor, tampoco hay diferencia alguna entre hombres y mujeres.
La proyección arranca con la tenue reproducción de un aria de Bach que se mantiene como banda sonora durante todo el metraje.
La cámara realiza un primer plano de un hombre de mediana edad. Sobre sus largos cabellos rubios luce ladeado y con donaire un sombrero negro de fieltro, que al ocultar parte de su oído izquierdo, solo permite apreciar en él un aro de plata pendiente del lóbulo, que evidencia la nostalgia de un tiempo que se fue y no ha de volver jamás.
Al abrirse el plano descubrimos que el protagonista de la cinta se encuentra sentado en el banco de un parque o de unos amplios jardines.
Por la luz, lo gris del día y la cantidad de hojas caídas sobre el suelo y parte del banco, parece ser otoño.
El hombre lee, no, sujeta una libreta abierta en su mano izquierda. De pronto comienza a escribir en ella con una estilográfica negra que blande en la mano derecha.
Hay un cambio de plano, y la nueva óptica nos muestra el parque en su esplendor. Robles, hayas, sauces y distintos árboles indican la cercanía de un estanque, un lago o de una considerable corriente de agua.
Un grupo de niños persiguiendo un balón entra en escena con su algarabía infantil, descuidada y molesta. Son niños y ejercen como tales sin pudor ni censura alguna. El hombre deja de escribir visiblemente molesto, y saca una pitillera del bolsillo interior de su americana. Con un plateado, viejo y fiable mechero de gasolina enciende un cigarrillo rubio con filtro, y al aspirar la primera e intensa calada, una sonrisa asoma en su rostro.
Los niños se alejan desapareciendo de plano y vuelve la tranquilidad a la escena.
El solitario fumador retoma la escritura y el objetivo hace zoom hasta la página en la que garabatea, donde se lee,"50 años son algo más que media vida. Es la medida de tiempo perfecta para matar la ilusión de encontrarla, de ser feliz junto a Ella y de morir entre sus brazos."
Un gato negro salta sobre el respaldo del banco y se contonea juguetón ronroneando y moviendo la cola muy despacio.
El hombre se detiene en la escritura, observa con cariño al animal, apura el cigarrillo y tras posar la libreta sobre sus rodillas, extrae un pequeño revolver de un bolsillo lateral del pantalón, lo apoya en su sien y se descerraja un disparo.
Funde en negro.
La música de Bach hasta entonces casi imperceptible como banda sonora del cortometraje, sube de volumen, acariciando el alma de los sobrecogidos espectadores.
La palabra Fin en grandes letras blancas indica que todo ha terminado.
Mi gran amiga y mejor editora, Eva Melgar, me dijo no hace mucho que la felicidad se compone de pequeños momentos, y creo que esta afirmación ya la he escrito aquí en más de una ocasión, porque realmente es una gran verdad y cuando comprendes que ser feliz es algo pasajero, al igual que ser desgraciado, aprendes a disfrutar con intensidad de los momentos hermosos de la vida y a llorar con esperanza los difíciles, pues sabes que todo termina pasando. Y todo terminará llegando.
Esta canción de Blow es realmente curiosa, porque habla de esa felicidad fugitiva a la que nos empeñamos en dar alcance sin entender que cuanto más queramos atraparla, más se escapará y que si la dejamos a sus aire, será ella quien venga a buscarnos, aunque el mudo se acabe, aunque se extinga la raza humana.
Pero el ser humano es caprichoso, y mira tú por donde, todos nos encaprichamos con eso de ser felices.
Hace poco, hablando con una amiga a quien Pablo Acebal, cantante de Blow, dedicó esta canción en la intimidad de una comida entre amigos, la escuché decir algo muy bonito, y es que a ella, mujer pizpireta y alegre donde las haya, lo que le hace realmente feliz es ver felices a los suyos. Y eso es algo que también comparto, pues no solo sufro por ver sufrir a la gente que quiero, sino que realmente me siento feliz cuando veo a alguno de los miembros de mi tribu de familiares y amigos sonreír de oreja a oreja y suspirar evidenciando que está disfrutando de ese regalo que es vivir. Hay que ver. Cuanto me gustan las sonrisas y cómo me ha costado recuperar la mia.
Agarrémonos a esos momentos mágicos en los que una conversación, un abrazo, un beso, una caricia, una copa de buen vino con la persona adecuada o ese manjar que alguien se ha molestado en preparar para verte disfrutar al saborearlo, nos hacen sentir felices. Se acabarán los besos, los abrazos, la botella de vino o el plato de esa delicatesen, pero no por ello se marchará la felicidad. Tan solo nos pedirá un respiro para volver de nuevo con más fuerza.
Quiero mucho a la gente que quiero, y aunque solo sea por egoísmo, pues seré feliz al verlos felices, rezo para que desborden felicidad, alegría e ilusión.
Y no deseo ningún mal a nadie, pues también sé que incluso aquellos que me han causado el mayor dolor conscientemente, tendrán que sufrir el castigo con el que la vida decida sentenciarlos, y yo no soy quien para ejercer de verdugo. Además el rencor envenena, y perdono por salud mental, no por bondad, porque el no perdonar y el guardar rencor al único que perjudica y envenena, será a mi.
Hacedme un favor, queridos lectores: sed muy felices.
Acostumbro a tropezar siempre con la misma piedra, y la verdad es que ya debería haber aprendido a ver venir el golpe, porque llevo tropezando con ella desde los quince años.
Quizás esta alta intensidad que define mi existencia es la culpable de que caiga y me levante una vez tras otra para volver a caer, y volver a levantarme, porque otra cosa no, pero peleón soy un rato, casi tanto como patoso, y quienes siguen este blog están hartos de leer en la mayoría de mis textos (formen parte de mi cuaderno de bitácora o de mi selección de relatos de todo tipo) , que rendirse nunca es una opción.
Encontré un refugio y una luz al final del túnel en la literatura. Todo comenzó leyendo, como siempre, porque he leído y leo mucho, y son muchos los libros en los que me he sentido comprendido y orientado, pues en ellos, sus protagonistas también estaban perdidos, confusos y doloridos, y los distintos autores que los dieron vida supieron escribir además la salida para sus problemas, la luz que los guiara en sus sombras y el color que maquillara los grises del paisaje de sus vidas.
No sé como hacerlo mejor, no encuentro la manera de dejar de ser un error con patas, y eso me llevó a comenzar a escribir, a idear un universo en el que mis alter egos encontraran la vía de escape, la certeza en sus decisiones y la verdad en unos labios de mujer. Pero vivir una vida real más allá del negro sobre blanco es otra cosa.
Y es que esa enorme piedra contra la que acostumbro a estrellarme a pecho descubierto, sin casco y sin protección de ningún tipo, es el amor.
Para mi desgracia soy tan pasional como sentimental, romántico y enamoradizo.
Suelo decir que soy el tipo más enamoradizo del universo conocido y del que queda por conocer, pero con la edad he aprendido que muchas de las cicatrices de mi corazón, no nacieron de lo que yo creía amor, sino del no saber ni querer estar solo, y de besar hasta por necesidad los primeros labios que me dijeron "ojitos azules tienes" o que impostaron un "te quiero" (que es la expresión más maravillosa cuando realmente nace del corazón, o más demoniaca cuando nace del interés).
No sé si llegaré a optimizar las experiencias, a construir un futuro con bases sólidas, a escapar del laberinto de túneles angostos y oscuros donde acostumbro a adentrarme. No sé si llegaré a sanar mis emociones, pero cuesta mucho avanzar y dejar de asentir con la cabeza conteniendo las lágrimas cuando una mujer me vuelve a decir que se ha dado cuenta de que nuestra historia fue un error, o sencillamente busca un sustituto adecuado con el que conseguir lo que necesita y yo no supe o no pude darle.
Siempre he creído firmemente que en todas las relaciones humanas, sean del tipo que sean, hay tres cosas que no pueden fallar, a saber: el respeto, la confianza y la buena comunicación.
Poco a poco y a base de muchos golpes he aprendido a dar y a exigir estas tres cosas, y es curioso, porque hay quien las comparte sin problema alguno y quien se resiste a aportar alguna de ellas, pero yo me empeño en pensar que podré hacer que la historia funcione sustituyéndolas por otras que me llenan, aunque tienen fecha de caducidad y terminan haciendo daño, generalmente atracción, deseo, pasión, comodidad o falsa seguridad.
Me esfuerzo en aprender, quiero aprender. Me esfuerzo en querer bien, y necesito que me quieran bien, no que me quieran mucho.
Puede que todo termine llegando, incluso lo bueno.
Relato no apto para menores de 18 años. El que avisa no es traidor.
El primer día de clase, Iván no pudo evitar fijarse en aquella menudita asturiana de ideales proporciones, preciosos ojos verdes, sonrisa pizpireta y excelente actitud para afrontar el curso intensivo de italiano que el ayuntamiento de aquel turístico municipio asturiano ofrecía a los vecinos que quisieran hacerse entender con los miles de naturales del país transalpino que cada año visitaban su tierra, y se dejaban mucho dinero durante la estancia en ella.
Había algo especial en aquella aplicada y solícita alumna y el voluntarioso profesor que había renunciado a la seguridad y estabilidad de una plaza de profesor asociado en la universidad de Oviedo, para poder instalarse en aquella impresionantemente bella población costera durante los meses que la corporación municipal tuviera a bien invertir en formación para sus vecinos, era incapaz de desviar su mirada de la de la terriblemente magnética Diana.
Una tarde, al término de la sesión en el aula del local municipal que el Ayuntamiento había puesto a su disposición, el ujier que acudía a abrir y cerrar las puertas los encontró enfrascados en la traducción de un ejercicio sobre la fantasía y la magia. El resto de alumnos ya se había ido marchando y Diana le pidió que por favor, se lo corrigiera, pues regentaba una librería en el pueblo y había pensado dedicar una sección de literatura fantástica para las lecturas veraniegas y había hecho un pedido de libros en italiano que tenía que rentabilizar.
Debían abandonar el local, eran ordenes municipales y el profesor del curso de italiano no quiso desafiar la normativa por lo que aceptó la invitación de terminar la corrección en el hogar de Diana, quien habitaba una pequeña casa en los acantilados vecinos con las mejores vistas de la zona.
Apenas habían traducido y corregido media docena de líneas, cuando Iván no pudo contenerse al increíble magnetismo de Diana y se atrevió a besarla con timidez pero con arrojo.
Diana devolvió sus besos con más arrojo si cabe, tomándolo del cabello y atrayendo la boca del hipnotizado profesor hacia el amplio escote del veraniego vestido que cubría su cuerpo. Cuando comprobó que Iván comenzaba a saborear su piel, liberó la tela del cordón que la sujetaba y permitió que cayera al suelo dejando al descubierto sus pechos desnudos y una minúscula prenda de lencería de la que tardó apenas unos segundos en despojarse también.
Iván creía morir de excitación y al deslizarse por el cuerpo desnudo de su alumna buscando la fuente en la que beber el agua que había de apagar su sed, apenas logró controlar los latidos de su corazón que parecía que iba a estallar, como su miembro, listo para presentar batalla y para satisfacer a la más exigente amante.
La risueña asturiana le pidió que entrara en ella despacio, que quería prolongar aquel estasis cuanto tiempo permitiera su deseo, y él, solícito y obediente abandonó aquel sabroso néctar para abrirse hueco con delicadeza en su interior.
Entonces, al abrazarse a su cuerpo desnudo gimiendo de placer, descubrió que aquella risueña asturiana de piel blanca como la arena de las costas bañadas por el Cantábrico y ojos verdes como los prados de su tierra, no era una mujer normal.
De pronto, la habitación desapareció literalmente y en su lugar los amantes se encontraron retozando, gimiendo y regalándose cuanto placer podían darse en el interior de una cueva del acantilado que presidía las alturas de la zona. Era una cueva muy especial con un pequeño lago formado entre estalactitas y estalagmitas por las corrientes subterráneas e iluminado por las verdes líquenes fluorescentes que adheridos a la roca, dotaban al lugar de una fantástica belleza.
—¿Qué ha sucedido?—preguntó el profesor de italiano al cerciorarse de que no estaba soñando—Diana, ¿Qué está pasando? ¿Quién eres?
Diana se apartó de Iván desplegó sus pequeñas alas y comenzó a revolotear sobre él, sonriendo desnuda y terriblemente hermosa.
—Soy un hada de los acantilados, Iván, y te he elegido a ti, para recargarme de humanidad y poder así seguir habitando entre vosotros sin llamar la atención. Tú intuiste mi verdadera naturaleza. Me di cuenta de ello el primer día de clase —dijo Diana descendiendo y arrodillándose frente a él— Tu sabes bien que lo esencial es invisible a los ojos, y por eso pudiste verme con el corazón. Y ahora —dijo comenzando a besar y a deleitarse con la tremenda erección del asombrado y excitado profesor—te voy a enseñar de donde viene eso de los polvos de hadas. Luego —concluyó con seriedad—volveremos a tu realidad en la playa junto a los locales municipales, terminaremos la botella de sidra que comenzamos al fin de la clase y no recordarás nada.
Iván cerró los ojos al borde del desmayo más por el inmenso placer que los labios y la lengua de Diana le estaban regalando que por lo asombroso de la situación, y se dejó hacer.
Año tras año Iván regresa a Asturias donde sus alumnos y en especial la librera del municipio, lo esperan con ganas de aprender, de disfrutar y de saber.
Yo no la buscaba y no creo que ella me buscase, simplemente llegó hasta mi, nació, cobró sentido y se instaló en mi novela como si llevará allí desde el principio.
Y esto no es una novedad, no es la primera vez que me sucede, pero no por habitual deja de sorprenderme.
Parece como si algunos personajes de mis historias cobrasen vida de repente, y se acercaran susurrándome al oído que ya están aquí, que ya han llegado, que debo escribir sobre ellos y que no me preocupe, porque me inspirarán las palabras adecuadas, las circunstancias oportunas, los sucesos necesarios y yo solo deberé seguir su dictado obediente y sumiso.
Hace apenas dos días, durante la última de las sesiones del taller de dramaturgia que imparto en Simancas, uno de estos personajes se presentó de repente y sin previo aviso. Si bien es cierto que al avanzar en la trama de Inocentes me estaba dando cuenta de que necesitaba algo o a alguien que dotara de frescura y de emoción a la historia del decurión Lucio Galvano, aún no tenía claro qué o quien debía comenzar a ocupar su lugar en las páginas en blanco. Y entonces de pronto llegó ella, Diana, la viuda de otro de aquellos soldados que conquistaron Judea para mayor gloria de Roma, ampliando el imperio y llevando a una nueva tierra lo que ellos consideraban la civilización, la razón y el orden.
Diana es una pizpireta y atractiva troyana que siguió hasta Judea a su marido y al caer este, decidió permanecer en la nueva provincia del imperio y labrarse allí el futuro que cree merecer.
Ha entrado con fuerza, con mucha energía y con pasión, cualidades estas que la definen y que están ayudando a mi protagonista a confundirse y a replantearse si aquello que teme y de lo que había decidido alejarse no le iba a permitir poner distancia bajo ningún concepto.
Lucio jamás había dedicado atención, tiempo, esfuerzo ni ganas a las mujeres, pues en su condición de guerrero, nacido e instruido para una vida de milicia, creyó no necesitar lastre alguno, ni cargar con más peso que el de su coraza, su escudo y su gladio. Pero su barco naufragó y al conseguir llegar a tierra, los dioses además de una nueva vida, le regalaron su primer amor al descubrir luz y futuro en la sonrisa de la hebrea Jiyuj. Su corazón le enseñó que hay vida en el terreno fértil que habitan los sueños, y supo que si había logrado salvarse de una muerte segura en el mar, fue para morir o matar por la mujer más hermosa y valiente que había conocido nunca. Pero los dioses son caprichosos y cuando estaba dispuesto a renunciar a su vida, sus aspiraciones, sus proyectos y sus sueños, por el sentimiento que le inundaba el pecho, el destino le cruzó con Diana, y algo se rompió en el dique que contenía la pasión almacenada durante años liberando torrentes de deseo que confundieron sus emociones y lo llevaron a replantearse todo, a maldecir su suerte y a ocupar la primera fila en cada carga contra el enemigo buscando en la espada de un zelota el más sencillo remedio sus males.
Los dioses no se lo van a poner fácil y Diana ha venido a contarme qué es lo que ha visto en este aguerrido y profundo romano que sirvió con su difunto esposo, porqué lo ha elegido a él de entre tantos hombres que beben los vientos por ella y cómo conseguirá hacerle entender que un mismo corazón puede alojar a distintas personas,.
Esa llama eterna que cuando prende no se apaga jamás, ha comenzado a arder dentro del pecho de Lucio, y Jiyuj y Diana avivan el fuego con su sola presencia, calcinándolo todo.
Hace mucho calor en mi novela.
Intentaré escribir a la sombra y refrescarme en los labios de Diana hidratándome con su humedad, sumergirme en los recuerdos de lo vivido y compartido con la irremplazable Jiyuj, y no desesperarme al permitir que Lucio Galvano trate de comprender lo incomprensible.