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jueves, 22 de agosto de 2024

Otoño. Esa película que nunca dirigiré ni protagonizaré.


 La proyección arranca con la tenue reproducción de un aria de Bach que se mantiene como banda sonora durante todo el metraje.

La cámara realiza un primer plano de un hombre de mediana edad. Sobre sus largos cabellos rubios luce ladeado y con donaire un sombrero negro de fieltro, que al ocultar parte de su oído izquierdo, solo permite apreciar en él un aro de plata pendiente del lóbulo, que evidencia la nostalgia de un tiempo que se fue y no ha de volver jamás.

Al abrirse el plano descubrimos que el protagonista de la cinta se encuentra sentado en el banco de un parque o de unos amplios jardines.

Por la luz, lo gris del día y la cantidad de hojas caídas sobre el suelo y parte del banco, parece ser otoño.

El hombre lee, no, sujeta una libreta abierta en su mano izquierda. De pronto comienza  a escribir en ella con una estilográfica negra que blande en la mano derecha.

Hay un cambio de plano, y la nueva óptica nos muestra el parque en su esplendor. Robles, hayas, sauces y distintos árboles indican la cercanía de un estanque, un lago o de una considerable corriente de agua.

Un grupo de niños persiguiendo un balón entra en escena con su algarabía infantil, descuidada y molesta. Son niños y ejercen como tales sin pudor ni censura alguna. El hombre deja de escribir visiblemente molesto, y saca una pitillera del bolsillo interior de su americana. Con un plateado, viejo y fiable mechero de gasolina enciende un cigarrillo rubio con filtro, y al aspirar la primera e intensa calada, una sonrisa asoma en su rostro.

Los niños se alejan desapareciendo de plano y vuelve la tranquilidad a la escena.

El solitario fumador retoma la escritura y el objetivo hace zoom hasta la página en la que garabatea, donde se lee, "50 años son algo más que media vida. Es la medida de tiempo perfecta para matar la ilusión de encontrarla, de ser feliz junto a Ella y de morir entre sus brazos."

Un gato negro salta sobre el respaldo del banco y se contonea juguetón ronroneando y moviendo la cola muy despacio.

El hombre se detiene en la escritura, observa con cariño al animal, apura el cigarrillo y tras posar la libreta sobre sus rodillas, extrae un pequeño revolver de un bolsillo lateral del pantalón, lo apoya en su sien y se descerraja un disparo.

Funde en negro.

La música de Bach hasta entonces casi imperceptible como banda sonora del cortometraje, sube de volumen, acariciando el alma de los sobrecogidos espectadores.

La palabra Fin en grandes letras blancas indica que todo ha terminado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Todo va tomando sentido.

No hace mucho que ha escampado.
Una cigüeña me sobrevuela crotorando sin cesar.
Hace algo de frió, pero me gusta sentir el aire fresco en el rostro.
Las tierras de labranza que rodean Villavaquerin y se extienden por todo el valle del Jaramiel, se han vestido de tonos verdosos, indicando de este modo que ha llegado el momento de recoger la remolacha.
Las grandes cosechadoras espantan a las negras bandadas de estorninos que buscan su sustento en el terruño labrado.
Un cernícalo, haciendo honor a su nombre, se cierne vigilante en las alturas, oteando en busca de alguna presa despistada.
El cuenta kilómetros no pasa de sesenta, llevo mas de diez minutos conduciendo sin cruzarme con nadie.
Solo estamos Laura y yo, y el mundo.
Hacemos una pequeña parada para contemplar el paisaje y hacer alguna foto.
Practicamente a nuestros pies levanta el vuelo una pareja de patos salvajes, con gran alboroto, rompiendo el absoluto silencio que reinaba en el momento.
De alguna manera, ese cubo de Rubik que es la vida, va ajustando los colores, y cada cara va tomando su forma definitiva.
Quien me lo iba a decir hace unos años!!
Durante un instante noto una sensación muy especial dentro de mi, una especie de calor interno que súbitamente se extiende por todo mi ser.
Un sabor dulzón me inunda el paladar y cuando Laura me coge la mano, me pregunto si esto no sera la felicidad.
Quisiera detener el tiempo, pero este se opone inexorable, obcecándose en avanzar segundo a segundo, robándome a cada paso una porción de vida, haciéndome cada instante un poco más sabio, un poco más anciano, un poco más ingenuo.
Apartándome más y más de aquel muchacho que fui, y que ya no volveré a ser.
Yo tambien empezaré a agostarme, tras la primavera de mi vida y sin darme cuenta apenas, voy trazando el rumbo del viaje definitivo.
Entonces miro a Laura, y se que no voy a viajar solo, su aliento me acompañará el resto de los días que me queden, llenándome los pulmones de aire fresco, de caricias y acuarelas, de pasión, de fingido enojo, de animalitos huérfanos y peces tropicales.
Minuto a minuto, vamos llenando nuestro equipaje común de buenos momentos, de recuerdos tan cercanos, de olvidos pactados, de besos.
Un zorrillo nos observa curioso a unos cuantos pasos tan solo del lugar donde nos hemos detenido. No parece tener miedo, al contrario, en su rostro asoma algo parecido a una sonrisa, o quizás, nos enseña un colmillo amenazante, quien sabe, el caso es que dan ganas de acariciarlo desde la cabeza hasta la punta de la cola, enorme, elegante.
Donde están ahora las hipotecas y las facturas... donde guardamos en ese trance tan especial, los problemas, los miedos, lo negativo lo cotidiano, lo feo...
Es como si por un ratito, pudieras quitarte la mochila, apoyar en el suelo el peso que trata de arrastrarte al fondo, y sentirte liviano y despreocupado.
Respiro por la nariz, abriendo bien los pulmones y llenándome de otoño, me siento bien.
El motor de la vespita comienza a traquetear y sobre el asiento de piel envejecida, nos alejamos de aquel remanso de paz, en busca de otro lugar donde mirarnos a los ojos.
Es sábado, son las once de la mañana, no tengo sueño, no tengo resaca, no tengo prisa alguna.
Hoy solo quiero vivir, y estoy haciéndolo bien.
Siento como Laura se abraza a mi pecho y sin poder evitarlo, suelto un enorme suspiro.
Hoy solo quiero vivir.